Según
la Biblia Dios castigó al Hombre que, por arrogancia, intentó llegar
hasta Él, construyendo la Torre de Babel. Desde las alturas, esas que Su
creación pretendía alcanzar, maldijo la Palabra y dio lugar a las
diferentes lenguas: con eso consiguió el caos de la incomunicación;
desde ese momento fueron incomprensibles por tener diferentes códigos.
Pero yo creo que creó el caos más allá de los diferentes idiomas. Lo creó incluso en los mismos lenguajes.
Pocas
veces se entiende lo que te dicen, y menos aún sabemos expresar lo que
queremos. Las palabras enmascaran los sentimientos, dan coartadas
perfectas para escondernos tras ellas. Hablamos mucho pero no decimos
nada.
Compartimos
lenguaje, costumbres y aún así, solemos malinterpretar a los que nos
rodean; si es así dentro de la propia cultura, que no será en otras
donde diferentes usos y signos aún nos despistan más.
La
genialidad de ese Dios Bíblico de aplastar de raíz la incipiente
capacidad de compartir lo que somos a través de las palabras, sean estas
compartidas o no, evitó y evita, que expresemos lo que somos a los
demás y a uno mismo. Efectivamente, no nos dejó aproximarnos a Él.
Sabio. (Y quizá temeroso y precavido).
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