La
primera vez que ocurrió fue a causa de una doble doblez en varias páginas de un
libro de la biblioteca.
La
curiosa cicatriz me sorprendió; aunque eso no es indicativo de nada, mucha
gente al dejar de leer, tortura la hoja doblándola, convirtiéndola en señal a
la espera de salirse de su realidad para poder abandonarse en la que el libro
les hará vivir.
Lo
curioso en este caso era, que cada una de las hojas-señal del libro estaba
doblada dos veces; eran dos triángulos, uno dentro del otro, en las esquinas
superiores de las páginas. Eso me llamó la atención; no veía razón alguna en
ese doblar doble, innecesario totalmente, era una manera de marcar original y
costosa y me quedé imaginando quién podría haber hecho eso: quizás una persona
concienzuda, podría ser que hasta la obsesión, con mucho dominio de sí misma y
desde luego, con poco respeto hacia los demás.
Al rato, ya no le di mayor importancia al
asunto: con unos cuantos capítulos, el libro me atrapó lo suficiente, como para
olvidarme del lector anterior: cuando leo mis ojos no ven letras, sino vidas.
Las hojas dejan de ser de papel para convertirse en ciudades, caminos, personas.
Mi vida pasa a ser la de otros y la que me cuentan se funde en la mía.
La
segunda vez que me ocurrió algo parecido, fue un poco más elaborado y sucedió
con uno de los libros de la biblioteca de mi barrio. Yo estaba dando vueltas
por los estantes en busca de uno de ellos.
Cuando
era niña, pensaba que eran los libros los que te elegían. Eran como potentes
imanes que te hacían parar justo enfrente. El que te elegía se destacaba de
entre los demás; su lomo era más brillante, su título te interesaba, encendía
tu imaginación, ansiabas leer su contenido, no tenías paciencia para llegar a
casa, abrirlo y dejarte devorar por sus hojas, que no notarías pasar, mientras
los otros, que no te habían elegido, se apartaban sutilmente hacia atarás, en
sus estantes, opacos, disimulando su presencia, esperando el turno de caer en
mis manos algún otro día, cuando estuviese preparada.
Ellos
son sabios, se anticipan a ti. Saben lo que llevan escrito antes que el lector.
Era esa lógica la que me daba la sensación de mera muñeca, y siempre,
invariablemente, me lo confirmaba aquello que estuviese leyendo, pues era
exactamente lo que me estaba pasando en mi vida.
Leer
y vivir se complementan, ayudan a entender lo leído mediante lo vivido. Te
sumerges, más lúcido, en las diferentes realidades.
Ahora
sé que se escribe con la vida y que gracias a vivir se tiene algo digno que
poner en papel. Pero mi pequeño ritual de dar vueltas alrededor de sus
estanterías, para que los libros me vean y me elijan, sigue siendo el que
realizo al ir a coger uno nuevo.
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