lunes, 18 de marzo de 2024

Si no lo miro, no existe

Hola; Hola; ¿Qué haces, preciosa? La niña estaba sentadita ante un pupitre de plástico en su casa, tenía muchos folios delante y otros tantos en un montón, los iba garabateando, y me explicaba qué eran; esto es una nube, esta mi casa, mira, ¿ves?, es mamá. Y así iba nombrando cada uno de los dibujos. Qué bonitos, iba halagando, y ella sonreía. 
Hasta ahí, normal. 
Lo que no lo era tanto, es que detrás de ella había una cunita con un hermanito recién nacido al que trataba como si no existiera; un ser invisible.
Quería saber hasta qué punto, la niña negaba esa realidad y procuraba llevar la atención y la conversación hasta él, pero no había manera, se escurría con una habilidad pasmosa; negaba, no solo su presencia sino su propia existencia. Incluso cuando el bebé lloró un poquito, aproveché su llanto para indicarle si creía que el hermanito querría algo. La pequeña ni se inmutó, no es que preguntara qué bebé, o contestara que no había escuchado nada, es que trató la cuestión como si no la hubiera dicho. No había niño rival por ahí, solo dibujos y llamar mi atención, sobre todo, si miraba en la dirección de la cuna, ahí hasta me estiraba de la ropa para que admirara sus obras. 
Por lo tanto sabía. Por lo tanto era consciente. Por lo tanto, a la edad de tres años el ser humano ya está capacitado para intentar cambiar la realidad a su gusto, para no querer enfrentarla.

lunes, 11 de marzo de 2024

Finales

Los vivos necesitamos de los muertos para encontrar un sentido a la muerte. 
Los cuidamos y mimamos, les compramos nichos, ataúdes, panteones cómodos y lujosos. Les llevamos flores, los invocamos desde tableros, rezos, fotos que presiden salones o llenan cajones, entre pétalos secos. Los llevamos en el recuerdo, entre las palabras cuando añoran, en los momentos cuando algo vivo nos los trae.
Es como si no quisiéramos admitir su marcha, su huida casi a traición de una vida que nos impone un final. Los vestimos de fantasmas y apariciones, letras, colores y notas. No les dejamos ir, nos negamos a quedarnos solos, esperamos de ellos que nos digan, al menos, qué nos espera, qué tienen ellos que no tenemos nosotros, los vivos.
Les demandamos una respuesta. Y no nos la dan.

lunes, 4 de marzo de 2024

Islas

La soledad no es estar solo, uno la encuentra en compañía también, a veces más que sin ella.
Las personas somos islas flotantes que nos acercamos unas a otras para crear continentes ficticios: cambiamos.
Hay islas que creen en la unidad eterna, en la geografía estática, hasta que se giran y comprueban que donde había una palmera ahora está el mar, donde estaba esa montaña hay arena.
Y no es malo. Ni es bueno. Es.
Lo terrible es creer en lo inmutable y no cambiar ni dejar cambiar.

lunes, 26 de febrero de 2024

Hierba

No hay día que sea igual y esa no es la sensación que dan. 
Vemos el entramado de las horas aburrido, buscamos emociones que nos lo hagan menos gris, menos cotidiano
Pero no es como lo vemos, quieto, invariable; se mueve y transforma, somos nosotros quienes buscamos la rutina para ser más libres.
La paradoja que no lo es. 
La mente funciona dominando lo básico. La creatividad surge desde esa calma monótona; las ondas solo se ven sobre el agua quieta, de cristal.
Los días son rutinas que hemos de saber descalzar para no perder la frescura de andar sobre la hierba. 
La que hemos de pisar cada día.

lunes, 19 de febrero de 2024

Soñar

Detrás de una puerta hay otra que abres; da a un pasillo largo y eterno que comienzas a recorrer, las piernas se cansan, la mente insiste y no las deja flaquear, las distrae pensando en cualquier cosa, y cuando menos te lo esperas, cuando ya iban solas, llegas al final de ese interminable corredor donde quizá hayan transcurrido años, siglos mientras lo recorrías. 
Te encuentras con otra puerta. La intentas abrir, no cede. Estás un rato maniobrando el pomo, la golpeas con el cuerpo, te impulsas gritando: no se abre. Miras atrás, solo ves el pasillo por donde viniste. 
Se te pasa por la mente regresar. Los pies duelen, rechazas la idea. 
Te sientas derrotado tras haber intentado de nuevo abrir la puerta que impide que avances. 
Caes en un duermevela que te sumerge en la sensación lejana de que has abierto una puerta que conduce a otra que da a un pasillo eterno que termina a su vez en una puerta cerrada donde te acurrucas a soñar.

lunes, 12 de febrero de 2024

Reseña de Reyes García-Doncel en Culturamas. GRACIAS.



Gracias por tu lectura y palabras, Reyes.

Y gracias a Culturamas.


https://www.culturamas.es/2024/02/17/tras-la-realidad-de-eva-monzon/?fbclid=IwAR3Mb49jUgOJbKk-8kzU8cDHVEuQJSCS_nP7zLQdtQofIuCXiyxOKTDkagQ







 

En cualquier manual de escritura podemos encontrar la definición de narrador poco confiable —término utilizado por primera vez por Wayne C. Booth en 1961 en The Rhetoric of Fiction— como aquel «cuya narración de la historia no es completamente precisa o creíble debido a problemas con el estado mental o la madurez del personaje». En este tipo de narrador se basa la autora de Tras la realidad, en Samuel, un niño, con todo lo que eso conlleva de explicaciones incompletas, fantasía infantil, ingenuidad, información ilógica… aunque tras ello que se va intuyendo unos hechos terribles.

La voz de Samuel se alterna con la de su madre de acogida — «mi mamá 2» la nombra el niño internamente— que sí sabe lo que ocurrió́ y que por ser adulta deberíamos darle crédito, pero… ¿no está cada personaje afectado por sus propias experiencias de los hechos, por sus propios condicionantes al observar la realidad? En concreto a Samanta le abruma su sentimiento de culpa y sus contradicciones. Se podría argumentar que, en buena ley, en primera persona no existe un narrador confiable... y esto implica que nunca llegamos a conocer la verdad. Pero podemos acercarnos completando el puzle con cada pieza que nos muestran los personajes. «El punto clave de la novela es aquel que no se dice, no está explícito, no se cuenta. Yo no te lo cuento, pero tú lo sabes», nos dice Eva Monzón en una entrevista.

La novela transcurre durante dos días. Samuel, y su madre adoptiva, van contando lo que viven, también aparecen recuerdos en flash back, cada uno inmerso en su mundo, todo en aparente desorden, solo aparente, a modo de pensamientos superpuestos.

De esta forma la autora nos hace trabajar, pues la lectora comienza a hacerse preguntas entre las frases inquietantes que el niño suelta sin mucha consciencia: «Ah, y también fui a ver a mamá al cementerio. Ya he ido varias veces», y las lamentaciones de ella, hasta que, conforme la narración avanza, la historia va cogiendo sentido. El niño se pregunta por qué no ve a su padre, por qué tiene otra madre y una «no hermana», por qué los adultos lo miran con pena… Mientras, la voz de Samanta nos muestra los condicionantes familiares, sus miedos y dudas sobre la maternidad: «Debe ir con el cargo de ser madre esto de arrepentirse a ratos (…) Y luego arrepentirse por haberse arrepentido», su culpa ante los hechos ocurridos, quizás por no haber sido una buena amiga: «Eso éramos: dos chicas que juegan a ser amigas ocultándose sus vidas. Eso fuimos», y lucha con sus inseguridades, se debate entre su sentido de la justica y su deber con la familia. Porque además del sesgo que ambos personajes dan a la historia, la mentira y el silencio están muy presentes, tanto en los amigos como en la familia, lo que viene a complicar la comprensión de la realidad. Pero ambos, mentira y silencio, parecen inevitables para evitar la violencia: «En casa no se habla, se calla, se disimula hasta que es imposible seguir ciego, entonces se chilla, se pierden las formas», lo que a su vez Samuel vive con angustia: «Conque lo del silencio es complicado, siempre estoy yo haciéndome ruido».

Es de destacar como la autora consigue mostrar esa realidad esquiva a través de los ojos de un niño: su extrañeza ante el mundo de los adultos, la interpretación de los hechos según su particular lógica deductiva, su imaginación, su universo propio, su inocencia… a veces con mucha ternura: «Eso de ser educado y contestar solo funciona con los desconocidos», lo que demuestra la gran capacidad de observación y el conocimiento de la psicología infantil de la autora.

A Samuel la imaginación lo salva, vive en su mundo junto al inevitable amigo invisible al que le cuenta lo que piensa, a veces con ráfagas de pena por su madre que recuerda en los olores, las comidas y otros pequeños detalles de su cotidianeidad.

Además del niño y la madre dos, completan el entorno varios personajes: los abuelos, la nueva hermana, Agustín el mago que «ya no es quien fue, sino el que se echa de menos»; Señora: «una mujer de pelo enmarañado, vestida con ropas a trozos y de ojos de fuego, como el sol»; Alberto, el amigo que «prefiere negarse lo que quiere a intentar conseguirlo» y así «evita el dolor de soñar lo imposible»; y por supuesto el padre, ausente pero ya siempre presente a modo de sombra que los marca de por vida, a Samanta desde que era niña: «Él es siempre el mejor. Y yo jamás le llego ni a la suela del zapato» Personajes donde la autora vuelve a mostrar una gran introspección psicológica. La trama de mentiras y silencios: «Lo que callas te acusa a gritos, y para evitar ahogarte en ellos sigues mintiéndote, transformando verdades. Distorsionando»; de violencia implícita y explícita, está narrada con frases y párrafos cortos, casi afilados, a veces ansiosos, pero que no obvian momentos poéticos: «…libros con sus hojas crujientes de amarillo tiempo». A esto se le une los cambios en el fluir de conciencia: de la mente de Samuel a la de Samanta, o en tercera persona a la del abuelo, o bien intercalando diálogos… herramientas narrativas que la autora utiliza con mucha habilidad. Un lenguaje y una estructura, aparentemente sencillos pero que conllevan un enorme trabajo detrás y dan como resultado una lectura envolvente y fluida.

Tras la realidad es una obra de gran sensibilidad, pero también de intriga y denuncia social. Una novela, como hemos comentado, sobre la imposibilidad de conocer la realidad. Y sobre el efecto del tiempo en las emociones: «La de ilusiones hechas añicos, hasta que aprendió a recoger los trozos para seguir intentándolo», sobre la importancia de las decisiones personales que, como puentes, pueden afectar a las decisiones de otros, y también sobre la necesidad de redención de una culpa que no radica solo en quien levanta la mano con violencia.

En definitiva: una novela muy recomendable.

 

Reyes García-Doncel

Límites

Lo que vemos nunca es lo que es. 
El mundo se nos escapa, somos limitados.
No somos quienes creemos ser, conocernos nos angustiaría, tan alejados de la imagen que creemos reflejar.
La vida no es sueño, es espejismo. 
Y aun así, somos lo único real que tenemos: todo aun siendo nada.