La frase tan escuchada, y repetida, de que la realidad supera la imaginación, además de cierta, viene a mostrarnos realidades insuperables, de las que si te las inventases, la gente rechazaría por inverosímiles.
Estos hechos, que supe hace poco, vienen a demostrarme, de nuevo, esa afirmación.
El dictador de Rumanía, Nicolae Ceausescu, odiaba cualquier desorden de la Naturaleza, una especie de complejo del tirano: cómo se atrevía nadie, ni Ella, a desobedecer su estética. Odiaba las amapolas, con su rojo molestando en los campos de trigo dorados; las hojas secas de los árboles, supuestamente verdes; y vacas escuálidas pastando. No lo soportaba, y se actuó en consecuencia.
Por supuesto, no es nuevo que a los dictadores se les haya amoldado la realidad a su gusto, de hecho, es tristemente el principal deber de los sometidos.
En este caso, antes de que llegase de visita oficial, si había campos con amapolas, las cortaban una a una, si había vacas flacas, y tras lustrarles el pelo se notaba el pellejo, traían a las llamadas vacas presidenciales, unos animales gordos, sanos, que recorrían la misma ruta que el tirano, para que las viera y se sintiera orgulloso del ganado regional, y lo más absurdo: las hojas secas de los árboles se pintaban de verde, igual que pintaran de rojo los rosales de la Reina de Corazones en ese País de la Maravillas de Alicia cuando se plantaban rosas blancas, en vez de encarnadas, como deseaba su Majestad.
Aquí la fantasía supo anticiparse a la realidad.