domingo, 30 de octubre de 2011

Mensajes vivos

Leyendo sobre el pueblo armenio, que también le tocó vivir el horror de su genocidio en este siglo pasado, supe historias de sus deportaciones contadas con esa magia, entre superstición y fe, característica de ellos; sus andares bajo el terror lo llevaron con una dignidad serena.
Una de las historias es la que fragmento ahora: para comunicarse entre las distintas zonas donde iban siendo arrastrados y ubicados utilizaron un método de lo más ingenioso.
Llamaban a uno de los niños huérfanos, los padres no les dejaban irse de su lado, que aún tuviera fuerzas y dándole comida para el trayecto y órdenes detalladas de cómo moverse por la noche hasta llegar el emplazamiento final, le limpiaban la espalda, y lo hacían tumbarse con los brazos en cruz. La piel sin grasa por la falta de alimentos era perfecta para hacer las veces del papel, le escribían con una pluma toda la superficie hasta la rabadilla, y el niño aguantaba el dolor, al principio más soportable, luego menos, de la punta de la plumilla rasgando su espalda. Una vez terminado el mensaje, se le ensuciaba la piel con lodo para que no se viese lo que llevaba si lo apresaban y lo mandaban al otro lado, con la advertencia de que si lo iban a coger se tirase al río Eúfrates, por cuyos márgenes iría hasta el campamento, para que mojada, la piel escupiera la tinta y nadie leyese lo que no tocaba. A la vuelta era el mismo proceso.
Mensajeros de mensajes vivos.

viernes, 28 de octubre de 2011

Relato: Sueños y Realidades

“No puedo. Lo siento, no insistas”. Jorge, dolido, sin entender muy bien por qué ahora que sí podían, ahora que las palabras dichas y los sueños compartidos durante más de un año en esa misma terraza, todos los jueves, iban a ser realidad, y nunca más esperanzas, ahora, ella le dijera que no. Un no rotundo; eso se siente. Ese “no” que cae en medio de todo rompiendo con estruendo cualquier posibilidad. La miró: sí, era ella, vestida con ese traje rojo que tanto le gustaba. No se atrevió a internarse en sus ojos verdes, le daba miedo no reconocerlos. Dejó que el silencio apartase el eco de la negación, muy presente sobre la mesa, ante esos cafés a medias aún, que nunca los apurarían; no había ganas de seguir tomándolos.

Había encontrado la manera de que sueño y realidad coincidieran. Ni su trabajo ni su familia ni su miedo al cambio le estorbaron, cada jueves vivía la vida que nunca pensó vivir: al lado de esa mujer que casualmente se encontró hace ya un año, ahí mismo. Pensó que el azar se había puesto de su parte y así se lo dijo y ella asintió, compartiendo idéntica sensación.

Y ahora era “no”.

Ella, de rojo, no se había esperado nunca esa propuesta de realidad. Solo quería vivir el sueño; lo que la mantenía viva. Su vida era anodina; casada con hijos ya mayores, con un trabajo vulgar, rodeada de conocidos que no la llenaban, que un día decidió ser otra, vestirse diferente, peinarse distinta y echarse a pasear y a hacer todo lo que ella, la otra, no hacía. Fue una experiencia intensa, gratificante, emocionante. Cuando llegó a su casa, se metió en su rutina pero aún temblando: tenía doble vida. Era quien quiso ser cuando empezó a soñar; decidida, arriesgada y temeraria. Y además, al siguiente jueves, cuando volvió a desdoblarse, ante un combinado extravagante, se le acercó él, Jorge, y como esa otra que era, entabló conversación y compartió una ilusión, viviéndola de verdad cada jueves.

Nunca creyó que él viniese con el sueño para convertirlo en real. Mientras se lo iba proponiendo, con entusiasmo y brillo en los ojos, ella veía a donde abocaría esa realidad; a la que ya tenía: días iguales, compromisos familiares, compras en el mismo barrio, domingos tediosos.

No iba a permitir que la realidad rompiera su doble vida, su ilusión de vivirla. Jamás dejaría que se estrellara contra los días con sus horas de verdad.

miércoles, 26 de octubre de 2011

Libros

A lo largo de la Historia, cuando cualquier dictador entraba en escena, una de las primeras cosas que hacía, entre matar, apresar, dictar sus normas y pintar el ambiente de terror, era la quema pública de libros.
Se obligaba a que sus nuevos ciudadanos llevaran a las víctimas a una plaza pública, emblemática a ser posible, para depositarlas en medio, se iba casa por casa para comprobar que nadie había escondido algún ejemplar; un libro más apreciado, el más releído, el que siempre nos consoló. Entran y registran y si se topan con uno solo, al dueño lo encerraban, y al libro se lo llevaban para engrosar la pila.
Una vez todos ahí amontonados, indefensos, sin poder hablar ni perpetuar sus páginas, a menos que se hubiesen memorizado como en la famosa novela de Bradbury, se les prendía fuego.
Hitler, Stalin, Mao entre otros se aplicaron bien en esto; no dejaron que ellos, los libros, contaminaran a su nuevo pueblo con ideas propias.
Ahora, en esta época, tampoco dejan que los libros nos contagien con su saber, pero son más astutos; no usan el fuego, sino los medios a su alcance para que sus súbditos ni se acerquen a ellos. Para eso está la televisión, el fútbol, la baja calidad de enseñanza y lo que vayan sacando.
Es más ladino y astuto, no crean mártires, y encima, funciona mejor.

martes, 25 de octubre de 2011

Relato. Vecinas

Los gritos se escuchaban cada día, daba igual la hora, la excusa, el motivo. Daba igual. Cada vez que él llegaba a casa, no se tardaba ni diez minutos en empezar a escucharse su voz, gritando, exigiendo, rompiendo la tranquilidad del salón de Ana, que vivía pared con pared y que no podía evitar escucharlo todo. Lo peor eran los llantos del bebé; no paraba de llorar, y eso irritaba aún más al padre.

Era por todo, él se enfadaba por todo: porque no estaba bien condimentada la comida, porque repetía menú, porque el niño no se callaba, porque el jefe le había llamado la atención, porque el estúpido del compañero no había hecho bien su parte, porque llovía, porque no llovía. Daba igual. Ella nunca alzaba la voz, intentaba amortiguar el malhumor, la irritabilidad del otro. Era un intento vano.

Ana se desesperaba, sentada en su sofá, por mucho que quisiera centrarse en la lectura, o en la película que estuviera viendo, o en los pensamientos que le rondaban continuamente sobre las decisiones tomadas, que le habían llevado a esa casa, lejos de otra que decidió dejar, pidiendo el traslado de oficina y el distanciamiento geográfico de donde ya no era feliz. Aún sumergida en sus pensamientos era imposible no salirse de ellos a cada grito, a cada puñetazo sobre la mesa, a cada susurro de ella intentando quitar hierro.

Un día más violento en gritos que los demás, Ana se asustó mucho; quitó la radio para atender mejor: nunca había escuchado que la pegase, pero no sabía por qué, siempre estaba pendiente de ese golpe. Creía que hoy podía ser el primero. Escuchó a través de ese tabique sonoro y se notó tensa; si acusaba cualquier signo de violencia física, llamaría a la policía. No tenía duda. Ni cuando vio a su vecina hace una semana, esperando el ascensor, no habían coincidido aún desde que se mudó. La reconoció por la voz suave, la misma que usara para calmar las tormentas. “Hola; ¿a cuál vas?” “Al séptimo”, “Igual que yo”, “Sí, somos vecinas. Me llamo Ana. Encantada”, “Ah, sí, eras la nueva, ¿no?, bueno, pues ya sabes, lo que necesites, llamas, ¿vale?”; “Muchas gracias, igualmente”. Y esas palabras las remarcó con muchísima intención, tanta, que se sintieron incómodas lo que quedó de trayecto en el ascensor. Ana miraba a su vecina en busca de señales de violencia en su cuerpo: un moratón, unas gafas oscuras, ropa más abrigada que la que se requería en este tiempo..., pero no encontró nada.

Y ahí estaba, preparada para intervenir, aunque fuera indirectamente. Sabía por experiencia que a nadie le gustaba que gente ajena interfiera en sus vidas, aunque estas sean más infierno que vida. El derecho a equivocarse es sagrado. Ella lo sabía bien. Aún tenía señales visibles de la última paliza de quien escapó.

Esperaría. No permitiría que a su vecina la hiciera nadie daño.

domingo, 23 de octubre de 2011

Zonas

Hay preguntas incontestables que seguimos haciéndonos, desde que aprehendimos que no somos eternos.
Una de ellas, es qué sentirá un suicida, por qué adelanta su final, hasta qué punto se arrepiente, cuando ya ve que no hay remedio, de haberse despedido de sí mismo antes de hora.
Los mitos y elucubraciones que se han acumulado a lo largo de la historia sobre ese momento entre la vida y la muerte son muchas y la mayoría hermosas; esa despedida de un estado al otro es lo que más cercano creemos tener; desde Caronte y su barca, las monedas sobre los párpados para pagar el peaje, incinerar el cuerpo para que el humo llegue mejor, enterrar los restos con todos sus bienes y mascotas para que no esté solo cuando despierte en la otra orilla, hasta esa luz que dicen se ve al final de un túnel oscuro donde se proyecta la vida que se vivió, pero esta vez con sentido.
Es como si creyéramos que en esos segundos en los que todavía no morimos pero ya no vivimos, nos dieran la clave: saber antes de desaparecer, o saber que nunca dejaremos de recordarnos. Una última concesión a nuestra capacidad humana de ser uno mismo. La que nos da miedo perder en la Nada.
Por eso, uno que ha acelerado el proceso, a la fuerza, ha de experimentar algo diferente, ya que antes de dar el paso, pertenecía al otro lado, vivía desde él, y ni la vida con su fuerte instinto, le recuperó: ya había cruzado el margen antes de atravesarlo.
Ese instante de tránsito, donde se crean fantasmas y aparecidos, es una zona para soñar que vives, si ya has muerto o que moriste si aún estás vivo.

sábado, 22 de octubre de 2011

Normas

La semana que viene, de nuevo, manipularemos el tiempo; los relojes marcarán otra hora, nos situaremos más lejos del sol, oscurecerá igual, pero en nuestra apreciación, se hará de noche antes. Qué fácil parece así mover el Tiempo, es solo cuestión de ponerse de acuerdo. Aquí no valen opiniones, se pueden tener, claro, pero acatando la orden. Se mueven las manecillas y punto. Como con los semáforos, en rojo paras, o las consecuencias son tan obvias que nadie cuestiona el no hacerlo.
Es triste que solo nos pongamos de acuerdo en normas tan básicas, en aquellas en las que ir en su contra nos perjudica: no se puede ir una hora, antes o después, desacompasado con el resto; no se debe tentar a los colores...
Pero en cosas más vitales, importantes y trascendentes, las opiniones nunca se aunan solo marcan más las diferencias.

jueves, 20 de octubre de 2011

Silencio ruidoso

El silencio es un estado difícil de conseguir, en la ciudad casi imposible, ni en las horas más entradas de la noche, donde los camiones de riego van avanzando despaciosamente mojando el asfalto, limpiando las calles del día, del ajetreo. O pasos que resuenan con fuerza por el eco de la luna. O algún que otro grito alcoholizado.
En la propia casa, el silencio está roto por miles de ruidos, crujidos, vecinos que se acuestan tarde, el disparador de la luz del rellano, el goteo de un grifo.
El campo, por mucho que se piense lo contrario, es aún más ruidoso; todos esos animales nocturnos que reviven con la negrura bajo el fresco sin sol, son de lo más escandalosos e inquietantes; ese ulular, gruñido, croar o rascar. Esos pasos suaves, nerviosos, de algo que no ves pero sientes recorrer al lado.
Y el viento, el viento que suena a través de los árboles de día y noche, que cuando encuentra oquedades canta, como cuando se mete juguetón entre botellas o agujeros entre piedras, dependiendo de la zona.
Y lo que más escándalo hace: el propio silencio; que zumba con ese sonido suyo, cuando nada viene a molestarlo y él mismo se anula.

martes, 18 de octubre de 2011

No se piensa

Pensar por uno mismo siempre es difícil, cuando se empieza a hacerlo, o se debería, se tiene unos trece o catorce años y hasta tú mismo te das cuenta de que tus ideas son meras mezclas de muchas; ese amigo que admiras, restos de las de los padres, tímidas aportaciones de un pensamiento propio incipiente... pero son distintas a las que antes pensabas, eso sí lo notas. Y lo coges y vas limando, quitando lo que sobra, leyendo sobre lo que quieres saber desde las bases y asombrándote de todo, ya que las raíces son siempre increíbles, sobre todo, cuando has visto primero las ramas, las hojas, las flores, y creces, y te afianzas en tu visión de las cosas, cada vez más tuya, cada vez menos entreveradas de otros punto de vista. Y sigues, y para ello nunca dejas de curiosear, dejarte sorprender, y la inflexibilidad la rechazas por lo que tiene de corsé limitador, y junto con tus pensamientos, van tus actos, y cada año son más afines, y si no, paras y miras y cambias.
Eso es lo que tendría que ser. Pero me temo, que la adolescencia, ahora mismo, solo es una excusa para que al gritar, tus padres te justifiquen porque las hormonas van locas. Lo que va loco es otra cosa.

lunes, 17 de octubre de 2011

Cuadro en blanco

Es curioso que se diga que un artista llega a la cima de su creación cuando alcanza, por ejemplo: un pintor, un cuadro en blanco; un escritor, una frase mínima con la quintaesencia del todo; un músico, tres notas condensadas en ellas la música de las esferas.., es decir cuando lo que creas roza la Nada: la esencia del todo dicho con nada.
Puede ser, sí, a lo mejor la búsqueda de uno mismo, de la vida a través de la disciplina elegida, del porqué de las cosas, nos lleve de la ilusión de crear, a crear investigando y desplegando todas las etapas, para acabar donde se empezó: en nada. `
Quizá el recorrido valga la pena, porque ciertamente, no se vuelve al mismo punto, se ha dado la vuelta al mundo, al propio universo, y si se parte sin nada para regresar con nada, no se puede negar lo mucho que se vio de todo.

sábado, 15 de octubre de 2011

Titanic

Se dice que en el hundimiento del Titanic, entre el caos; la búsqueda frenética de unos con otros, mantener el orden riguroso y privilegiado de las personas destinadas a intentar salvarse en esos botes salvavidas insuficientes, no por falta de dinero sino por exceso de orgullo en el diseño de un barco que se creó para no naufragar, se dice que los músicos nunca dejaron de tocar y los camareros jamás dejaron de servir los canapés en bandejas acercándose a las personas con su amable frase, tranquilizadora por lo cotidiano y nada extraordinario, de "¿quiere uno?".
Supongo que eso solo ocurrió, como la salvación, en la cubierta de los de primera clase, donde un cuarteto de cuerda y emparedados de pepino y crema de salmón eran la oferta. Abajo, con las puertas bloqueadas, los de segunda y tercera, no serían amenizados ni con cuerdas ni con delicatessen alguna.
Tampoco sobrevivieron muchos de esa zona para contar la crónica de ese accidente increíble, posible tan solo por la conjunción de varios elementos: la Naturaleza, que siempre esconde lo más terrible bajo la superficie; la falta de pericia y confianza del capitán y la soberbia humana que sobrevaloró su capacidad.
Una tragedia que repetimos a diario.

viernes, 14 de octubre de 2011

Reseña. Quién parpadea teme a la muerte

La editorial Minúscula ha sacado otro gran título: “Quien parpadea teme a la muerte” de Knud Romer, un autor danés, nacido en 1960, que estudió en Copenhague literatura comparada, y que ha publicado ensayos, realizado guiones (incluso actuó en la película “Los Idiotas” de su compatriota Lars Von Trier) y cuya primera novela, esta, ha traspasado fronteras y abierto debates.

Quien parpadea teme a la muerte, es una novela que denuncia sin denunciar, es decir, expone sin juzgar, la injusticia de los vencedores, Dinamarca, con los vencidos, Alemania. Es la biografía de un niño que nació de una alemana y un danés, y de las vidas de sus abuelos, de su familia próxima, de la historia reciente, para él ya pasada antes de nacer, que le marcó más allá de él mismo. Una herencia injusta.

Nos presenta la vida terrible de sus abuelos maternos y paternos, unas vidas que habrían sido plenas y llenas de éxito, pero que fracasaron estrepitosamente ante circunstancias ajenas a ellos: está el abuelo visionario, que tristemente, se adelantó a sus visiones, no pudiendo realizarlas; la hermosa abuela que perdió su belleza en una explosión y solo le quedaron las lágrimas para seguir adelante. Su padre, danés, que al casarse con su madre, alemana, tuve que ver cómo sus privilegios se iban acotando hasta el mismo ostracismo. Y la madre que por amor, salió de su país, un país en el que había combatido activamente contra el nazismo, ese del que la van a acusar simplemente por ser alemana, con el desprecio eterno del pueblo donde se instaló y donde creció el niño que nos cuenta, lo que al ir creciendo, observa, aprende, escucha y repudia. Un pueblo tan pequeño que si no tienes cuidado, puedes salirte de él antes de entrar y donde transcurrió una infancia llena de odio por parte de los niños que le acosan, de la gente que les marca distancias, de los abusos de unos vencederos que no quieren mirar más allá de su odio, y donde no tiene más remedio que crecer en una familia aislada, que hace todo lo posible por pretender que no sucede nada, creando un espejismo de tres, que él, por amor a la madre, ayuda a fomentar.

A lo largo del libro, con una narrativa sencilla, hermosa y muchas veces emocionante, vamos creciendo con ese niño que ve y sufre una realidad que ha de esconder cada vez en casa, que toma consciencia de quién es por quiénes fueron sus abuelos, sus padres y el trocito de Historia que hubieron de vivir. Nos muestra las debilidades y grandezas de unas gentes que quedaron sin futuro a pesar de los esfuerzos por seguir adelante.

miércoles, 12 de octubre de 2011

Juegos

Hay juegos peligrosos, de los que al jugarlos, pierdes aunque ganes. Son todos aquellos que tienen que ver con las emociones de los demás. Hay gente manipuladora que se mete en ellos sin más consecuencias que su propia alma, que ya hace tiempo perdieron en las apuestas. Suelen ser personas frías que se disfrazan de cálidas, mentirosas que dicen contar verdades, egoístas que lo dan todo en un principio, hasta que tienen abierto el camino que buscaban.
Día tras día veo los naufragios de esas víctimas rotas, que todavía no acaban de entender que les mintieron, que se llevaron sus sentimientos, ilusiones, fe, dinero... y no asimilan que los lobos se siguen disfranzando de corderos. Y en este juego, no hay sexos: todos juegan.

martes, 11 de octubre de 2011

Sexta dimensión

Muchas veces me ha sucedido creer ver entre la gente personas conocidas, eso es normal, pero lo extraño es que pienso que es mi amiga pero de cuando nos conocimos en la infancia; veo a esa niña que fue, y hasta la saludaría, antes de que el sentido común me frene; es imposible que sea ella, ha crecido, ya no es así.
O a veces también me engaño con personas que ya no respiran o lo hacen en ciudades disitintas, aunque aún así suceden casualidades como sí ver entre el gentío a una conocida en una ciudad lejana para ambas; ninguna de las dos paseaba por su ciudad. Y sí era ella.
Eso solo hace que se ratifique la idea de que a lo mejor, también esa niña es quien fue, o esa figura que anda igual que aquel que murió, sí lo sea. Que sean espejismos vivos y reales, de apenas unos segundos que mi retina y mi recuerdo materializan. ¿Por qué no? Todo puede ser. Los sentidos nos engañan durante unos segundos, justos los necesarios para que la realidad venga a imponerse, mientras tanto, cualquier cosa es posible.
Menos mal que tenemos esa sexta dimensión, la que existe en ese espacio de tiempo entre la realidad y la imaginación.

lunes, 10 de octubre de 2011

Sueños corrompidos

¿Hasta que punto una ilusión obsesiva puede dejarte exhausto, incapaz de vivir más allá de ella?
Quiero decir, siempre se ha de tener una meta, un sueño, pero cuándo se ha de saber que nunca se hará realidad, cuándo hay que dejarlo, apartarlo de uno, convertirlo en un recuerdo que no duela, que no estorbe, que no nos obsesione, que nos deje construir nuevos sueños, unos que sí se logren. Saberlo es parte del fin, mucha gente no quiere que termine ese estado irracional, y por eso no quiere verlo morir.
Pero mucha otra, no se atreve a dejar atrás esa ilusión porque tiene miedo a quedarse vacío, solo, pobre...
Es un error prolongarse en una mentira, en un sueño muerto, que no nos despierta sino que nos sume en la negrura de lo imposible, y nos aleja de otros caminos.

sábado, 8 de octubre de 2011

Ternura y hambruna

Este Fragmento lo llevé al acto del 24 de septiembre pasado: 100.000 poetas para el cambio, donde se leían simultáneamente en más de cuarenta países, los textos de cada uno de los escritores invitados. Lo vuelvo a editar aquí, porque me lo han pedido, para no buscarlo entre los días y no perderse en el tiempo.

Gracias por leerlo de nuevo.

Ternura y hambruna

Una de las cosas más terribles y tiernas de las que me he enterado hoy, como podía haberme enterado ayer o nunca, es un recurso de madre en tierras pobres, y de hambre, aunque más que de hambre, de hambruna.
El ingenio se agudiza cuando lo básico escasea, siempre. Los resultados pueden ser peligrosos, risibles, válidos, brillantes, pero éste en especial, me pareció de una ternura tristísima.
La madre pone a los pequeños sentaditos alrededor de un fuego, en el fuego coloca un puchero, lo llena con agua, y lo va removiendo con la cuchara de palo, rato y rato y rato, y les cuenta lo buena que va a ser esa sopa, y les enumera lo que echará en ella, y sigue moviendo la cuchara y los niños hambrientos siguen sus evoluciones, calentitos por el fuego, arrullados por la voz de la madre, dulce, envolvente, hipnótica... hasta que se duermen, y ya en los sueños, ella quita la olla y al despertar los niños están contentos porque soñaron que habían comido.


Sí, es un truco tierno, emocionante, terrible...

viernes, 7 de octubre de 2011

Puntitos

Todos queremos llenar los huecos, ya sean estos intelectuales, emocionales, o vitales; la mente humana tiende a rellenarlos, no aguantamos demasiado bien ni la ambigüedad ni lo inacabado, cerramos las historias como cada uno queremos, entendemos o podemos. En esto hay un peligro, del que nadie se libra, que es cerrarlos mal. Ver lo que no hay y creernos nuestros propios cierres, siendo la mayoría, falsos.
Si vemos unos puntitos que acotan un espacio en forma de cuadrado, vemos un cuadrado -o la forma que sea-, pero no lo es, solo son puntitos en sucesión. En este caso no sucede nada, pero cuando unimos los puntos en relaciones, emociones, acontecimientos vitales o ilusiones, la figura geométrica que resulta, puede ser peligrosamente irreal, y si actuamos en consecuencia a lo que nos imaginamos, el desastre puede ser mayúsculo.
Nuestra mente ocasiona que a veces, la vida tenga colores y formas que no corresponden, con lo que nuestros actos se irán alejando cada vez más de esos puntitos en los que nos hemos empeñado en dar un sentido final erróneo. No hay que fiarse demasiado de nada.

miércoles, 5 de octubre de 2011

Información

Leyendo cómo estaban las cosas hace tiempo, se constata que lo que sucede ahora no es nuevo para nada. Las crisis son cíclicas, las variables históricas dan, quizá, el tono diferente, aunque siempre el mismo, y las gentes nos movemos exactamente igual: están los que se dejan mover, los que protestan porque les guían, los que no hacen nada porque se inhiben, los que sí lo hacen pero a su modo, los que ayudan a que se agrande el problema, los que lo ven venir de lejos y se quedan para testimoniar o se van porque no creen poder con ello...
Ahora veo gente iluminada que se lo traga todo, o se sorprende con cosas básicas, o sigue premisas de lo más facilonas o simplemente se tira a la calle porque no tiene nada mejor que hacer y se siente parte de un algo, pero pocos miran más allá del bombardeo informativo, desde un lado y desde el otro. Pocos analizan, razonan y buscan un sentido último, útil y razonable.
Saldremos de esta, como salimos de las demás, pero eso sí: esta historia aún no está escrita, la marcaremos nosotros.

martes, 4 de octubre de 2011

Extraño

La infancia es un universo extraño; de niños nos llegan solo jirones del mundo adulto, retazos incomprensibles a los que vamos dando significado, a nuestro modo, con ojos inexpertos de personitas que no entienden unas normas más allá de lo superficial, así que repetimos, a modo de juego, lo que vemos, siempre mitificando a los adultos más cercanos a nosotros, por esa necesidad vital de agradar y que nos acepten.
Además de la poca información que tenemos de lo que vamos descubriendo, o por eso mismo, empezamos a aplicar nuestra propia lógica, nuestros esquemas vitales y reestructuraciones, que irán cambiando con respecto a nuestro crecimiento, iremos contrastando lo que creímos con lo que la realidad, a veces con mucho dolor, nos presenta.
La primera vez que nos topamos con una injusticia, comprobamos que nuestra idea era errónea o vivimos sin nuestra protección de fantasía, es cuando comenzamos a salir de ese mundo, único, terrible y maravilloso de la niñez: el que nos espera será menos luminoso, pero en él hemos de, no solo crecer, sino ser.

lunes, 3 de octubre de 2011

Un gato

Una anciana va caminando con un gato negro de ojos muy azules, enredado entre sus piernas, ella va feliz, vestida de claro, con su bolsa de la compra llena de verduras que sobresalen, hablando con el minino, "No, no vayas tan deprisa"; y el gato la mira y desacelera la marcha. La mujer le pregunta que si se había fijado en Doña Luisa, que ya no anda tan tiesa, y qué mala es la vejez y sus achaques, ¿verdad?, y el gato mueve su hermosa cabeza hacía ella para luego, tranquilamente, seguir andando.
El diálogo entre mujer y gato me asombra, primero porque la anciana está totalmente convencida de que el animal la entiende, y segundo, porque, efectivamente, tal como se comporta, sí parece hacerlo. Hasta que ella ve un coche que ante el paso de cebra, va más rápido de lo que debería si fuese a parar, y sintió cómo el gato, quizá por algo que vio, se lanzaba a cruzar. "No lo hagas, no corras, quédate aquí, que te atropellará. Para". Pero el gato no la entendió. Cruzó. El coche frenó, la mujer, alterada no sabía a quién reñir más, si al conductor o al gato, que al fin y al cabo, solo era eso; un gato. Pero parecía tan humano en su complicidad con ella.

sábado, 1 de octubre de 2011

Noche

Pasear por una gran ciudad cuando todos duermen, cuando ella misma sueña, cuando el ruido de tus pasos retumba sobre sus calles molestas por la interrupción del silencio, y observas que las pocas personas, que como tú están perturbando la calma, te miran como tú a ellas; con recelo, por si acaso, apurando el paso, pensando unos de otros, que vaya qué horas de andar por ahí, y te sonríes al ser consciente que das el mismo temor viendo cómo aceleran su marcha. Algún que otro borracho, afónico y solo, increpando a los dioses, a sus miedos, a las gentes que él ve reales, pero que ni en las sombras llegas a ver, gritando sus reproches, viviendo en su mundo único y terrible.
Los edificios negros, poco iluminados por las farolas amarillentas que convocan con su pobre luz a cientos de insectos solo para chocar una y otra vez contra ellas, aún siendo los mismos, no lo son; su aspecto es completamente diferente, más sosegado, siniestro en algunos casos, cambiados en todos.
El aire que se respira es otro, más fresco, sin la carga de tener que ser compartido; hay más, no le llegan los humos del tráfico, los pocos coches que atraviesan las calles, son taxis que paran la marcha cuando te ven, por si quisieras usarlo, y dejar de pisar las calles vacías de una ciudad dormida.