miércoles, 29 de febrero de 2012

Algo

Una palabra, una imagen, un sonido. Una búsqueda, un color, un sentimiento. Somos lo que somos por lo que hacemos, por lo que soñamos que hacemos y sentimos y vemos y entendemos. Pero qué somos. Todo, y a la vez, nada. Esa imagen que nos emociona, esa palabra que nos llega, ese sueño que perseguimos, ese presente anclado en un pasado y que mira, a través de la niebla, a un futuro que no es más que ese cúmulo de imágenes, palabras, melodías, ilusiones y acciones.
No hay que mirar atrás ni adelante, estamos atrapados en el minuto infinito del ahora. Pero sin anclaje, sin rumbo, ese minuto también pierde sentido, deja de ser eterno para ser sólo una medida de tiempo efímero, sin sentido, sin contenido. Buscar, encontrar, parar, seguir, ha de tener una razón de ser, un todo que lo contenga, que le dé luz.
A veces ese sentido se escapa y sólo se tiene el minuto lleno de segundos amenazantes porque huyen sin más, escapándose, despojándose del Tiempo que avanza, lento, implacable.
Hay que aferrarse a algo, a lo que sea, sobre todo cuando menos asideros se tienen. Un sonido, una imagen, una palabra.

martes, 28 de febrero de 2012

Somos

Nuevas vidas que te encuentras cada día; observas a las personas que comparten tu espacio diario, intentando deducir, a partir de lo que ves en esos instantes, cómo serán sus días, en qué trabajarán, cuales serán sus anhelos, odios, frustraciones y deseos. Por mucho que lo intentes, seguramente, ni te acercarás a su realidad, pero a veces, es posible que sí lo hagas. Nunca podrás saberlo. Y es bueno, el espacio para soñar, para imaginar, siempre está abierto, es posible que la verdad decepcione, que esa mujer de mirada perdida, ese hombre agobiado que se obstina en mirar al suelo, esos chicos nerviosos que aún no manejan el cuerpo de adolescentes recién estrenado, no tengan las expectativas ni los anhelos o problemas que les has creado. Quizá la mujer absorta sólo tenga sueño, o el hombre distraido esté pensando en el partido de antenoche y los jóvenes aprendices de adultos ni siquiera sean conscientes de que piensan.
Nosotros mismos somos diana de otras miradas, otras conjeturas y alguno habrá que acierte, que se acerque a la raíz misma de nuestra rutina. Nunca podremos saberlo.
A veces, sin embargo, se cruzan las miradas del que observa con quien es observado y sientes que los papeles son intercambiables; nos reconocemos, y en ese momento, optamos por acercarnos o dejarles ir, puede que prefiramos entablar conversación, compartir deducciones y definir posturas, o más bien, sonreír con complicidad, y seguir anónimos, dejando que nos adivinen y adivinando.


lunes, 27 de febrero de 2012

Depende

Todo tiene reverso. Nada es lo que parece, siempre hay, como mínimo, dos caras. Lo que parece y lo que es; lo habitual y lo que desconcierta; lo que te quieres creer y lo que no quieres ni imaginar.

Es posible que seamos nosotros mismos los que les demos distintos significados, depende de cómo miramos, vemos. Si un día contempláramos los objetos más cotidianos que tenemos desde otro ángulo, nos costaría reconocerlos; la silla desde atrás, el reloj boca abajo, la cama apoyada al otro lado de la pared.
Lo normal dejaría de serlo.
Con las situaciones es más complejo ya que hay tantas versiones como testigos. Cada uno aporta no sólo lo que vio, sino cómo lo vio, mezclándose con los ingredientes de sus personalidades y tendencias. No hay testigo fiable. Una de las maneras que hay para ver si se miente, o si se recuerda bien lo visto, es pedir a la persona que narre los hechos en otro orden, que empiece desde el final hasta el principio. Resulta, suelen equivocarse en los puntos donde la imaginación o la mentira intencionada fue la guía.
No hay verdades absolutas, porque todo es verdad y nada lo es.

viernes, 24 de febrero de 2012

Como la vida misma

Uno construye, otro viene y lo destruye. Y así van las cosas. A cualquier nivel. No es una queja, es una realidad. Lo que intentamos siempre, después de la destrucción es que no nos afecte demasiado, o ver por qué fue arrasado y empezar a crear de nuevo, lo roto o quizá otra cosa.
Desde la autoestima, hasta una ilusión, o un proyecto, un trabajo, un algo..., uno hace y otros deshacen. Y la primera vez que te enfrentas a eso, de niño, es cuando empiezas a entrar en el mundo del adulto. Dejas la ingenuidad, aprendes a defenderte, a entender que dejar, no es que te quiten las cosas, que a esperar de alguien algo, no es frustrarte porque no te lo den..., aprendes a que a pesar de que te destruyan, has de ser mucho más fuerte, y seguir creando.

miércoles, 22 de febrero de 2012

Lo poquito

Jamás la realidad es remotamente parecida a como se soñó. Y ningún sueño despierta igual que empezó.
Cuando pensamos en lo que será, nos olvidamos sistemáticamente, que las cosas no van solas, sino en conjunto y un virus es compatible perfectamente con tener que agradecer un premio, y una alegría se puede diluir porque a gente cercana le ha sucedido algo desagradable. Un día solo es el cúmulo de circunstancias que lo rodea, que lo ha estado rondando.
Por eso, los grandes acontecimientos nunca son tan redondos como se piensan desde el sofá, donde no se contaminan con los hechos.
Y por eso, lo mejor de la vida, es lo que sucede, lo chico, lo que vas coleccionando con los pasos, con las horas que recorremos. Incluidos los sueños de un gran día.

lunes, 20 de febrero de 2012

Guiños

A veces, buscando algo por cajones, o en armarios o simplemente cogiendo un libro, te das de bruces con objetos del pasado, te encuentras contigo misma, la que eras, la que recuerdas al mirar con asombro esa postal, carta, poema, púa, partitura, disco, o libro..., tantas cosas que te acompañaron y que olvidadas, habían quedado a la espera de salir de nuevo a la luz, jugadas del tiempo, ese continuo discontinuo que no para de dar sorpresas.
Dejas de intentar encontrar lo que, posiblemente ni te importe ahora, y te dedicas a mirar ese pasado: la foto que mezcla su imagen con un borroso ayer, las sensaciones difusas como el color, donde te asalta hasta el olor, la luz, reviviendo lo que se hizo antes y después de ese tiempo apresado, ahora recuperado.
Esa carta, escrito, diario o apunte, esas palabras escritas con una letra que fue tuya, o de alguien querido que ya no está, ni tú, ni él; sólo esos rasgos sobre el papel que testifican quien fuiste, que auguraban quien eres.
Esos objetos que acaricias como para que con la magia del roce, vengan a contarte cómo fue su vida contigo, recuperando la viveza de cuando eran imprescindibles.
Ese disco que vuelve a sonar, con el que vuelves a recordar qué soñabas mientras lo escuchabas.
Trazos de un pasado que por mucho que hayas querido abandonar, impregna el presente, inundándolo con la presencia física de esos objetos que creíste desparecidos.
Y ahí estás, de pie en tu presente, mirando tu pasado: guiños que nos hemos dejado a nosotros mismos

domingo, 19 de febrero de 2012

Lo que no se ve

Escuché de un pintor una frase que no creo que olvide nunca. Estaba explicando cómo dibujar; "¿ves ese árbol?, sus ramas, hojas..., si lo quisieras pintar tendrías que fijarte en ellas, esbozarlas. Eso es lo que nos enseñaron desde chicos: pinta lo que ves. Pues bien, se ha de ir más allá: se ha de pintar lo que no se ve también, sobre todo, lo que no se ve: el hueco que dejan las ramas, el cielo que permite ver la distancia entre las hojas. Se ha de aprender a ver lo que el objeto elegido libera, y a su vez, tapa".
Cierto. Se ha de aprender a vivir con lo que se tiene y con lo que se tuvo, con lo que se recuerda y con lo que se ha olvidado; la vida está hecha de tonos, de presencias y ausencias, de recuerdos y realidades inmediatas, de sueños y de logros. Pintar los días es saber ver lo que tienen y lo que justo por tenerlo, no tienen.
Las ausencias, el hueco de las presencias, también forman parte de la realidad, quizá son lo más real que hay.

viernes, 17 de febrero de 2012

Cajas de latón

Es curioso, a veces, sorprendente cómo un estímulo cualquiera nos retrotrae a vivencias que creíamos olvidadas, que hacía años que no recordábamos o simplemente no habíamos vuelto sobre ellas jamás, pero ese pequeño motor; un sonido, un olor, una palabra, un rasgo nos devuelve atrás en el tiempo. Es emocionante verte ahí, extraviado de nuevo -o encontrado-, en ese instante del pasado perdido.
Una experiencia que nos saca recuerdos enterrados muy hondo, que al vivirlos de nuevo, nos escuece haberlos perdido, nos extraña incluso que solo los revivamos ahora. Cuando se pasea uno por donde estuvo, efectivamente, se inquieta por el olvido en el que lo tuvo.
La memoria, tan selectiva ella, es caprichosa, no se mueve al dictado de nuestra voluntad casi nunca; es más, cuando se la necesita suele ser esquiva, y a la hora de mostrarnos sus fotografías, las nuestras, es avara; las guarda en esa caja de latón bien dentro del armario detrás de la ropa blanca, en el rincón más oscuro, para que no se dañen. Por eso, cuando sin querer, damos con ellas por haber destapado esa caja y las vemos, es una alegría que nos completa, que nos devuelve esa etapa, ese momento, esas emociones. Y somos más nosotros porque sabemos más de lo que vivimos.

miércoles, 15 de febrero de 2012

Inestable

La inestabilidad de lo estable.
Cuando más nos creemos a salvo, menos lo estamos. La necesidad de mantener esa ilusión es lo que la limita y acota. Es tan complicado no atarse a nada ni a nadie para que así, realmente se disfruten las cosas y la gente, que se cae en el error de creer que son nuestras.
No lo son.
Los reveses caen a plomo; cuántas veces se escucha la frase de que "no se lo esperaba", o la de "quién lo habría dicho", todas reprochando el golpe que vino a desbaratarlo todo; trabajo, casa, pareja, mejor amiga, confidente, hijos, vecino..., vivimos aferrados a nuestras propias conveniencias hacia los demás y el entorno: "Uy, quién habría dicho que el vecino de al lado era un asesino; si era tan amable y normal", claro, nadie quiere imaginar que bien cerquita vive el caos y la miseria. Así que miramos rápido y sesgado, nos atrincheramos en nuestras casas, salimos a la calle, quedamos con nuestra gente y procuramos que la "normalidad" dure lo suficiente para que no nos estalle en la cara.
Pero la Vida está viva y nosotros con ella y la Vida es inestable; es nuestro recurso pretender que no lo es. Un juego.

lunes, 13 de febrero de 2012

Relato. 7 y última Parte. Tierras Umbrías

La hermana lo veía ahora, en la escuela desierta, aburrido, escondido tras el libro, soñando. Ella fue la única que decidió estudiar, irse a la capital. Se hizo maestra, se pagó los estudios trabajando en un almacén donde se guardaban los paquetes que irían en los ferrocarriles donde el padre la colocó y se hizo mayor. Vivió su vida. La vivió bien. Sin arrepentirse de nada. Pero vivió más que los que la quisieron y decidió regresar al pueblo.

La anciana, aún en el umbral, ve llegar a la niña que fue, la que ha ido a despedirse de sus recuerdos; ella con la artritis ya no puede. Caminar duele tanto que ha tenido que mandarla. “¿Qué tal todo, podemos irnos?” “Sí, ya no queda nadie”. “¿Adonde iremos ahora?” Pero la niña no supo contestar, se encogió de hombros y quedó callada mirando, por última vez desde ese ángulo, la calle, las piedras, las tiendas, el campanario que daba la hora desmenuzada en cuartos y al que se le habían llevado la campana, pues el bronce valía un pico y no era plan de dejarla ahí, y esperaron juntas.
Ahora, cuando lleguen los del ayuntamiento, podrán irse. No volverán la cabeza atrás, no regresarán, como otros, a ver la presa, a intuir el pueblo enterrado bajo el lago. No. El agua lo cubrirá todo, será otro mundo ya. Uno sumergido, con distinto tiempo, diferentes formas y vidas. Aún así, la niña, quizá por su propia curiosidad infantil, aventuró cómo sería pasear por la plaza Mayor distorsionada por el agua dulce; los pasos resonarían distintos, los colores puede que fuesen más luminoso ya que el sol se bañará entre las calles, los peces sustituirán a los gatos. Sería divertido. Miró a la anciana con una sonrisa soñadora pero no, no sería bueno quedarse. No se quedarán. El agua cubrirá el cementerio, pero ellas están vivas. El pueblo mismo se convertirá en un gran templo al Tiempo. Pero ellas aún tienen Tiempo.

domingo, 12 de febrero de 2012

Relato. 6 Parte. Tierras Umbrías

La niña suspiró, dando la espalda al monte. Ya había visitado el colegio, aupándose para mirar a través de las ventanas sucias y rotas, esos pupitres destartalados, en desorden, que le conmovieron como no había logrado su propia casa. Ahí dentro vio los fantasmas de sus compañeras, a sí misma atendiendo a la maestra; fue de las pocas que entendía la importancia de estudiar: quería ser maestra a su vez.
El hermano, unas filas más atrás, soñaban con ser maquinista; siempre que podía salía corriendo de casa cuando el padre y Eusebio, el maquinista, se tomaban un café con leche caliente que la madre preparaba en un termo para esos diez minutos de parada. Manuel se acercaba y desde su altura los observaba, absorbía las palabras, miraba y tocaba todo con cuidado para que no le llamaran la atención. El maquinista, con suerte, le ponía su gorra, y si estaba de humor, le subía a ver los mandos; el niño se maravillaba de las palancas, botones, válvulas y artilugios que poco a poco le fueron explicando hasta que se familiarizó con ellos y los entendió. Los domingos, si había sido bueno, le dejaban tirar de la cuerda que activaba el silbato del tren: vivía solo para ese instante. Adoraba los trenes porque iban lejos pero sin perderse nunca; los raíles les guiaban seguros hacia cualquier parte del mundo. Su padre lo miraba orgulloso, aunque triste porque él tuvo que quedarse en la estación; de joven también soñó con recorrer kilómetros, pero de niño no se tiene en cuenta que se crecerá, que las responsabilidades en las que la vida te va metiendo tienen más peso que los sueños, y estas lo dejaron en tierra. “Mi Manuel sí atravesará el mundo de parte a parte, ¿a qué sí?” y le manchaba la nariz con hollín.

sábado, 11 de febrero de 2012

Relato. 5 Parte. Tierras Umbrías

Junto con las recetas también adquirió costumbres de la madre; ella acumulaba grandes cantidades de aceite, harina, azúcar, arroz, trigo porque la escasez de antes la había hecho precavida, y Carmen, sin necesidad real, no pudo evitar llenar su despensa también, “Pero mamá, ¿por qué compras tanto aceite?, si tenemos en casa” “Cosas que me pegó la abuela, hija”, y compraba, sintiéndose segura por tener lo imprescindible en casa, como su madre.
La niña salió de la cocina, último lugar que visitó de la casa, ahora de nuevo demasiado grande, con ecos del vacío. Desde el patio se asomó a la estación del tren de raíles herrumbrosos; hacia lustros que ninguna rueda los había pulido. Miró el silbato, aún colgado de un clavo, que ya nadie haría sonar de nuevo. Vio el monte enfrente, el que ella y su hermano atravesaban para llegar antes al pueblo vecino en el que, justo cuando se veían las primeras casas, había un pasto donde campaban vacas y toros; era el mayor atajo: atravesarlo. Manuel para no ver el peligro, entornaba los ojos, y cruzaba corriendo sin parar. Cuando llegaba al otro lado, la esperaba jaleándola, instándola a ir más deprisa. Ella a veces, prefería andar más trecho a tener que pasar el susto que le suponía invadir ese prado con esas bestias, pacíficas en realidad, pero que imponían y sabía peligrosas. “No, no cruzo. Doy el rodeo, espérame si quieres, si no, ya nos vemos en el pueblo” Y sintiéndose un poco cobarde, pero segura, apuraba el paso aliviada por no exponerse a esos cuernos, esos ojos turbios, no escuchar a sus espaldas los resoplidos, las pezuñas removiendo tierra.

viernes, 10 de febrero de 2012

Relato. 4 Parte. Tierras Umbrías

Carmen recordaba la cantidad de regalos que les llevaban a sus padres. En la despensa siempre había fruta, verdura y caza de cada estación. Iban a charlar con ellos y les dejaban setas, manzanas, patatas, lechugas y lo que nunca pudo soportar: lagartos. Esos bichos que a ella le repugnaban. Pedía por favor que no se pusieran en la nevera, o que le dijeran que no la abriese, porque no resistía la impresión de ver al bicho, por muy exquisita que fuese su carne, mirándola desde el plato con esos ojos fríos, esa piel escamosa y esa barriga blancuzca abultada. No podía con esa visión. Jamás quiso probarlos.
En cambio las setas le encantaban. En otoño la madre mandaba a los dos a buscarlas por los alrededores: adoraba el olor a tierra mojada, andar pisando las hojas pardas y crujientes, buscar por entre los helechos vivos esos seres raros, de formas caprichosas que estaban tan buenos a la plancha, o en arroz o simplemente asados. “Tened cuidado, ¿eh? Que no todas se pueden comer; no cojáis ninguna de la que no estéis seguros”. Y los niños miraban las peligrosas de lejos, bellas, rojas, con sus puntitos blancos y se llevaban en su cesta de mimbre las buenas, anticipando la cara de satisfacción del padre, un goloso, cuando las viera desparramadas sobre la gran mesa de madera basta de la cocina. “Ah, mis pequeños recolectores” y entre todos empezarían a limpiarlas y hasta harían conserva para comerlas cuando no hubiese en los montes. Carmen adoraba confitar; le daba igual que fuera dulce o salado: el olor de los pucheros; el humo y calor que desprendían; hervir los botes previamente acumulados en la alacena a la espera de que se les diera vida; el ponerse su delantal cosido por ella misma, el sentirse mayor manipulando alimentos era un sentimiento que la reconfortaba y que le acompañó siempre: Cuando cocinar ya no fue un juego, jamás dejó de buscar entre las cacerolas el alivio a la tristeza que surge esporádicamente de los días; las frustraciones las combatió siempre cocinando.

jueves, 9 de febrero de 2012

Relato. 3 Parte. Tierras Umbrías

Ahora recorría la calle principal del pueblo donde pasó su adolescencia. Antes había ido a despedirse de la casa grande, la que estaba junto a las vías del tren, la que el pueblo cedía a los jefes de la estación de ferrocarril. Lo que era su padre. Donde vivieron los cuatro tras el traslado. Los niños, excitados, recorrieron todos los cuartos de la gran casa: había tantos y eran tan grandes que hasta pensaron que podrían perderse en ellos y constantemente se paraban para escuchar a los padres que iban dando órdenes a los transportistas, sobre todo la madre, para que los bultos no estuvieran demasiado desorganizados: “Ay, eso con cuidado que es la vajilla de las fiestas”, “Esto aquí. No, no, aquí mejor”. Los hermanos se sentían seguros y utilizaban el eco de las palabras para orientarse.
La casa era fría, los antiguos dueños, un matrimonio mayor, había vivido en la parte de abajo, clausurando todo el primer piso; ya no podían subir escaleras y se acoplaron con comodidad pero sin lujos abajo, como para no molestar se acurrucaron en el salón, y hacían vida en la cocina, una enorme a la que la madre ya le estaba tomando el pulso. “Mira, Antonio, qué horno de leña más bueno. La de empanadas que vamos a hacer aquí”. La madre, María, aunque estaba asustada del trabajo que tenía por delante con ese caserón medio abandonado, no se acobardaba. Miraba las telarañas, los suelos sucios, las paredes desnudas, el ambiente triste y en su imaginación ya había terminado de limpiar, sacudir, lavar, airear y cada rincón estaba a su gusto, cada armario vestido, los cuartos decorados; todo en su sitio. No se dejaba desanimar. Los defectos los convirtió enseguida en virtudes: “En esta casa tan enorme sí que podrán venir todos a visitarnos”.Y así fue. Carmen recuerda su infancia dentro de una casa siempre llena de amigos, familiares y vecinos, el caserón casi quedaba chico, en él resonaban las palabras, confidencias, risas y a veces, riñas, de todos los que pasaron por ella: “Pero María, mujer, nunca dices que no a nadie”, “¿Cómo voy a negar un lugar para dormir a tu familia o la mía o a los amigos, sobre todo ahora en estos tiempos tan duros?” “Sí tienes razón, pero...” , y ella sabía perfectamente a lo que se refería su marido. “Mira, en esta casa nunca dejará de haber una cama y comida para los nuestros, que con huevos y patatas todos comen”, y Antonio asentía, le acariciaba ligeramente el hombro, y salía a ver las vías donde no dejaba de trabajar cuidando él solo de la única estación de la zona, llevando la puntualidad al milímetro, aunque nunca dejó que eso le nublase las prioridades; si alguna vez había de retrasarse el tren porque, por ejemplo, Don Gabriel, hombre puntual donde los haya, no estaba allí a las ocho treinta cuando el tren partía para la capital, hacía que el maquinista esperase hasta que lo veía aparecer, apurado, con la excusa siempre veraz de su retraso, nunca más allá de cinco minutos, y casi sin aliento le sonreía mientras subía al vagón para ir a sus quehaceres diarios. Sabía conciliar la amabilidad y la profesionalidad; se hizo de querer pronto por todos.

miércoles, 8 de febrero de 2012

Relato. 2 Parte. Tierras Umbrías

Una niña con los mismos ojos de la anciana corre por la calle principal del pueblo, no hay nadie, efectivamente, pero parece no importarle. No nació allí, la trajeron sus padres desde más abajo, la novedad del cambio la asustaba tanto como la atraía. Tuvo cogida la mano del hermano bien fuerte durante todo el trayecto, los dos observaron callados y sin estorbar, como dijeron los padres que estuviesen, cómo los enseres de la casa iban saliendo por la puerta y se metían en un gran camión: todo se lo tragaba: juguetes, electrodomésticos, libros, sartenes. No se dejó nada. Era inquietante. Pero la madre, intuyendo lo que podrían estar pasando los pequeños, les hizo hacerse ellos mismos una maleta con sus cosas, con lo que querrían llevar al lado, no es en ese vehículo frío, sino junto a ellos, en el coche. “¿Qué te llevas, Manuel?” “¿Y tú, Carmen?” Los dos miraban su cuarto y se lo habrían querido llevar entero pero la maletita era muy chica para que entrase el armario donde se escondían y jugaban con la luz de la linterna o el espacio de debajo de la cama que tanta risa daba al esconderse y ver las piernas del otro que buscaba desesperadamente. O las ventanas por donde salía el sol cada mañana dando color a las hojas de los árboles; verde profundo, el que la noche les quitaba, “¿te has dado cuenta que cuando no hay luz todo está como desteñido, Manuel?” “¡Es verdad!” Y el hermano se pasó la tarde llevándose los cuadernos de colores al armario, para en su oscuridad, comprobar que los tonos desaparecían entre su grisura. En la maleta no cabía nada de eso. Se conformaron con un osito marrón él y una muñeca de trapo ella. Aunque a última hora, casi con el coche en marcha, Carmen subió corriendo y respirando hondo comenzó a dar vueltas sobre sí misma; quería impregnarse del olor, llevárselo en la piel. Las lágrimas le ardieron solo en ese momento en el que tuvo la certeza de que jamás encontraría un espacio como este, porque nunca sería de nuevo una niña. “ Ya voy” y mareada por las vueltas bajó y entró en el coche.

martes, 7 de febrero de 2012

Relato. 1 Parte. Tierras Umbrías

“Tiene que acompañarnos, no puede quedarse aquí. ¿No lo comprende?” “No, son ustedes quienes no entienden. No me puedo ir. Ella volverá” “Pero, ¿quién? Aquí ya no queda nadie” “Se equivocan”.
Los dos encargados desesperados y hastiados se miran con impotencia. Están cansados, nos les gusta nada el trabajo; tener que comprobarlo todo. No hay vez que no tengan casos como este. Es angustioso haber de arrancar a la gente de sus casas. Ángela, ella sí que sabía tratarlos; les escuchaba con esos ojos que sabían oír lo que veían: los recuerdos que los ataban a esa casa, a ese pueblo condenado, con que suavidad los arrancaba de las raíces sin romperlas y juntos, ellos y sus palabras, la seguían sin darse apenas cuenta de que andaban, de que dejaban atrás lo que iban narrando en murmullo suave, desprendiéndose de lo que vivieron, y ella, les acompañaba a visitar por última vez ese rincón donde de niños jugaron, ese árbol con la corteza recortada en forma de iniciales, la casa donde nacieron, el pupitre de la tercera fila, testigo de lo que les costó aprender álgebra, el campo donde trabajaron de sol a sol. Les hace recorrer el marco físico del pasado, aún posible, antes de que jamás se pueda volver a él. No así. Es como una visita guiada por el museo del Tiempo propio antes de su clausura definitiva: nunca se aprecia nada mejor que cuando se sabe que jamás volverás a verlo.
Pero Ángela no está. Impotentes se miran de nuevo y marchan. No usarán la fuerza, hasta ahí podríamos llegar. Que manden a otros. Entran en el coche oficial y dejan a la anciana hablando para sí misma en el umbral, aferrada al marco, repitiendo que ella ha de regresar.

domingo, 5 de febrero de 2012

La mente

Siempre es divertido mirar las nubes y ver, en sus formas caprichosas, figuras con sentido. No hay vez que no se encuentre significado a sus contornos. Es muy entretenido. De niña me gustaba mucho lanzar una cadena larga porque al caer al suelo también creaba figuras que me gustaba descubrir en su desorden.
La percepción humana tiene eso: desde el caos organiza, dependiendo de su propia historia, sus significados. Así, ante la misma nube cada persona verá algo diferente, sobre todo, si son de distintas culturas. Su aprendizaje visual y simbólico serán los que lo definan.
Por supuesto desde esa base se ha tratado los tests proyectivos, los que ayudan a ver el inconsciente de quien aventura ver dos mariposas, un árbol o un diablo en simples manchas sin más.
La mente es compleja, a la vez, sencilla y sobre todo, muy cómoda. Usa subterfugios para no sobrecargarse, aunque así, nos manipule para que actuemos como quiere. Hay que aprender a conocerla, a no dejarnos engañar pero también a confiar en ella, porque muchas veces, sabe mejor lo que debemos hacer. Solo hay que saber si nos conviene a nosotros, no solo a ella.

viernes, 3 de febrero de 2012

Dilaciones

Cuántas veces uno mira todo lo que tiene que hacer y en vez de ponerse a ello, lo va postergando, mirándolo de reojo hasta que finalmente, se sienta para realizarlo, o eso quiere hacerse creer. Es cuando empieza a marearlo todo; se levanta, llama por teléfono, busca desesperadamente otras tareas, se vuelve a sentar, y lo mira fijamente, con la esperanza, supongo, de que se haga solo. Suspira, mira el reloj, vuelve a suspirar, mira el trabajo, te acuerdas de algo ineludible, como abrir un cajón, intentas distraerte en él sin lograrlo.
Mientras tanto, el reloj sigue impasible su recorrido y tú el tuyo; uno que no se decide a hacer nada.
Y cuando ya se ha ido la mañana, el día, y el tiempo, casi sin darte cuenta, atacas el montón de trabajo que hace rato te esperaba aburrido.
Y ya en plena faena, constatas con malestar, que no te alcanza el tiempo, que el que perdiste ahora lo necesitas. Pero no regresa. Se va burlándose de ti, de tu trabajo y sabiéndose poderoso. Ha vuelto a ganar.

jueves, 2 de febrero de 2012

Placas

Recuerdo cuando me di cuenta por primera vez, que el nombre de las calles, que para mí solo tenían el significado claro de poder ubicarme y llegar, por ejemplo, a casa de mi amiga, al supermercado donde me enviaba mi madre, o al colegio, y poco más por lo chica que era, recuerdo que me asombró descubrir que la calle Eusebio Estada, no era en realidad su nombre exclusivo, sino que ese señor, un ingeniero de caminos, canales y puertos , había existido más allá de la placa que llevaba su nombre y me indicaba que mi casa estaba justo debajo ella. La calle solo lo tomaba prestado.
No terminé de creerlo, pensé que era una coincidencia, como que mi nombre lo llevara también una compañera unos cursos más adelantados, y más gente, claro. Así que me puse a investigar y me fijaba en cómo se llamaban las calles por donde pasaba cada día: me aupaba y aprendía de memoria lo que ponía en la placa y en cuando podía, me iba a consultarlos en la enciclopedia. No tuve más remedio que rendirme ante la evidencia: efectivamente, las calles se bautizaban con los nombres de personas que habían destacado de alguna manera en la vida pública.
Desde ese día, me gusta fijarme en los nombres subidos a esas placas; es como aprender historia, política y sociología todo junto. Sobre todo cuando los van cambiando, en consonancia con el momento. Se aprende muchísimo de una ciudad, pueblo o aldea no solo perdiéndose por sus calles sino también, leyéndolas.