viernes, 6 de enero de 2012

Seis de enero

"Si no te duermes, no vienen. "¡Tú qué sabrás!". "Más que tú". "Shh, a callar los dos. Es hora de dormir de una vez". "¿A qué no vendrán si no nos dormimos?" "Y si no os calláis tampoco".

Es un diálogo recurrente y universal, esta noche pasada lo habrán podido escuchar las paredes de casi todas las casas. Ellas sí saben lo que sucederá, han asistido pacientemente a esas conversaciones durante generaciones, han visto cómo los padres de ahora, niños de entonces, espían a sus retoños comprobando que ya pueden, con mucho cuidado al principio para no despertarlos, luego se van despistando en sus cuidados, sacar bolsas y colocar los regalos que los hijos pidieron en su carta, nerviosos y preocupados de ser buenos, de que se los traigan y que agotados por tanta expectación, sueñan sin sueños mientras los padres de ahora ríen bajito y van montando la escena de cada mañana de reyes: beben de lo que han dejado antes para los camellos y reyes, rellenan de caramelos los zapatos dejados bien limpios para que sepan que hay niños en la casa, y recuerdan cómo se despertaban ellos de ilusionados y asustados para enfrentarse a ese salón cerrado, sin saber aún si habrá llegado lo pedido, si uno se puede fiar o no de los sueños, de las promesas, de uno mismo y de los demás. Y abres la puerta, y ahí está: sí puedes fiarte.
Eso hará que cuando sepas que no siempre es así, en el fondo, mantengas la esperanza. Las paredes lo saben por eso callan y no dicen nada.

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