Detrás
de una puerta hay otra que abres y que da a un pasillo largo y eterno
que comienzas a recorrer, las piernas se cansan pero la mente insiste y
no las deja flaquear, las distrae pensando en cualquier cosa, y cuando
menos te lo esperas, cuando ya iban solas, llegas al final de ese
interminable corredor donde quizá hayan transcurrido años, siglos
mientras lo recorrías. Te encuentras con que hay otra puerta. La
intentas abrir pero no cede. Estás un rato maniobrando el pomo y hasta
la golpeas con el cuerpo, pruebas con los insultos, pero no hay caso: no
se abre. Miras a tu alrededor pero solo están las paredes que crean el
pasillo por donde viniste. Se te pasa por la mente regresar. Los pies
aún duelen, la mente rechaza la idea. Te sientas, después de haber
intentado de nuevo abrir la puerta que impide que avances. Puede que
hasta caigas en un duermevela que te sumerja en la sensación lejana de
que habías abierto una puerta que conducía a otra y que esta daba a un
pasillo kilométrico que terminaba a su vez en una puerta cerrada donde
te acurrucabas a soñar.
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