Dar de comer miel a los cerdos, siempre ha sido una expresión que me ha llamado la atención, incluso la veía divertida. Hasta que la entiendes realmente. Entonces, no solo deja de hacerte gracia, sino que angustia.
Ese dar algo precioso para uno y ver cómo lo desprecian con una indiferencia olímpica, cansa. Aunque hasta llegar a ese cansancio hay que pasar por varias etapas.
La primera es de estupor, crees que no comprenden bien el sabor, la textura, con lo que insistes en el tema.
La segunda, con mucha miel ya desperdiciada, te sitúas y comienzas a plantearte que, simplemente, no les gusta, así que empiezas a cambiar alimentos, por si encuentras algo que les agrade.
La tercera etapa te acerca más a ese cansancio porque compruebas que hagas lo que hagas, da igual, el rechazo es el mismo.
Ya en ese estadio, repliegas velas y les dejas solos.
Ni miel ni zanahorias. Te vas.
Y es entonces cuando gruñen de lejos echando de menos lo que les dabas.
Pero tú ya estás, efectivamente, lejos y fuera.
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