Las dimesiones que no vemos son más numerosas que las que sí.
Nuestra mente, perezosa por economía, nos tiene apresados a su conveniencia; le va bien así, economiza recursos. Es la rebeldía quien la abre, paradójicamente, somos nosotros quienes tenemos que forzarla para que vea más, aprenda más, salga de su postura cómoda; hemos de agitarla.
Y cuesta.
Pero lo hemos de hacer si queremos apreciar lo que a ella le supera, lo que le rebosa.
Vale la pena enfrentarse a ella y lanzarse a comprender lo que hay más allá de nuestra comprensión.
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