Siempre se sabe, porque se sabe aunque uno quiera olvidar, que la vida no es algo seguro, ni estable ni complaciente, que se gasta unas bromas crueles, que, a veces, disimula regalándote algo, como para mantenerte a raya, contento, azuzando la esperanza como si fuese amable y te mimara.
Hasta que muestra su verdadera cara y viene a quitarte lo dado, añadiendo algún que otro daño colateral para crear mayor impacto en su demostración de aquí quien manda soy yo.
Y cuando se manifiesta de nuevo, tras la recuperación, o no, del golpe anterior, uno ya sabe que ha de afrontar, cómo hacerlo, y sin demasiadas quejas, escabullirse en lo posible a ese mundo que, con suerte, ha aprendido a crear paralelo a la realidad que llamamos vida.
Y a esperar. Todo pasa. De todo se puede hacer un universo.
Hasta que muestra su verdadera cara y viene a quitarte lo dado, añadiendo algún que otro daño colateral para crear mayor impacto en su demostración de aquí quien manda soy yo.
Y cuando se manifiesta de nuevo, tras la recuperación, o no, del golpe anterior, uno ya sabe que ha de afrontar, cómo hacerlo, y sin demasiadas quejas, escabullirse en lo posible a ese mundo que, con suerte, ha aprendido a crear paralelo a la realidad que llamamos vida.
Y a esperar. Todo pasa. De todo se puede hacer un universo.