sábado, 29 de septiembre de 2012

Lo cotidiano

No hay nada seguro, lo que creemos tener no lo tenemos, lo que pensamos saber, no es tan cierto. La vida en sí misma es insegura. Nos agita y vapulea quitándonos y dándonos lo que ni imaginamos, todo es cambio: hemos de adaptarnos. Esa seguridad cómoda que como espejismo nos parece real, no lo es.
Nada bajo el sol lo es.
Los cambios continuos es la única variable inamovible. Lo que ahora es, no lo será un día cuando abramos los ojos y veamos que todo es distinto a lo soñado, planeado, vivido, y a pesar de eso, se ha de seguir, desde la incertidumbre de estar vivos.
Una puerta sin puerta que nos muestra, invariablemente, lo lejos que estamos de esa comodidad cotidiana que estalla en mil pedazos cada día. Unos más que otros.

jueves, 27 de septiembre de 2012

Los sentidos

Más de una vez los sentidos nos engañan.
No conozco a quien no haya creído ver o escuchar, figuras o voces que luego han resultado no estar.
Los más temerarios y fantasiosos disparan la imaginación y ven en eso fantasmas, avisos o augurios. Los más científicos y racionales, buscan teorías sobre la captación del cerebro de impulsos más allá de los conseguidos a través de los sentidos. Los imaginativos, idean historias, completan cuentos de miedo, algunos memorables. Y muchos más, lo comparten con los amigos cuando las conversaciones se vuelven más esotéricas.
Desde el déjà vu, hasta las figuras fantasmales, desde los sueños recurrentes hasta los avisos o premoniciones, el ser humano no quiere estar solo, no quiere creer en la soledad terrenal de las criaturas.
Los oráculos, los dioses, el mundo de los espíritus, los extraterrestres, los santos. Cualquier presencia, con o sin explicación, que nos dé la sensación de que todo tiene sentido, de que algo superior a nosotros tiene la clave. Un clavo ardiendo al que aferrarnos desde un sinsentido absurdo diario y unas vivencias inconexas a las que no podemos ni controlar ni dominar.
No nos gusta estar solos en este universo.
Es una soledad devastadora, inútil y espantosa.

martes, 25 de septiembre de 2012

Inútil

Todos nos ajustamos, en menor o mayor grado, la realidad; nos la calzamos al gusto, igual que la hermanastra de la Cenicienta, en su versión original, una que muy poca gente conoce, desvirtuada por la más ñoña y común. Las hermanastras, ante el zapato de cristal, al ver que no les cabe, instigadas por la madre -madrastra para la dueña del zapato-, se cortan una dos dedos, y la otra medio talón para que así les quepa. Por supuesto, el lacayo ve la sangre, y no lo da por válido -la transparencia es lo que tiene-.
Eso hacemos todos, nos cortamos lo que haga falta para que esa realidad nos entre, una que los demás claramente distiguen, porque no es la suya; no es su zapato, aunque a veces, entran varios en el mismo engaño.
Hay casos gravísimos de mutilación y ceguera, pero en general: quién no se engaña, quizá, para ilusionarnos con esa nueva persona, o trabajo o proyecto o día... hasta que se vea la sangre, va funcionando.
No es malo guiñar un ojo, ayuda a no verlo todo demasiado oscuro o luminoso, lo malo, lo que no debería suceder, es cerrarlo.

domingo, 23 de septiembre de 2012

Segundas veces

Somos la frontera entre nosotros y lo que son lo otros.
Actuamos, pero las consecuencias se escapan al radio de acción de uno, se esparcen, rebotan, y conmueven a los demás, queramos o no. Somos protagonistas y observadores de esa misma acción por igual, lo que hacemos, a veces regresa como un boomerang, otras ataca por la espalda, muchas ni sabemos de sus consecuencias, las menos no tienen. Cada minuto lo único que lo enlaza a nosotros con el siguiente es la memoria de lo que hicimos, de lo que trajo después, y al no tener el don, o la maldición, de volver sobre los pasos dados, vamos poniendo un pie tras otro creando acciones y reacciones.
Somos ese punto que al moverse es línea y que dibuja algo imposible de entender sin todos los demás puntos que lo van enlazando. Somos nosotros y los otros, nunca diferentes aún a pesar del entorno, quizá condenados a repetir lo que hicimos si pudiéramos rehacer lo hecho.

jueves, 20 de septiembre de 2012

Engaños

Las mentiras.
No solo vivimos con ellas, sino entre ellas y de ellas. Es una especie de entramado social casi necesario para sobrevivir a las verdades imposibles de aceptar, asimilar, o simplemente decir. No se suele aceptar casi ninguna. La sociedad ayuda a limarlas, a solaparlas.
La primera vez que un niño se topa con la mentira, con alguien que le ha engañado, le escuece hasta las lágrimas, hasta el desgarro de la inocencia.
La sociedad está basada en ellas, tapamos verdades de todo tipo y condición; desde no comentar lo mal que le queda a uno un vestido o peinado, hasta secretos oscuros y peligrosos.
Esa verdad nos la ocultamos a nosotros mismos, por amenazante, porque podría desmontar el precario equilibrio de esa red trenzada por conveniencias, mentiras y verdades a medias; hasta que nos estalla por dentro, despreciando el statu quo social, y enfrentándonos a nuestra propia conciencia, la que teníamos de niños antes de mirar cara a cara a la falsedad. Si nos supera, entramos en la neurosis, pero si la superamos, crecemos más allá de lo social, dejamos sus mentiras para obtener nuestras verdades. Tan duras siempre. Tan necesarias.
Nada hay más aterrador, nada más difícil de asimilar, que encontrarte con la verdad desnuda, sin lazos ni adornos sociales, tal cual es. No estamos preparados para ella. Y superarla nos lleva tiempo. Mucho.
Toda sociedad está basada en el engaño, lo que trasciende al público, nunca es lo real. Lo que se quedan los que manejan los hilos, tampoco. Es más profundo que todo eso; es la incapacidad de comunicar abiertamente lo que sentimos, lo que somos, lo que anhelamos. Sólo los locos y los niños muy pequeños, aquellos que no se han enfrentado a la primera mentira, son los únicos que se atreven a desafiar las normas secretas establecidas. Luego, los segundos, se irán socializando, se les irá introduciendo en el sutil mundo de los engaños, entramados sociales turbios y sinceridades interesadas.
Antiguamente, en algunas civilizaciones, eran a los orates a quienes se les confiaban sus oráculos; sabían que por ellos, ajenos a la norma común, se decía lo que se pensaba.
Así se veía mejor el futuro, mirando cara a cara el presente desnudo.

martes, 18 de septiembre de 2012

Relato. 4 y última Parte. Libros

También pensé que si iba a la biblioteca, ahora que sus horas dependían de él, su vida no podía ser ni tan gris ni tan triste: disponía de todo el tiempo para sumergirse en esos libros a los que no pudo dedicar sus tardes cuando era más joven, cuando las horas nos viven y no al revés. Ahora todos los libros querrán elegirlo.
 Después pasé a intentar imaginar su aspecto; quizás fuese correctamente vestido, de oscuros, puede que un bastón le ayudase, seguro que era de modales impecable y dejaba que su mirada se alejase del presente, ensimismándose en otros recuerdos. Su carácter debía de ser irritable y su paciencia poca domada: seguro que los niños y él pasaron un infierno juntos en el aula. No recuerdo cuando me dormí y pasé, de pensar a soñar.
A la mañana siguiente, me desperté cansada, miré el reloj desorientada, intentaba hilvanar  jirones de un sueño que aún estaba fresco, pero como ocurre cada vez que se le intenta retener, se me iba esfumando, vaciándose de contenido y lógica. Siempre me ha sorprendido la viveza de las imágenes oníricas, sin entender del todo, cómo puedo verlas sin mirarlas, desde dentro del recuerdo de su luz, con sus propias leyes físicas.
La cuestión era, que lo que había soñado, me cambió las expectativas del día, y de todo, desde aquella mañana.
Me fui a la biblioteca, pero no a por libros, sino a por los que los leen. Mi tiempo tenía sentido.
Tenía que encontrar al maestro triste y gris. Al hombre obsesivo del doble triángulo.
Tenía que coger más libros, leer en ellos las pistas de sus anteriores lectores; deducir su carácter, su aspecto, sus anhelos, inquietudes y vidas. Buscarlos entre las estanterías, deduciendo, por cómo trataron los libros, su manera de moverse, de vestir, de vivir. Comparándolos con los rastros que ellos mismos dejaron tras sus lecturas, escritos entre lo ya escrito, dejando sus manías y sus vidas reales entre las impresas, entrelazando lo mezquino con lo grandioso, renovando lo épico con lo diario.

Y desde entonces, aquí vivo: entre libros.

lunes, 17 de septiembre de 2012

Relato. 3 Parte. Libros

Desde el círculo que encerraba a la palabra “maestro” y a su adjetivo, salía una flecha que te llevaba hasta el pie de página donde, escrito con furia y de un solo trazo, el espontáneo había anotado su comentario: “mierda para el autor”.
Era tan brutal que uno intentaba no mirarlo. Pero cómo no hacerlo. Intenté imaginar quién pudo masacrar así un libro. Es verdad, que poco respeto se les tiene y que en más de uno se ven apuntes, resúmenes, subrayados, incluso comentarios, pero semejante opinión, tan tajante, iba más allá de lo que mis ojos habían leído nunca en libro ajeno.
No pude evitar pensar que alguien que demostraba tanta furia, sólo podía ser uno que se hubiese identificado, y aludido con la descripción: un profesor jubilado, y si esa era su profesión, el delito era doble, o la ofensa muy real.
 Todo podía haberse quedado en la anécdota de imaginarme quién lo hizo, pero esa noche, en vez de dejarme llevar por el libro, me la pasé imaginando la vida del profesor: alguien decepcionado con su vida, al que toda una juventud de esfuerzos le había dejado, no unos recuerdos con los que compartir las horas que le quedaban por llenar, sino momentos descarnados que le hacían reconocerse en frase tan real para él, tan anodina para cualquiera que no se sintiese triste, gris, pobre y jubilado de maestro

sábado, 15 de septiembre de 2012

Relato. 2 Parte. Libros

Ellos son sabios, se anticipan a ti. Saben lo que llevan escrito antes que el lector. Era esa lógica la que me daba la sensación de mera muñeca, y siempre, invariablemente, me lo confirmaba aquello que estuviese leyendo, pues era exactamente lo que me estaba pasando en mi vida.
Leer y vivir se complementan, ayudan a entender lo leído mediante lo vivido. Te sumerges, más lúcido, en las diferentes realidades.
Ahora sé que se escribe con la vida y que gracias a vivir se tiene algo digno que poner en papel. Pero mi pequeño ritual de dar vueltas alrededor de sus estanterías, para que los libros me vean y me elijan, sigue siendo el que realizo al ir a coger uno nuevo.

Esta segunda vez, estaba a punto de irme cuando oí a uno de ellos caer al suelo, supongo que por la rapidez que tuvo un lector en sacar a su compañero. Estaba tumbado bajo el estante que acababa de visitar, me agaché a cogerlo. Era un libro muy destartalado, el pobre. No conocía a su autor, pero fiel a mi juego me di por elegida, llevándomelo a casa.
 Salí de la biblioteca con un mundo nuevo en el bolso y la ilusión de descubrirlo, tan pronto como me dejase la rutina de la vida diaria -que de vida, tiene poco-, y pudiese, libre ya del arrastre de obligaciones engorrosas y con todos los sentidos puestos, buscar entre las letras lo que hubiese podido ser mi vida, si mis circunstancias hubiesen cómo el autor imaginara.
Estaba empezando a vivirlo, cuando mis ojos chocaron, bruscamente, con el libro, no con la historia que él me contaba, sino con él. El culpable de tan brusco trasvase de lo contado a cómo contarlo, fue un subrayado a lápiz de toda una frase, rematado por un círculo, que acotaba sin piedad, a una de sus palabras: “… era un hombre gris, pobre, triste y amargado, parecía un maestro jubilado…”

viernes, 14 de septiembre de 2012

Relato. 1 Parte. Libros

La primera vez que ocurrió fue a causa de una doble doblez en varias páginas de un libro de la biblioteca.
La curiosa cicatriz me sorprendió; aunque eso no es indicativo de nada, mucha gente al dejar de leer, tortura la hoja doblándola, convirtiéndola en señal a la espera de salirse de su realidad para poder abandonarse en la que el libro les hará vivir.
Lo curioso en este caso era, que cada una de las hojas-señal del libro estaba doblada dos veces; eran dos triángulos, uno dentro del otro, en las esquinas superiores de las páginas. Eso me llamó la atención; no veía razón alguna en ese doblar doble, innecesario totalmente, era una manera de marcar original y costosa y me quedé imaginando quién podría haber hecho eso: quizás una persona concienzuda, podría ser que hasta la obsesión, con mucho dominio de sí misma y desde luego, con poco respeto hacia los demás.
 Al rato, ya no le di mayor importancia al asunto: con unos cuantos capítulos, el libro me atrapó lo suficiente, como para olvidarme del lector anterior: cuando leo mis ojos no ven letras, sino vidas. Las hojas dejan de ser de papel para convertirse en ciudades, caminos, personas. Mi vida pasa a ser la de otros y la que me cuentan se funde en la mía.


La segunda vez que me ocurrió algo parecido, fue un poco más elaborado y sucedió con uno de los libros de la biblioteca de mi barrio. Yo estaba dando vueltas por los estantes en busca de uno de ellos.
Cuando era niña, pensaba que eran los libros los que te elegían. Eran como potentes imanes que te hacían parar justo enfrente. El que te elegía se destacaba de entre los demás; su lomo era más brillante, su título te interesaba, encendía tu imaginación, ansiabas leer su contenido, no tenías paciencia para llegar a casa, abrirlo y dejarte devorar por sus hojas, que no notarías pasar, mientras los otros, que no te habían elegido, se apartaban sutilmente hacia atarás, en sus estantes, opacos, disimulando su presencia, esperando el turno de caer en mis manos algún otro día, cuando estuviese preparada.

miércoles, 12 de septiembre de 2012

Historias

Lo que siempre hemos tenido en común, lo que nos caracteriza como raza desde que descubrimos que no seríamos eternos y vimos morir a quienes antes se movían, y decidimos enterrarlos y quedarnos cerca, fue la necesidad de contar, de crear historias que nos dieran la sensación de que nuestras vidas son más que una mera rutina.
Quizá fue eso lo que el árbol del Bien y del Mal daba: el conocimiento más allá de los movimientos diarios. Mientras no fuéramos conscientes de nosotros mismos, de lo finito, de la necesidad de que la vida sea algo más que la propia vida, cabía la felicidad, simple, pero felicidad, al fin y al cabo. Pero al enterarnos de que todo acaba, buscamos que no lo hiciera, que siempre comenzara. ¿Y qué es una historia sino algo que siempre empieza y que cuando termina no acaba, pues hay otra?
Desde que el hombre es hombre ha estado rodeado de narraciones, no solo de sus muertos, también de sus vivos, sobre todo, de los imposibles: dioses, héroes, gente única con la que compararse y ajustar los ritmos a los suyos.
 Y no solo esas, también están las historias reales, las que nos vamos contando con asombro, interés y a veces, maldad. Entre nosotros condenamos o elevamos a ese que destaca, para bien o para mal, y convertimos sus días en otros; desde el ostracismo hasta la admiración. Esa persona ya no será la misma.
Lo que es cierto es que no hay día en el que no contemos, oigamos, leamos o creemos una historia que llevemos paralela al sinsentido de una rutina, que solo ella, haría de la vida algo inerte, muerto.

lunes, 10 de septiembre de 2012

Vanos

Escuché de un pintor una frase que no creo que olvide nunca. Estaba explicando cómo dibujar; "¿ves ese árbol?, sus ramas, hojas..., si lo quisieras pintar tendrías que fijarte en ellas, esbozarlas. Eso es lo que nos enseñaron desde chicos: pinta lo que ves. Pues bien, se ha de ir más allá: se ha de pintar lo que no se ve también, sobre todo, lo que no se ve: el hueco que dejan las ramas, el cielo que permite ver la distancia entre las hojas. Se ha de aprender a ver lo que el objeto elegido libera, y a su vez, tapa".
Cierto. Se ha de aprender a vivir con lo que se tiene y con lo que se tuvo, con lo que se recuerda y con lo que se ha olvidado; la vida está hecha de tonos, de presencias y ausencias, de recuerdos y realidades inmediatas, de sueños y de logros. Pintar los días es saber ver lo que tienen y lo que justo por tenerlo, no tienen.
Las ausencias, el hueco de las presencias, también forman parte de la realidad, quizá son lo más real que hay.

viernes, 7 de septiembre de 2012

Imágenes de plata

Ver fotos propias o ajenas siempre es inquietante.
Si lo que muestran no lo conoces, te sumerges en ellas, observando sus imágenes, adentrándote por las calles nunca pisadas, mirando las gentes inmortales desde ese instante etéreo.
Puede que la fotografía sí la reconozcas, pero que el tiempo, tacaño, no la ha dejado evolucionar y te sea tan ajena como la que no has visto nunca, y mires rostros que ya no son así, solo reconocibles por las miradas, o calles que han cambiado en sus tiendas, topografía, en las modas de los escaparates.
Las fotos inalterables nos recuerdan que todo cambia, que nada queda atrás. Ni los muertos, ni lo desconocido, ni lo familiar. Ni nosotros.
Verlas es anticipar un futuro recordando un pasado, no tienen presente, solo el que se crea cuando las miramos; ese momento siempre renovado al ver lo eternamente estático.

miércoles, 5 de septiembre de 2012

Lo posible

La vida da muchas vueltas, muchas. Nunca sabes qué vas a encontrar a la vuelta de la esquina.
Una de mis mayores sorpresas esta temporada, ha sido reencontrarme con una amiga a la que vi hace años, y admiré desde entonces, cantante sensible y actriz estupenda, coincidimos en el mismo tiempo y espacio de nuevo ante la prosaica oficina del registro de la propiedad intelectual, ambas teníamos nuevos proyectos. Me acerqué tímidamente a ella para recordarle el encuentro, muy lejano, en una mesa de grabación. Desde entonces he tenido el placer de que me acogiera y compartiera conmigo su talento, su mundo, sus sonrisas y sus proyectos, entre ellos, uno que será común, si todo va bien.
Es maravilloso lo que te puedes encontrar dentro esos círculos mágicos de la rutina, que no lo es tanto, si se va con los ojos y la vida abierta.
Entre el desánimo de lo de siempre, nunca deja de haber un resquicio para lo posible.

lunes, 3 de septiembre de 2012

Tesón

Poca gente se resiste a no abrir una caja cerrada, si está abierta le da menos importancia. La que llama la atención es la oculta. Y si cuesta abrirla, más aún. Cuando más complicado sea conseguir su contenido, más nos empeñaremos en lograrlo.
Si esa caja tuviese uno de esos candados chinos sin entrada para llave, un puzzle perfecto, ideado por esa sutiliza oriental a prueba de la escasa paciencia occidental, ya sería una cuestión vital lograrlo. Aunque nos pasemos días mirando el cerrojo inescrutable, no dejaremos la caja cerrada. Ver su interior se convertirá en una meta, pensaremos, cuando estemos alejados del reto, en cómo hacerlo y nada más llegar, lo pondremos en práctica; si no funciona, nos llevaremos nuestra frustración para convertirla en nuevas energías. Cuando más nos cueste, más empeño pondremos.
Y si no cejamos, si no es demasiado para nosotros, al final, abriremos la caja. Y miraremos dentro.
Haya lo que haya, incluido nada, jamás encontraremos un tesoro mejor porque dentro está nuestro éxito.

sábado, 1 de septiembre de 2012

Intentos

El día a día se hace eterno si no lo animamos.
La cuestión es que no lo tomemos como algo inmutable y cotidiano; por mucho que tengamos que pasear por él de la misma manera, con el mismo cuerpo, no tenemos por qué, y ahí viene el aderezo, atravesarlo con los mismos sentimientos ni ideas.
Antes de volcar mis emociones y pensamientos en las hojas, en forma de palabras -cosa que hice desde bien chica-, las soltaba, solo que no conscientemente, las llevaba conmigo, como una bufanda, y miraba la vida a su lado, distorsionando las cosas a mi placer; a veces andaba el camino al colegio como pirata herido, otras como fantasma vengador en busca de su asesino, algunas como detective rastreando misterios -y alguno me fabriqué la mar de interesante-, otras como una gran estrella..., cada día a día, una meta diferente, los pasos que me llevaban a la rutina del colegio iban por un lado, mi mente por otra, la diferencia no era el camino era cómo lo veía cada una de mis creaciones.
Y ahí sigo intentando romper como sea el espejismo de normalidad.