Ese sentimiento entre desplazado y tímido que experimentamos cuando estamos inmersos en sucesos no cotidianos, es agridulce; nos ponemos a prueba a nosotros mismos y comprobamos el grado de adaptación que tenemos, integrándonos pasito a pasito entre lo y los desconocidos, nos aventuramos a reconocernos conociéndonos a través de otros, hablando sin firmeza al principio, casi sin voz, fijándonos en todo para no desentonar, asimilando el ambiente, y mimetizándonos en él. Es inquietante, es una desazón no del todo desagradable, que nos mantiene en vilo hasta que cogemos confianza y soltura y esa esquina ya no nos es extraña, ni ese rostro desconocido ni esa voz ajena. Nos integramos, somos ya de ese trocito de mundo y crecemos. Siempre crecemos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario