La vida social es un entramado de falsedades a cualquier escala: banales, peligrosas, dañinas, estúpidas.
La verdad también nos la ocultamos a nosotros mismos; amenazas que desmontarían el precario equilibrio de esa red trenzada de conveniencias, hasta que nos estalla dentro, mostrando la propia conciencia olvidada. Si nos supera, nos hunde; si lo superamos, rasgamos el tejido falso, atando algunos hilos con ideas nuestras. Tan duras siempre. Tan necesarias.
No hay nada más aterrado que encontrarte ante una verdad sin lazos ni adornos, tal cual es.
Todo gobierno está basado en el engaño; lo que trasciende al público, no es real. Tampoco lo es lo que ocultan.
La verdad está escondida en la incapacidad de comunicar lo que sentimos, lo que somos, lo que anhelamos.
No por nada se les concede el don de la verdad a los niños chicos y los locos: viven aparte de la trampa mortal viscosa de las mentiras consentidas.