Es divertido jugar a desorientarse: ir al mismo sitio de siempre por otros caminos, romper el orden de la rutina y perderse la eficacia de lo automático, andar de espaldas o mirando un espejo que refleja el techo, sintiendo que has de evitar pisar lámparas, a pesar de no tenerlas bajo los pies sino sobre la cabeza.
Es esencial darle la vuelta a lo que creemos bien puesto, agitar lo inamovible, encontrar nuevos puntos de vista, acercarse a lo lejano, alejarse de lo cercano. Descolocar al cerebro un ratito para que no se acomode demasiado.
Ni nosotros.
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