sábado, 30 de abril de 2011

Solos

Más de una vez los sentidos nos engañan.
No conozco a quien no haya creído ver o escuchar, figuras o voces que luego han resultado no estar.
Los más temerarios y fantasiosos disparan la imaginación y ven en eso fantasmas, avisos o augurios. Los más científicos y racionales, buscan teorías sobre la captación del cerebro de impulsos más allá de los conseguidos a través de los sentidos. Los imaginativos, idean historias, completan cuentos de miedo, algunos memorables. Y muchos más, lo comparten con los amigos cuando las conversaciones se vuelven más esotéricas.
Desde el déjà vu, hasta las figuras fantasmales, desde los sueños recurrentes hasta los avisos o premoniciones, el ser humano no quiere estar solo, no quiere creer en la soledad terrenal de las criaturas.
Los oráculos, los dioses, el mundo de los espíritus, los extraterrestres, los santos. Cualquier presencia, con o sin explicación, que nos dé la sensación de que todo tiene sentido, de que algo superior a nosotros tiene la clave. Un clavo ardiendo al que aferrarnos desde un sinsentido absurdo diario y unas vivencias inconexas a las que no podemos ni controlar ni dominar.
No nos gusta estar solos en este universo.
Es una soledad devastadora, inútil y espantosa.

jueves, 28 de abril de 2011

Palabras

Nunca empleo mejor el tiempo que cuando escribo, cuando dejo impreso ideas que ni sé que tenía, libero sensaciones y emociones que vienen a susurrarme cómo me siento, en qué mundo vivo, qué pasa a mi alrededor.
Es un esfuerzo enorme enfrentarse a la vida, pero sin las palabras, sin las que surgen de los dedos sin saber que estaban ahí, escondidas, esperando su momento, sería todavía más horrible andar entre los segundos diarios y entre los días finitos que se nos presentan cada mañana.
Sin dejar constancia de lo que somos, de lo que soy, de lo que aprendo y veo, investigo y curioseo, de la gran necesidad de saber, de comprender, creo que no valdría la pena ni levantarse de la cama.
Las probablidades infinitas de los días se multiplican cuando el mundo de las palabras nos amplia ese margen estrecho de la única vida vivible; con ellas, cualquier mundo es posible, cualquier idea se convierte en un universo que nos incita a investigarle y cualquier segundo, se estira hasta el infinito. El tiempo se intensifica, se hace más nuestro.
Vivir sin ser consciente de que se vive, más allá de lo vivido, es vivir menos.

miércoles, 27 de abril de 2011

Esperar es una etapa más

No actuar. Esperar.
A veces, hay que saber darle tiempo a las acciones emprendidas, dejar de ir de un lado para otro. Con ese ajetreo no se acelera nada, en todo caso, hasta se tiene la sensación de ir más lento.
Esperar, no amontonar acciones.
No es posible, muchas veces, cerrar lo empezado, terminar como uno quiere lo que quiere. Es complicado y difícil tener que sentarse y esperar. Esperar a lo que se hizo y se empujó desde la cima de la ladera, baje rodando solo, y que alguien, al otro lado, lo reciba, lo sepa entender y lo complete. Los proyectos, igual que nosotros, dependen de muchos factores.
No se puede hacer todo, ni ser todos, ni pretenderlo todo.
Aunque se quiera.
No se puede.
Actuar, esperar, desear, soñar. Vivir.

martes, 26 de abril de 2011

Aprovechar

La ilusión del tiempo que se tiene por delante; todos esas horas de las que se pueden disponer para hacer lo que uno quiera; esa hoja en blanco que muestra sus infinitas posibilidades. Y tal vez por eso, limitadas. No se puede hacer todo, se debe elegir respecto a unos parámetros más o menos dados.
Horas que hay que rellenar para evitar ver ese tiempo blanco derramado por el suelo, sin posibilidades de recuperarlo, roto, esparcido, desaprovechado.
Cuánta responsabilidad, verter en él los minutos vividos plenos, satisfechos de haberlos usado, orgullosos cuando los leamos.
Tiempo libre que ha de completarse, de tal modo, que lo conservemos como recuerdos y no como algo evaporado, huido, vacío, inútil.

lunes, 25 de abril de 2011

Retomar

Está rompiendo la primavera la oscuridad del invierno, como sabe y puede. Nos trastorna por dentro y por fuera. Tiene la tarea de dar vida, de florecer, de alargar con sus luz las sombras del frío que empieza a retirarse, de ambientar nuevas ilusiones, de colorearnos con esos tonos brillantes, hermosos, fuertes que nos descubren paisajes, rincones, sueños.
Hemos de salir del gris inactivo al arco iris inquieto. Y no es fácil, y a veces, nos pilla sin casi tener ganas de entrar en ese mundo de trinos y brillos; nos resistimos, miramos al refugio todavía acogedor donde se pasó el invierno y la luminosidad de un poco más allá, aún nos deslumbra; hemos de acostumbrar la vista, el ánimo, ajustar las ganas, retomar el camino.
Y siempre lo hacemos.
Y siempre nos alegramos de haberlo hecho.

viernes, 22 de abril de 2011

Relato; identidades


“¡Ya estás aquí!” “El autobús llegó tarde.” “Bueno, me voy, ahí te la dejo. Ha pasado mala noche.” “Ande, que ya me quedo yo.” Y cerró la puerta a la hija de doña Engracia con quien vivía desde que la enfermedad se había recrudecido. La mujer la contrató por eso mismo: “¿Le importa que mi madre esté así?” “No, señora. No se apure, sabré manejarla”. Y sí sabía. Toda la infancia se la pasó cuidando a unos y a otros; la mayor de cinco hermanos en una casa donde también vivía una abuela ciega y el hermano tonto del padre. “¿Cómo está, Engracia?” Y esperaba a saber quién sería hoy. La anciana la miraba sin verla, como casi siempre, hasta que sus ojos enfocaban en el presente lo que su mente recordaba del pasado, recreando en ella a quién querían ver. Entonces se animaba y empezaba a hablar con Carmela, que dejaba de ser ella para ser la persona que la mujer deseaba que fuese. Había dejado de intentar situarla, si ella quería que su hermana Amalia le contara lo que había pasado en clase, pues se lo decía. Qué era Zacarías, su marido, el que acaba de llegar del trabajo, entonces le hablaba de lo mismo que tantas veces le había escuchado contarse a ella, en voz baja; un murmullo susurrante apenas, una letanía que contenía retazos de su vida.
Los ojos aguados y azules de la anciana enfocaron una vez más la proyección del recuerdo. “Hija, qué alta estás ya”. “Sí, madre”. Al principio del día, Carmela no hablaba mucho, tenía que ir metiéndose en el personaje, situarse en el tiempo, la dejaba vaciarse de las palabras hasta tener los datos precisos para seguir la conversación. “No sé si te cabrá el traje”. “Me lo puedo probar, si quiere”. “No, que lo podríamos manchar”.
A veces, cambiaba rápidamente de recuerdo y Carmela tenía que volver a encarnar otro personaje, valiéndose de la interminable información que la anciana masculla hora tras hora. En ocasiones, simplemente, contestaba sin más, pero con coherencia, eso sí, porque si no, la mujer se daba cuenta; no le valía que le dieran la razón, o le siguieran la corriente; ponía trampas sutiles, tendía lazos dialécticos, hasta confirmar que no le prestaban atención, entonces se irritaba sobremanera, llegando a gritar exigiendo la presencia del hermano muerto hace años con quién estaba hablando. “¿Y tú quién eres, qué quieres, dónde está Andrés?” y se rompía el precario equilibrio entre la cordura y el olvido en el que se movía. Chocarse con el presente, futuro imposible para quien no recordaba haberlo vivido, era doloroso para ella, y para los demás, que no sabían cómo enmendar la memoria rota. “Madre, tranquilícese, soy yo, Alicia, está bien, está en casa conmigo”. “Usted no es mi hija, no sé quién es usted. Mi hija está en clase.”
Carmela no intentaba mostrarle la realidad. Cuando la dejaban intervenir, la llevaba de la mano hasta su refugio; esa mezcolanza temporal donde lo pasado seguía vivo y el presente se fundía en un borrón incomprensible de manchas, olores y voces familiares, pero a la vez aterradoras.
“Ande, madre, ¿qué ha hecho hoy?, yo he dicho bien la lección y la maestra me ha felicitado”. “Hija, ¿ya has vuelto?” Y sonreía tranquila a quien no era de su sangre, mientras que la pequeña, ahora mujer, se retorcía las manos desesperada. “No sé que maña tienes, Carmela, menos mal que te apañas bien. Me voy”. Y se iba, cada mañana, dejándolas en medio del mundo propio de la madre, en el que ya nada tenía sentido porque el tiempo dejó de medirlo.


jueves, 21 de abril de 2011

Un día

Llueve, hace frío, es primavera. Sigue siendo un día bonito. No hay nadie en las calles, se habrán ido de vacaciones, o estarán atrincherados en sus casas, viendo el cielo gris. Con la rebeca que todavía no se ha guardado bien arriba en el armario, por si acaso. Quizá con un té o café calentito, cerca de la ventana que separa el mundo de tu mundo. Las mejillas notan el contacto frío del hielo del cristal, ahora llorando gotas de lluvia.
El día es para ti. Se puede trabajar, descansar, planear, sentarse o tumbarse bajo la imaginación, siempre única, que nos sitúa y nos susurra, a su modo, lo que vemos, sentimos.
Llueve. Es un bonito día. Es primavera.

martes, 19 de abril de 2011

Objetos

-¿Qué hay ahí?
-Nada
-En serio, ¿qué es?
-Ya te lo he dicho, nada.
Los dos críos, cada vez más nerviosos, se iban recrudeciendo en sus posturas; uno para que no viera el otro lo encontrando, y su amigo, intentándolo por todos los medios. Las palabras iban subiendo de tono casi hasta el grito, los gestos empezaban a ser amenazadores, los demás niños dejaron sus juegos, atentos, como estatuas realistas provistas de palitas de arena o subidas a columpios sin inercia. Casi se pegaron, lo evitó la madre de uno de ellos que aunque tardó, salió al ruedo y cogiendo de la mano al vástago, y obligándole a soltar lo que llevaba bien apretado, lo sacó de ahí. El otro se abalanzó al objeto caído y una vez en su poder, lo tiró con gesto de decepción. Regresó al juego solitario de cavar en la arena.
El niño que había encontrado el tesoro se fue llorando a lágrima viva.
Cuántas veces nos pasará de adultos eso mismo; desear algo, algo que solo nos gusta a nosotros pero que despierta la envidia de los demás, que no pararán hasta que lo compartamos, para ver en sus ojos, la mayoría de las veces, burla o simple desdén. Luego es muy difícil regresar al encanto inicial; se ha contaminado.
Pero vamos aprendiendo, o a no mostrarlo o a que nos dé igual la opinión del resto.

lunes, 18 de abril de 2011

Roturas

No se puede dar marcha atrás.
Cuantas veces, observas el resultado de las consecuencias, que ahora quisieras cambiar, y es irreversible.
Pongamos un ejemplo fácil: te has movido bruscamente y se ha roto un objeto delicado, ahí está, en el suelo, hecho añicos.
Si te gusta mucho, intentas reconstruirlo -si no han sido muy graves los daños-, y puede que con algo de cuidado, se logre un doble con cicatrices de lo que fue.
Si por el contrario, es imposible, no hay más remedio que recoger los pedazos y tirarlos, no sea que, encima, alguien resulte herido; en el mejor de los casos, puedes guardarte un trocito que evoque su recuerdo: el que mejor esté.
Con las relaciones humanas sucede igual: un movimiento brusco, y todo puede romperse. O con las situaciones en las que nos movemos: un descuido y todo un trabajo puede desmoronarse...
Lo que nos deja luego un regusto amargo es vernos una y otra vez, no haciendo ese gesto; queremos evitar en el tiempo ese antecedente, pero no es posible y solemos añadir al disgusto la sensación de culpa y la rabia de no poderlo evitar.
De todos modos, con la experiencia, voy sospechando que ese movimiento es lo de menos, que cuando algo está rondando el final, no importa el detonante; porque si no ha sido ese, será otro.

sábado, 16 de abril de 2011

Qué fue primero

Qué va primero, ¿el cambio de pensamiento o de las circunstancias?
Es decir, cuando a nuestro alrededor hay cambios, para sobrevivirlos, nuestra mente redirige lo que pensamos, lo que piensa, para adaptarnos a ellos; es lo que se denomina crisis, donde nos volvemos boca abajo.
Pero quizá sea al contrario; que nuestra mente genere unos pensamientos distintos y que desde ellos, el entorno no nos sea suficiente y tengamos que buscar otro. La crisis surge igual, de eso no nos libramos... pero, ¿qué fenómeno se da primero?
Puede que la respuesta sea que se den los dos, que la ósmosis entre entorno y manera de entenderlo para responder ante él, sea una interacción continua, donde lo que pensamos se ajuste continuamente a las circunstancias y viceversa; un calibrar infinito de los segundos recorridos.
Cierto que hay gente, que lo que piensa, no tiene nada que ver con lo que le rodea, creándose mundos negros, o rosas, en los que vivir en ellos es atroz, o imposible, porque nunca son adaptativos, y siempre están desajustados, pero lo normal es ir cambiando de pensar con respecto a las variaciones vitales.
Quizá ahí tengamos el eje de la adaptación del ser humano, el que nos hace únicos. Para bien y para mal.

jueves, 14 de abril de 2011

Luz

Cierta es la frase que sabiamente, casi zen, nos dice que la vida es lo que nos sucede mientras estamos ocupados haciendo otros planes.
Y es verdad.
Eso sí, si no pensáramos en nada, si no planeáramos algo, no nos ocurriría nada, no tendríamos qué hacer, porque lo que hacemos lo hemos pensado previamente; todo, desde lavarnos los dientes, hasta llegar a la luna.
Pensamos lo que queremos ser, hacer, vivir. Y luego, con autodisciplina, esperanza y sin tener miedo a los fallos y decepciones -tanto más grandes cuando más difícil sea lo pensado-, vamos ejecutando, vamos dejando que la vida nos suceda.
Pero sí, la mayoría de las veces nuestros pensamientos van más rápidos que los hechos, debe ser como la luz y el sonido, la primera va infinitamente más veloz.
Vivamos esas luces.

miércoles, 13 de abril de 2011

Épocas, ni mejores ni peores

No solo hay crisis material; la hay espiritual.
Nos refugiamos aún más en la individualidad, nos aferramos todavía más a esa lucha sin cuartel contra el mundo más allá de uno mismo; el egoísmo, ya acrecentado por un nihilismo y hedonismo anterior, se desborda.
Cada uno se refugia en su cáscara, como mucho, la saca a pasear junto a otras, creando la ilusión de compañía. Pero no, no la hay.
Las zancadillas abundan, el tedio impera. No está siendo una crisis solidaria.
A pesar de estar más informados, más comunicados, más capaces -o precisamente por eso-, dejamos de lado la información para tontear con ella. En vez de profundizar, apartamos a los demás y cortamos cualquier intento, objetivo o subjetivo, de querer hacer más, saber más, implicarse más.
Es lo que hay. Ni mejor ni peor que en otras crisis.
Y lo peor es que si te implicas, acabas, encima, apaleado. No has de ser ejemplo, ni darlo: Quedaría el resto en evidencia.

lunes, 11 de abril de 2011

Fantasmas

Hay días, raros ellos, en los que se mezclan figuras del pasado con pinceladas del futuro.
En esas horas aparecen, desde todos los ángulos, personas que fueron significativas antes, es como si el azar te obligara a visitar lugares que su relevancia fue evidente, donde te traspasan olores antiguos y recuerdas pensamientos olvidados; revisas lo que soñaste y constatas los que ya has realizado o los que simplemente desechaste o no pudieron ser.
Son días en los que no paras de toparte con tu pasado; llamadas de gente lejana, cartas desde el ayer, te encuentras con quienes antes veías con frecuencia, andas por donde solías andar y te sientes como si fueras quien fuiste, sin añoranza, pero sí extrañada de ese corto privilegio de volver a tu pasado, con tu yo de ahora.
El espejismo se suele romper porque mientras caminas te das cuenta que no vas hacia atrás, sino para adelante.
Es otro sol el que brilla, otro yo el que mira, por muchos fantasmas que se hayan convocado esos días.
Y por muchos que se convocarán en los lugares y con las personas que tratas ahora, los que se reservan la complicidad que les dará presentarse ante nosotros en un futuro, cuando ya sea pasado.

domingo, 10 de abril de 2011

Pozos

Menos mal que existe siempre la posibilidad de cambio, de renovación, de búsqueda. Hay que dejar el fondo del pozo y subir a la superficie, cueste lo que cueste, y darse cuenta de que hay vida más allá de la vida que uno ha visto morir.
Sí, es un esfuerzo; claro, es un cambio. Y esa palabra no acaba de gustar; asusta.
Y si se mira bien, es la que más esperanza conlleva, junto con una gran parte de energía personal. Lo que no se puede pretender es surgir de la nada sin más.
Todo nuestro entorno cambia si le damos la oportunidad. Lamentarse solo sirve para cansarnos de hacerlo y que nos lleve a abrir la puerta que nos conducirá a otros mundos, quizá otros pozos, verdad, pero serán diferentes. Ya no será del que queremos salir, porque de ese ya habremos emergido.

sábado, 9 de abril de 2011

Golpes

Por muy preparados que estemos sabiendo que viene un golpe fuerte, por mucho que lo veamos venir, que nos situemos para que no duela; duele. Y a veces, más de lo que se pensó en un principio, cuando supimos que se estaba acercando.
Cierto que hay veces que no se ven venir, que te llega el porrazo sin más ni más, y uno estupefacto, aún anestesiado por esos segundos posteriores al golpe en los que todavía el cuerpo se protege pero ya anticipamos lo que nos va a doler, cruza los dedos para que no sea demasiado intenso el dolor.
Pero los que sí vemos venir, cuando nos caen encima, duelen tanto o más como los invisibles.
Uno se hace un ovillo, se dobla sobre sí mismo y aguanta la respiración esperando y deseando que se acabe pronto, no el impacto, que suele ser breve, sino el proceso de asimilación, de reconstrucción, de volver a levantarse del suelo con ganas de seguir de pie unos metros más, hasta el siguiente.
Siempre crees que en algún momento, se hará callo, que dolerá menos, qué ilusos. Aunque lo que sí es verdad, es que se aprende a caminar de nuevo cada vez más rápido.

jueves, 7 de abril de 2011

Cambios

Creo que no se puede negar que estamos en época de cambios, unos que se analizarán cuando ya hayan pasado y de los que ahora mismo, nadie sabemos cómo van a ser.
Se especula con casi cualquier acontecimiento posible; la tercera guerra mundial, un cambio socioeconómico nunca visto, desastres ecológicos sin parangón que darán un giro al tipo de vida hasta ahora conocida, implicación de otros países emergentes como potencias económicas mundiales...
Una larga lista de posibilidades, más o menos, probables o posibles, de las que somos protagonistas, pasivos o activos, pero desde luego, parte central de una Historia que aún no está escrita.
Y no es nada tranquilizador. Sobre todo, si se lee la ya escrita...

miércoles, 6 de abril de 2011

Mezquindad

A veces, leyendo, documentándome, me topo con trozos de realidades atroces. Esta es una.
Cuando los judíos fueron expropiados y deportados a los campos de concentración, sus propiedades se repartían, incluso antes de estar ellos en los vagones, y muchos de los que se instalaron en sus casas no las devolvieron si, los pocos supervivientes que llamaron a ellas, regresaron.
En esta ocasión, él sí volvió, pero no reclamó lo que sabía imposible recuperar, solo pidió entrar en la casa, verla de nuevo; pisar lo que desde su barracón le dio fuerzas para sobrevivir ese minuto más diario.
El nuevo dueño, muy a la defensiva, le dejó pasar. "Oh, mira, aún está la vieja mecedora, donde mamá se sentaba al atardecer"; "No, te engañas, esta la compré yo en el rastro", el judío, se acercó a ella, y la levantó, en su pata izquierda estaba grabado su nombre y el de su hermano; "No, está es mi mecedora", "Bueno, ¿para qué has venido, qué quieres?", "Nada, solo verla, ya te lo dije". El nuevo dueño, le miró con suspicacia y de repente abrió mucho sus ojos; "Ah, ya lo sé, ya sé para que has venido. Tú escondiste aquí dinero, y vienes a por él, ¿a qué si? No soy tonto", el judio, asqueado, se despidió y se fue de la que ya no era ni el recuerdo de su casa. Pero el otro, aún le gritó mientras se alejaba; "nos lo repartimos a medias, dime dónde está y nos lo repartimos a medias", el judío se fue llorando.
Al año, tuvo que regresar por la ciudad, y no pudo evitar visitar la casa, el barrio de nuevo. Cuando se acercó, vio que lo que fuera su hogar estaba completamente en ruinas, sin ventanas ni pintura, roto y triste, entre los demás. Intrigado, llamó a un vecino para preguntar qué había sucedido; "Oh, pues mire, hace un año, el dueño empezó a romper suelos y tabiques y paredes y muebles, decía que buscaba un tesoro y que ya lo arreglaría cuando lo encontrarse. Pero no lo encontró. No pudo pagar los gastos de tanto estropicio, así que tuvo que marcharse y dejar la finca así. Es una pena de casa, unas ruinas que nadie quiere".
El judío nunca más regresó. Ya había aprendido bastante sobre la mezquindad del ser humano, dentro y fuera del los campos.

martes, 5 de abril de 2011

Relato; Vecinas

Los gritos se escuchaban cada día, daba igual la hora, la excusa, el motivo. Daba igual. Cada vez que él llegaba a casa, no se tardaba ni diez minutos en empezar a escucharse su voz, gritando, exigiendo, rompiendo la tranquilidad del salón de Ana, que vivía pared con pared y que no podía evitar escucharlo todo. Lo peor eran los llantos del bebé; no paraba de llorar, y eso irritaba aún más al padre.
Era por todo, él se enfadaba por todo: porque no estaba bien condimentada la comida, porque repetía menú, porque el niño no se callaba, porque el jefe le había llamado la atención, porque el estúpido del compañero no había hecho bien su parte, porque llovía, porque no llovía. Daba igual. Ella nunca alzaba la voz, intentaba amortiguar el malhumor, la irritabilidad del otro. Era un intento vano.
Ana se desesperaba, sentada en su sofá, por mucho que quisiera centrarse en la lectura, o en la película que estuviera viendo, o en los pensamientos que le rondaban continuamente sobre las decisiones tomadas, que le habían llevado a esa casa, lejos de otra que decidió dejar, pidiendo el traslado de oficina y el distanciamiento geográfico de donde ya no era feliz. Aún sumergida en sus pensamientos era imposible no salirse de ellos a cada grito, a cada puñetazo sobre la mesa, a cada susurro de ella intentando quitar hierro.
Un día más violento en gritos que los demás, Ana se asustó mucho; quitó la radio para atender mejor: nunca había escuchado que la pegase, pero no sabía por qué, siempre estaba pendiente de ese golpe. Creía que hoy podía ser el primero. Escuchó a través de ese tabique sonoro y se notó tensa; si acusaba cualquier signo de violencia física, llamaría a la policía. No tenía duda. Ni cuando vio a su vecina hace una semana, esperando el ascensor, no habían coincidido aún desde que se mudó. La reconoció por la voz suave, la misma que usara para calmar las tormentas. “Hola; ¿a cuál vas?” “Al séptimo”, “Igual que yo”, “Sí, somos vecinas. Me llamo Ana. Encantada”, “Ah, sí, eras la nueva, ¿no?, bueno, pues ya sabes, lo que necesites, llamas, ¿vale?”; “Muchas gracias, igualmente”. Y esas palabras las remarcó con muchísima intención, tanta, que se sintieron incómodas lo que quedó de trayecto en el ascensor. Ana miraba a su vecina en busca de señales de violencia en su cuerpo: un moratón, unas gafas oscuras, ropa más abrigada que la que se requería en este tiempo..., pero no encontró nada.
Y ahí estaba, preparada para intervenir, aunque fuera indirectamente. Sabía por experiencia que a nadie le gustaba que gente ajena interfiera en sus vidas, aunque estas sean más infierno que vida. El derecho a equivocarse es sagrado. Ella lo sabía bien. Aún tenía señales visibles de la última paliza de quien escapó.
Esperaría. No permitiría que a su vecina le hiciera nadie daño.

lunes, 4 de abril de 2011

Sin reloj

Siempre me ha costado distinguir las fechas, me muevo por el calendario sin fijarme, desde siempre. Quienes me conocen no se extrañan que les pregunte qué día es, o qué mes, incluso qué año. Para mí es un continuo, no veo separación entre los días, ni entre las horas; solo estoy ahí.
Tengo la agenda clara, trabajo cuando toca, termino los proyectos, cuando estoy sola, no me pauto para comer, no miro el reloj; no me interesa. Dejé de llevarlo hace años. El tiempo no lo contabilizo. Y claro, nunca sé en qué momento estoy moviéndome.
Pero me siento más libre. Los días, a veces, se me pasan como semanas, hoy mismo, sé que lo empecé de lunes, pero a mitad de la tarde, saliendo del libro que estaba leyendo, estaba convencida de que era sábado, intenté recordar la semana, pero no pude. Normal, aún no ha sucedido.
A ver qué tal sale, a ver si supera esa semana fantasma que en unos segundos, me vino a la mente, cuando le pedí las cuentas.

domingo, 3 de abril de 2011

Imprevisible

Según la física cuántica, no hay nada seguro; solo la probabilidad azarosa de que sucedan las cosas.
Este postulado es el que llevó a Einstein a buscar cómo rebatirlo. Él, con su predecible y tranquila ley de la gravedad general, no podía ni siquiera aventurarse a pensar en ese caos: Dios no puede jugar a los dados con el universo, fue la frase que le encerró el resto de su vida, buscando la ecuación para todo, la que aunara el caos y la predictibilidad.
Y si uno mira su propia trayectoria o la de otros, verá que lo azaroso, lo improbable, juega un gran papel.
La vida no es un camino directo, predecible, tranquilo para nada, es más bien un imprevisto continuo, un tener que saltar obstáculos que aparecen sin que se les llame, un revisar diariamente lo realizado y dicho, porque sin darnos cuenta, vamos moviendo ese camino con lo que hacemos y decimos; es un hecho más allá de la voluntad.
Todo es posible, nada está escrito, y los destinos se van truncando y reorganizando continuamente, sin más sentido y sin nuestra intervención.
Por lo tanto, en el día a día, la física cuántica, a pesar de medir el mundo subatómico, parece imperar; nos muestra que sí es posible que las paredes se pueden atravesar, y que los destinos puedan cambiarse, para bien o para mal.

viernes, 1 de abril de 2011

Cuándo parar

Uno de los aspectos más complicados en todo, es saber cuándo parar, cuándo dejar lo que se empezó.
Cierto que lanzarte a una empresa, amistad, relación, construcción, obra de arte..., es complejo, tiene también sus procesos, pero una vez asimilado el comienzo, habiendo iniciado la aventura, con el cosquilleo y dudas que conlleva, todo va suave durante una temporada, suave porque ya no se decide; se actúa. Es otro enfoque, otra manera de mover energía, se está en pleno proceso creativo, independientemente de lo que se haya comenzado: una amistad, una relación, una obra, un libro... todo necesita su punto creativo.
Y así vas yendo, hasta que sientes que habría que ir parando, acabando, pero nunca se sabe el momento preciso; no hay señales. Solo la intuición de que más allá de ese punto, se empezará a mover en círculos, a degenerar, incluso, a romper la belleza creada, pero por otro lado, si paras antes de hora, perderás lo que podría haber sido.
Gran duda, siempre, cuándo dar la espalda definitivamente a lo que has estado creando y queriendo.