Mucha
gente se me sorprende cuando contesto a la pregunta hecha por ellos
mismos de si me gusta la Navidad o de con quién me reuno a comer o cenar
ese día, o días, porque digo que en realidad, me da igual que sea o no
Navidad, que yo vivo el tiempo a mi modo, siempre caótico, y en absoluto
tiene que ver con el calendario, que no me siento a la mesa con nadie
de mi familia, que suelo irme de viaje aprovechando los días libres, que
no los voy a perder en compromisos a los que de niña no pude eludir, y
que ahora, gracias a esto de crecer, sí puedo. Decido dónde, con quién y
cuándo estar, comer y viajar.
Sí, algunos me miran con espanto, otros con pena, muchos con escepticismo. Pero pocos me comprenden.
Los días, las fechas deberían ser más íntimas, no tan todos-a-una. Yo celebro lo que quiero cuando quiero, ni la salida del año me interesa, ni comer con quienes no ves más que ese día ni sentir ese supuesto espíritu solidario justo, y solo, en estos días.
Nadie debería hacer nada por mandato del calendario, sino solo cuando verdaderamente se sienta. Huyo de las fechas impuestas, embutidas con calzador.
Sí, algunos me miran con espanto, otros con pena, muchos con escepticismo. Pero pocos me comprenden.
Los días, las fechas deberían ser más íntimas, no tan todos-a-una. Yo celebro lo que quiero cuando quiero, ni la salida del año me interesa, ni comer con quienes no ves más que ese día ni sentir ese supuesto espíritu solidario justo, y solo, en estos días.
Nadie debería hacer nada por mandato del calendario, sino solo cuando verdaderamente se sienta. Huyo de las fechas impuestas, embutidas con calzador.
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