domingo, 28 de febrero de 2010

Pregunta

Hoy expongo una pregunta abierta, la cuestión es, si pudiéramos volver a elegir una situación ya experimentada, sin saber qué sucedió después de haberla decidido, si se pudiera volver atrás en el tiempo, pero sin la experiencia de lo ocurrido, si tuviéramos las mismas circunstancias y manera de ser y ver las cosas; ¿volveríamos a elegir lo mismo o no?

Es decir, ¿son nuestras decisiones más azarosos de lo que pensamos, o por el contrario, es lo único que podemos hacer dados esos mismos parámetros?
¿Somos lo que vamos creando, o simplemente somos?

¿Qué creéis?

viernes, 26 de febrero de 2010

Soñemos

La diferencia entre un niño y un adulto es que, para el primero, al no tener experiencia en el mundo, todo es posible. Todo. No es ingenuidad, es la creencia absoluta de que no hay nada irrealizable. Sus deducciones son de una lógica aplastante porque la realidad la ven tal cual, sin imposturas.

Para ellos que un animal hable es de lo más cotidiano, que las hadas lo puedan todo y las brujas lo impidan, es lo normal. Cuando nos derriten con sus comentarios, o nos llenan de ternura con sus apreciaciones, cuando se explican con esa lengua de trapo tan terriblemente desarmante, cuando nos muestran el mundo tal y como lo ven, nos recuerdan lo hermoso que era verlo así, sin la pátina de la experiencia, libre de leyes, acciones y reacciones, tan limpios de años como para creer lo que ahora nos cuesta tanto ni contemplar como posible.

Oír a un niño comentar lo que le rodea es una de las experiencias más gratificantes, hermosas y reales que hay, de esas por las que vale la pena vivir. Gracias a ellos no acabamos de olvidarnos de que el mundo es más de lo que creemos ver, que sus leyes son sólo constructos creados para entenderlo, que no sabemos nada a pesar de ser adultos, que ellos son más libres en él, con su capacidad de asombro infinito y credulidad, que nosotros, seres limitados por lo que aprendimos a ver, a entender que es. ¿Y qué es lo que es? Es lo que soñemos que ha de ser, y eso un niño lo sabe hacer muy bien.

miércoles, 24 de febrero de 2010

Retos domesticados

Han habido siempre espacios expresamente creados para la confusión, se entra en ellos con dominio de la situación y dependiendo de lo bien creados que estén, se sale aturdido.
La casa de los espejos, los laberintos, la casa del horror, montañas rusas, por nombrar algunos.

Buscamos emociones, retos que nos lleven al límite de nuestras posibilidades, que nos acerquen al modo de vida ancestral donde o cazábamos o nos cazaban, cuando tener refugio para pasar la noche era incierto, de lucha, de vivir al día.

En la vida sedentaria donde lo más relevante y peligroso es si has cogido el metro a tiempo, esa energía atávica, no está cubierta ni satisfecha. Cada uno busca cómo liberarla, ya sea desgañitándose en los campos de fútbol, como desfogándose hasta las tantas en discotecas, bebiendo hasta el límite de la inconsciencia...
Y si además añadimos la falta de sentido que impera últimamente, los proyectos vitales nulos, la independencia tardía, la absoluta falta de ganas de conseguir un objetivo, nos quedamos con la necesidad de descargar adrenalina al máximo; no hay nada, vacío, sólo el cuerpo.

Las grandes aventuras se enlatan, se venden entradas para gritar agarrados a un asiento, ya sea en 3D o en una montaña rusa, nos enfrentan a espejos que nos impiden encontrar la salida reflejándose unos a otros, o a paredes que al girar no nos conducen a la salida.
Nos condecen un simulacro de esa vida que ya no vivimos, pero domesticada, fácil, mero juego. No se necesita de Ariadna para salir de los laberintos porque tampoco hay un minotauro en ellos.

martes, 23 de febrero de 2010

Sombras

Sombras.
Las hay que nos protegen al escondernos de quienes no queremos que nos encuentren; tenebrosas porque nos asustan, al ocultarnos tras ellas realidades; amigas cuando nos cuentan fantasías; terribles si nos paralizan con su negra impenetrabilidad; amables al dejarnos jugar con ellas.

Siempre me han llamado la atención.
Enredarme en mi propia sombra al andar mientras muestra mi figura deformada según la luz que incide. Coger un objeto, someterlo a un foco y contemplar los reflejos negros en la pared.
Las sombras chinescas, qué preciosidad, qué manejo de la otra cara de la luz. Quién no ha proyectado con sus manos, más o menos torpes, figuras de animales sobre la pared. Quizá el antecesor más viejo del cine.
Peter Pan la va perdiendo porque quiere ser independiente de su forma, hacer su voluntad, escuchar los relatos que el niño no podía.

¿Cómo seríamos sin sombra, sin esa estela negra que nos sigue a todas partes confirmándonos que somos corpóreos?
Puede que menos seguros, más inquietos, puede que hasta tuviéramos que enfrentarnos a otra dimensión, una sin relieve, sin luz ni sombras.

Pero como suele suceder con las cosas que nos acompañan siempre, no les hacemos ni caso hasta que dejan de estar ahí. Puede que si un día no hubiese sombras, la luz tan blanca nos cegara. Puede.

lunes, 22 de febrero de 2010

Todo es relativo

El tiempo transcurre como le da la gana. Es verdad que tiene relojes que lo cronometran exacto, pero no dura lo mismo ni el los demás ni en uno mismo.
Para nada es igual una hora en la que somos felices, que otra en la que más bien nos cuesta atravesarla.
Cierto, no se mide de la misma manera; depende del contenido de las horas, de su objetividad o no. La cárcel de la conciencia, de la experiencia, la que de niños no entendíamos. Qué raro era ni siquiera intentar comprender los días de la semana, la noche y el día. Esa inocencia que muere al ser conscientes, para aprovecharlo, del Tiempo.
Hay días eternos, cuando todo duele, cuando no ves salida, cuando el día siguiente más bien importa poco y miras alrededor y ves que el resto de los mortales, vive a gusto, no se les eterniza el día, la hora, el segundo.
Los acontecimientos ajenos vuelan; embarazos, exámenes, cambios, pero los nuestros, cómo tardan en resolverse.

Eso a modo personal, social ya es un abismo lo que nos diferencia. En oriente y occidente la manera de pasar el mismo día, la calidad y el significado del reloj es completamente distinto. Y no hace falta irse tan lejos.

Hay momentos en la vida, más o menos dilatados, en los que o ni te das cuenta de que ya es otro mes, o el día tarda un siglo en concluir... y anda que todavía queda la noche...

El tiempo transcurre al ritmo de nuestra mente, la que canaliza nuestros actos con los que llenamos el tiempo. Si dominamos nuestra imaginación, ganamos al Tiempo. Pero a veces, no es tan fácil.

domingo, 21 de febrero de 2010

Irracional

No mandamos en nosotros, no del todo.
Hay algo más allá de nuestra voluntad que nos indica, nos inclina hacia ciertas tendencias que la razón no consigue entender. Por muchos diálogos internos que mantengamos, argumentos lógicos o infinidad de razones aplastantes que nos digamos, hay un punto rebelde que nos supera, nos solivianta, quitándonos la calma.

Se manifiesta en cualquier faceta, pero quizá, es más patente, por lo visceral, en los sentimientos; ahí no juega la razón ni la lógica, los intereses o las conveniencias. Ahí impera el caos.
No se puede querer a quienes no se quiere, ni dejar de querer a quienes se quiere. De esas premisas básicas, has surgido, y surgirán, miles historias que nos confirman que no somos dueños de nuestros sentimientos; siempre atentos para no dejarnos arrollar por unos estados de ánimo, que según les dejemos invadirnos, pasarán de lo sublime a lo vil. Todo un continuo entre ambos extremos.

Cuando se les ve venir, hay que amarrarse fuerte, para que no se nos lleven por delante, enfrentarse, dejar que nos empapen, no negarlos, mirarlos cara a cara, para que sepamos reconocernos, ver las debilidades que las alimentaron; asumirlas como nuestros.
Y aunque se nos rebele lo que sentimos, o lo que no, sí podemos sobrellevarlo. Ahí nos ponemos a prueba.
Crecer puede ser eso, aprender a moderar lo que de irracional nos mueve.

Pero que triste no ser dueños de nuestras querencias; está más allá de la línea de la lógica. Uno quiere lo que quiere, no puede apasionarse por lo que, aunque desee, no le llene.

viernes, 19 de febrero de 2010

Elementos

Un espejo cae desde lo alto, se estrella contra el suelo, estalla en mil pedazos, ahí queda, roto, astillado, conservando su forma pero abierta. Suele romperse del centro hacia los lados, creando triángulos isósceles, que se separan del impacto central. Si te asomas ves fragmentados tus rasgos, pero si te acercas mucho te ves en todos y en cada uno de los múltiples trocitos desgajados del azogue original.

El mercurio, metal inquietante, que se rompe recomponiéndose igual; clon de sí mismo, en el que si reunes cada cachito y los juntas, vuelve a ser uno.
Me encantaba que se rompieran los termómetros de vidrio; buscar esas bolitas mínimas, algunas apenas cabezas de alfiler, y con un papel juntarlas todas, acercándolas apenas unas a otras, para ver, como sin fisuras, se unían, se recomponían. Imposible haberse separado alguna vez: ahí estaba el metal, pesado a pesar de su minúsculo tamaño, sobre la palma de la mano.
Una vez intacto, desalojado del tubo de cristal, se podía romper con la punta de un lápiz indefinidamente, comprobando siempre, la creación de esas diminutas bolitas de oro blanco que se independizaban del bloque original, para luego, con simplemente acercarse, volviesen a ser parte de él.

Horas hipnóticas, como con los imanes que se atraen y se repelen. Sientes esa fuerza, esa energía invisible que los junta o impide unirlos, los descoloca, los esclaviza.

Trozos de espejo que reflejan un todo a pesar de los pequeños que sean.
Mercurio imposible de romper.
Imanes esclavos de la energía interna terrestre.

Elementos mágicos con los que la física hace poesía.


jueves, 18 de febrero de 2010

Dualidad

¿Quién no ha deseado tomarse unas vacaciones de uno mismo alguna vez?
No me refiero a cambiar de aires, sino a vaciarse de uno, de evadirse de este espacio-tiempo. Así de fácil. Así de difícil.

Alejarse de la rutina, buscar lugares nuevos, experiencias distintas por completo a las habituales, es hasta sencillo. Pero es que te llevas contigo a donde vayas. Quizá, sí te alejes de compañeros, pareja, hijos, amigos, pero de ti..., ay, eso es más complicado. Ni durmiendo ni bajo los efectos de cualquier sustancia, prohibida o no, logras irte de ti.

Hay momentos en los que se prefiere dejar el cuerpo solo, poniendo el candado para que esté bien seguro a la vuelta, y escapar. Cuando duele, sobre todo. Ese brazo roto, ese quirófano abierto esperándote, esa quemadura, esa enfermedad terrible...
Pero ¿y al contrario?, es decir, que no te guste por donde tiene que pasar la mente, y quieras vaciarte de ella, quedarte con el envoltorio y ya volverá cuando se haya aclarado. Esa postura la imaginamos más imposible aún que la otra.
Y debe ser porque el cuerpo sí nos lo llegamos a sentir lejano, pero la mente, el recipiente de nuestros pensamientos, recuerdos, ilusiones y decepciones... sin ella no somos capaces de entendernos. La dualidad cartesiana. Aún nos domina.
Y es que sabiendo quienes somos, no sabemos qué somos, qué nos anima, dónde están esos 21 gramos que al morir, se dice que perdemos.

miércoles, 17 de febrero de 2010

Según se siente, se mira

Según nos sentimos, filtramos la realidad, ésa que no es real, ya que nunca la aprehendemos como es, sino como la vemos.

Si leemos lo que nos rodea favorable para nosotros, todo nos será grato, iremos pisando fuerte, mandando. Que sea o no real es independiente, por completo, del efecto que cause en nuestra actitud.

Si uno cree que le quieren, aunque no sea verdad, el mundo se le hace pequeño, puede con todo, la energía le desborda. Y sólo con el sentimiento de creerlo.
Un cuento de Chejov narra cómo un hombre, al pensar que alguien puede haberlo estado esperando, le cambia la forma de ver su día, sus compañeros, su vida. No hay nada que lo confirme, sólo su propia convicción; y esa sola basta para regalarle un punto de vista completamente diferente a los otros grises y tediosos que había vivido antes... hasta que ya no puede creerse durante más tiempo el espejismo. A partir de ahí, las horas retoman su tono anodino, pero él ya ha experimentado la felicidad. Ya nunca será el mismo, ni sus horas tan grises.

Aún no sé si es bueno o malo que dependamos tanto de nuestra capacidad de autosugestión para enfocar los acontecimientos. Pero, por si acaso, intentemos creernos que sí podemos, que sí podremos, que sí, que sí nos comemos el mundo.

martes, 16 de febrero de 2010

Cuando menos te lo esperas

Las cosas suelen precipitarse. Ansías que lleguen, y tardan y tardan y un día, cuando ya ni te lo esperas, todas se agolpan a la vez, impidiendo disfrutarlas. Así se pasa de desearlas a recordarlas, porque mientras las estás viviendo no las saboreas, te arrollan.

Es curioso cómo transcurre la vida. Uno se prepara para ella, enfoca lo que desea, lucha por ello, a veces, nota cómo le roza, dejando el suave perfume de una presencia intangible, pero cierta; la que se ha deseado pero sólo se mostró esquiva, lejana aún.
Eso da más fuerza, sabes que existe. Pones más empeño si cabe. Sigues. Y esos sueños se van materializado, siempre como no se imaginaron, prosaicos, plagados de contratiempos: humanos. Despojados de la pátina de la ilusión, reales en sus inconvenientes. Pero bienvenidos sean.

Es ahí, en un momento dado, cuando se acumulan ante ti: la vida soñada. Corpórea. Real, y siempre inoportuna. Eso sí, más vale que aunque sea a destiempo, o tarde o a trompicones, venga. Da sentido a todo.

domingo, 14 de febrero de 2010

ENHORABUENA, CELDA 211,

Bien hecho, hermano, bien hecho todos.

Imposibles

Nadie conoce a nadie, ni desde la convivencia ni desde la distancia, ni desde dentro ni desde afuera. Hay un reducto, un núcleo invisible imposible de mostrarse ni para uno. Nos sorprendemos siempre, hacemos cosas de las que jamás habríamos pensado ser capaces, para bien y para mal. Así, cómo los demás van a poder predecir, conocer, calibrar, saber...

No es posible compartirnos completamente, no funciona. Los secretos que guardamos hasta para nosotros mismos, ésos que nos asaltan a cada momento, son la esencia de quienes somos. Los que necesitamos mantener bien dentro, no compartir para sentirnos libres.

Es una quimera creer que los demás nos mostrarán ese centro, esa inquietud. Como mucho, algunas personas se acercarán a él, lo vislumbrarán y nos sentiremos más cerca de ellos que de nadie más.

Sólo admitiendo que no nos conocemos en absoluto podremos empezar a compartirnos, a querer conocer, hasta donde se pueda, a aquellos que nos hacen el camino más llevadero.

jueves, 11 de febrero de 2010

Otros ángulos

Tumbada ves el mundo desde otro ángulo.
Las ramas de los árboles, desde abajo, inundan el cielo. Las nubes arropan. El cielo negro, estrellado o no, es aún más impenetrable, acompañado de esa luna llena, o menguante o creciente o nueva.
Los techos parecen inmensos, si hay vigas te entretiene buscar dibujos en las vetas, si es liso la imaginación se proyecta más libre.
Acostada el cuerpo descansa, la mente se activa. Los pensamientos se liberan, los ojos no necesitan informarnos, los sentidos se adormecen; no hay peligro. O lo presentimos de una forma más intuitiva, menos atenta.
Ver lo que te rodea desde otro ángulo es, como poco, extraño. Viajas a tu rutina por rutas distintas, descubres lo infinito de lo finito, lo exótico en lo cotidiano.
Me encantaba andar mirando hacia abajo, el techo reflejado en un espejo que llevaba en mi mano. Iba andando por la casa con cuidado de no pisar la lámpara, no pegarme contra el marco superior de las puertas, era un mareo andar por el techo pero me gustaba esa sensación casi de volar, de irrealidad ante el cambio real de las cosas. No estaba exento de riesgo, porque más de una vez, choqué contra la pared que el espejo no reflejaba.
Pero descubrí que nada es lo que parece, que todo puede enfocarse desde muchos puntos diferentes y que lo real es susceptible de perderse rápidamente entre la fantasía que esa misma realidad guarda escondida entre sus otros ángulos.

martes, 9 de febrero de 2010

Nuestro espacio

Cada persona ocupamos un lugar, y ese espacio sólo lo podemos llenar de nosotros. Ahí somos, y únicamente ahí, imprescindibles. Sin nuestra presencia ese cachito de realidad quedaría vacío por completo.
Y cuando nos relacionamos, los afectos o desafectos que creamos también son irreemplazables, es nuestra esencia la que está en juego; sin duda que no somos necesarios, pero sí imposibles de cambiar: somos únicos en lo que aportamos y aunque se nos dispute ese espacio, ese tiempo, a pesar de lo fácilmente sustituibles que somos, es indiscutible que lo que damos, lo que dimos, está ahí para siempre, sin más cambios.

Nuevos amigos, relaciones, empleados, profesionales se entrelazarán entre nosotros y nuestros afectos, pero nunca nos podrán apartar de ese espacio en el que nos movimos, nos movemos.
Las personas no se olvidan, se aprende a vivir sin ellas. Y nosotros, anclados en una realidad corpórea, ocupamos un sitio imposible de transferir. Es el espacio en el que creamos el mundo, donde el mundo nos crea a nosotros, desde donde aprendemos a ser y de donde nadie nos puede desalojar.

lunes, 8 de febrero de 2010

El caracol

"¿Por qué lloras?" "Lo tenía cogido bien fuerte. Y mira, ya no está" La niña lloraba con una pena tan grande que era imposible no querer enterarse del porqué.
Por lo visto, se había encontrado una piedra muy bonita y encantada de tenerla, no quiso que nadie le guardara el tesoro. Estuvo arriba y abajo con la piedra en su puño, supongo que abriéndolo de vez en cuando para admirarse del hallazgo, contenta de esa piedra en forma de caracol, puede que fuera un fósil. No sé. Se perdió.
La niña, por mucho que intentara retener el caracol de piedra, no dejó de jugar, y tuvo que aprender que por encima del deseo de mantener una postura firme -en su caso el puñito cerrado-, la realidad de uno mismo acaba imponiéndose -no es posible mantener la mano cerrada corriendo, columpiándose y saltando-, es como querer retener un puñado de arena; cuando más aprietas, más rápidamente se va. Son tan difíciles de conservar esos granos juntos como de mantener las ilusiones intactas: hay que hacer equilibrios para que no se acaben esfumando del todo.
La niña vio con horror su palma vacía. No sólo había perdido el fósil, sino que se había fallado a sí misma, había sido tozuda no permitiendo que su madre lo guardara en el bolso. "No, mamá, quiero jugar con él, y él también conmigo. Para eso me lo encontré yo". Y ahora, por mucho que su madre la acompañe a todos los sitios donde estuvo correteando, es casi imposible que lo recuperen.

Pero lo intentó. Y ya es mucho.


viernes, 5 de febrero de 2010

El dolor

El dolor es adaptativo, frase terrible, sobre todo, porque es cierta.
Si algo duele, es para que te apartes de inmediato del foco que provoca dolor, o puedas mirar por qué y atajarlo a tiempo. Cuanto más se sufre, mayor es el peligro. La naturaleza sabe cómo llamar la atención y preservar la vida.

Hay un raro trastorno médico en el que el síntoma más significativo es la ausencia de dolor. Ningún niño con este problema ha sobrevivido a la infancia. Al no notar nada, pueden quemarse, escaldarse, ir con un brazo roto, heridas infectadas o enfermedades sin que ninguna alarma les frene. Sus cuerpos no responden, así que no hay manera de curarles. No llegan a adultos.

Y sabiendo que el dolor físico es necesario, también estoy convencida que lo es el moral. Si no se sufriera, tampoco se avanzaría, no veríamos si estamos o no en un foco de infección, de si la vida nos funciona bien o mal. Sin la capacidad de llorar, de desesperarnos, de cambiar, de curiosear, de rasgarnos, acabaríamos átonos, sumergidos en una balsa calma, en una vida monocorde. Muertos, como esos niños. El alma no nos respondería.

Se acepta el dolor como ingrediente vital necesario, como indicador de que por ahí no es. Pero aún así, cuando duele, cómo duele.

miércoles, 3 de febrero de 2010

Los espejos

Los espejos, puertas infranqueables a otro mundo. Si uno pudiera adentrarse en él, ser Alicia, atravesarlos, vivir ese instante, atravesar esa consistencia de mercurio espeso, resistente, pero suave, que te llevaría a esa dimensión simétrica dónde nada está en su sitio pero todo es igual.


Hay espejos que reflejan el pasado, otros muestran el futuro, los hay valiosos, de azogue ligeramente desvaído, lujosos y solemnes que ayudan a ampliar aún más los salones imperiales donde están situados, orgullosos de haber reflejado lo más selecto de una sociedad de reyes y nobles, ya caduca, o quizá, avergonzados de haber tenido que ser testigos impotentes de sus insolencias y arbitrariedades y hayan soñando con ser humildes trocitos apenas de un breve reflejo en casas pobres, donde la belleza no era vanidad muerta y aburrida. Ni ellos están contentos con su suerte, de tanto mirarnos los humanos, los hemos contagiado. Humanizado.
Si mostramos un espejo a otro, logramos imágenes infinitas que nos ayudan a entender lo eterno. Lo que nunca acaba porque siempre se puede volver a reflejar.
En señal de duelo los judíos los tapan con crespones negros, para que no muestren la pena de los que quedaron.
Son oráculos del tiempo. La vida y la muerte. El deseo y el odio. No se les escapa nada. También son una maldición. Narciso, en el espejo vivo del agua, se enamoró de sí mismo. Los vampiros tienen vedada su imagen en ellos.

Pero ante todo no dejan de advertirnos día tras día, cada vez que nos miran a los ojos, a esos ojos que nuestros ojos miran, lo que vemos; nos vemos. Vemos cómo el mercurio del Tiempo transcurre.

Los espejos son objetos mágicos, te muestran la realidad menos real de lo que es, y eso ayuda a vivirla mejor, nos distancia de nosotros mismos, al vernos asomados a su mundo real imposible, es más fácil volvernos al mundo imposible real.



lunes, 1 de febrero de 2010

Barrios que fueron

Recuerdo, cuando acompañaba a mi madre por el barrio de compras, siendo muy chica, lo que me impresionaban las tiendas. No se solía ir a supermercados sino a tiendecitas esparcidas por toda la manzana. En cada una había un olor distinto, unos productos diferentes y unos lenguajes propios. Por ejemplo, cuando entrábamos en la carnicería, mi madre pedía cuarto y mitad de carne para picar, y yo veía, cómo una vez pesada, esa carne salía triturada en hilitos mientras el carnicero, al que casi no recuerdo por taparme el mostrador su cara, manipulaba la manivela de la picadora. Ahí se olía a embutidos y quesos.

La zapatería me apasionaba. En la trastienda, había una silla en el medio de todo, donde nos sentaban para probarnos los zapatos y te sentías importante, más que cuando usabas el asiento de la peluquería, quizá, porque estaba muy alto y había que subir dos peldaños para llegar al sillón negro. Toda la tienda olía a cuero y betún. Ahí se hablaba de plantillas, media suelas y tacones.

El mercado central era un batiburrillo de sabores, olores, colores y tacto. Iba mareada de acá para allá. Me gustaba ir a un puesto en concreto, porque el tendero invariablemente me regalaba una pastilla de chocolate relleno de frutas. Eso hacía que no me quejase de estar de peregrinaje, durante lo que me parecían horas, de parada en parada, pesando verduras, oliendo quesos, seleccionando especias, esperando turnos.

Y también recuerdo vivamente, la alegría que transmitían las mujeres cantando mientras iban limpiaban patios y casas. Allá por donde pasábamos se escuchaban coplas y tonadas, que siempre al volver a oírlas, me llevan a mi barrio irrecuperable. No lo vi crecer, así que cuando volví, al cabo de los años, no lo reconocí.
Pero siempre escucharé esas voces que entonan limpiando, mientras se hace picadillo ese cuarto y mitad, y anticipo el sabor de esa pastilla de chocolate relleno.