Según
el Tao, el libro del Camino, la no acción es la más positiva; el hecho
de saber esperar, no afanarse, da mejores resultados que ir a todas
partes sin más.
"Cuando nada se hace, nada queda por hacer",
también dice; "La verdadera sabiduría se alcanza, dejando que las cosas
sigan su curso. Nada se logra interfiriendo".
Visto con los ojos
de Occidente suena extraño, rozando incluso el desacato, codeándose con
la pereza y el desánimo. Pero visto con los ojos rasgados de Oriente,
no. Para nada es una incitación a la inactividad, a no ser dueños de
nuestros destinos, a dejarnos en manos de quien sabe quien. No. Es más
bien la serena certeza de que hay que saber que la realidad se nos
escapa de las manos, la humildad milenaria de entender que el afán
humano no depende sólo de nosotros, sino de todos, como fichas de dominó
que se colocan una detrás de otra y que al tirar la última, por
arrastre, hace que caiga la primera, que además, no sabe por qué cayó:
No hizo nada. Sólo estaba allí. Como todos nosotros, que estamos donde
estamos y hacemos lo que hemos de hacer, con todas nuestras fuerzas.
Pero
hay un punto en el que hay que saber esperar, porque ya no depende de
nosotros, sino del resto del juego. La no acción, en este caso, es
aguardar serenamente, con sonrisa milenaria, a que las demás fichas
caigan y nos vuelvan a situar para renovar fuerzas y seguir adelante con
nosotros mismos.
Aquí, sin más poesías, se le llama suerte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario