La maldad no se puede negar; está presente diariamente, aunque lo normal
es verla pasar de cerca sin que nos toque, pero cuando lo hace, cuando
pega de lleno, la reacción inmediata es asombrarnos de que exista.
Pues existe.
El Mal abstracto, igual que el Bien abstracto, es más fácil de entender;
son constructos etéreos, casi, con los que podemos vivir; y claro,
todos elegimos el bando del Bien. Solo faltaría. Pero el mal y el bien,
son las acciones diarias, los modos de movernos con nosotros mismos y
los demás. Es el grado de manipulación más allá de unos fines, más allá
de lo normal. Todos manipulamos, conscientes o no, saberlo es lo que nos
frena; buscar el porqué, mirar los motivos propios y no hacerlo, lo da
la madurez, el sentido común, el conocimiento de uno mismo.
Pero hay personas que se esconden en un halo de pureza, se proclaman de
la facción del bien, y desde ahí, sin introspección, porque para eso
están situados en el bando de la verdad, van creando a su alrededor
movimientos de otros a su favor, exigiendo, desde la dictadura
emocional, desde el miedo, que se les dé lo que quieren, y si para eso
han de moldear, incluso mutilar las intenciones naturales de los demás,
lo hacen; sin problemas, jamás tendrán remordimientos porque nunca se
verán como los malos; ante ellas, no lo son. Si alguien falla, no son
ellas, fueron los demás que no actuaron como debieran; es decir, como
mandaron.
Una vez obtenido el beneficio, suelen apartar a quienes se lo dieron,
cansadas de la facilidad con que se lo ofrecen. Sueltan y siguen
buscando personas, que ingenuas o deprevenidas, no sepan aún que el mal,
en abstracto, es más fácil de detectar que el mal que conllevan las
personas actuando desde el egoísmo y la tiranía, porque normalmente,
esos tiranos, saben hacerse de querer, de admirar incluso.
Si no, por qué el día del entierro de Stalin hubieron tantos muertos al
intentar acercarse a su cadáver, avalanchas humanas para dar el último
adiós a quien les esclavizó.
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