Siempre es durísimo constatar que la vida sigue perfectamente sin uno. Si tú paras, el mundo no lo hace contigo. Donde eras importante, dejas de serlo, solo el recuerdo de tu sombra continúa. Y no es malo, es necesario, pero duele; no es fácil asimilar, cuando lo ves, que al irte, y regresar, nada es igual aunque sea lo mismo. Ya no estás, la gente se mueve sin ti, las cosas sobreviven a la ausencia de tu tacto, de tu mirada. Has tenido que parar, pero no el resto, que funciona exactamente igual, sin cambios en ese oscilar ondulante de ausencias cubiertas por presencias nuevas... en tu pupitre se sienta otro, en el trabajo otro explica, en las risas de ellos, no está la tuya... pero siguen, todo sigue sin ti.
Es lo que hace que podamos soportar las ausencias; olvidarlas. Con cariño, pero con firmeza, las llevamos a esa zona de niebla donde los márgenes dejan de ser nítidos.
Somos fantasmas de nuestra propia presencia. Ausencias vivas.
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