“No puedo. Lo siento, no insistas”. Jorge, dolido, sin entender muy bien por qué ahora que sí podían, ahora que las palabras dichas y los sueños compartidos durante más de un año en esa misma terraza, todos los jueves, iban a ser realidad, y nunca más esperanzas, ahora, ella le dijera que no. Un no rotundo; eso se siente. Ese “no” que cae en medio de todo rompiendo con estruendo cualquier posibilidad. La miró: sí, era ella, vestida con ese traje rojo que tanto le gustaba. No se atrevió a internarse en sus ojos verdes, le daba miedo no reconocerlos. Dejó que el silencio apartase el eco de la negación, muy presente sobre la mesa, ante esos cafés a medias aún, que nunca los apurarían; no había ganas de seguir tomándolos.
Había encontrado la manera de que sueño y realidad coincidieran. Ni su trabajo ni su familia ni su miedo al cambio le estorbaron, cada jueves vivía la vida que nunca pensó vivir: al lado de esa mujer que casualmente se encontró hace ya un año, ahí mismo. Pensó que el azar se había puesto de su parte y así se lo dijo y ella asintió, compartiendo idéntica sensación.
Y ahora era “no”.
Ella, de rojo, no se había esperado nunca esa propuesta de realidad. Solo quería vivir el sueño; lo que la mantenía viva. Su vida era anodina; casada con hijos ya mayores, con un trabajo vulgar, rodeada de conocidos que no la llenaban, que un día decidió ser otra, vestirse diferente, peinarse distinta y echarse a pasear y a hacer todo lo que ella, la otra, no hacía. Fue una experiencia intensa, gratificante, emocionante. Cuando llegó a su casa, se metió en su rutina pero aún temblando: tenía doble vida. Era quien quiso ser cuando empezó a soñar; decidida, arriesgada y temeraria. Y además, al siguiente jueves, cuando volvió a desdoblarse, ante un combinado extravagante, se le acercó él, Jorge, y como esa otra que era, entabló conversación y compartió una ilusión, viviéndola de verdad cada jueves.
Nunca creyó que él viniese con el sueño para convertirlo en real. Mientras se lo iba proponiendo, con entusiasmo y brillo en los ojos, ella veía a donde abocaría esa realidad; a la que ya tenía: días iguales, compromisos familiares, compras en el mismo barrio, domingos tediosos.
No iba a permitir que la realidad rompiera su doble vida, su ilusión de vivirla. Jamás dejaría que se estrellara contra los días con sus horas de verdad.
Ese “no” que cae en medio de todo rompiendo con estruendo cualquier posibilidad.
ResponderEliminarSolo cuando asumes ese "no", distingues el sueño de la realidad, y puedes seguir contigo: soñando dormida, viviendo despierta.
los "noes" han de ser escuchados... al igual que sus opuestos los "sies", ambos pautan el ritmo..
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