Dominar el tiempo, moverte por él hacia atrás, hacia delante, pasear por los siglos como quien anda por las avenidas de una ciudad desconocida, parándose en los escaparates a contemplar sin prisa, por ejemplo, la evolución de los mamíferos, el alzamiento de un pueblo, el nacimiento de la escritura o lo que fuese que se nos antojara. Tendríamos el tiempo a nuestros pies, no habría secreto inexpugnable ni teorías falsas: podríamos constatarlas todas, porque al dominar el tiempo, dispondríamos del que necesitásemos para asistir a cualquier acontecimiento.
Podríamos leer todos los libros escritos, recuperar los ejemplares destruidos por el fuego en Alejandría, conversar con los Griegos, desayunar con los reyes…, da vértigo. Es abrumador: todo aquí y ahora.
Otra ventaja sería que podríamos, a nuestra conveniencia, acelerarlo o frenarlo, según nos apeteciese. Ese aspecto es más prosaico, casero e intrascendente pero para nada menos útil y práctico, es más, yo diría que es el que se usaría con mayor frecuencia, al fin y al cabo, por mucho dominio sobre el tiempo que tuviéramos, no dejaríamos de ser humanos, es decir, seres especializados en nosotros mismos, no muy inteligentes y poco globales, salvando honrosas excepciones.
Así que ya veo al que domine el tiempo, después de haberse paseado por sus épocas predilectas y visitado a sus personajes históricos más admirados, usando su poder para adivinar resultados de quinielas, loterías, averiguar qué pondrán en un examen, acelerar momentos aburridos y detener los ideales, hasta que por duración ilimitada, dejen de serlo tanto y pasen al primer grupo; el de los aburridos.
Creo que es mejor dejar el tiempo como está, supongo que la imaginación es la mejor ayuda para dominar, no solo el tiempo, sino su ausencia.