Somos invisibles, todos, unos más que otros.
Cuando se nos ve, o ya no lo necesitamos, o es tan breve, que esa visibilidad se desgasta en el recuerdo.
Buscamos que se nos vea porque vemos a los otros, que a su vez, se creen invisibles.
Y es que esta invisibilidad nuestra es caprichosa, tirana; nos obliga a buscar un cuerpo, una postura, unas actitudes, que, si son impostadas, logran que se nos vea todavía menos.
Ese no ser visibles, esa invisibilidad de los otros, ese relego a la nada, no es tan terrible si nosotros sí nos vemos.
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