Mi amigo estaba allí, sentado como siempre, enfrente de ese cuadro.
Bueno, el término amigo no es el exacto. Con un amigo se comparte un tiempo que se va llenando de experiencias comunes. Yo lo único que compartía con él era el espacio. Mi trabajo es el de guardia de seguridad.
La empresa para la que trabajo nos va dando y quitando destinos ya que, en esta ocupación mía de vigilar, es muy peligroso acostumbrarse demasiado a lo que se vigila.
Se puede llegar a bajar la guardia con mucha facilidad cuando te acostumbras a ver una y otra vez durante horas y horas lo mismo..., claro que sin ese tedio profesional no me habría acercado nunca a..., pero eso viene más tarde.
Al principio no hay peligro de descuidarse. Todo es estimulante. Los recorridos aún no son rutinarios. Cualquier cambio es fácil de detectar, cualquier ruido te pone alerta. El peligro viene con la costumbre y el aburrimiento considerable que trae consigo.
Mi trabajo esa temporada estaba en un museo. No era uno demasiado importante. La gente que venía a visitarlo era más bien poca, así que no me fue difícil fijarme en uno de ellos que repetía día tras día la visita. Mi amigo.
Podría no ser rara su frecuencia de ser, digamos, un estudiante de arte, un pintor, un profesor, incluso. Pero nunca salía de la única sala en la que entraba, y ya en esa sala no se levantaba del único asiento que había, y desde ese asiento no dejaba de mirar siempre al mismo cuadro. Eso sí era raro.
Sus visitas diarias empezaron a ser un peligro para mí. Lo notaba, notaba que estaba más pendiente de él que del museo. Se me iba el santo al cielo intentando adivinar qué haría para estar tanto tiempo ahí quieto, mirando siempre lo mismo, sin desear estar en otro lado, como me pasaba a mí.
Fue un jueves cuando intenté una conversación casual, a modo de acercamiento.
-Bonito cuadro.
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