lunes, 24 de marzo de 2025

Y

Esperas y nadie viene,
no hay respuesta.
Quieres y nadie ofrece 
ni nada encuentras.
Deseas y deseas todo
donde no hay nada.
Sueñas porque es libre
y es lo que aún queda.
Y cuando ya no esperas
ni quieres, ni deseas,
entonces vienen los que no vinieron
deseando que les des,
que los esperes,
que los sueñes.
Todo siempre a destiempo, 
a remolque de lo soñado.

lunes, 17 de marzo de 2025

Ventanas

Es entre fascinante, y algo tonto, observar cómo las moscas, o cualquier insecto volador, quieren salir de un recinto por una ventana cerrada, golpeándose continuamente a cada intento contra el cristal sin lograrlo, pero ellas siguen. Y siguen. 
Da igual las veces que han procurado avanzar por ese lugar imposible, como mucho, dan unas vueltas por la zona, y otra vez se aplastan sin remedio contra ese muro invisible, incomprensible, que las aparta de lo que transparenta, de ese exterior liberador.
Y de ahí no se van. Pobres, pensaba de niña, no saben.
Ahora de adulta las sigo observando, pero mientras las miro golpeándose contra esa realidad invisible, sé que no son las únicas, que nosotros chocamos también, una y otra vez, contra paredes invisibles que nos ofrecerían algo más si las traspasamos.
O eso creemos, y seguimos insistiendo una y otra vez: todos dándonos contra esas barreras que no vemos, pero están, sin que nadie haya aprendido aún a abrir la ventana.

lunes, 10 de marzo de 2025

Ya no

Cuando somos adultos
nos vemos igual que cuando 
fuimos niños.
Lo que cambia es la falta de fe
en los sueños que tuvimos.
En los sueños que ya
no soñamos.
Ya no somos 
quienes soñamos ser
aunque lo seamos.
Lo real del mundo anula la ilusión
que solo un niño entiende.

lunes, 3 de marzo de 2025

Nada

Cuando entramos en casa nos sentimos seguros, a salvo. 
Se necesita un refugio incondicional, una zona segura. Lo buscamos desde niños, ya sea haciendo casitas con mantas,  en árboles, en juegos, ese tocar mare que te salva de que te pillen. 
De adultos buscamos lo mismo, estar seguros en ese país, con esa pareja, en ese trabajo.
Y tampoco nos cuestionamos si son o no seguros de verdad, más allá de querer que lo sean, porque una vez en esa casa, ese país, ese amigo, en realidad, tampoco estamos más seguros que bajo las mantas o tras un árbol: solo somos unos seres minúsculos habitando un planeta pequeño  en equilibrio precario flotando en un universo inmenso y desconocido.
Somos nada sobre nada en la Nada.

lunes, 24 de febrero de 2025

Reseña de Laberintos por Elena Marqués para Estado crítico. Gracias.

 SIN OVILLO QUE NOS AYUDE

Si algo engarza los distintos relatos de Laberintos, de Eva Monzón, es, entre otras cosas, una voz en primera persona que lo recorre. Un narrador que no es siempre el mismo, pero que se expresa en algo parecido al fluir de conciencia, a un monólogo interno y atormentado sincopado en frases breves y a veces repetitivas como todo lo que nos obsesiona. De esta manera consigue la autora un estilo sencillo y a la vez profundo que no escatima en guiños líricos, en recursos más propios del lenguaje poético que del discurso narrativo, entre los que cabe destacar el inteligente uso de los adjetivos y el ritmo de sus frases.
Y si esa manera de contar nos acompaña en la lectura aún hay más elementos que hacen de este volumen una obra compacta, pues, aunque las escenas que dibuje sean muy distintas, se desarrollen en escenarios diferentes y revelen sensaciones muy diversas, todos los yoes que se expresan se sienten fuera del mundo, expulsados de la historia, enfadados con sus semejantes, y es así como se manifiestan: en una continua lucha sin resolver.
Enfrentados a la sociedad con sus imposiciones, al otro con sus mezquindades, cada uno de los narradores-protagonistas de estos relatos nos transmite, sobre todo, su rabia y una enorme soledad. Al menos Teseo contaba con la amorosa ayuda de Ariadna. Pero estos personajes no. Tienen la conciencia de ser distintos, de no encajar, de no entender, de no ser entendidos. Como si entre ellos y el mundo existiera una pared invisible, ese laberinto que ofrece un título común a las historias.
Por ello el tono (otro hilo que recorre el laberinto) nos resulta tan angustioso. Porque escuchamos continuamente la furia, el desengaño, la inquietud, la incertidumbre, el miedo. Porque solo nos llega ese interior palpitante y en alerta y en desorden, y a través de la palabra se nos oculta parte del contexto, que, sin embargo, termina mostrándosenos con claridad en cada uno de esos ejercicios marcados por la elipsis y el fragmentarismo. Aunque claridad precisamente es lo que les hace falta a esos personajes en lucha continua con el tiempo y con sus propios conflictos interiores, obligados a fingir o a salir a la guerra cotidiana; obligados, también, a asumir la cobardía, como leemos en «Mañana sin falta» o «Viajar», por poner dos ejemplos.
Y es que el laberinto al que se enfrentan todas esas voces es tan oscuro porque se encuentra en el interior, en el eco contradictorio en que suelen convertirse nuestras vidas. Es un laberinto plagado de encrucijadas. La habilidad de Eva Monzón es elegir el momento, la disyuntiva a la que se enfrenta el personaje, a través de la cual podemos conocer buena parte de su vida y lo que lo mueve o impulsa. Plantearnos qué hubiera pasado de elegir otro camino es siempre, aunque intentemos no pensarlo, un hecho dramático, como dramático es el acuciante paso del tiempo y los callejones sin salida a los que su andar lineal y velocísimo nos conduce.
Por eso un tema que también aparece en más de una ocasión es el de la huida. La huida en sus muchas formas, como, por ejemplo, alistarse a una misión imposible de la que no siempre es posible volver (léase «Interrogatorio»).
Creo que la fuerza de este dédalo al que Monzón nos conduce sin más armas que nuestros ojos reside en que en todos, incluso en los personajes que nos parecen más detestables (y algunos hay), podemos reconocernos. Sí, podemos reconocernos en esos tipos contradictorios y frágiles inmersos en la rutina, a la que en ocasiones vemos como una losa y en otros momentos como una bendición que nos da calma (la paz de no pensar en nada).
En fin, como se suele decir, de la Literatura nunca se ha de volver indemne. Es misión de un libro salir distinto a como se entró en él. Posiblemente con más preguntas y más dudas, pero otro.
A los que buscan ese tipo de epifanías van dirigidos estos cuentos, en cuyos Laberintos, con estas pocas líneas por mi parte, los invito a internarse.
Laberintos (Coleman, 2024) | Eva Monzón | 238 páginas | 19,90 euros



lunes, 17 de febrero de 2025

Islas

La soledad no es estar solo, uno la encuentra en compañía, a veces más que sin ella.
Las personas somos islas flotantes que nos acercamos unas a otras para crear continentes ficticios: cambiamos.
Hay islas que creen en la unidad eterna, en la geografía estática, hasta que se giran y comprueban que donde había una palmera ahora está el mar, donde estaba esa montaña hay arena.
Y no es malo. Ni es bueno. Es.
Lo terrible es creer en lo inmutable y no cambiar ni dejar cambiar.

lunes, 10 de febrero de 2025

Incapaces

Desde que los humanos supimos que vamos a morir, buscamos trascender, dejar algo detrás que recuerde que vivimos. Deseamos que esa muerte no sea definitiva.
Soportamos la idea insoportable de que algún día no seremos. 
Solo contamos con nuestras acciones. Y lo que hagamos con ellas será lo que seamos.
Esa carga es tan pesada que se crearon los Dioses y el Destino, porque si tuviéramos que caminar por el presente atentos a cada minuto, sin saber en cuál se decide nuestro futuro, no seríamos capaces ni de ser.