Soy Alba, o mejor dicho, lo seré
dentro de nueve meses, cuando mi madre, que acaba de saber que me espera, tras
un parto difícil vea, a la vez, nacer el día y a mí; de esa coincidencia viene
mi nombre.
Tengo un don que he de aprender
a manejar desde aquí, si no quiero que se convierta en maldición: Sabré
ver dentro del alma de los demás. Nadie me mentirá sin que lo sepa, el disfraz
de las palabras será transparente. Es un don terrible y peligroso, habré de
dominarlo a la perfección. Si lo consigo, podré
cambiar
cualquier acontecimiento antes de que pase; lo que ocurre sucede
porque se ha pensado antes.
Por lo pronto, voy a alterar el destino de
mi madre.
Ella, por supuesto, ya tiene nombre pero nunca lo dice; es muda y analfabeta, así que
deja que los demás le pongan el que quieran cada vez, aceptándolos con una
suave sonrisa; en mi madre todo es dulce y delicado. Es una mujer menuda,
frágil que vive una vida equivocada. Yo le daré un giro a su destino, bueno, en
realidad lo hará mi padre. Él sabrá quererla.
La vida de mamá solo ella la
sabe; no debió de haber sido fácil, otra persona cualquiera quizás no la
hubiese sobrevivido, pero mi madre, de apariencia tan desvalida, es resistente
a cualquier adversidad. Sé su secreto, no ha podido ocultármelo a mí, que estoy
en ella. Ha aprendido a salirse de la realidad; si el cariz que toma es
peligroso o desagradable, deja su cuerpo solo mientras se refugia en una
esquinita de su mente. Ahí tiene escondido lo
más bello que
ha ido encontrando a lo largo de sus días: una muñeca con tres vestidos, dos
muy bien confeccionados y el tercero más bien torpe
¾–creo que lo hizo ella misma¾–; cuentos de dibujos brillantes,
y uno especial, que al abrirlo y girar las páginas, muestra en relieve lo que
dicen las letras que nunca aprendió a leer;
hoja tras hoja surge, de la nada, un palacio de cartón protegido por una fosa
profunda habitada por cocodrilos, un bosque de árboles milenarios que susurran
contra el viento sabios consejos, un gran pez de fauces abiertas a punto de
tragarse un anzuelo, una montaña nevada que esconde tesoros de enanos avaros, y,
al final, una mesa vestida de banquete real.
En su rincón hay muchas cosas; juego con ellas ahora que las
tengo a mano, porque cuando nazca, lo ocuparé casi todo, desplazándolas un
poco, lo justo para que a mamá le quepan recuerdos míos.
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