Si pudiera pasar las vacaciones dentro de un libro o película, obra de teatro, serie, dibujos animados, una canción, si pudiera ser real lo que tantas veces imaginé real, sería aterrador y nada fácil de elegir: adónde ir, a cuál optar tras haber estado en todos y cada uno de los libros leídos, películas vistas o música disfrutada.
Porque ir a ellos no sería
como siempre fui, siendo los personajes, sino yo: mis vacaciones en sus mundos.
Repito, aterrador, y a la vez, estimulante, como todo lo terrorífico.
Sería estar ahí sin que se
me notara, disfrutando su mundo sin romperlo, como dicen que se trastoca el
futuro si vas al pasado y modificas algo.
Con esa libertad de no
quedar entre las páginas me encantaría pasear por el patio de butacas,
mezclarme con los espectadores, exigiendo que un escritor me dé sentido,
consiga meterme en una obra, en la vida, ser Personaje en busca de autor:
vacaciones de mí misma.
O tomaría prestada la Máquina
del tiempo de H.G. Wells para ir más allá de ese mundo antipático y cruel de
los Morlocks, y viajar a todas partes, o mejor aún, entrar en la TARDIS del
Doctor Who y tener las vacaciones que de verdad querría, visitar los espacios
en distintos tiempos: ir al Londres de Jack el Destripador, al Egipto de las
Pirámides, a la Grecia de Homero, al Bagdad de Las mil y una noches, a la
Venecia de Mann.
Y el último día de
vacaciones lo prolongaría en Macondo, observando cómo trascurren Cien años de
soledad.
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