Ser uno mismo está mal visto, siempre lo ha estado.
Solo si se trasciende, una vez muerto, o encumbrado por los medios, se admira esa originalidad, esa valentía por haber seguido las pautas propias.
Un reconocimiento que siempre llega tarde, los ánimos se necesitan en la duda, en la incertidumbre.
Hay iconos, porque ya no son personas, que por lo que sea, se inmortalizan, se adoran, se tratan como ejemplos.
Un modo de asimilar esa vida a contracorriente a la normalización cómoda de todos.
Un privilegio dudoso del que, puede, los adorados renegaran si pudieran.
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