martes, 15 de mayo de 2018

Reseña de En esa delgada línea

RESEÑA DE TINO PERTIERRA


El juego de las memorias que Eva Monzón emprende con “En esa delgada línea” un atrevido viaje literario de narraciones cruzadas.
Todo un desafío. Eva Monzón muestra en En esa delgada línea “cómo nos narramos lo que sucede, lo que nos pasa, dando así sentido a lo vivido, aunque no sea lo que ocurrió, de hecho, no suele serlo. Inventamos sobre la realidad, una que se nos revela como real al contárnosla y contarla. La necesidad de dar sentido al sin sentido de la vida es tan humana como falsa: nunca somos los mismos, como pasa con los ríos de Heráclito en su devenir, pero necesitamos crearnos una identidad donde sentirnos reales, sentirnos yo. La memoria es un juego de narraciones auto contadas que nos va configurando, y que vamos cambiando”.
Ese laberinto está llevado al límite y, además, intenta también “mostrar que existe un lugar, más allá de los opuestos, que los contiene a ambos, es decir, existe esa delgada línea donde aún se es de noche y de día, se odia y se ama, se vive y se está muerto. El narrador de la novela está inmerso en varios opuestos, y junto con él, su memoria es un caos de historias prestadas que confunden lo que se quiso contar para evitarse enfrentarse a él mismo”.
Somos lo que nos contamos, atención, “aunque lo que nos contemos, no haya sido. El protagonista tiene unas características muy peculiares, y pronto nos enfrentamos, junto a él, a sus dudas, sus necesidades, sus historias, porque necesita entender, situarse. Comienza contando las vidas de las víctimas que un asesino mató a tiros hasta que lo pararon. Desde ellas, se va creando un entramado donde vienen otras a trenzarse, siendo el narrador el receptor de todas, porque al estar en coma, ni aquí ni allí, hace las veces de un aparato receptor libre para sintonizar las historias de los que no quieren desaparecer, de los que quieren contarse, ser, aunque sea a través de él”.
Ese juego de memorias, “donde él mismo no sabe bien quién es, ni que hace allí, se abre desde las reflexiones que va haciéndose al escribir sin escribir, porque no puede físicamente, sobre lo real y lo irreal, sobre la verdad y la mentira, sobre quienes somos sin nosotros, sin nuestras historias, sin la memoria que nos une en una consciencia supuestamente conocida y familiar: el yo. Él pasa de la ficción a la realidad con facilidad, crea personajes basándose en personas que son o fueron reales, porque lo que busca es saber quién es,
por qué está en coma, por qué no recuerda”.
Por eso “decide escribir sin hacerlo lo que ahora tiene como verdadero, y vamos viendo mientras se desarrollan esas historias cómo va dudando, cómo manipula, y cómo, cuando finalmente descubre lo que parece la verdad, busca esconderse de nuevo en la mentira de los recuerdos no recuperados. Un poco lo que hacemos todos, versionar nuestras vidas para salvaguardar la imagen que tenemos de nosotros mismos, una que intentamos elevar y embellecer a toda costa. La verdad duele tanto que no se la suele mirar a los ojos. En este caso, la mira a través de las historias de otros".


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