jueves, 31 de diciembre de 2009

Cada día se cumple un año.

-¿Y adónde va el año viejo?
-A ninguna parte
La niña mira al padre con ojos incrédulos.
-A algún sitio irá.
-No. El tiempo ni se va ni viene. Transcurre.
Unos cuantos pasos en silencio. La pequeña pensando, el padre distraído sin enterarse de la trascendencia de las preguntas de su hija. Cosas de críos que no paran de preguntar.

“¿Qué vas a hacer esta nochevieja?”; “Pues aún no lo sé. ¿Y tú?”; “Supongo que lo de siempre”, “Ya”. Las chicas pasan al lado del padre y la hija. Van arregladas, andando sin prisas. Les sobra el tiempo.

-Papá, si el año no se va, ¿por qué hay que despedirlo?
-Es una costumbre. ¿Qué había dicho tu madre que comprásemos?
-Leche.
-Cierto.

“Pues yo te digo que esto no pasaba”; “No, no pasaba”; “¡Ay!”. Dos ancianos parados en una esquina, dejan de hablar mirando a la niña y su padre. Sonríen a la pequeña; niños. Hijos. Nietos. Tiempo.

martes, 29 de diciembre de 2009

Las primeras impresiones

Las relaciones interpersonales están llenas de sobreentendidos, malentendidos, y silencios. Sabes de una persona más por cómo se mueve, habla, entona, ríe que por lo que dice. Las palabras, siempre impuras, crean vínculos viciosos, distorsionan lo fácil y complican aún más lo difícil.
En las situaciones, aún no teniendo esa faceta visual directa, también hay señales que nos llegan inconscientemente, disparando la alarma.

La primera impresión suele ser la más real, con la que uno, al cabo del tiempo, se queda. Las palabras dichas entre ese primer encuentro y el último, nos distrajeron, llevándonos por caminos tortuosos.
Si alguien o algo, te da mala espina, cuidado; el roce, la costumbre, distrae esa impresión y suaviza el concepto, que más tarde, te llega, confirmando esa sombra que viste. Por supuesto, hay que arriesgarse, seguir adelante, ya que solemos ser habilidosos a la hora de camuflarnos bajo la educación, las palabras, los gestos controlados, y en ese lapsus temporal entre lo que piensas en un principio, el cambio de esa idea y la ratificación de esa intuición, han sucedido cosas, has vivido experiencias que, a pesar del final negro, han valido la pena.

Vivir es eso, no hacernos demasiado caso en nuestras apreciaciones y arriesgar, porque si no, poco haríamos.

lunes, 28 de diciembre de 2009

Cambios

De un espacio a otro no hay tanto.
Aunque en el traslado te llevas contigo, sólo cambia el escenario. Eres más tú, quizá, fuera de tu propio ámbito. Has de moverte en un entorno diferente al acostumbrado, te pones a prueba. Es todo un reto.

Otro tiempo, otro momento, diferentes calles, idiomas, gentes. Visitar en horas, lo que antes constaba días, meses. Ir alegremente a lo que antes se enfrentaba con susto, y testamente hecho, es una de las ventajas de la técnica. Magia: ahora aquí, ahora allí.

Aún así, a ti no te dejas, sólo abandonas, por un tiempo, la rutina diaria, para al llegar, adornarla, mejorarla y soñar con el siguiente espacio, lejos de todo, menos de ti mismo.


martes, 22 de diciembre de 2009

El ave fénix

¿Qué siente el fénix cuando arde?

Me pregunto si sabe que renacerá, o si por el contrario, se abandona, casi agradecido a las llamas porque ya hacía tiempo que estaba débil, apagado, apático, triste al comprobar sus plumas mustias, opacas. El final.
No sé si cada vez que ese incendio renovador le reduce a cenizas le duele, o lo espera con el ansia de la renovación.

Qué animal más extraordinario, renacer de sus cenizas, resurgir de su propia decadencia, levantar el vuelo aún más fuerte que antes de morir abrasado por un fuego que no quema, renueva.
Pero... ¿y si no lo sabe? Qué espantoso tiene que ser sentirse arder, no entender ni de donde salió el fuego, ni por qué le envuelve. Impotente protagonista de un proceso ancestral que le reducirá a un polvillo gris. A nada. Pero no para él.
Cómo será cuando cada una de esas partículas se busquen de nuevo, para unirse, recuperando la energía, la forma, la belleza imperfecta de la vida.
Desde lo inerte surgirá con más fuerza, más libre, porque ha vencido a la muerte.

Bella metáfora, bonito consuelo. O terrible maldición: depende de saber si el fuego te consumirá o te liberará.




lunes, 21 de diciembre de 2009

Anverso y reverso.

Todo tiene reverso. Nada es lo que parece, siempre hay, como mínimo, dos caras. Lo que parece y lo que es; lo habitual y lo que desconcierta; lo que te quieres creer y lo que no quieres ni imaginar.

Es posible que seamos nosotros mismos los que les demos distintos significados, depende de cómo miramos, vemos. Si un día contempláramos los objetos más cotidianos que tenemos desde otro ángulo, nos costaría reconocerlos; la silla desde atrás, el reloj boca abajo, la cama apoyada al otro lado de la pared.
Lo normal dejaría de serlo.

Con las situaciones es más complejo ya que hay tantas versiones como testigos. Cada uno aporta no sólo lo que vio, sino cómo lo vio, mezclándose con los ingredientes de sus personalidades y tendencias. No hay testigo fiable. Una de las maneras que hay para ver si se miente, o si se recuerda bien lo visto, es pedir a la persona que narre los hechos en otro orden, que empiece desde el final hasta el principio. Resulta, suelen equivocarse en los puntos donde la imaginación o la mentira intencionada fue la guía.

No hay verdades absolutas, porque todo es verdad y nada lo es.

sábado, 19 de diciembre de 2009

Ideas nocturnas

Es tarde, muy tarde, la música, desde los auriculares, llena completamente el espacio silencioso, te dejas ir. Música y pensamiento, ideas y vibraciones. Sonido y palabras dichas en silencio.

La noche, zona mágica, oscura, tenebrosa, peligrosa, frontera del día. Dicen que si estás muy enfermo y logras llegar hasta el alba, sigues un día más. La noche, qué extraña parte del día. Ayuda a asimilar la visto en la luz, a reordenar secuencias, idear planes, sosegar impulsos, encender, torcer. La noche, usada como metáfora tanto de lo siniestro y equívoco, como de lo sereno y tranquilo.

Se la puede llenar de uno mismo, de gente, de ilusiones, de decepciones, de amor, de odio. Tiene normas propias, otro ritmo, otra pausa, otra capacidad para crear, más lúcida y a la vez menos válida. Las anotaciones tomadas a oscuras, en duermevela, se desvanecen con la luz del sol, quedando chicas, tontas, decepcionantes, sólo sirven en las sombras de donde salieron.

La música sigue, nota tras nota, engarzadas en la armonía que las contiene y de la que se sirven para ser. Noche, silencio, música que lo rompe, ideas que con la luz perderán su magia. Esperemos que no del todo.
Al menos, la noche nos las trae. Que la luz no rasgue por completo lo que nos trajo la oscuridad.


viernes, 18 de diciembre de 2009

Rincones

Los rincones, esos espacios muertos donde se acumula vida microscópica y suelen esconderse los niños, atragantados de risa mientras juegan al escondite.
También pueden ser siniestros, quién no te dice que en ese lugar oscuro, lejano del cuarto que lo contiene no hay algo terrible acechando.
Las esquinas son lugares molestos, no acaban de ser diáfanos, quitan amplitud a los lugares, se les descuida llenándose de suciedad, de olvido, de nada.

Pero a veces, son esos resquicios inaccesibles los que nos acogen.
Qué niño no ha tenido que huir de situaciones desagradables, y no ha terminado encontrando esa parte desechada, olvidada de todos, para refugiarse en ella; un desván, un sótano, un tragaluz, una escalera... Lugares mágicos donde leer, soñar, pensar, llorar y situarse de nuevo para salir a esos cuartos limpios, soleados y sin pizca de misterio ni de calor.

Qué seríamos sin nuestros rincones, puede que almas convencionales, que no habrían aprendido a crear un mundo propio, ni a imaginar. No ha de ser tan malo, pues, haber tenido el dudoso privilegio de tener que estar en ese escondrijo angosto, único, donde si hacemos memoria, hasta volvemos a ver, oler, escuchar cómo nos llaman los adultos, trayéndonos de vuelta a su mundo.

Menos mal que la infancia tiene rincones.

miércoles, 16 de diciembre de 2009

Bebés

Hacía mucho que no tenía un bebé cerquita, para cuidarlo. Han sido sólo unas horas, pero las suficientes para adentrarme de nuevo en ese mundo mágico del que está aprendiéndolo todo y se fija en cada detalle con una atención intensa, como para recordarlo siempre.

No pesan nada, aunque si los tienes rato en brazos, y has perdido la costumbre, acabas notando que no son tan livianos. No paran quietos, se revuelven, como de goma, contorsionándose para ver lo que quieren o detenerte donde algo les llamó la atención.
Usan el dedito que apuntar lo que aún no saben definir, o lloran o ríen para hacerse entender.
Te miran fijamente, como ningún adulto lo hará jamás, mientras les hablas, observando su entorno en busca de las palabras que les dices, aprendiendo a reconcer sus formas y colores. Saben que les cuentas su mundo, el que aún no dominan.

Son imprevisibles, igual se levantan que se sientan o cogen el juguete y lo lanzan ansiosos, y te miran, con esos ojazos siempre profundos, siempre alerta.
Lo que más les gusta lo cogen y se lo llevan a la boca, para reconocerlo mejor, sentir su textura, su dureza. Aprenden a ver con ella y con las manos, que poco a poco, como nuestros ancestros, perderán su torpeza y comenzarán a dominar su entorno: pulsando botones, colocando objetos, adecuándolo a sus necesidades. Irán creciendo, aprendiendo a crecer.

Cada niño es como si pasara por todas y cada una de las etapas evolutivas que tuvo que atravesar el hombre para ser hombre.
Y mientras tanto, les protegemos, les enseñamos, les cuidamos. Y ellos a cambio, nos devuelven nuestro pasado.

lunes, 14 de diciembre de 2009

Juegos de palabras

Lo que fue, no es,

lo que es, no fue.

Fue lo que fue. Es lo que es.

Lo inamovible es y fue, será y es.

Es inmutable lo que no fue, mutable lo que aún no es, será.

Los días son, luego fueron, posiblemente, serán.

Los años no son nada de lo que fueron, recuerdos de lo que son, sombras que serán.

Sueños; nieblas idas, búsquedas agazapadas que fueron.

Somos, fuimos, seremos, ¿o somos quienes fuimos antes de ser?

No somos nada que no fuéramos, sombras soñadas de quienes fuimos.

Siendo los que somos, ¿quiénes somos?

Qué somos, quiénes seremos, qué fuimos..., ¿somos?

Sólo eso, juegos de palabras, enredos del ser.


sábado, 12 de diciembre de 2009

¿Qué es vivir?

¿Qué es vivir?
Biológicamente está claro, hay un organismo que respira, cumple sus funciones vitales básicas y muere.
Pero, no sólo es eso, seguro que no.
La metaconciencia; ese conocimiento íntimo, y a la vez colectivo, en el que aprehendimos que estábamos vivos porque un día dejaríamos de estarlo, que nos separó de los primates hace ya miles de años -aunque no tantos como para que nos lo creamos demasiado-, y que vino a dar sentido -y confusión- a la vida.
La carga de ser conscientes del paso del tiempo, la necesidad de no pasar por nuestra vida en balde, simplemente respirando, nos crea la grandeza y la angustia de aprender a vivirla.

Cada uno la entiende a su manera, pero en todos subyace esa inquietud, ese punto un tanto incómodo, ese vacío ante los días que cada día comenzamos: El preguntarnos qué hacemos, por qué estamos aquí, qué queremos de nosotros, es inevitable. Por supuesto, que unos se lo preguntan rapidito, otros intentan ni enterarse de que se lo cuestionan, los hay que se lo plantean demasiado y los que buscan el equilibrio entre la falta real de respuestas y el hecho innegable, de que aún sin ellas, se sigue viviendo.

Lo que cada cual se responda es, en gran medida, el patrón básico de cómo irán moviéndose por sus días. Y esas respuestas, además, irán cambiando con ellos a lo largo de sus experiencias vitales. Así la contestación a la pregunta, ya de por sí difícil, se multiplica en complejidad.
Se podría decir que la vida es lo que se va viviendo, que no existe ningún plano base sobre el que rectificar tabiques al gusto, que lo que a uno le sirve, al otro no, que sólo se saben las actuaciones correctas aposteriori, cuando ya no hay esa segunda oportunidad para rectificarlas. Hay que tirar de intuición, conocimientos, riesgo y fe, fe de que hagamos lo que hagamos, en realidad, lo hacemos bien, ya que eso es vivir: actuar con respecto a la conciencia que tenemos en cada momento con los recursos de los que disponemos en ese preciso instante.

Vivir es saber que la vida depende de uno, a pesar de tener la sensación de que es todo lo contrario. Y que sólo se puede actuar de segundo en segundo. Hoy será ayer, así que hay que mirar bien qué se hace hoy, ahora, porque no sólo nos va configurando a nosotros mismos, sino que vamos edificando lo que seremos.

Vivir, qué sencillez abrumadoramente compleja.

jueves, 10 de diciembre de 2009

Manipulación

Hay personas que tienen la diabólica habilidad de dejar fuera a los demás. Manipulan y accionan a su gusto, utilizando la buena fe del prójimo.
Seguro que todos tenemos ejemplos en mente.
Esa gente juega hasta unos extremos peligrosos, dañando a quién utilizó de manera permanente.
Los peores se camuflan de amistad, cariño, incluso amor, ese chantaje afectivo que anula a quien no aprende a detectarlo, a combatirlo, esa amistad que nos toma del todo, dejándonos vacíos, sin nada a cambio, cuando ya no somos necesarios. Los peores enemigos son los que fueron amigos; mayor dolor y traición, pocas veces se encuentra.

Gente hay que excluye con sus maneras y favores selectivos a los demás, creando dos grupos: los privilegiados y los desheredados, los parias. A más poder, más acólitos, más colas para entrar en sus filas, más poder para discriminar. Y al contrario de lo que se podría pensar, no es extraño que los elementos de ambos grupos se intercambien a menudo; uno puede pasar de estar en el montón de los privilegiado al de los parias en un suspiro, y al revés.

La capacidad dañina de la arbitrariedad, de los intereses egoístas, independientemente de las situaciones, es dramática. Cuanto más poder tengan los manipuladores, más sufrimiento causarán.
Acaban su reinado cuando ambos bandos se dan cuenta del juego y los abandonan a su suerte. Lástima que los elementos dispersados no tarden en reagruparse en torno a otro sujeto.

La lucha por el poder, el afán de dominar. Terrible y peligroso rasgo humano.

miércoles, 9 de diciembre de 2009

Rectificar es de sabios

Manga por hombro, a veces uno tiene la sensación de que nada está en su sitio; es como un gran chiste sin gracia; lo evidente es imposible, las esperanzas puestas en un empeño claramente erróneo, gente involucrada en gente equivocada, sueños irrealizables que estallan en la cara...

Y sí, hay veces que cumplir un anhelo es cuestión de tenacidad, pero en otros casos la derrota está cantada. ¿Cómo distinguir? Gran pregunta.
Normalmente se sabe, uno intuye que por ahí no es, algo escuece, tortura, rasca. No fluye; demasiadas dudas, esfuerzos más allá de lo razonable, lloros excesivos, búsqueda de afirmaciones demasiado frecuentes..., avisos todos de que algo no encaja, de que vamos por un camino demasiado trillado. No es el nuestro.

Ahí viene el replanteamiento de profesión, vida, pareja, amistades, ciudad, casa, ilusiones. Y con él en la mano, vuelta de nuevo a comprobar, si esta vez el trayecto sólo será duro, difícil, arduo, pero no imposible.

Hay que saber rectificar a tiempo para conseguir lo que queremos, no lo que nos habíamos empeñado en querer. Sí, es complicado distinguir, pero en el fondo lo sabemos, si dejamos a un lado la cobardía, el orgullo herido y el miedo al cambio, muy adentro conocemos dónde estamos, qué queremos y en qué punto nos perdimos. ¿O no?

lunes, 7 de diciembre de 2009

Infancia

En qué etapa se disfruta más de la niñez, ¿cuándo se es hijo o padre?
De niño uno está sumergido en un mundo desconocido al que ni siquiera se sabe que hay que conocer. El tiempo es diferente, los impulsos absolutos, las necesidades inmediatas. Juegas protegido por los padres que te enseñan a vivir. Eres feliz sin saberlo. El cariño que te dan, lo que te cuentan -los pilares sobre los que crecerás-, los recibes sin cuestionarte nada, indiferente al coste vital paterno.

Si vives la infancia, desde el punto de vista del padre, eres más consciente de todo, anticipas lo bien que se lo va a pasar el hijo con esto o aquello, te embelesas ante cualquier estímulo que creas que va a ser interesante para él, anticipando su reacción, tanto que no aciertas a llegar a casa para compartirlo, o lo guardas para la ocasión impaciente como un crío.
Ves por sus ojos lo que viste desde los tuyos propios, pero ahora sabiendo lo que veías, lo que mirabas.

La infancia no dura tan sólo los primeros años, no debería. Nunca habría de perderse la ilusión de recrearla, de compartir con los hijos lo que disfrutamos y sufrimos de niños; los cimientos de la curiosidad. Esa alegría, el enfoque desenfadado del que aún no es adulto, no debería morir jamás en los adultos que ahora somos.

viernes, 4 de diciembre de 2009

La capacidad para sobrevivir

Una de las cosas que siempre me ha impresionado es la capacidad que tiene el hombre de sobrevivir bajo las condiciones más inhumanas y hostiles inimaginables. Ya no digo aquéllos que viven, desde que nacieron en ambientes invivibles, que ya tienen mérito, sino los que habiendo tenido mejor suerte, el destino les cambió las comodidades por infiernos.
Hablo de los que han tenido que sufrir cárcel injustamente, campos de concentración, gulags, guerras, secuestros..., y tantas y tantas aberraciones que para qué seguir.

Pero el asunto está en cómo personas acostumbradas a vivir bien, o al menos a vivir, han tenido que amoldarse, para seguir respirando, a circunstancias terribles, a las que jamás, conscientemente, se hubieran visto capaces de soportar.
Una vez dentro del horror, lo más terrible, es que puede empeorarse hasta límites impensables; lo que ahora aprecias como insufrible, puedes llegar a añorarlo con el tiempo. Es común de los supervivientes comentar que cuando se creían mal, no habían ni empezado a malvivir.

La capacidad de desprenderse de todo, de aclimatar mente y cuerpo a las experiencias más pavorosas es asombrosa. Te pueden arrebatar lo indecible y seguir viviendo. Es un ajuste constante entre tu propia mente y el exterior axfigsiante; si se encuentra algo a lo que aferrarse, por mínimo que sea, la lucha continuará.

Hay testimonios espeluznantes a la vez que maravillosos sobre cómo ganar un minuto más a esa vida invivible. No tirar la toalla, aunque sea para arrastrarse por las horas interminables del día. No perder, en suma, la propia identidad. Y no sentirse culpable por desear estar vivo.

jueves, 3 de diciembre de 2009

Encuentros inesperados

A veces, buscando algo por cajones, o en armarios o simplemente cogiendo un libro, te das de bruces con objetos del pasado, te encuentras contigo misma, la que eras, la que recuerdas al mirar con asombro esa postal, carta, poema, púa, partitura, disco, o libro..., tantas cosas que te acompañaron y que olvidadas, habían quedado a la espera de salir de nuevo a la luz, jugadas del tiempo, ese continuo discontinuo que no para de dar sorpresas.

Dejas de intentar encontrar lo que, posiblemente ni te importe ahora, y te dedicas a mirar ese pasado: la foto que mezcla su imagen con un borroso ayer, las sensaciones difusas como el color, donde te asalta hasta el olor, la luz, reviviendo lo que se hizo antes y después de ese tiempo apresado, ahora recuperado.
Esa carta, escrito, diario o apunte, esas palabras escritas con una letra que fue tuya, o de alguien querido que ya no está, ni tú, ni él; sólo esos rasgos sobre el papel que testifican quien fuiste, que auguraban quien eres.
Esos objetos que acaricias como para que con la magia del roce, vengan a contarte cómo fue su vida contigo, recuperando la viveza de cuando eran imprescindibles.
Ese disco que vuelve a sonar, con el que vuelves a recordar qué soñabas mientras lo escuchabas.

Trazos de un pasado que por mucho que hayas querido abandonar, impregna el presente, inundándolo con la presencia física de esos objetos que creíste desparecidos.
Y ahí estás, de pie en tu presente, mirando tu pasado.

miércoles, 2 de diciembre de 2009

Disputas

Como una disputa, un malentendido, posiciones encontradas, o cualquier conflicto en suma, puede llegar a dispararse, a salirse del tema primigenio y estallar en mil pedazos.
En los pueblos, existen de esas disputas que se heredan de padres a hijos durante generaciones y de las que ya nadie sabe decir exactamente qué fue lo que llevó a la enemistad declarada, y por los siglos de los siglos, a las partes enfrentadas. Montescos y Capuletos, unos de sus paradigmas literarios.

Para venir a ayudar, la mayoría de las veces, sino todas, están los que enterados de la contienda, se ponen de uno u otro lado, generando cientos de conflictos añadidos y disputas paralelas que todavía se alejan más aún del núcleo central. Es inevitable; desde ahí, cada uno tira de su hilo, y la batalla de dos, se convierte en campal. Igual que en esas peleas de saloon cuando dos se retaban y acababa el personal al completo a puñetazo limpio, sin saber muy bien por qué, y el barman prudente, descolgando el espejo.
Bromas aparte, de un lío se puede llegar a montar un infierno tramado de ataques de todo tipo, desde gratuitos hasta legítimos. Y mientras tanto el debate principal va perdiendo perspectiva y se diluye en palabras cruzadas, saliéndose del carril principal.

Se envalentona una parte, ataca la otra, se buscan aliados, se pierden amistades, se ganan insultos..., que pocas acaban bien, con el problema resuelto y sin necesidad de dejar pasar el tiempo para poder volver a mirarse a la cara.
Y lo peor: que entre todos, nada quedó claro.


martes, 1 de diciembre de 2009

Diciembre

Acabo de ver que ya es uno de diciembre. Se está acabando un año al que ni siquiera me he acostumbrado a nombrar aún. No sabría decir qué número tiene sin pensarlo. Tampoco suelo saber en qué día de la semana o mes se mueven mis horas. Miro el calendario y me asombro: "¿Ya es este día, o este mes, o este año?"

Supongo que es normal.
En realidad, el cómputo del tiempo es más bien un artefacto, todo lo necesario que se quiera, eso sí, pero al fin y al cabo, artificial. Diría lo mismo con respecto a la división horaria de los días, igualmente justificada para el buen ritmo social, pero que llega a lastrar si se usa para pautar el pulso diario particular.
Y es que en esta temporada se me van las horas escribiendo sin sentirlas, agravado por el hecho del cambio de hora, ya que al mirar por mi ventana, un cielo nocturno casi perenne me saluda. Puede ser cualquier hora. No, no llevo reloj.

Me extraño cuando salgo al exterior y los conocidos me hablan nombrando fechas, anticipando acontecimientos fijos del calendario, y yo les miro aturdida, como cuando la luz te deslumbra después de largo tiempo en las sombras.
Uno de esos acontecimientos que viene es la Navidad, me asombra que ya esté aquí, otra vez. Si no hace nada que sucedió.
Yo me retiré hace tiempo, no sólo del calendario, sino de las fiestas obligadas que marcan. Ni es bueno ni es malo. Pero al no estar pendiente de ellas, aún me diluyo más entre días y meses. Mi ritmo es otro, mis horas elásticas, mis motivaciones más mías, mi tiempo más corto.

Ya estamos en el último mes de un año, porque así lo estipula el calendario de estas latitudes, pero aún quedan días para apurarlo. A por él.

lunes, 30 de noviembre de 2009

Mentiras

Las mentiras.
No sólo vivimos con ellas, sino entre ellas y de ellas. Es una especie de entramado social casi necesario para sobrevivir a las verdades imposibles de aceptar, asimilar, o simplemente decir. No se suele aceptar casi ninguna. La sociedad ayuda a limarlas, a solaparlas.

La primera vez que un niño se topa con la mentira, con alguien que le ha engañado, le escuece hasta las lágrimas, hasta el desgarro de la inocencia.
La sociedad está basada en ellas, tapamos verdades de todo tipo y condición; desde no comentar lo mal que le queda a uno un vestido o peinado, hasta secretos oscuros y peligrosos.

Esa verdad nos la ocultamos a nosotros mismos, por amenazante, porque podría desmontar el precario equilibrio de esa red trenzada por conveniencias, mentiras y verdades a medias; hasta que nos estalla por dentro, despreciando el statu quo social, y enfrentándonos a nuestra propia conciencia, la que teníamos de niños antes de mirar cara a cara a la falsedad. Si nos supera, entramos en la neurosis, pero si la superamos, crecemos más allá de lo social, dejamos sus mentiras para obtener nuestras verdades. Tan duras siempre. Tan necesarias.

Nada hay más aterrador, nada más difícil de asimilar, que encontrarte con la verdad desnuda, sin lazos ni adornos sociales, tal cual es. No estamos preparados para ella. Y superarla nos lleva tiempo. Mucho.

Toda sociedad está basada en el engaño, lo que trasciende al público, nunca es lo real. Lo que se quedan los que manejan los hilos, tampoco. Es más profundo que todo eso; es la incapacidad de comunicar abiertamente lo que sentimos, lo que somos, lo que anhelamos. Sólo los locos y los niños muy pequeños, aquellos que no se han enfrentado a la primera mentira, son los únicos que se atreven a desafiar las normas secretas establecidas. Luego, los segundos, se irán socializando, se les irá introduciendo en el sutil mundo de los engaños, entramados sociales turbios y sinceridades interesadas.

Antiguamente, en algunas civilizaciones, eran a los orates a quienes se les confiaban sus oráculos; sabían que por ellos, ajenos a la norma común, se decía lo que se pensaba.
Así se veía mejor el futuro, viendo cara a cara el presente desnudo.

domingo, 29 de noviembre de 2009

Fantasmas

¿Existen los fantasmas? Los incorpóreos, digo, los otros sin duda alguna.
Los seres más allá de lo tangible, ya sean mitológicos, monstruos, extraterrestres, malignos o benignos, nos han acompañado durante toda nuestra humanidad. La búsqueda de dioses incluida. Es como si nuestra propia compañía se nos quedara corta; necesitamos brujas, hadas, gnomos, trasgos, sirenas, centauros, pegasos, seres imposibles que nos abran las puertas de la imaginación, que trasgredan, por nosotros, las rígidas fronteras de lo posible, que se burlen de la física, lo normal y lo común.

Desde Grecia ya se les permitía a esos dioses, más humanos en sus defectos que en sus virtudes, vivir una vida sin cortapisas, y definir las de sus creadores. Uno se pregunta quién hizo a quién a su semejanza.

Los seres fantásticos, tanto los que nos asustan como los que nos acompañan y ayudan, a pesar de cambiar de apariencia según las culturas o las épocas, se mantienen igual en el fondo: son seres que llegan a donde no llegamos, saben lo que apenas intuimos y nos dan esperanza. La esperanza de que lo mortal no es lo único posible.

Los fantasmas nos muestran el otro lado, las meigas preparan las pócimas que allanarán caminos, las hadas nos protegen, los monstruos nos dan poder sobre la muerte al vencerlos, ya que no hemos creado a ninguno invulnerable; para eso está el ajo, el sol, las estacas, las balas de plata, la tierra sagrada, el agua bendita. No somos tan tontos, si ideamos un Mal buscamos la forma de neutralizarlo, de encontrarnos poderosos con nuestros pobres recursos, como los niños al jugar en algo peligroso que siempre tienen establecido un punto seguro, uno en el que eres invulnerable.

Necesitamos saber que no sólo estamos acompañados más allá de lo terrenal, sino que somos más libres que lo dispuesto por las circunstancias que nos acotan. Para eso existen los fantasmas; nos muestran esa dimensión necesaria para proyectarnos fuera de nuestro miedo básico: No sobrevivirnos.

viernes, 27 de noviembre de 2009

El mundo de Morfeo

A veces, he hablado de los sueños como anhelos, ilusiones, esperanzas, pero hoy quisiera referirme a ellos como lo que vemos y sentimos mientras nuestra mente duerme.

Dejando a un lado a Freud y su interpretación de los sueños -que eso sólo daría para mil fragmentos-, sin meterme en las especulaciones científicas de si son impulsos eléctricos o asimilaciones necesarias para que el cerebro se desconecte y no estalle, sin ni siquiera nombrar que hasta los animales sueñan, o meterme en la polémica de en si son o no adaptativos, obviando el tema de sus fases; ondas alfa, beta, theta y REM, y sin extenderme en sus causas. Sólo hablar de ellos.

Hay personas que no los recuerdan, otros que sueñan sólo en blanco y negro, otros en color, los hay tan vívidos que a veces, te paras a recordar algo soñado y lo mezclas con recuerdos reales. Esas experiencias nocturnas, esa doble vida íntima y reconocible en otros.
Por ejemplo, la sensación de volar, o la de no poder escapar o correr, la de visitar lugares conocidos en los sueños de antes, como visitar una casa en la que ya estuviste en uno anterior, o reconocer a personas amigas de otras noches. Un universo con dimensiones acotadas y reconocibles. Un paseo por mundos familiares.

Una de las cosas que más me encantan de los sueños, es lo bien que te manejas en ellos -si no es una pesadilla, vamos-, me explico; ante una situación que durante la vigilia sería imposible de superar, en este terreno onírico, todo se puede. Si te preguntan algo que no sabes, dices cualquier cosa, sabiendo que no es la correcta, pero con la plena seguridad de que va a colar. Si has de hacer algo que no tienes ni idea, no te amilanas, lo haces, independientemente de que quede bien o mal. Puedes volar si te van a coger, cerrar los ojos y que no te vean, desaparecer o aparecer a placer..., eres libre y las férreas normas físicas del mundo real, aquí no rigen.
Qué liberación saber que estás soñando, que eres invulnerable, omnipotente y omnisciente; tu propio dios, tu mismo adorador.

¿Será por eso que son necesarios los sueños?

jueves, 26 de noviembre de 2009

Desea con cuidado.

Se dice que hay que tener cuidado con lo que se desea, porque puede llegar a cumplirse. De niña esa frase siempre me inquietó; si se anhela algo, es precisamente para que se cumpla, pensaba yo. Y ahora, entiendo algo mejor lo que quería decir semejante contrasentido.
Es verdad, a veces, que el sueño realizado, no es lo que se pensaba; la realidad siempre es bien diferente a lo ideal, en la imaginación, pocas veces, se ven los inconvenientes de lo largamente acariciado. Y los tiene.

Aún así, sigo prefiriendo soñar y luchar por alcanzarlo, que no tener nada por lo que pelear. La motivación que da ese intento, la culminación de ese deseo es tan grande, tan arrolladora, que vale la pena arriesgarse a que su final no sea, en absoluto, el que se pensó tantas veces, de tantas maneras diferentes. La realidad ya se encarga de ir moldeando la idea pura, adecuándola a la vida real, y si sigue en pie, hay que ir a por ella.

Es verdad que cuando llega lo tantas veces acariciado, no es cómo se pensó ni viene en el momento correcto. Las circunstancias no son favorables, o los pasos ya van en otra dirección, o simplemente, ya es tarde para que lo podamos disfrutar como lo hubiéramos hecho cuando se comenzó a caminar en su búsqueda. Pero peor habría sido ni haber dado el primer paso.

A pesar de arriesgarse a encontrarse con ese sueño donde nunca se imaginó que podría estar, es bueno toparse, aunque sea de bruces, con él.

miércoles, 25 de noviembre de 2009

Todo cabe

Hay días en los que cabe de todo;como si cada hora fuera vivida en diferentes lugares: puedes andar entre calles deprimidas donde, para evitar que la gente salte, hay hincados sobre la parte alta de sus paredes cristales que sólo con mirarlos duele; sentarse en el césped verde y observar cómo los niños se divierten mientras los padres, vigilantes, se relajan -quizá los mismos críos que si no tuvieran cristales esos muros, los asaltarían, o los mismos padres que si vivieran más abajo, los pondrían-; asistes a un concierto en una capilla bizantina de clave, viola da gamba y voz de contralto que te retrotrae a ambas épocas, sentada en la tuya propia; te mezclas con personas vestidas con sus mejores galas y perfumadas hasta el mareo, que beben y prueban canapés de sabores encontrados; mezclas a veces afortunadas, otras, menos; tomas un café con amigas entrañables a la que cuentas tus planes, esos que nunca acaban de llegar y que cuando lo hacen, estás en otras cosas ya, y los disfrutas después.

Hay días en los que todo cabe, otros en los que parece que nada sucede, los más van pasando y uno recoge de ellos ese sabor a cotidiano que nos va marcando el ritmo, los menos son los excepcionales; el cúmulo final de un camino que se recorre en los días más humildes, los llenos de esfuerzo, pasitos y pequeñas alegrías, los más normales; de ahí salen los llamados grandes días, todo quimera sin esas horas de atrás. Pero a veces, cuesta tanto andarlas, aunque no hay otra manera de llegar a un sito que no sea con un pie detrás de otro, un día detrás de otro, una ilusión detrás de otra.

Gracias a todos los que me animáis, me leéis, me apoyáis. Los que hacéis que en un día quepa todo.

martes, 24 de noviembre de 2009

Así es

La autocrítica siempre es algo delicado, en general todas las críticas lo son, ya que por muchos argumentos que se tengan de base, siempre el tono es subjetivo, una parte irracional los controla, tendríamos que ser robots para no implicarnos. Y con la autocrítica es evidente que la subjetividad alcanza la parcialidad máxima.
No sólo carecemos del conocimiento ajeno de nosotros mismos, sino que criticarnos es de lo más irreal, a veces nos pasamos y otras no llegamos.

Cuántas veces hemos dado vueltas y vueltas sobre actuaciones que hemos creído totalmente erróneas, o como poco, inadecuadas con respecto a algo o a alguien, y al cabo de los días, no sólo era correcto sino que la gente te felicita. Y por supuesto, al contrario; estar encantados con nuestra actuación y toparse con el descontento general. Eso desconcierta a cualquiera.

Seguro que pocos hay que no se lleven a la cama, rumiaciones sobre el propio comportamiento, análisis pormenorizado de porqués y deberías, y pasarse rato sin conciliar el sueño, recriminando o ensalzando lo hecho ese día. Y casi siempre se llegan a callejones sin salida.

Hay aspectos en los que nos conocemos mejor y ahí sí que atinamos, pero suelen ser donde más veces metemos la pata, quizá por eso los entendemos mejor, la familiaridad ayuda. Y cada vez que alguien externo a nuestro caos, nos lo hace ver, nos desconcertamos por haber caído, otra vez, en lo mismo; "Pero si fui con cuidado, cómo puede ser que volviera a hacer lo de siempre", esa incapacidad de evitar los errores que más odiamos, es irritante hasta el punto de enfadarnos con nosotros mismos durante días.
Pero hemos de seguir viviendo con nuestras equivocaciones y en nuestro pellejo, hay que perdonarse, sí, de nuevo, y darnos unas palmaditas en el hombro, "Ale, ya pasó, metiste la pata otra vez, a ver si a la próxima... ", y así quedamos. Hasta la próxima.


domingo, 22 de noviembre de 2009

Fata Morgana

Los grandes espejismos.
Los hay individuales y colectivos. Visuales y vitales. Los primeros necesitan de condiciones climatológicas concretas y apropiadas para materializarse, como los oasis que flotan sobre el desierto, bajo una sed y un calor extremos; refugios que la mente crea porque el cuerpo los necesita.
También están los que surgen al otear el horizonte, normalmente desde el mar, y se deben a una inversión de las temperaturas. Donde no hay nada, se contemplan castillos, acantilados, islas, ciudades enteras, son las fatas morganas, hermoso nombre.

Los espejismos colectivos suelen darse cuando muchos, a la vez, llegan a proclamar por sugestión, que son testigos de lo que no existe, añadiendo detalles entre todos para ayudar a creérselo.
Mientras sean ilusiones ópticas, todo va bien, es una experiencia inquietante, cierto, pero bella. Un arco iris mismo, un halo luminoso rodeando la luna, una figura que no está donde se vio. Todos hemos experimentando un tipo u otro de engaño visual.

Lo peor de los espejismos es cuando dejan de ser una imagen, más o menos onírica, más o menos etérea, y pasan a ser una actitud vital, es decir, cuando lo que vemos no es lo que hay, sino una realidad basada en luz, humedad, contrastes y aire. Se pueden crear entre dos y vivir bajo ese hechizo tan a gusto incluso, hasta que un cambio vital venga a romper la pompa de jabón que con tanto cuidado han ido manteniendo, yéndose todo al traste.

Si el espejismo es sólo de uno, es más difícil de derrumbar, ya que no hay nadie más tenaz en el arte del engaño que el que lo creó, pero aún así, finalmente estallará.

Los espejismos colectivos son más serios, ya que pueden pasar de ilusión a convicción, y ya en ella, lo que se mire, puede estar tan distorsionado, puede modificar tanto el comportamiento individual, que se diluya entre la totalidad de las acciones.
Si lo que se cree es positivo, todo va bien, al menos, hasta que se deshaga la ilusión, pero si lo colectivamente aceptado es una aberración, el mundo puede llegar a temblar, como sabemos que lo hizo, que lo hace, que lo hará.
Romper ese espejismo es más costoso, pero una vez en el suelo, nadie nunca dirá que vio esa fata morgana, esa vida ideal, esa ideología equivocada. Nadie. Sólo eran espejismos.




jueves, 19 de noviembre de 2009

Ruinas

Hay veces que un edificio en ruinas, o en esa fase de demolición en la que todavía no es puro escombro, queda como partido, mostrando impúdicamente lo que las paredes ahora inexistentes guardaban; las distintas habitaciones con sus papeles pintados, algún cuadro, muebles que no se quisieron llevar o no pudieron, porque les pilló desprevenidos su hundimiento, sanitarios, objetos que de lejos nos recuerdan a los que tenemos en casa: lámparas, muñecos, alfombras. Sobrecoge.

Es el cuerpo agonizante de lo que todavía no está muerto, del que estuvo vivo. Es desolador, incluso inquietante, ver abiertamente aquello que la gente que habitaba en ese espacio, ahora roto, utilizaba y quería. Intimida un poco, como si estuviéramos espiando algo indebido, mirar esos espacios descarnados que los acogía. Era el hogar, el refugio del mundo de unos propietarios que forzosamente han tenido que abandonarlo. Habitaciones que nunca habríamos visto y ahora se muestran desnudas, impúdicas pero a la vez, turbadas, incompletas, asustadas, abandonadas a su suerte sin acaban de entender qué ha sucedido.

Una de las imágenes más impactantes tras una catástrofe, un bombardeo, es la de esos edificios abiertos, destrozados, imposibles de habitar pero todavía llenos de lo cotidiano, igual que una casa de muñecas a la que se puede ver con un simple movimiento de sus paredes, pero siniestra.

Contemplar las ruinas de algo que en su día nos acogió, siempre duele.

miércoles, 18 de noviembre de 2009

Autoengaños

Muchas veces, a la hora de solucionar un problema, nos atascamos, no le vemos el resultado, chocamos una y otra vez contra él, le damos vueltas y vueltas, nos quita el sueño.
En esos casos lo que hay que hacer, simplemente, es buscarle otro enfoque. El atascón suele estar ahí, en un planteamiento erróneo. Con darle la vuelta, mirarlo desde otro ángulo, se suele aclarar en seguida. Lo difícil, claro, es colocar las piezas en otro orden, cambiar por completo las premisas, y como dice Holmes; "De todas las posibilidades, la única que se mantiene en pie, será la verdadera, aunque parezca imposible".

La vida real se nos atasca en puntos muertos porque no sabemos redirigirlo, hay que quitar lo que sobre, lo que nos distrae impidiendo ver la solución, apartando variables, incluidas las que nos vienen mal, y una vez resituado, la conclusión es evidente. Entonces hay que enfrentarse a ella, ya que no siempre, nos gusta esa resolución -quizá por eso mismo, se tardó tanto en verla-, pero eso ya es otro tema.

La verdad desnuda no suele gustar, la vestimos, adornamos, a veces, hasta desfigurarla tanto que escondida en capas, desaparece. El tiempo suele ayudar; la perspectiva que nos da, esa lejanía necesaria que nos separa y nos quita protagonismo, suaviza el dolor y nos sitúa fuera de nosotros mismos. "Consúltalo con la almohada", consejo práctico que no suele defraudar; parar la mente es imprescindible dejarla sola, darle su tiempo para despojarse de los engaños, conscientes o inconscientes, que le hemos ido añadiendo. Sabemos más de todo si no nos empeñamos en creer que lo sabemos.

La intuición, esa alarma que nos avisa, a la que no hacemos caso cuando no coincide con las expectativas, es más sabia de lo que creemos, o queremos creer. Las corazonadas se confirman. Pero aún así, a pesar de la evidencia, de la experiencia directa, nos resistimos a hacerle caso, si nuestros deseos van en otra dirección; liamos la realidad, acoplándola a nuestro gusto, a la carta. De ahí a enfrentarnos con problemas irresolubles, hay poco trecho.

Quién no se ha calzado el zapato de Cenicienta, a pesar de que no nos ajuste, o, como en el cuento original, cortándonos un dedo para que nos quepa, si eso es lo que creemos necesitar para que se nos cumplan los sueños. Sueños, que una vez desenmascarados como quimeras, se caen a nuestros pies, doloridos, por haber tenido que andar con unos zapatos equivocados.

Aún así, los pasos dados con ellos, la ilusión del engaño, puede valer la pena; ya nos los quitaremos cuando sean insoportables. Los errores son parte de la vida. Y tenemos derecho a ellos.

lunes, 16 de noviembre de 2009

Verlo

Un día cualquiera, normal, como todos, puede dejar de serlo de inmediato. Un accidente, un encuentro, una novedad, un giro insólito que ataca directamente la rutina, agitándola y despertándonos. Que el suceso sea bueno o malo es independiente, con que sea inesperado ya cumple.

A partir de él, se crearán nuevos movimientos, desajustándolo todo; horarios, ideas, sentimientos, acciones, pensamientos. Nada quedará indiferente, hasta que de nuevo, la normalidad lo suaviece, limando los cantos de lo extraordinario hasta que se domestique, sea manejable.

Lo bueno está en que no se necesite de un acontecimiento, feliz o no, que venga recordarnos lo que tenemos, que esa rutina no llegue nunca a ser una losa, que las horas no se repitan, que las pequeñas cosas se encarguen de diferenciarlas, recuperando esa capacidad infantil, incansable, de sorprenderse siempre con lo mismo, porque un niño jamás ve nada igual. Saben que cada piedra del camino cuenta una historia y que si las sabes escuchar, nunca es la misma.

Es convocar conscientemente el asombro, el descubrimiento y la añoranza que teníamos, o tenemos, cuando las circunstancias nos eran, o nos son, novedosas. Intentar ver lo viejo como nuevo. Las personas sentenciadas por una enfermedad mortal e inminente, apuntan que aquello que despreciaban por habitual ahora lo encuentran de lo más excepcional, ven lo que habían dejado de mirar. La vida.

Uno se habitúa sólo a respirar y quizá eso sea el problema.

domingo, 15 de noviembre de 2009

Cafés

Cafés, conversaciones, humo, palabras, risas, paseos. Vidas que se encuentran, momentos inmortales que construyen la base para nuevos cafés, conversaciones, risas, paseos.

Unos vienen, otros se van, a veces para siempre, y aún así en esa ausencia, nunca acaban de desaparecer. Encuentros fortuitos, lazos fuertes, relaciones superficiales, amistades imprescindibles, gente. Y nosotros mismos somos gente para la gente, siendo parte de ella. Nuevas experiencias que nos sorprenden porque podrían habernos ocurrido a nosotros, abriéndonos los ojos a cirucunstancias lejanas a las nuestras. Atentos, no queremos perdernos palabra, risa, sorbo, paso.

Compartir, engañar a la soledad, buscar la compañía de los que nos son gratos. El cosquilleo agradable del encuentro previo, la sonrisa que se nos escapa al vislumbrarlos de lejos, la risa franca en el encuentro. Maravillosa sensación estar a su lado. Hay personas especiales que nos tocan todas las cuerdas; que hermosa melodía. Que especial te sientes. Qué difícil encontrarlas, no hay tantas, pero cuando sucede, lo sabes. Esa risa tras ese café, rodeada de humo, sorbiendo las palabras que surgen del eco de los pasos, en ese paseo que ahora es eterno, estar bien, completo, feliz. Dando un paso detrás de otro, compartiendo el mundo que te ofrece, que ofreces. Nada más intenso. A veces, doloroso.

Necesidad de saberte parte de alguien, de ser alguien para alguien. Sin eso, que vacío, que tristeza se arrastra a lo largo de los días, de la vida.





viernes, 13 de noviembre de 2009

Ojos cerrados

Cerrar los ojos, relajarse, permitir que el tiempo transcurra, por el mero placer de dejarlo marchar sin necesidad de más, es tan necesario como aprovecharlo, mimarlo... hay tan poco. La soledad así convocada se llena de uno, acaparando la totalidad del instante.

La mente libre vuela recorriendo caminos ya hollados o se aventura por sendas desconocidas, buscando aquello que ni nosotros sabíamos que queríamos encontrar, pasos etéreos que recorren atajos imposibles de ver con los ojos abiertos, distraidos por la vida, atareados en ella, sorprendiéndos con imágenes imposibles que vienen a tocarnos el hombro, suavemente, despertándonos inquietudes, renovando posiciones, ayudando en esa oscuridad intima a ver lo que la luz nos ciega.

La armonía de la soledad buscada, de los sentimientos libres, del intento de comprender el absurdo coherente de un tiempo, del Tiempo que tenemos, que hemos de tejer con sueños realizados. Pero primero los hemos de desear.

Cerrar los ojos, escucharnos desde dentro, saber que sólo ahora, solos, estamos más cerca de todo. De nosotros.

miércoles, 11 de noviembre de 2009

Mundos perfectos

¿Y si un día no hay ya nada que decir?
¿Y si ganan la partida los libros más derrotistas de ciencia ficción, ese mundo feliz, ese gran hermano, la quema de libros a 450 grados fahrenheit, los morlocks?
¿Y si se consigue que la Humanidad deje de tener conflictos, ya sea en laboratorios o por condicionamiento?
¿Cómo sobrevivir al no enfrentamiento, a la ausencia de superación, a la injusticia, a la felicidad fácil?

Creo, sinceramente, que ese día nos extinguiríamos como humanos, incluso como raza, ya que al dejar las contradicciones atrás, al no tener que superarnos haciendo fútil cualquier decisión entre el bien y el mal, reducirnos a una sonrisa blanda, sin preocupaciones, nos anularía. Nos despojaría de cualquier necesidad de superación, deambularíamos entre una sociedad perfectamente alienante. No lo soportaríamos.

No tener que trabajar en lo que no nos gusta, conformarnos con lo que tenemos tan felices sin revolvernos por dentro buscando la manera de trasgredir las barreras que nos impiden ser..., no veo nada más aterrador. Dejar de ser humanos, débiles seres plagados de contradicciones, emocionalmente básicos, capaces de las hazañas más grandiosas y de las más deleznables, comprometiendo continuamente nuestra incapacidad para ser felices, la que nos hace recorrer más camino que si lo fuéramos.
No, no me gustaría vivir en ese futuro perfecto, mejor me quedo en un presente imperfecto, con todo lo que conlleva; dudas, errores, dolor, superación, incertidumbre, éxito y sueños, esos sobre todo. Qué haríamos sin ellos; en ese mundo perfecto sobrarían, y si eso ocurre, los humanos dejaríamos de serlo.

Quién querría renegar de sus esperanzas, quién no elegiría un libro y empezaría a memorizarlo, quién no intentaría escapar al control supremo..., sin sueños, nadie. Qué horror, que final más devastador para el ser Humano, dejar de soñar.

lunes, 9 de noviembre de 2009

Dimensiones

Hay momentos, que cuando los estamos viviendo, sabemos con total certeza, que vamos a recordarlos siempre. Otros se quedan contigo sin haberte dado cuenta, mientras los tenías, de que lo harían. Muchos se olvidan y sólo se recuperan cuando se está bajo unas circunstancias muy similares a las que se dieron al experimentarlos. Algunos hay que se desean olvidar, y a veces, se consigue.

La evocación del tiempo vivido está dentro de cualquier momento. Si nos paramos a pensar, es como si manejáramos a la vez el presente con las imágenes de otros presentes, ahora pasados, añadiendo como una sombra a lo que hacemos, creando una dimensión que lo enriquece.

Hacemos algo y mientras ese acto se va introduciendo en nuestra memoria, incorporándose a nuestro yo, inmediata e inconscientemente el recuerdo de algo parecido se presenta ante nosotros, ampliando el momento, dándole un relieve y una importancia mayor. Es la perspectiva del ahora desde los muchos "ahora" pasados.

Nuestra mente maneja más de una idea, y que dos, a la vez; piensa en lo que hacemos, nos lo analiza, nos lo sitúa rebuscando similitudes y llama a las emociones, para que vengan a completarlo aún más, sumiéndonos en una realidad de la que no solemos ser conscientes.
El proceso de nuestra mente va por libre. Es un gobierno del pueblo para el pueblo pero sin el pueblo. Aún así, seguimos siendo nosotros los que disfrutamos de esos momentos infinitos, experiencias que sentimos bajo una dimensión perfecta; desde el mismo instante ya las estamos recordando, las vemos como las veremos en la añoranza mientras están ante nosotros; el continuo del tiempo se cierra y abre en ellas. Son circulares y eternas. Hay pocas, pero las que nos llegan, se quedan para siempre.

domingo, 8 de noviembre de 2009

No juzgarás

No digas; de este agua no beberé y este cura no es mi padre. Refrán que ensalza, sobre todo, la humildad; no nos creamos mejores o diferentes a otros, no juzguemos -terrible palabra- a nadie, por qué quién nos asegura que no tendremos que beber del agua que ahora renegamos o sobrevivir a un oscuro secreto, uno que deje en pañales a los que están ahora a la vista, listo para criticar.

Creo que lo peor que uno puede hacer es juzgar, no, opinar o tener un punto de vista, sino juzgar, emitir juicios de valor sobre alguien o algo, elevándose así por encima de lo juzgado, ir por ahí andando sobre nubes, creyendo que se está a salvo de los errores que ahora indica o muy superior a quienes pone en tela de juicio.

Las circunstancias de cada uno son, junto con la personalidad, los que van atando actos, acciones y reacciones. Sólo bajo esos mismos parámetros se podría intentar una aproximación a comentar qué pasa. Sin todos los datos es imposible dar un veredicto justo.

No digo que todo valga, o que cualquier acto esté justificado porque ha venido dado por circunstancias concretas. No, no es eso, en absoluto. Pero eso sería debate de otro fragmento, hoy es otro.
Cada uno es libre de definir lo que cree bien o mal, con lo que está de acuerdo y en desacuerdo, qué es ético y qué deja de serlo. Somos libres de elegir nuestros puntos de vista. En lo que no deberíamos sentirnos tan sueltos, es en imponer esos criterios sobre los demás, en juzgar a nadie, colocándonos en un pedestal que no nos toca.
Sí, abrir los ojos y ver cómo va el mundo, pero no, poniéndonos a nosotros mismos como raseros.

Ya se sabe, el agua que nunca pensaste probar puede ser lo único que tengas a mano para no morir de sed algún día.. , y si no pasase así, mejor, pero al menos, saber que la línea que separa el bien del mal, es más tenue y frágil de lo que se piensa.

sábado, 7 de noviembre de 2009

Tormenta

Hoy el cielo tenía color de tormenta, sus nubes revueltas, grises, amenazadoras sobre un azul turbio a punto de estallar. El viento agitaba las ramas de los árboles y creaba pequeños tornados de papeles, hojas y basura por las calles. Caían gotas gruesas, calientes, que venían a estamparse contra el suelo. Y una luz, ¡qué luz!, blanca, intensa, sobre un negro amenazador, tiñiéndolo todo de reflejos vívidos, logrando que las cosas se realzasen, creando un efecto como de pintura hiperrealista, alejando la imagen cotidiana. Ese tono tan blanco eliminaba la tercera dimensión, reduciendo la ciudad a dibujo, a simple boceto. Andar por ella era casi irreal, con el viento en contra, las gotas impidiendo la visibilidad, la luz fantasmal, el ruido, casi eco, de la tormenta que no acababa de romper. Pasear bajo esa amenaza controlada es siempre estimulante.

Claro, que sufrir ese cielo, por ejemplo, en el mar, donde la naturaleza en vez de hermosa es terrible, no debe ser, para nada, placentero, sino espantoso; depender de su capricho, estar a merced de esas nubes, ese cielo negro y blanco, ese viento que te puede arrastrar al fondo, no es bello ni siquiera trágico, es algo más profundo, más aterrador; es comprender lo pequeños que somos, lo frágil que es la vida, lo lejos que estamos de dominar los elementos, cosa que en una ciudad, arropados, es tan fácil de creer; aquí, bajo techo, nos engañamos con una autocomplacencia, con una superioridad infantil y miope, tan falsa como torpe.

Qué diferente es todo dependiendo de las circunstancias. Pero aún así, qué tarde más hermosa ha sido ésta.

viernes, 6 de noviembre de 2009

Lo invisible

Cada nota tiene un color, cada color se puede asociar a una emoción que a la vez se puede asimilar a una situación. La física nos trae lo intangible, nos dibuja la melancolía sonando en tono menor, en grises azulados, con olor a niebla reflejada en lagos plateados; la ira, de acordes aumentados, roja, veteada de terribles tonos negros, oliendo a furia, a ruido; la alegría, en contrapunto, brillante, suavizada por matices verdes, amarillos, ocres, impregnando el ambiente de olor a yerba fresca, a rocío tímido.

Lo interno, lo inexplicable, lo que sentimos y no sabemos definir, nos invade, necesitamos de lo externo, de su explicación, de entendernos y concretarnos. Si nos observamos, si vemos lo que realizamos o cómo, tendremos la expresión física de lo que nos remueve por dentro, en todo; los pasos al andar, más firmes o torpes o quedos; la letra, más suave, redonda, picuda..., lo que hacemos nos informa de nosotros mismos, de esas emociones que nos invaden, siempre, aún cuando no lo sintamos. No sólo cuando se nos desbordan están ahí. Nos acompañan, nos guían, nos indican que vamos bien o mal o no vamos.

Hay que estar atentos a lo que nos sucede, abservándonos ser, sintiéndonos movernos, comprendiendo a cada momento qué color, qué aroma, qué armonía tocamos.


jueves, 5 de noviembre de 2009

Bancos

Pusieron bancos en mi calle y pensé; "¿Para qué los ponen?, es una calle urbana, mas bien fea, no hay parques ni siquiera se agranda la acera". Bueno, fue ponerlos y llenarse de gente. Personas que antes sólo paseaban, ahora los ocupan.

Me equivoqué completamente, y si pusieran más, no hay duda de que más gente los utilizaría. He ido observando a los usuarios y dependiendo de la hora del día los acaparan unos u otros; por la mañanas, gente que viene y va de la compra; a medio día, padres con niños llenos de libros; a eso de media tarde, ancianos que juntos van hablando espaciadamente y observan el ajetreo de la calle; al atardecer jóvenes y personas cansadas de la jornada; al caer la noche, hispanoamericanos que hacen tertulia todos juntos, familias enteras que salen de la casa para conversar alegres; muy muy tarde, mejor no ver quienes los ocupan, pero se sabe por lo restos que dejan a la mañana siguiente.

Los bancos, a pesar de estar en la acera, mirando a los edificios, a los comercios, ni siquiera a la calle, tienen un éxito rotundo. Se sienta gente viendo pasar gente, se van intercambiando; es como verse desde esos asientos a ellos mismos andar, trabajar o comprar. Sentados se contemplan recorrer las calles, observan su humor, se relajan, quietos, encantados de ser, en esos momentos, quienes están ocupando los bancos. Ya habrá tiempo para dejar ese rato de descanso, ya habrá tiempo para que otros, los que ahora se ajetrean, les observen con alivio.

Me equivoqué del todo pensando que para qué esos bancos.

miércoles, 4 de noviembre de 2009

La caja de latón

No hay nadie que no tenga una caja de latón guardada, llena de recuerdos, ilusiones, anhelos y suspiros; en ella está esa parte íntima que sacamos de su escondrijo, casi a escondidas, como si conspiráramos contra la vida, cuando no nos ve nadie, cuando hartos del barullo de afuera, buscamos reencontrarnos con esos sueños nuestros envueltos en un papel de seda crujiente para compararlos con los de ahora, y comprobar que no se van tanto, que en realidad, siempre hemos deseado lo mismo, siendo nosotros iguales de niños, de jóvenes, de adultos, como lo seremos de ancianos. Los ojos que nos miran en el espejo al buscarnos siempre nos observan con la inocencia de quien no sabe muy bien qué hace detrás del azogue.

El jaleo diario, la inercia, los logros sociales y personales no son nada comparados con esa cajita de latón, la que se guarda en lo más hondo del armario, entre jabones, toallas y ropa blanca o en el altillo, bien resguardada de posibles curiosos. Nuestra esencia representada en recortes, juguetes, apuntes, diversos objetos sin sentido para nadie que no seamos nosotros, sin magia para quien no los sabe ver con la mirada del recuerdo; se confundirían con su forma, dejando de ver su fondo.

Todos somos especiales en algo, tenemos el don de aquello que mejor hacemos, a donde regresamos tras un día cansado, buscando las actividades que más nos gratifican, las nuestras; ese libro empezado, quizá esa receta, la quiniela, repasar la ropa, bordar, crucigramas guardados de revistas encontradas, la guitarra que nos envuelve, un bordado que adornará el cojín, ese partido, aquella serie..., tantas cosas como gente hay, todas igual de válidas porque cumplen su misión: la de aguardarnos en casa, junto al rincón secreto de la caja, para dar sentido al día a día, hacerlo más nuestro.
Son en esos momentos únicos y privados, repasando con los dedos los objetos invisibles de esa cajita de latón, lo que nos da la sensación de que estar vivos vale la pena.

martes, 3 de noviembre de 2009

Reírse

Pocas cosas hay mejor que reírse en compañía. Una conversación estimulante o caminar bien acompañada por calles solitarias, una noche, hablando de todo y de nada, o como dije un día, compartiendo el silencio, son otros de los tesoros más íntimos y renovadores.

Pero hoy quiero hablar de la risa, de ese pequeño gran placer que logra que las cosas si sitúen, cobren sentido y nos predisponga a tener un buen día. El sentido del humor, el saber reírse del mundo, y sobre todo, de nuestro mundo, de nosotros mismos, es la mejor baza para entender el sinsentido con el que a veces se te viene todo encima. Es un lujo que se suele menospreciar, como casi todo lo sencillo y cotidiano, que paradójicamente, es lo que más se echa de menos cuando falta.

Si uno se toma demasiado en serio, malo. Se pierde perspectiva, se toca techo, dejas de crecer. No hay nada que no permita un resquicio para que entre la risa, abriendo ventanas y aireando ambientes. Nada. Si pierdes la sonrisa, la carcajada franca, lo pierdes todo.

Compartir ese humor con los que te rodean, sonreír o reír hasta las lágrimas, es una de las situaciones más gratificantes que existen.
Y cuando más se han de tomar las cosas en broma, es cuando peor van. Es un antídoto que no falla.

lunes, 2 de noviembre de 2009

Rotos

Lo roto no se puede enmendar sin que se note. Con buena voluntad quizá, guiñando un ojo, se procure disimular el estropicio, no ver ese pegamento, a pesar de ser evidente y venderse como invisible, o ese remiendo cosido con maestría o tal vez esa relación de amistad, compañerismo o de cariño en la que algo se deterioró y ahora, en un acuerdo tácito, los implicados hacen como si todo siguiera igual; "Buenos días", "Sí, claro, un café", "Qué bonito día", y se saludan olvidando, recompuestos por el pegamento social. Es lo correcto. Si nada se dice, nada pasa.

Lo normal es que el remedio aguante, sólo en lo verdaderamente equivocado, no sólo no sirve el parche, sino que trae consecuencias desastrosas para los protagonistas. Lo estropeado, lo no dicho, lo acumulado, puede tapiar vidas enteras, anular emociones, silenciar sufrimientos. Detrás de muchas violencias, suicidios, huidas, vidas perdidas, hay terribles secretos; rotos irreparables, en los que ni se quiso ni se puso un mínimo intento de arreglo, de cuidado.

Qué duras esas vidas truncadas, irrecuperables, vaciadas por ese agujero creado al no sacar a la luz, en el momento de romperse, esa inocencia truncada, ese primer golpe, el primer desliz, el miedo paralizante, el no enfrentarse a la pérdida de lo intacto; el no remediarlo, ni intentarlo.
Negar la situación, coger los trozos y esconderlos es aún peor que tirarlos, así se evita admitir el estropicio. Peor que una mala enmienda.

Y una vez aprendiendo a malvivir entre los pedazos, es todavía más difícil saber que algo se ha roto, que esa bofetada no es justa, que ese insulto lo es menos, que llorar en un miedo silencioso, no es arreglar nada.

domingo, 1 de noviembre de 2009

La no acción

Según el Tao, el libro del Camino, la no acción es la más positiva; el hecho de saber esperar, no afanarse, da mejores resultados que ir a todas partes sin más.

"Cuando nada se hace, nada queda por hacer", también dice; "La verdadera sabiduría se alcanza, dejando que las cosas sigan su curso. Nada se logra interfiriendo".

Visto con los ojos de Occidente suena extraño, rozando incluso el desacato, codeándose con la pereza y el desánimo. Pero visto con los ojos rasgados de Oriente, no. Para nada es una incitación a la inactividad, a no ser dueños de nuestros destinos, a dejarnos en manos de quien sabe quien. No. Es más bien la serena certeza de que hay que saber que la realidad se nos escapa de las manos, la humildad milenaria de entender que el afán humano no depende sólo de nosotros, sino de todos, como fichas de dominó que se colocan una detrás de otra y que al tirar la última, por arrastre, hace que caiga la primera, que además, no sabe por qué cayó: No hizo nada. Sólo estaba allí. Como todos nosotros, que estamos donde estamos y hacemos lo que hemos de hacer, con todas nuestras fuerzas.

Pero hay un punto en el que hay que saber esperar, porque ya no depende de nosotros, sino del resto del juego. La no acción, en este caso, es aguardar serenamente, con sonrisa milenaria, a que las demás fichas caigan y nos vuelvan a situar para renovar fuerzas y seguir adelante con nosotros mismos.

Aquí, sin más poesías, se le llama suerte.


sábado, 31 de octubre de 2009

La noche de las ánimas

Hoy es la noche de ánimas, que suena mejor que Halloween, fiesta que se celebraba asistiendo a la representación cuasi obligada de Don Juan Tenorio. Ahora la gente se disfraza de monstruos y fantasmas, imitando la fiesta anglosajona, y exportada de sus colonias. Aquí sin necesidad de pedir dulces a cambio de no hacer trastadas. Sólo fiesta, risas tenebrosas y quizá una excusa como otra cualquiera de acabar borrachos.

La calabaza con su vela encendida ante la ventana, es un aviso a los espíritus, que hoy vagan por la tierra, de que no entren en las casas. En Méjico, por el contrario, se las anima a transpasar el umbral. Les hornean figuras de azúcar con sus nombres y regalan aquello que tanto les gustó en vida. Distintas costumbres, distintas creencias, los hay que no quieren saber nada de las ánimas y las hay que quieren disfrutar de su compañía un ratito más.

Los espíritus que regresan a vernos; que belleza en el concepto, más allá de historias de miedo o pelos erizados ante la muerte que deja un día libre. El mundo de los muertos que se niegan a permanecer en las tumbas; que tema para todas las artes, que escalofrío, si se piensa en ello, que atracción de vértigo asomarse a ese mundo oculto y cerrado. La razón no acaba de sentirse cómoda ante la nada, usa de la imaginación colectiva para encontrar remedio a ese final imposible de evadir, trayendo, invocando y conmemorando a los muertos que nos preceden, nos los traen para crear el consuelo de que el final, no es final, sino parte de otra forma de vida.

La atracción hacia la muerte, los cementerios a los que ahora, en breve, se visitarán masivamente, y a los que no conseguí entrar de pequeña, de noche, por mucho que lo intenté; algo me hacía correr en dirección contraria a la recorrida contando historias de miedo, mientras me hacía el firme propósito de entrar, esa vez, sí. Imposible: ¿Y si los muertos salieran a recibirme?

Esta fiesta universal hacia las ánimas, en pena o no, esa invitación a volver a visitar aquello que en vida les dio calor, es algo más bien para nosotros, los vivos, que para ellos, los ya idos. Es un último intento poético de no enfrentarnos a la oscuridad de una tierra húmeda que nos arropará. Es, sobre todo, la alegría de reencontrarnos con esos espíritus que viven en nosotros para siempre tras su partida.

La noche de las ánimas, la esperanza de las almas vivas.

viernes, 30 de octubre de 2009

Adelante

Una palabra, una imagen, un sonido. Una búsqueda, un color, un sentimiento. Somos lo que somos por lo que hacemos, por lo que soñamos que hacemos y sentimos y vemos y entendemos. Pero qué somos. Todo, y a la vez, nada. Esa imagen que nos emociona, esa palabra que nos llega, ese sueño que perseguimos, ese presente anclado en un pasado y que mira, a través de la niebla, a un futuro que no es más que ese cúmulo de imágenes, palabras, melodías, ilusiones y acciones.

No hay que mirar atrás ni adelante, estamos atrapados en el minuto infinito del ahora. Pero sin anclaje, sin rumbo, ese minuto también pierde sentido, deja de ser eterno para ser sólo una medida de tiempo efímero, sin sentido, sin contenido. Buscar, encontrar, parar, seguir, ha de tener una razón de ser, un todo que lo contenga, que le dé luz.

A veces ese sentido se escapa y sólo se tiene el minuto lleno de segundos amenazantes porque huyen sin más, escapándose, despojándose del Tiempo que avanza, lento, implacable.

Hay que aferrarse a algo, a lo que sea, sobre todo cuando menos asideros se tienen. Un sonido, una imagen, una palabra.

jueves, 29 de octubre de 2009

El hilo de la madeja

Qué importantes son, a veces, algunas de las frases oídas al azar entre conversaciones ajenas o de alguien a quien nunca más volveremos a ver y que por haber coincidido con él, nos dirigió. Son palabras que necesitábamos escuchar y no lo sabíamos, pero que al oírlas nos llegan, iluminando una parte íntima que deseaba conocerlas. Agua sobre tierra hambrienta.

Cuando se está hecho un lío, sin saber qué camino coger, estancado, con la sensación de no ir a ninguna parte, una de las cosas que ayuda es dejar de pensar en el asunto y salirse de uno mismo. ¿Cómo? Hay varias maneras, dejando aparte las dañinas, cuento dos de ellas.

Una, que suele funcionar, es abrir un libro, el que sea, sin más, y dirigir los ojos a la página abierta para leer la frase que se quiera en ella. Lo que se lee ayuda. Es fácil de comprobar. Digamos que es una especie de I Ching casero, pero igual de efectivo.

Otra es la de echarse a la calle y estar bien atento a lo que dice la gente con la que te vas encontrando; difícil será que no escuches algo que te ayude a desenredar la madeja. Es así de simple. Al salirte de tu propio pensamiento viciado, al atender a otras palabras que no son las tuyas, comprobamos que nos marcan y señalan cómo estirar de ese hilo que no veíamos por el mero hecho de estar saturados de nosotros mismos.

El funcionamiento de estos recursos, que parecen cosa de magia, es de lo más prosaico y no sé si hago bien en desvelar el truco; la ilusión sólo lo es hasta que se le ve la trampa. Así que quien no quiera saberlo, que no siga leyendo. Es tan maravilloso creer que el conejo sale de la chistera, que ver dónde estaba y romper en mil pedazos el espejismo, a veces, no apetece nada.

Si sigues leyendo es que no te importa o necesitas confirmar que el sombrero de copa no crea conejillos solo. Pues no, como tampoco es que esa frase del libro o esas palabras escuchadas al azar estén ahí, esperándonos desde tiempos ancestrales; es el mismo entendimiento humano que necesita cerrarlo todo, acabar lo inacabado y encontrar sentido a lo que le rodea.
Así pues, se oye lo que se necesita oír y se ve lo que se quiere ver. Es decir si yo digo algo en voz alta, y tengo ante mí a más de una persona y les pido que me repitan qué recuerdan de mis palabras, cada uno me dirá justo lo más significativo para él; si uno tiene hambre o sueño o está deprimido, recordará mejor el contenido que haga referencia a esos temas. Y siempre, la mente, encuentra algo que sugiere lo que nos preocupa -ahí están los horóscopos, por ejemplo, siempre aciertan, aunque los intercambies-.

Si has continuado leyendo, no quiere decir que ahora no te funcione lo de leer en un libro aleatoriamente o escuchar indiscriminadamente, al contrario, sigue siendo un remedio perfecto para salirse de uno mismo y atender desde fuera lo que ya no conseguíamos decirnos desde dentro.

miércoles, 28 de octubre de 2009

Paseo

Vas caminando. Es el recorrido habitual; mismos árboles, semáforos que te hacen esperar siempre a esa hora, los cruces que tomas y los que no, casas que ya ni miras. Es igual cada día, pero no lo es, dependiendo de tu humor, de lo que vayas pensando o en lo que te haya sucedido, verás el paseo diferente; si el pensamiento es oscuro, te fijarás más en las grietas, en lo sucio, en los obstáculos urbanos. Si es negro, ni se ve; absorbida por esa negrura llegas a destino sin haberte dado cuenta del trayecto.

Si las emociones son alegres, lo que te encuentras es bello, limpio, directo y hasta novedoso, si además vas cantando al caminar -en casos extremos de contento-, te fijas en el cielo, las nubes y observas ese paseo desde arriba, como si estuvieras caminando por encima de todo, realidad incluida.

Pero lo normal, es oscilar entre las emociones medias, así que lo que se descubre en cada ocasión suele ser menos espectacular, más cotidiano y sencillo: ese árbol de hoja tan verde, la tienda nueva que ya se inauguró, un desconchado con forma divertida, esa fuente que hubieras jurado que no estaba allí. Percepciones de la realidad cotidiana, que por rutinario, habías dejado de ver.

Cuando hiciste ese camino por vez primera, te fijaste en él minuciosamente para paulatinamente, retirar tu atención abandonando los detalles por habituales. Para reencontrarlo hay varios modos: o lo dejas de recorrer un tiempo o lo miras desde los ojos de otro o los cambios emocionales te mostrarán lo que la normalidad dejó de enseñarte.

El hábito es necesario, si no, nos colapsaríamos, seríamos incapaces de aprender nada si cada día tuviéramos que deslumbrarnos por lo de cada día -dudoso placer de los amnésicos-, pero hay que hacer un esfuerzo y detenerse algunas veces a revisar y a apreciar lo que tenemos delante, ya que si no, caemos en el error de no valorarlo como se merece.


martes, 27 de octubre de 2009

Despistar la rutina

La vida va acotando movimientos, no se lo podemos permitir; hay que liberarse, crearle pequeños obstáculos, barricadas y revoluciones, que no se haga demasiado poderosa en esto de limitarnos.

Las responsabilidades hay que tomarlas, es lo justo. Lo que nos ata, no a la vida, sino a nosotros mismos, son los compromisos que somos capaces de llevar hacia adelante, los que nos irán configurando. Pero como siempre, está la otra cara de la moneda; que la vida se vuelva demasiado rígida, inflexible, limitada.

Hay que saber escurrirse de vez en cuando, dejar aparcadas algunas de las tareas o imposiciones diarias, para liberarse de esas trabas y volver a sentir el sol, el cielo, el no saber qué hay detrás de ese minuto en el que, simplemente, no se hace nada de lo que se debería estar haciendo. Hay que tomarse vacaciones de la vida, de nosotros mismos, de nuestra rutina y nuestros sueños, salirse de la piel, del espejo. Ser.

Esos momentos, extrañamente libres de lo que deberían haber contenido, se agrandan y nos arropan como una ensoñación, viviéndolos más intensamente que si los hubiéramos vestido con sus obligaciones y horarios normales. Romper con ese orden, crear ese pequeño agujero negro, es necesario para que tenga sentido de nuevo sentarse a la mesa del día a día y trabajar en ella, con nuestro esfuerzo, dentro de nosotros mismos, atrapados por nuestras ilusiones y llenos del recuerdo de que a la vida también se la puede engañar algún que otro ratito eterno.

sábado, 24 de octubre de 2009

Blanco

Empezar a emborronar el papel, manchar su blancura con signos, intentar que digan algo más bello. Difícil. No se puede añadir nada más hermoso que lo que no se ha dicho. Una vez contado, se rompen las posibilidades, se concreta la idea nunca del todo como se quería, en ocasiones, pocas, superada.

Ese blanco inmaculado, manchado de letras, ha de decir algo más, si no, no vale la pena. Detrás queda lo que pudo ser, delante lo que es. El velo de lo no-hecho rasgado por la evidencia de lo patente, de lo palpable. Qué cambio, qué truco de magia continuo. Lo que se expresa queda tan pobre.

Decir algo que no dice nada. Condena que encadena el pensamiento puro, palabras que nada dicen con pretensiones de decirlo todo. El folio en blanco, mirarlo detenidamente, esperando que hable, que cuente lo que esconde ahí dentro, amagado, latente y ansioso.

Salirse de uno mismo para enfrentarse a la nada, al todo. Vacío lleno de probabilidades que mueren al definirse. Trueque del blanco al negro, del espacio y el silencio al barullo del contenido. Búsqueda de lo definido para volcar ideas pasajeras que a alguien lea, que leas, que al retenerlas digan lo que se quiso comunicar. En el fondo, nada.

Emociones dispersas que caen como gotas informes que se esparcen, hablando entre ellas, avergonzadas de mojar la página. Blanco sobre negro, negro sobre blanco.

viernes, 23 de octubre de 2009

Sorpresas

Es verdad que las cosas vienen cuando menos te las esperas, tanto las buenas como las malas. Y eso que la vida te tenga que pillar por sorpresa siempre no acaba de gustar, ya que cuando estás anhelando conseguir lo que no te da en ese momento, el desánimo y la frustración rondan. Vale, está la esperanza, pero las nubes negras del abatimiento son las que ves cuando miras por tu ventana.

Los amigos animan, te recuerdan que llegará, y tú te quieres dejar convencer, sonríes y tratas de recordar que, efectivamente, las cosas vienen Pero claro, lo que quieres es que te las traigan ahora, ya, cuando estás esperando.
No suele ser así.

Cierto que cuando finalmente se presenta por lo que se suspiró, se agradece y renuevan esperanzas, y esa alegría, vieja por lo tardía, ya no prevista, ayuda a tener paciencia con los deseos inmediatos.

En honor a la verdad, siempre que algo bueno sucede, y aunque ni se recuerde que se deseó, por lo mucho que se hizo de rogar, devuelve la fe, las ganas de seguir, el entusiasmo que tanto cuesta mantener en su sitio, día tras día, hora tras hora. La lucha contra la desesperanza, las ganas de arrojarlo todo a un rincón.

Pero aún cuando la vida no venga a sorprendernos, o tarde tanto que ni lo veamos, cierto es que al tiempo, pocos son los que no van a esa esquina donde se tiraron las fuerzas, y recogiéndolas, sigan adelante, con la ilusión ciega de que una vez más, la vida venga a sorprendernos.

Hoy te tocó a ti, compañero.

jueves, 22 de octubre de 2009

Fiebre

Cuando uno se encuentra mal, el mundo cotidiano se vuelve del revés; lo que se hace casi sin pensar, ahora se lo piensa uno mucho antes de hacerlo.
Cómo cuesta levantarse, salir de la cama, arrastrarse por la casa, mirar si hay algo en la nevera para no tener que salir, saqueando la despensa como en tiempos de guerra.
Si no es una enfermedad demasiado grave, no nos decidimos a parar la actividad, así que ponerse a ella es una tortura lacerante y además se tiene la sensación de que no está saliendo bien, así juntamos el dolor corporal con el psicológico, para ayudarnos a llevar mejor el tema.

Si logramos sobrellevar la mañana y hay suerte de estar solos, es decir que no dependa nadie de nosotros, que no es lo normal, nos ahorramos el esfuerzo sobrehumano de atenderlos. Al atardecer, cuando encima sube la fiebre, y ya cansados de encontrarnos mal, aún nos duele todo más, empezamos con los pensamientos sombríos. Hay que alejarlos rápidamente, como quien espanta moscas, agitando mucho la mano por todas partes, para que se vayan.
No hay día que dure más que los afiebrados, en los que se intenta hacer vida normal sin estarlo, todo pesa; manos, pies, abrir los ojos. El tiempo no pasa. Te acuestas, envolviéndote en mantas y sueños extraños que te dan la sensación de que no has dormido nada. Miras el reloj y ves que sí, que ha pasado parte de la tarde, pero que todavía queda. Levantas el cuerpo, le das algo para rebajar la fiebre, que no paras de comprobar a ver si ya se va, pero no, queda para rato.
Intentas distraerte con lo que sea, pero todo cansa, te vuelves a tumbar, cierras lo ojos, pero esta vez sin suerte. Desficioso, te llevas a la cocina, no paras de beber, anticipas una cena chapucera y aunque es aún pronto, das el día por acabado y te acuestas.

Y si un día de fiebre es largo, no lo es nada al lado de la noche. Se dan vueltas y más vueltas, se caen mantas que antes quisimos por estar helados y luego rechazamos por lo que nos hacían sudar, es como si la temperatura corporal estuviera estropeada. Y esa sensación de que no se está descansando, de que no se pega ojo.

Pero como siempre, todo acaba, y una mañana, te despiertas sin esa sensación de plomo en el ánimo y de dolor en los huesos; estás bien. La salud ha vuelto y ya sin echarla de menos, vives los días sin recordar lo mucho que la extrañaste.

Qué triste que sólo en su ausencia se valore lo más importante.

miércoles, 21 de octubre de 2009

Más allá

Mirar más allá, que bien suena, pero mirar más allá de dónde; ¿de nuestra propia experiencia? qué difícil, qué imposible. La verdad, es que somos limitados, nuestra capacidad para ver más allá de nosotros mismos es algo que requiere esfuerzo, mucho. Leer ayuda, entender a los demás también, pero siempre está contaminada esa visión por nuestra propia mirada, nuestra limitada capacidad de entender, de aprehender lo que nos rodea.

Puede que por eso nos sea tan complicado comprendernos unos a otros, que la incomunicación se base en esas premisas; lo que uno dice no es recogido totalmente por esa barrera. Asimilamos lo escuchado, lo leído por esa experiencia limitada que nos configura, que nos hace.

Eso no nos exime de intentarlo, de aventurarnos en los otros, si lo logramos, si vemos más allá, entonces un mundo distinto al nuestro nos llega, llenándonos de otras vivencias, otros puntos de vista, otras maneras de entender ese más allá, si no, simplemente, la amoldamos a nuestro límites, dejándonos por el camino lo que podríamos haber ganado.

Es cuestión de dejarnos aparcados, salirnos de nuestras fronteras y ver, de verdad, más allá. Seguro que ganamos mucho.

martes, 20 de octubre de 2009

Silencio

Es gratificante intercambiar palabras, pero aún lo es más compartir el silencio. Sentirse plenamente comprendido sin necesidad de diálogo, a gusto con la ausencia de cualquier estorbo que amenace romperlo. Sólo se podría admitir un suave contacto, un leve roce, una ligera presión. Nada más.

Esos momentos blancos dicen más y son mas profundos que horas de conversaciones, planes, caminos, imágenes. Sólo cerrar los ojos y escuchar lo inaudible, lo que ni uno sabe que lleva dentro ni se dice; el ruido diario lo enmudece.
Silencio en compañía. Sin tensión. Sin tiempo.

El lujo de oír tu silencio escuchando ese otro silencio igual de mudo y vital, nos confiere la sensación de entenderlo todo sin necesidad de explicar nada, lo que no logran las palabras, eternas liantas. Pueden pasar minutos, segundos, horas o años, en la misma posición sin hablar, intercambiando sensaciones conocidas, recuperadas o nuevas: un transvase ancestral de paz, tranquilidad.

Puede que nuestros antecesores se sintieran así hace tanto, no hace nada, ante el fuego, recogidos, sin apenas modo de hacerse entender por un lenguaje incipiente pero ya hermanados en las emociones, lucha, curiosidad, afán por estar juntos; necesidad de ser unos en otros. Quizá ese silencio atávico sea el que se convoca cuando encuentras con quien compartirlo.

Y en ese silencio se dice todo.

lunes, 19 de octubre de 2009

Los sentidos

Hay días en los que todo parece más nítido y diáfano; los colores intensos duelen, los olores abruman, el ruido amplificado agota, como si los sentidos, habiéndose cansado de amortiguar el exterior, se hubiesen confabulado para abrirse, dejando entrar esa información de más que suelen detener para no bloquearnos.

Pueden durar sólo unos instantes, y el desencadenante no necesita ser gran cosa, vale cualquier estímulo, independientemente de su importancia. Una sencilla fragancia olvidada que nos viene a recordar la persona, o situación asociada a su olor, es tan capaz de abrir las compuertas de los sentidos como cualquier otro.

En esos momentos clave, a la consciencia no le da tiempo a asimilar tanta cantidad de matices, pero sí que los procesa, imprimándolos en nuestro yo más profundo. Es una amalgama de sensaciones, un mareo de pensamientos puros imposibles de separar unos de otros; ya lo hará el tiempo. Esos segundos clarividentes y abrumadores, se irán ralentizando hasta desaparecer, pero nos habrán dejado ideas, sentimientos, razones. La resaca de la marea siempre deja restos.

Al finalizar la experiencia excesiva de unos sentidos rebelados, al regresar a la grisura de lo normal, después de la tristeza que conlleva la pérdida de la eternidad, nos quedamos vapuleados, heridos, pero llenos, sin saberlo, de toda la fuerza que día a día, ya sin esa luz, iremos viviendo de su estela.

Menos mal que los sentidos, a veces, dejan de cumplir su papel de filtro y nos permiten atisbar ratitos de felicidad, de bienestar, de locura y de vida.

domingo, 18 de octubre de 2009

Ignorancia

"La ignorancia da la felicidad". Menuda frase. Incluso hay refranes populares que lo avalan, como, "ojos que no ven, corazón que no siente".
Si uno piensa en ello, hasta se lo puede creer: si no me entero, todo va bien. Pero si se para a analizar y a desmenuzar esa ignorancia, se ve que en el fondo, no es tan bueno lo que proporciona esa felicidad blanda, aséptica, de juguete. No satisface, sólo adormece, anula, inmoviliza, porque en el interior, bien profundo, se sabe que algo está torcido, pero como si nos enterásemos, dejaríamos de ser ignorantes, supeditamos la verdad a esa pseudo felicidad.

Es cierto, que el ver cara a cara lo que en esos momentos ignorábamos, es de lo más duro, esa verdad terrible no nos trae, precisamente felicidad almibarada, sino enfrentamiento a una realidad que no nos viene bien encarar. Presento la realidad cruda, porque si lo que descubrimos es bueno, no ha lugar a dejar de ser felices. Me refiero a esa cara de lo real que no queremos ver, que nuestros ojos preferirían obviar y nuestro corazón no sentir.

Hay que tener en cuenta, que dependiendo de la personalidad, es más o menos difícil enfrentarse a lo que no queremos ni ver. Esta claro, la opción es legítima, elige la pastilla azul o la roja. No hay más. Pero creo que la factura de esa ignorancia, a la larga, es haberte perdido la vida, haberte perdido las posibilidades de superar esa verdad, de vivir sin pantallas de humo, de hundirte y levantarte, de exprimir la misma esencia de ser. Te habrás perdido a ti mismo.
Y eso no es mi apreciación de la felicidad.



sábado, 17 de octubre de 2009

El lenguaje

¿Qué es el lenguaje, qué arropa? Qué va primero: el pensamiento o el lenguaje.

¿Es el vehículo mediante el cual expresamos nuestros pensamientos o son los pensamientos que han de vestirse de palabras y normas para poder existir?

¿Podemos expresarnos sin lenguaje, podemos comunicarnos sin conceptos adquiridos, sin imágenes mentales? ¿O es una retroalimentación continua?

Por qué esa necesidad de comunicar, sea como sea, qué normas tiene tan complejas que al estudiarlas nos supera en muchas ocasiones, y que al llevarlo a la práctica, es decir, hablando, nos es tan fácil.

Todo niño tiene, es sí mismo, la capacidad de hablar cualquier idioma, está preparado genéticamente para emitir cualquier fonema; no hay sonido que no sea susceptible de ser articulado, es cuando empieza a hablar, a integrarse en la lengua materna cuando esa capacidad se limita. A la vez que articula los sonidos base de su lengua, va perdiendo para siempre, los que no habrá de usar. Así cuando de mayor aprenda otras lenguas, nunca acabará de tener una fonética correcta. Ejemplos, los que queráis, la "r" del español al chino que lo habla por esa "l" característica, es uno de los más vistosos.

Teóricos del lenguaje y la psicolingüística han escrito tratados de todo tipo para establecer unos parámetros en los que todo quepa. Intentan contestar las preguntas anotadas al principio y muchas más. Como siempre, con los fallos de la naturaleza, es donde más se ha aprendido: las afasias, las amnesias. Entre las primeras, está el cómo alguien que no tiene capacidad para generar ideas, sigue articulando palabras sin sentido, o sabiendo lo que quiere decir, ser totalmente incapaz de usar el término exacto. Con las amnesias nos iríamos más lejos aún, se puede perder la capacidad de recordar el idioma, pero no de comunicarse.

Lo que queda claro, es que da igual el idioma en el que se mueva uno, todos tienen las mismas estructuras profundas, da igual si no tiene apenas vocabulario o sea de gramática pobre, o muy elaborado, incluido el lenguaje por señas de los sordos. En todos existen esas caractéristicas comunes sin las cuales no sería un lenguaje, se cometen los mismos fallos, con ellos se sigue estudiando ese vehículo entre pensamiento y su expresión, el significado y el significante.

Con esto último nos metemos de lleno, ya no en saber si es la concreción del pensamiento abstracto, sino en la misma estructura de la lengua, en el problema, no de hablarlo, sino de entenderlo, la nomenclatura de sus términos, lo que atañe al lenguaje como tal, el concepto y su imagen acústica. La articulación sonora de la expresión del lenguaje.

Nuestros sentidos nos ayudan a recuperar el pensamiento que otro nos ha querido expresar, y que a su vez, nos aportará nuevos conceptos que nos servirán.






viernes, 16 de octubre de 2009

La radio, segunda parte

http://delendaestcarthago.com/radioteca.php

Sí, es el link para oír el programa de radio de ayer, fue muy divertido, gracias desde aquí a Jorge y Alicia, y besitos para Jose, Begoña y Teo. Qué casualidad.

Creo que hoy tampoco debería hacer entrada, así que no la haré.
A menos, que esta noche, me entre un arrebato de nostalgia por no haberla hecho.

http://radiodiane.blogspot.com/

jueves, 15 de octubre de 2009

Radio

Hoy no haré entrada, me entrevistan en la radio, la haré en directo a las diez de la noche. La emisora es la 93.8, para seguirme online es este enlace: http://www.burjassotradio.org/ (en el botón escuchar y luego darle a "Play"). Si no, da igual, cuando me den el enlace lo pondré aquí.

Si Marconi levantara la cabeza, ni se lo creería; poder escuchar su invento desde otro invento aún más complicado, porque no nos engañemos, todos estamos familiarizados con las nuevas, y no tan nuevas, tecnologías que nos hacen la vida más fácil, pero entender cómo funcionan es otro tema, creo que son pocos los que llegan a desentrañarlas. Sí, se enciende desde aquí, va así, son estos plomitos, es este chip... , lo que digan, pero a mí me siguen parenciendo de ciencia ficción muchas de las cosas que me rodean.

Como no hago entrada, no profundizaré en esto, me lo reservo.

miércoles, 14 de octubre de 2009

El Sexto Sentido

Según los neurólogos, el sexto sentido es el sentido de la proprioceptividad, es decir el dominio del propio cuerpo, de su equilibrio y manejo. Hay desórdenes en él, por suerte, no muy comunes, que nos desmadejan, convirtiéndonos en instrumentos inútiles, cáscaras deficientes que sólo a base de una gran fuerza de voluntad, logramos volver a manejar. A veces nunca.
Pero el sexto sentido al que quiero referirme, es el que se nombra popularmente: la intuición. Esa sensación más parecida a un cosquilleo incómodo, impertinente y tenaz que no nos abandona hasta que no le hacemos caso.

Todos sabemos lo que es, nadie se ha quedado sin experimentar esa desazón inquietante. Cuántas veces hemos respirado profundamente agradecidos por haber hecho caso a ese instinto irracional. Seguro que casi las mismas en las que nos habríamos dado a todos los diablos por no haberla seguido. “Lo sabía, mira que lo sabía. No tenía que haber hecho eso, ni llamado a ese, ni comprado lo otro. Lo sabía”. O por el contrario: “Si es que algo me avisaba que tenía que ir, hacer, no hacer, ir, tomar, llamar…”.

Sí, la intuición existe. Es verdad que hay gente que tiene más que otra. Las hay que parecen inmunes a semejante don, que no saben leer las circunstancias más allá de sus narices y que no atan cabos ni deducen actuaciones así las maten: falta de observación, de curiosidad o empatía. Porque creo que la base de la intuición es directamente proporcional a la capacidad de la persona en atender los detalles, los estados de ánimo de los demás, y a la imaginación. Los dos primeros nos dan los datos empíricos en bruto, sin analizar aún, sólo han quedado dentro, y la segunda, nos ayuda a idear las posibles acciones que pueden darse bajo esas circunstancias. Ahí está nuestra intuición.

La femenina tiene fama, y eso ratifica la teoría, ya que suelen ser más observadoras, más detallistas y más dadas a la reflexión que los hombres, que suelen hacer y luego ver que han hecho.

Es una buena arma, tanto de defensa como de ataque, solemos apoyarnos en ella más de lo que creemos; hablamos con éste y no con el otro, vamos aquí y no allí, escogemos esto y no lo de más allá. Percibimos el ambiente sin ser del todo conscientes y nos movemos por él.
Lo malo es cuando se estropea, cuando la intuición que teníamos en un sentido o en otro, desbarra por completo.

Cuando esa brújula deja de marcar el norte y nos deja a solas en la oscuridad de la incertidumbre. ¿Qué hay que hacer entonces? ¿Existe un octavo sentido que venga a rescatarnos?
Debería.