jueves, 31 de diciembre de 2009

Cada día se cumple un año.

-¿Y adónde va el año viejo?
-A ninguna parte
La niña mira al padre con ojos incrédulos.
-A algún sitio irá.
-No. El tiempo ni se va ni viene. Transcurre.
Unos cuantos pasos en silencio. La pequeña pensando, el padre distraído sin enterarse de la trascendencia de las preguntas de su hija. Cosas de críos que no paran de preguntar.

“¿Qué vas a hacer esta nochevieja?”; “Pues aún no lo sé. ¿Y tú?”; “Supongo que lo de siempre”, “Ya”. Las chicas pasan al lado del padre y la hija. Van arregladas, andando sin prisas. Les sobra el tiempo.

-Papá, si el año no se va, ¿por qué hay que despedirlo?
-Es una costumbre. ¿Qué había dicho tu madre que comprásemos?
-Leche.
-Cierto.

“Pues yo te digo que esto no pasaba”; “No, no pasaba”; “¡Ay!”. Dos ancianos parados en una esquina, dejan de hablar mirando a la niña y su padre. Sonríen a la pequeña; niños. Hijos. Nietos. Tiempo.

martes, 29 de diciembre de 2009

Las primeras impresiones

Las relaciones interpersonales están llenas de sobreentendidos, malentendidos, y silencios. Sabes de una persona más por cómo se mueve, habla, entona, ríe que por lo que dice. Las palabras, siempre impuras, crean vínculos viciosos, distorsionan lo fácil y complican aún más lo difícil.
En las situaciones, aún no teniendo esa faceta visual directa, también hay señales que nos llegan inconscientemente, disparando la alarma.

La primera impresión suele ser la más real, con la que uno, al cabo del tiempo, se queda. Las palabras dichas entre ese primer encuentro y el último, nos distrajeron, llevándonos por caminos tortuosos.
Si alguien o algo, te da mala espina, cuidado; el roce, la costumbre, distrae esa impresión y suaviza el concepto, que más tarde, te llega, confirmando esa sombra que viste. Por supuesto, hay que arriesgarse, seguir adelante, ya que solemos ser habilidosos a la hora de camuflarnos bajo la educación, las palabras, los gestos controlados, y en ese lapsus temporal entre lo que piensas en un principio, el cambio de esa idea y la ratificación de esa intuición, han sucedido cosas, has vivido experiencias que, a pesar del final negro, han valido la pena.

Vivir es eso, no hacernos demasiado caso en nuestras apreciaciones y arriesgar, porque si no, poco haríamos.

lunes, 28 de diciembre de 2009

Cambios

De un espacio a otro no hay tanto.
Aunque en el traslado te llevas contigo, sólo cambia el escenario. Eres más tú, quizá, fuera de tu propio ámbito. Has de moverte en un entorno diferente al acostumbrado, te pones a prueba. Es todo un reto.

Otro tiempo, otro momento, diferentes calles, idiomas, gentes. Visitar en horas, lo que antes constaba días, meses. Ir alegremente a lo que antes se enfrentaba con susto, y testamente hecho, es una de las ventajas de la técnica. Magia: ahora aquí, ahora allí.

Aún así, a ti no te dejas, sólo abandonas, por un tiempo, la rutina diaria, para al llegar, adornarla, mejorarla y soñar con el siguiente espacio, lejos de todo, menos de ti mismo.


martes, 22 de diciembre de 2009

El ave fénix

¿Qué siente el fénix cuando arde?

Me pregunto si sabe que renacerá, o si por el contrario, se abandona, casi agradecido a las llamas porque ya hacía tiempo que estaba débil, apagado, apático, triste al comprobar sus plumas mustias, opacas. El final.
No sé si cada vez que ese incendio renovador le reduce a cenizas le duele, o lo espera con el ansia de la renovación.

Qué animal más extraordinario, renacer de sus cenizas, resurgir de su propia decadencia, levantar el vuelo aún más fuerte que antes de morir abrasado por un fuego que no quema, renueva.
Pero... ¿y si no lo sabe? Qué espantoso tiene que ser sentirse arder, no entender ni de donde salió el fuego, ni por qué le envuelve. Impotente protagonista de un proceso ancestral que le reducirá a un polvillo gris. A nada. Pero no para él.
Cómo será cuando cada una de esas partículas se busquen de nuevo, para unirse, recuperando la energía, la forma, la belleza imperfecta de la vida.
Desde lo inerte surgirá con más fuerza, más libre, porque ha vencido a la muerte.

Bella metáfora, bonito consuelo. O terrible maldición: depende de saber si el fuego te consumirá o te liberará.




lunes, 21 de diciembre de 2009

Anverso y reverso.

Todo tiene reverso. Nada es lo que parece, siempre hay, como mínimo, dos caras. Lo que parece y lo que es; lo habitual y lo que desconcierta; lo que te quieres creer y lo que no quieres ni imaginar.

Es posible que seamos nosotros mismos los que les demos distintos significados, depende de cómo miramos, vemos. Si un día contempláramos los objetos más cotidianos que tenemos desde otro ángulo, nos costaría reconocerlos; la silla desde atrás, el reloj boca abajo, la cama apoyada al otro lado de la pared.
Lo normal dejaría de serlo.

Con las situaciones es más complejo ya que hay tantas versiones como testigos. Cada uno aporta no sólo lo que vio, sino cómo lo vio, mezclándose con los ingredientes de sus personalidades y tendencias. No hay testigo fiable. Una de las maneras que hay para ver si se miente, o si se recuerda bien lo visto, es pedir a la persona que narre los hechos en otro orden, que empiece desde el final hasta el principio. Resulta, suelen equivocarse en los puntos donde la imaginación o la mentira intencionada fue la guía.

No hay verdades absolutas, porque todo es verdad y nada lo es.

sábado, 19 de diciembre de 2009

Ideas nocturnas

Es tarde, muy tarde, la música, desde los auriculares, llena completamente el espacio silencioso, te dejas ir. Música y pensamiento, ideas y vibraciones. Sonido y palabras dichas en silencio.

La noche, zona mágica, oscura, tenebrosa, peligrosa, frontera del día. Dicen que si estás muy enfermo y logras llegar hasta el alba, sigues un día más. La noche, qué extraña parte del día. Ayuda a asimilar la visto en la luz, a reordenar secuencias, idear planes, sosegar impulsos, encender, torcer. La noche, usada como metáfora tanto de lo siniestro y equívoco, como de lo sereno y tranquilo.

Se la puede llenar de uno mismo, de gente, de ilusiones, de decepciones, de amor, de odio. Tiene normas propias, otro ritmo, otra pausa, otra capacidad para crear, más lúcida y a la vez menos válida. Las anotaciones tomadas a oscuras, en duermevela, se desvanecen con la luz del sol, quedando chicas, tontas, decepcionantes, sólo sirven en las sombras de donde salieron.

La música sigue, nota tras nota, engarzadas en la armonía que las contiene y de la que se sirven para ser. Noche, silencio, música que lo rompe, ideas que con la luz perderán su magia. Esperemos que no del todo.
Al menos, la noche nos las trae. Que la luz no rasgue por completo lo que nos trajo la oscuridad.


viernes, 18 de diciembre de 2009

Rincones

Los rincones, esos espacios muertos donde se acumula vida microscópica y suelen esconderse los niños, atragantados de risa mientras juegan al escondite.
También pueden ser siniestros, quién no te dice que en ese lugar oscuro, lejano del cuarto que lo contiene no hay algo terrible acechando.
Las esquinas son lugares molestos, no acaban de ser diáfanos, quitan amplitud a los lugares, se les descuida llenándose de suciedad, de olvido, de nada.

Pero a veces, son esos resquicios inaccesibles los que nos acogen.
Qué niño no ha tenido que huir de situaciones desagradables, y no ha terminado encontrando esa parte desechada, olvidada de todos, para refugiarse en ella; un desván, un sótano, un tragaluz, una escalera... Lugares mágicos donde leer, soñar, pensar, llorar y situarse de nuevo para salir a esos cuartos limpios, soleados y sin pizca de misterio ni de calor.

Qué seríamos sin nuestros rincones, puede que almas convencionales, que no habrían aprendido a crear un mundo propio, ni a imaginar. No ha de ser tan malo, pues, haber tenido el dudoso privilegio de tener que estar en ese escondrijo angosto, único, donde si hacemos memoria, hasta volvemos a ver, oler, escuchar cómo nos llaman los adultos, trayéndonos de vuelta a su mundo.

Menos mal que la infancia tiene rincones.

miércoles, 16 de diciembre de 2009

Bebés

Hacía mucho que no tenía un bebé cerquita, para cuidarlo. Han sido sólo unas horas, pero las suficientes para adentrarme de nuevo en ese mundo mágico del que está aprendiéndolo todo y se fija en cada detalle con una atención intensa, como para recordarlo siempre.

No pesan nada, aunque si los tienes rato en brazos, y has perdido la costumbre, acabas notando que no son tan livianos. No paran quietos, se revuelven, como de goma, contorsionándose para ver lo que quieren o detenerte donde algo les llamó la atención.
Usan el dedito que apuntar lo que aún no saben definir, o lloran o ríen para hacerse entender.
Te miran fijamente, como ningún adulto lo hará jamás, mientras les hablas, observando su entorno en busca de las palabras que les dices, aprendiendo a reconcer sus formas y colores. Saben que les cuentas su mundo, el que aún no dominan.

Son imprevisibles, igual se levantan que se sientan o cogen el juguete y lo lanzan ansiosos, y te miran, con esos ojazos siempre profundos, siempre alerta.
Lo que más les gusta lo cogen y se lo llevan a la boca, para reconocerlo mejor, sentir su textura, su dureza. Aprenden a ver con ella y con las manos, que poco a poco, como nuestros ancestros, perderán su torpeza y comenzarán a dominar su entorno: pulsando botones, colocando objetos, adecuándolo a sus necesidades. Irán creciendo, aprendiendo a crecer.

Cada niño es como si pasara por todas y cada una de las etapas evolutivas que tuvo que atravesar el hombre para ser hombre.
Y mientras tanto, les protegemos, les enseñamos, les cuidamos. Y ellos a cambio, nos devuelven nuestro pasado.

lunes, 14 de diciembre de 2009

Juegos de palabras

Lo que fue, no es,

lo que es, no fue.

Fue lo que fue. Es lo que es.

Lo inamovible es y fue, será y es.

Es inmutable lo que no fue, mutable lo que aún no es, será.

Los días son, luego fueron, posiblemente, serán.

Los años no son nada de lo que fueron, recuerdos de lo que son, sombras que serán.

Sueños; nieblas idas, búsquedas agazapadas que fueron.

Somos, fuimos, seremos, ¿o somos quienes fuimos antes de ser?

No somos nada que no fuéramos, sombras soñadas de quienes fuimos.

Siendo los que somos, ¿quiénes somos?

Qué somos, quiénes seremos, qué fuimos..., ¿somos?

Sólo eso, juegos de palabras, enredos del ser.


sábado, 12 de diciembre de 2009

¿Qué es vivir?

¿Qué es vivir?
Biológicamente está claro, hay un organismo que respira, cumple sus funciones vitales básicas y muere.
Pero, no sólo es eso, seguro que no.
La metaconciencia; ese conocimiento íntimo, y a la vez colectivo, en el que aprehendimos que estábamos vivos porque un día dejaríamos de estarlo, que nos separó de los primates hace ya miles de años -aunque no tantos como para que nos lo creamos demasiado-, y que vino a dar sentido -y confusión- a la vida.
La carga de ser conscientes del paso del tiempo, la necesidad de no pasar por nuestra vida en balde, simplemente respirando, nos crea la grandeza y la angustia de aprender a vivirla.

Cada uno la entiende a su manera, pero en todos subyace esa inquietud, ese punto un tanto incómodo, ese vacío ante los días que cada día comenzamos: El preguntarnos qué hacemos, por qué estamos aquí, qué queremos de nosotros, es inevitable. Por supuesto, que unos se lo preguntan rapidito, otros intentan ni enterarse de que se lo cuestionan, los hay que se lo plantean demasiado y los que buscan el equilibrio entre la falta real de respuestas y el hecho innegable, de que aún sin ellas, se sigue viviendo.

Lo que cada cual se responda es, en gran medida, el patrón básico de cómo irán moviéndose por sus días. Y esas respuestas, además, irán cambiando con ellos a lo largo de sus experiencias vitales. Así la contestación a la pregunta, ya de por sí difícil, se multiplica en complejidad.
Se podría decir que la vida es lo que se va viviendo, que no existe ningún plano base sobre el que rectificar tabiques al gusto, que lo que a uno le sirve, al otro no, que sólo se saben las actuaciones correctas aposteriori, cuando ya no hay esa segunda oportunidad para rectificarlas. Hay que tirar de intuición, conocimientos, riesgo y fe, fe de que hagamos lo que hagamos, en realidad, lo hacemos bien, ya que eso es vivir: actuar con respecto a la conciencia que tenemos en cada momento con los recursos de los que disponemos en ese preciso instante.

Vivir es saber que la vida depende de uno, a pesar de tener la sensación de que es todo lo contrario. Y que sólo se puede actuar de segundo en segundo. Hoy será ayer, así que hay que mirar bien qué se hace hoy, ahora, porque no sólo nos va configurando a nosotros mismos, sino que vamos edificando lo que seremos.

Vivir, qué sencillez abrumadoramente compleja.

jueves, 10 de diciembre de 2009

Manipulación

Hay personas que tienen la diabólica habilidad de dejar fuera a los demás. Manipulan y accionan a su gusto, utilizando la buena fe del prójimo.
Seguro que todos tenemos ejemplos en mente.
Esa gente juega hasta unos extremos peligrosos, dañando a quién utilizó de manera permanente.
Los peores se camuflan de amistad, cariño, incluso amor, ese chantaje afectivo que anula a quien no aprende a detectarlo, a combatirlo, esa amistad que nos toma del todo, dejándonos vacíos, sin nada a cambio, cuando ya no somos necesarios. Los peores enemigos son los que fueron amigos; mayor dolor y traición, pocas veces se encuentra.

Gente hay que excluye con sus maneras y favores selectivos a los demás, creando dos grupos: los privilegiados y los desheredados, los parias. A más poder, más acólitos, más colas para entrar en sus filas, más poder para discriminar. Y al contrario de lo que se podría pensar, no es extraño que los elementos de ambos grupos se intercambien a menudo; uno puede pasar de estar en el montón de los privilegiado al de los parias en un suspiro, y al revés.

La capacidad dañina de la arbitrariedad, de los intereses egoístas, independientemente de las situaciones, es dramática. Cuanto más poder tengan los manipuladores, más sufrimiento causarán.
Acaban su reinado cuando ambos bandos se dan cuenta del juego y los abandonan a su suerte. Lástima que los elementos dispersados no tarden en reagruparse en torno a otro sujeto.

La lucha por el poder, el afán de dominar. Terrible y peligroso rasgo humano.

miércoles, 9 de diciembre de 2009

Rectificar es de sabios

Manga por hombro, a veces uno tiene la sensación de que nada está en su sitio; es como un gran chiste sin gracia; lo evidente es imposible, las esperanzas puestas en un empeño claramente erróneo, gente involucrada en gente equivocada, sueños irrealizables que estallan en la cara...

Y sí, hay veces que cumplir un anhelo es cuestión de tenacidad, pero en otros casos la derrota está cantada. ¿Cómo distinguir? Gran pregunta.
Normalmente se sabe, uno intuye que por ahí no es, algo escuece, tortura, rasca. No fluye; demasiadas dudas, esfuerzos más allá de lo razonable, lloros excesivos, búsqueda de afirmaciones demasiado frecuentes..., avisos todos de que algo no encaja, de que vamos por un camino demasiado trillado. No es el nuestro.

Ahí viene el replanteamiento de profesión, vida, pareja, amistades, ciudad, casa, ilusiones. Y con él en la mano, vuelta de nuevo a comprobar, si esta vez el trayecto sólo será duro, difícil, arduo, pero no imposible.

Hay que saber rectificar a tiempo para conseguir lo que queremos, no lo que nos habíamos empeñado en querer. Sí, es complicado distinguir, pero en el fondo lo sabemos, si dejamos a un lado la cobardía, el orgullo herido y el miedo al cambio, muy adentro conocemos dónde estamos, qué queremos y en qué punto nos perdimos. ¿O no?

lunes, 7 de diciembre de 2009

Infancia

En qué etapa se disfruta más de la niñez, ¿cuándo se es hijo o padre?
De niño uno está sumergido en un mundo desconocido al que ni siquiera se sabe que hay que conocer. El tiempo es diferente, los impulsos absolutos, las necesidades inmediatas. Juegas protegido por los padres que te enseñan a vivir. Eres feliz sin saberlo. El cariño que te dan, lo que te cuentan -los pilares sobre los que crecerás-, los recibes sin cuestionarte nada, indiferente al coste vital paterno.

Si vives la infancia, desde el punto de vista del padre, eres más consciente de todo, anticipas lo bien que se lo va a pasar el hijo con esto o aquello, te embelesas ante cualquier estímulo que creas que va a ser interesante para él, anticipando su reacción, tanto que no aciertas a llegar a casa para compartirlo, o lo guardas para la ocasión impaciente como un crío.
Ves por sus ojos lo que viste desde los tuyos propios, pero ahora sabiendo lo que veías, lo que mirabas.

La infancia no dura tan sólo los primeros años, no debería. Nunca habría de perderse la ilusión de recrearla, de compartir con los hijos lo que disfrutamos y sufrimos de niños; los cimientos de la curiosidad. Esa alegría, el enfoque desenfadado del que aún no es adulto, no debería morir jamás en los adultos que ahora somos.

viernes, 4 de diciembre de 2009

La capacidad para sobrevivir

Una de las cosas que siempre me ha impresionado es la capacidad que tiene el hombre de sobrevivir bajo las condiciones más inhumanas y hostiles inimaginables. Ya no digo aquéllos que viven, desde que nacieron en ambientes invivibles, que ya tienen mérito, sino los que habiendo tenido mejor suerte, el destino les cambió las comodidades por infiernos.
Hablo de los que han tenido que sufrir cárcel injustamente, campos de concentración, gulags, guerras, secuestros..., y tantas y tantas aberraciones que para qué seguir.

Pero el asunto está en cómo personas acostumbradas a vivir bien, o al menos a vivir, han tenido que amoldarse, para seguir respirando, a circunstancias terribles, a las que jamás, conscientemente, se hubieran visto capaces de soportar.
Una vez dentro del horror, lo más terrible, es que puede empeorarse hasta límites impensables; lo que ahora aprecias como insufrible, puedes llegar a añorarlo con el tiempo. Es común de los supervivientes comentar que cuando se creían mal, no habían ni empezado a malvivir.

La capacidad de desprenderse de todo, de aclimatar mente y cuerpo a las experiencias más pavorosas es asombrosa. Te pueden arrebatar lo indecible y seguir viviendo. Es un ajuste constante entre tu propia mente y el exterior axfigsiante; si se encuentra algo a lo que aferrarse, por mínimo que sea, la lucha continuará.

Hay testimonios espeluznantes a la vez que maravillosos sobre cómo ganar un minuto más a esa vida invivible. No tirar la toalla, aunque sea para arrastrarse por las horas interminables del día. No perder, en suma, la propia identidad. Y no sentirse culpable por desear estar vivo.

jueves, 3 de diciembre de 2009

Encuentros inesperados

A veces, buscando algo por cajones, o en armarios o simplemente cogiendo un libro, te das de bruces con objetos del pasado, te encuentras contigo misma, la que eras, la que recuerdas al mirar con asombro esa postal, carta, poema, púa, partitura, disco, o libro..., tantas cosas que te acompañaron y que olvidadas, habían quedado a la espera de salir de nuevo a la luz, jugadas del tiempo, ese continuo discontinuo que no para de dar sorpresas.

Dejas de intentar encontrar lo que, posiblemente ni te importe ahora, y te dedicas a mirar ese pasado: la foto que mezcla su imagen con un borroso ayer, las sensaciones difusas como el color, donde te asalta hasta el olor, la luz, reviviendo lo que se hizo antes y después de ese tiempo apresado, ahora recuperado.
Esa carta, escrito, diario o apunte, esas palabras escritas con una letra que fue tuya, o de alguien querido que ya no está, ni tú, ni él; sólo esos rasgos sobre el papel que testifican quien fuiste, que auguraban quien eres.
Esos objetos que acaricias como para que con la magia del roce, vengan a contarte cómo fue su vida contigo, recuperando la viveza de cuando eran imprescindibles.
Ese disco que vuelve a sonar, con el que vuelves a recordar qué soñabas mientras lo escuchabas.

Trazos de un pasado que por mucho que hayas querido abandonar, impregna el presente, inundándolo con la presencia física de esos objetos que creíste desparecidos.
Y ahí estás, de pie en tu presente, mirando tu pasado.

miércoles, 2 de diciembre de 2009

Disputas

Como una disputa, un malentendido, posiciones encontradas, o cualquier conflicto en suma, puede llegar a dispararse, a salirse del tema primigenio y estallar en mil pedazos.
En los pueblos, existen de esas disputas que se heredan de padres a hijos durante generaciones y de las que ya nadie sabe decir exactamente qué fue lo que llevó a la enemistad declarada, y por los siglos de los siglos, a las partes enfrentadas. Montescos y Capuletos, unos de sus paradigmas literarios.

Para venir a ayudar, la mayoría de las veces, sino todas, están los que enterados de la contienda, se ponen de uno u otro lado, generando cientos de conflictos añadidos y disputas paralelas que todavía se alejan más aún del núcleo central. Es inevitable; desde ahí, cada uno tira de su hilo, y la batalla de dos, se convierte en campal. Igual que en esas peleas de saloon cuando dos se retaban y acababa el personal al completo a puñetazo limpio, sin saber muy bien por qué, y el barman prudente, descolgando el espejo.
Bromas aparte, de un lío se puede llegar a montar un infierno tramado de ataques de todo tipo, desde gratuitos hasta legítimos. Y mientras tanto el debate principal va perdiendo perspectiva y se diluye en palabras cruzadas, saliéndose del carril principal.

Se envalentona una parte, ataca la otra, se buscan aliados, se pierden amistades, se ganan insultos..., que pocas acaban bien, con el problema resuelto y sin necesidad de dejar pasar el tiempo para poder volver a mirarse a la cara.
Y lo peor: que entre todos, nada quedó claro.


martes, 1 de diciembre de 2009

Diciembre

Acabo de ver que ya es uno de diciembre. Se está acabando un año al que ni siquiera me he acostumbrado a nombrar aún. No sabría decir qué número tiene sin pensarlo. Tampoco suelo saber en qué día de la semana o mes se mueven mis horas. Miro el calendario y me asombro: "¿Ya es este día, o este mes, o este año?"

Supongo que es normal.
En realidad, el cómputo del tiempo es más bien un artefacto, todo lo necesario que se quiera, eso sí, pero al fin y al cabo, artificial. Diría lo mismo con respecto a la división horaria de los días, igualmente justificada para el buen ritmo social, pero que llega a lastrar si se usa para pautar el pulso diario particular.
Y es que en esta temporada se me van las horas escribiendo sin sentirlas, agravado por el hecho del cambio de hora, ya que al mirar por mi ventana, un cielo nocturno casi perenne me saluda. Puede ser cualquier hora. No, no llevo reloj.

Me extraño cuando salgo al exterior y los conocidos me hablan nombrando fechas, anticipando acontecimientos fijos del calendario, y yo les miro aturdida, como cuando la luz te deslumbra después de largo tiempo en las sombras.
Uno de esos acontecimientos que viene es la Navidad, me asombra que ya esté aquí, otra vez. Si no hace nada que sucedió.
Yo me retiré hace tiempo, no sólo del calendario, sino de las fiestas obligadas que marcan. Ni es bueno ni es malo. Pero al no estar pendiente de ellas, aún me diluyo más entre días y meses. Mi ritmo es otro, mis horas elásticas, mis motivaciones más mías, mi tiempo más corto.

Ya estamos en el último mes de un año, porque así lo estipula el calendario de estas latitudes, pero aún quedan días para apurarlo. A por él.