martes, 24 de septiembre de 2019

Saber


Sin saber qué hay que saber
se sabe.
Sin sentir qué hay que sentir
se siente.
Sentidos sin sentido,
ignorancia que sabe
que siente aun sin tener sentido.

martes, 17 de septiembre de 2019

Ecos irreales

Superamos la realidad
refugiándonos bajo ella
tras lo irreal,
los sueños,
las ilusiones,
la esperanza.
La realidad por sí misma
no basta,
o simplemente, sobra.
Se supera lo real
desde la realidad imaginada.

martes, 10 de septiembre de 2019

Seguro

Nada hay más seguro
que ese cambio constante,
que inconstantemente, 
late bajo la rutina
que no lo es,
que solo lo aparenta,
porque nada hay tan seguro 
como que nada es seguro.

martes, 3 de septiembre de 2019

Billy Elliot, el musical


Mamen García todavía sigue siendo Mamen García mientras me acompaña por dentro del Nuevo Teatro Alcalá. Ahí ya están todos los que, como ella, en menos de dos horas, dejarán de ser ellos para ser otros; es la magia de la escena.
Camino a su lado por donde no suele ir el público saludando a quienes me presenta, hasta el patio de butacas; ya sé dónde me sentaré. La sigo un ratito más. Llegamos a una puerta, la que separa la realidad, donde solo entran ellos, los magos. Me despido de Mamen, porque a quien veré dentro de un rato será a la Abuela de Billy.
Regreso sola a la salida escuchando el eco de ese escenario vacío que recuerda, que anticipa. Oliendo el inconfundible olor de los teatros: a tiempo y emociones.
Salgo. En una hora entraré para no ser yo; como ellos, seré otra: seré testigo de la vida de Elliot.
Ya estamos sentados, no hay ni un asiento sin ocupar. La gente habla, se crea esa tensión de antes de empezar lo que se ha venido a ver. Como los músicos, el público se prepara, se oyen voces, tonos, escalas, risas, hasta que se avisa que va a comenzar. Y comienza.
A partir de ahí, con los primeros acordes, las primeras conversaciones, te vas metiendo en esa vida para alejarte de la tuya. Es a lo que se viene; a olvidarte de ti, a ser ellos. Y eso lo consiguen desde el primer momento.
No es nada fácil contar los tres planos de la realidad de Billy en un escenario: el momento social de crisis, desplegado en las vidas de los mineros. Las relaciones de los miembros de la familia Elliot tanto entre ellos como con los demás mineros, y la trama que lo sostiene todo: ese posible futuro nuevo y sorprendente del hijo menor de los Elliot que desea algo impensable en esos momentos.
Esos tres planos dependientes entre ellos y, a la vez, separados, se logran representar perfectamente: la coreografía está supeditada a la historia y no al contrario. Los actores dominan tanto la interpretación, como la voz y el baile, todos son buenos: la profesora -Natalia Millán-, que hace saltar la chispa abriendo los ojos al niño, es una estupenda actriz, cantante y bailarina que le da al personaje la personalidad adecuada: dura y tierna.
El padre -Juan Carlos Martín- buen actor que sabe meterse en la piel de ese hombre tosco, que aun sin comprenderlo del todo, termina aceptando la ilusión de su hijo, hasta el punto de traicionar sus propias convicciones y las del otro hijo -Adam Jeziereski-, que no se lo permite y quien, aun queriendo cegarse por esa situación ya muerta, anima al hermano, creando un personaje rotundo y creíble.
La abuela -Mamen García- que da vida, de un modo genial y agridulce, a esa mujer que le tocó vivir la tragedia de tantas, pero sobrellevada desde las ganas de vivir y el humor, uno que, junto con la pianista de la clase de baile- Aránzazu Zárate- metida en ese personaje algo brutote y entrañable, y el amigo de Billy, Michael -Álvaro de los Santos-, brillante en su papel de ese otro niño distinto del resto, dan, los tres, el contrapunto al drama con un humor ácido y agudo.
Y por supuesto, Billy -Pablo Bravo-, que está en medio de todo sin quererlo y sabe ser el centro con su magnífica actuación; bailando es realmente bueno.
También mencionar a la madre -Noemí Gallego- con una voz increíble, al bailarín que hace de Billy adulto -Jerónimo Ruiz- con un número difícil y bien resuelto, a las niñas, a los policías, a los mineros. A todos y cada uno de los caracteres que están vivos gracias a quienes los interpretan.
Los números musicales, las coreografías envolventes donde se juntan varios momentos de la realidad, como la clase y la huelga, o el desespero de Billy y la carga policial, están muy logrados.
Los escenarios, sobre todo, el de la casa, son ingeniosos y nos meten donde quieren: en la vivienda de la familia, la calle, las aulas, el teatro londinense... Las luces, el sonido, todo ayuda a que no se note el trabajo duro de cada foco, cada vibración, cada espacio, cada nota. Sin olvidar a los músicos que son quienes, dirigidos por Joan Miquel Pérez crean, invisibles al público, la música: los grandes olvidados, a veces. Los grandes protagonistas de los musicales.
Ellos, todos y juntos, son quienes logran que la historia de un niño que desea bailar sea parte de nuestros recuerdos.
Gracias.