domingo, 31 de julio de 2011

Relato, 3 Parte; TRISTÁN

“Hola, chaval”, le dijo cuando se situó en su lugar en la plaza, tras haber ido a recoger el acta de las actividades del día en el ayuntamiento, y el niño le enseñó sonriente el folleto. “Sí, ya veo que te has enterado antes que nadie” y le despeinó con la manaza mientras le ofrecía el cuerno. “Anda, sopla bien fuerte, que se callen todos”. Y así lo hizo, las gentes se acercaron al pregonero a enterarse de las novedades del día, que sin ellas, sería igual que el de ayer y que el de mañana. Tristán leyó en los movimientos de la boca lo que Antonio recitaba con ese tono monocorde y bien en alto, y dos veces cada vez, para que nadie preguntara. “Se hace saber, por orden del señor alcalde, que el lavadero estará disponible también por las tardes en estos meses, y que el día de riego será mañana desde la linde del arrabal”. Antonio voceó las órdenes y el niño, se fue para casa a compartirlas con la madre, junto con su flamante hoja.

Solo faltaban dos días para que llegara el domingo y el niño no paraba quieto, se lo contaba una y otra vez a su trocito de corteza a la que cada vez veía más parecido con un niño; los bracitos y piernas, la cabeza ligeramente ladeada, y hasta los ojos, boca y nariz veía. En un arrebato le dijo que se lo llevaría en el bolsillo para que él también asistiera y poder comentarlo juntos después. Y como todo llega, el domingo apareció por la ventana tras su flamante sol; no llovería, cosa que temió por si suspendía la función; abrió los ojos y respiró aliviado. Tenía preparadas las dos sillas que se llevarían desde el mismo día en el que se enteró, casi ni comió, y la madre no pudo retenerlo más en casa que las cinco, así que una hora antes, allí estaban sentados en primera fila de nada, porque hasta las cinco y media no llegó el camión del que se bajaron tres hombres y unos bultos, que observaron armar; en un abrir y cerrar de ojos, con la maestría que da el haber hecho cientos de veces lo mismo, montaron un teatrillo y se parapetaron detrás de él.

Los demás fueron llegando, colocando las sillas a su alrededor. Tristán, inquieto, no dejaba de manosear a su muñeco que tenía asomado al bolsillo de la camisa de los domingos, la madre le dejaba hacer, le miraba con ternura y a veces, sus dedos se hablaban, pero poco; no quería echar a perder la excitación ante la novedad del pequeño.

sábado, 30 de julio de 2011

Relato, 2 Parte. TRISTÁN

Las manos iban más lentas que sus pensamientos, y eso le enfadaba, tenía la madre que calmarle, abrazándole y meciéndole como la brisa.

Una tarde, recogió del suelo un pasquín que decía en letras de molde y brillantes que el domingo por la tarde habría una representación, que nadie faltara, que se trajeran, eso sí, las sillas de casa, y que en al parque de enfrente de la plaza del Ayuntamiento, a las seis en punto, les esperaban a todos. Tristán, que ya casi leía sin necesitad de que su índice sujetara las palabras, se alegró anticipadamente de lo contenta que se pondría su madre cuando le dijera que había acontecimientos: Les encantaba que algo fuera de lo normal sucediese, incluido el mercadillo de los jueves, que aunque llegara cada semana puntual, no dejaba por ello de ser una novedad que partía los siete días en antes y después; se levantaban ya de otro humor, más nerviosos, porque en una hora estarían los puestos en la calle de atrás de la Iglesia y cada uno mostraría sus novedades: frutas sabrosas, cacharros de plástico, herramientas útiles o no, telas y ropa ya hecha, calcetines abrigados, juguetes imposibles de encontrar en otro sitio, y sobre todo, para Tristán, colores y olores nuevos. El bullicio de las gentes, que no paraban de abrir y cerrar los labios, de mirar atentos el género, de regatear entre ellos, le encantaba; se quedaba un tanto apartado y miraba, observaba sin voz, los movimientos de las caras, manos, y el brillo de los ojos: alegre cuando encontraban algo deseado, opaco cuando las expectativas no se cumplían, goloso ante los dulces, insistente ante un capricho. Le apasionaba. Su madre, bulliciosa, sabía dónde acudir y qué comprar, siempre regresaban a casa contentos y satisfechos por lo que se llevaban con ellos.

Así que ese papel impreso encontrado en el suelo le alegró la mañana, aún así, esperó al pregonero como cada día, porque le gustaba soplar el cuerno que anunciaba que iba a leer las nuevas del día, ese sonido largo, tenía la virtud de que las gentes callaran para escuchar mejor el parte diario. Tristán, que se acercaba desde que supo leer los labios para enterarse, se hizo amigo de él enseguida. Soplar el cuerno no se lo dejaba ni a sus hijos; solo a él. Y el niño, consciente del honor, lo hacía sonar con todas sus fuerzas, sintiendo cómo la vibración le hacía cosquillas en los labios mudos.

viernes, 29 de julio de 2011

Relato, 1 Parte: TRISTÁN


No es que fuera un niño apagado, es que no hablaba. No podía. Había aprendido a leer los labios, su mundo de silencio no le era desagradable; no se echa de menos lo que no se ha conocido. Tristán había crecido entre sombras de susurros, bocas abiertas que se movían sin sentido, envuelto en caricias y gestos. Pronto descubrió que las manos hablaban, que los dedos bailaban un lenguaje suyo que también describía el mundo. Su madre le contaba cuentos con esa danza, a veces, usaba la luz, tapándola con las manos, para proyectar figuras negras contra la blanca pared que le representaban las historias que todo niño ha de conocer para soñar. Tristán, siempre inquieto y curioso, creció en silencio, pero no sin ruido propio. El mundo le atraía y le absorbía mucho más que a sus compañeros, a los que quizá el sonido de las cosas les distraía más. Cierto que no escuchaba cómo el viento jugaba con las hojas, pero sí era testigo del movimiento de las ramas agitadas; más de una vez vio su rostro invisible que lo miraba atento, acercándose a acariciarlo tras despedirse de los árboles unos segundos.Puede que fuera él, el viento, quien desprendió un día un trocito de corteza de un álamo. Le cayó en la mano. Se lo quedó. Lo guardó en su bolsillo y al llegar a casa, lo puso en su mesa, cerca de la ventana, y se dedicó tiempo a observar su extraña forma; parecía una mandrágora, de apariencia humana. Le gustaba mirarla, fijamente, sabía que tenía algo que decirle, solo que aún no lo entendía bien.El niño movía las manos cada vez con más soltura, aprendió de la madre, que a su vez lo hizo por su cuenta para poder comunicarse con su hijo, y pronto la superó. Sus dedos aprehendían de lo que le rodeaba y no daban abasto para contar a la madre cada aventura que le sucedía, ya fuese en el río de abajo del barranco, ese tan frío, que los pies, insensibles, pisaban las piedras redondeadas por la eterna caricia del agua y no las notaban mientras alguna que otra culebra blanca se le quedaba mirando antes de alejarse en zigzag; o en el camino, en el que tenía prohibido ir más allá de la ermita, por donde se paraba a observar cada ramita y piedra; o la huerta del tío Tomás en la que había, a un lado, un estanque lleno de renacuajos con los que jugaba para sentir las cosquillas de sus cuerpos redondos sobre sus palmas, y con los que sus dedos hablaban mientras entraban y salían de entre ellos, contándole cómo era vivir esperando ser ranas para recorrer mundo.

miércoles, 27 de julio de 2011

Engaños

Los sentidos nos engañan continuamente, y les ayudamos interpretándolos a nuestro gusto, seguro que el cerebro procesa bien la información recibida, pero nosotros, esa esencia aún no definida que va independiente de lo puramente fisiológico, nos traiciona.
Es espectacular cuando de un mismo hecho, cada uno de los testigos presenciales, da una versión bastante diferente de lo mismo.
O que lo que creemos a ciencia cierta, lo que juraríamos ante cualquiera que es así, y no de otra manera porque lo vimos, o leímos, o escuchamos, no lo es, que si lo contrastásemos con la fuente original, no tendría nada que ver.
Cuántas veces hemos constatado con escepticismo una falacia involuntaria, y vemos un tanto atónitos -porque somos nosotros mismos quienes lo estamos comprobando, que si no seguiríamos escépticos-, que no era eso que afirmábamos con rotundidad, sino aquello otro que negábamos taxativos, como que en esa comida sí estuvo menganito, y que si no fuera por la foto en la que se nos ve sonrientes a su lado, seguiríamos jurando su ausencia, llegando a pensar, incluso durante unos segundos, que alguien trucó la foto para embromarnos. Todo menos quitarnos fiabilidad, una imposible de darse cuando se trata de recuerdos.

martes, 26 de julio de 2011

Reseña; Quien parpadea teme a la muerte

La editorial Minúscula ha sacado otro gran título: “Quien parpadea teme a la muerte” de Knud Romer, un autor danés, nacido en 1960, que estudió en Copenhague literatura comparada, y que ha publicado ensayos, realizado guiones (incluso actuó en la película “Los Idiotas” de su compatriota Lars Von Trier) y cuya primera novela, esta, ha traspasado fronteras y abierto debates.
Quien parpadea teme a la muerte, es una novela que denuncia sin denunciar, es decir, expone sin juzgar, la injusticia de los vencedores, Dinamarca, con los vencidos, Alemania. Es la biografía de un niño que nació de una alemana y un danés, y de las vidas de sus abuelos, de su familia próxima, de la historia reciente, para él ya pasada antes de nacer, que le marcó más allá de él mismo. Una herencia injusta.Nos presenta la vida terrible de sus abuelos maternos y paternos, unas vidas que habrían sido plenas y llenas de éxito, pero que fracasaron estrepitosamente ante circunstancias ajenas a ellos: está el abuelo visionario, que tristemente, se adelantó a sus visiones, no pudiendo realizarlas; la hermosa abuela que perdió su belleza en una explosión y solo le quedaron las lágrimas para seguir adelante. Su padre, danés, que al casarse con su madre, alemana, tuve que ver cómo sus privilegios se iban acotando hasta el mismo ostracismo. Y la madre que por amor, salió de su país, un país en el que había combatido activamente contra el nazismo, ese del que la van a acusar simplemente por ser alemana, con el desprecio eterno del pueblo donde se instaló y donde creció el niño que nos cuenta, lo que al ir creciendo, observa, aprende, escucha y repudia. Un pueblo tan pequeño que si no tienes cuidado, puedes salirte de él antes de entrar y donde transcurrió una infancia llena de odio por parte de los niños que le acosan, de la gente que les marca distancias, de los abusos de unos vencederos que no quieren mirar más allá de su odio, y donde no tiene más remedio que crecer en una familia aislada, que hace todo lo posible por pretender que no sucede nada, creando un espejismo de tres, que él, por amor a la madre, ayuda a fomentar.A lo largo del libro, con una narrativa sencilla, hermosa y muchas veces emocionante, vamos creciendo con ese niño que ve y sufre una realidad que ha de esconder cada vez en casa, que toma consciencia de quién es por quiénes fueron sus abuelos, sus padres y el trocito de Historia que hubieron de vivir. Nos muestra las debilidades y grandezas de unas gentes que quedaron sin futuro a pesar de los esfuerzos por seguir adelante.

domingo, 24 de julio de 2011

Objetos

Me gusta observar mientras deambulo; te topas con objetos de todo tipo.
Ayer, por ejemplo, me vino a saludar, desde el suelo, una de esas tablas que se usaban para lavar la ropa, de madera y con tablillas, para que al frotar contra ellas, la tela soltara las manchas. Cuántos años sin ver una. Su color desgastado por el uso me acercó el olor de la ropa mojada, el jabón de escamas, el sudor limpio de mi abuela en el pueblo, cuando los lunes se dedicaba a lavar toda la ropa blanca: primero cosía alrededor de la mancha, con puntadas muy sueltas, y ante mi estupefacción y mirada intrigada, me decía que así sabría dónde estaba la mancha, ya que la prenda, mojada, la convertiría en invisible.
Más tarde, las remojaba, como para ablandarlas y que fuera más fácil pasarlas por la tabla con una docilidad húmeda. Luego echaba un tinte azul, y antes de que preguntara, me decía que así se quedaba más blanco. Siempre me extrañó que un producto azulón blanquease.
Me encantaba cuando tendía, y si eran sábanas grandes, más; era divertido torearme a mí misma pasando por debajo de esas telas olorosas, blancas, llenas de sol y frescor. Y cuando se habían de descolgar, las arrugabas, crujiendo de puro limpio, para llevarlas a planchar en un barreño. Otro proceso mágico. El vapor de las gotitas de agua con las que iba salpicando las prendas, el almidón para dejar tiesas las partes convenientes, el guardarlo todo en los armarios que cojeaban ya por el tiempo, para dejarlas en los cajones, arropadas entre lavanda, mientras esperaban para desplegarse de nuevo en las camas y arrullarnos con el cariño y tiempo que mi abuela les dedicó. Qué bien se dormía entre ellas.
Le di las gracias a la tablilla de lavar y seguí paseando.

viernes, 22 de julio de 2011

Coordenadas

Vivir como uno desea, o desear cómo vivir. Parece lo mismo, pero no lo es, en absoluto.
Soy de la opinión, que dentro de los márgenes, más o menos limitados que nos circundan, ha de prevalecer uno mismo, lo que le hace sentir a gusto, lo que mejor realiza, donde sabe que acopla.
De niños aprendemos a jugar a la vida, observando a nuestros adultos, imitando sus profesiones o las que nos atraen. Sin darnos cuenta, vamos creciendo, cumpliendo con lo que nos obliga la sociedad, que varía constantemente: antes era bajar a las minas de carbón; mucho antes, jugar sin más hasta la iniciación adulta, donde se termina la infancia bruscamente; ahora, estudiar hasta más allá de la adolescencia... lo que nos haya tocado en suerte, aún así, seguimos jugando a ser adultos, ahora haciendo planes y soñando futuros.
Todavía no nos ha cercado la vida, pero lo hará, siempre lo hace. Nos trae obstáculos, nos regala retos, nos va situando para susurrarnos que el juego no lo orquestamos nosotros, sino ella, la Vida, con sus circunstancias, muchas veces injustas, otras no tanto.
Pero seguimos pensando que no, que aún mandamos sobre ella, y sin perder el norte, andamos hacia el sur, desviándonos al este o pasando por el oeste. Nos hemos de aferrar a esos juegos infantiles donde se hacía lo que queríamos, porque si no, ganará ella: La Vida. Y hemos de ganarla si queremos vivir nuestra vida, no la que nos dicta.

jueves, 21 de julio de 2011

Poema; TIEMPO

Las horas, siempre pocas,
se van reduciendo a segundos, implacablemente.
Mientras tanto, vamos errando,
dejando atrás briznas de vida
sin posibilidad de retorno.

Buscamos un resquicio por el que salir,
Intentamos ser, ante la desesperación de no tener asidero.
El tiempo crea espacios, distancias,
confunde sentimientos, pasiones,
cura heridas, crea nuevas.

Nos atrapa con lloros: los primeros.
Nos ata con las lágrimas vertidas a cada paso
para liberarnos, siempre demasiado pronto,
con llanto: los últimos,
los derramados por otros,
ahora ya, ajenos,
antes tan cercanos.

martes, 19 de julio de 2011

Días rotos

Nadie sabe lo que contiene un día. Amaneces en él y te puede cambiar la vida en segundos, los acumulados durante las horas previas a ese punto donde todo da ese giro que nunca esperas, y más de una vez se experimenta. Y cuando golpea es justo cuando echas de menos aquello que acabas de perder. Pero ya no hay remedio: no eres el que se despertó.
La vida es más frágil de lo que pensamos, los deseos más tiranos de lo que creemos y la búsqueda eterna de la felicidad, a veces, es una zanahoria atada a un palo que creemos alcanzar por el mero hecho de andar hacia ella. Quizá la verdadera felicidad no sea algo intangible, sino la consciencia de que podemos respirar, movernos sin trabas, pensar sin ataduras, y constatar que hoy, este día, no fue uno de los que nos rompen en mil pedazos.

domingo, 17 de julio de 2011

Cambio de rutina

Mucha gente cree liberarse en vacaciones simplemente porque cambia de espacio, cierto que solo eso alivia la rutina y es legítimo, pero se ha de lograr algo más; evitar llevarse la rutina detrás, dejarse en casa cualquier vestigio de cotidianidad, claro que es imposible dejarlo todo atrás, siempre nos llevamos cachitos de costumbres, y es divertido usar los objetos del día a día en entornos alejados de ellos; cepillarse los dientes en plena jungla o frotarse la espalda entre dunas: un acto cotidiano desplazado del entorno diario.
Pero cuando más capacidad para adaptarse, más lejos de uno mismo te vas, más te liberas; ponerte a prueba en condiciones precarias, no domesticadas, es lo que de verdad ayuda a desconectar, eso, y la capacidad para asombrarse, la curiosidad del nuevo entorno, inquieta, que nos domine para no dejarnos ni un solo rincón sin recorrer, ni una sola esquina sin pisar. Eso sí son vacaciones.
Si solo te vas de una casa a otra, de un espacio a otro, con las mismas manías, la misma rutina, los mismos ojos que solo ven de dentro afuera, te pierdes completamente las experiencias que solo son reales cuando surgen de afuera hacia adentro, luego, ya más tarde, en tu entorno domesticado, los verás desde el fondo, asimilando lo vivido, contento de haberte podido mover más allá de tus gestos diarios.

viernes, 15 de julio de 2011

Relato. 5 y última parte. EL CARILLÓN

A mitad del juego, tuvo la certeza de que lo que ahí se le decía de Sara, no era la Sara real, sino la suma de todas las virtudes y defectos acumulados de las diferentes inquilinas que habían tenido. Empezó a hacer preguntas enfrentadas para comprobar su teoría; a todas le contestaban sin inmutarse, independientemente de su contenido. Ya daba igual que fuesen sobre su trabajo o sobre si llevaba bien el haberlo perdido. En un momento Sara -que era a la vez alta y baja, morena y rubia-, hubo acabado tres carreras, trabajado en cinco empleos diferentes, casado en dos ocasiones y enfermado en seis. Félix estaba maravillado. Las mujeres contestaban ajenas totalmente al experimento. Miró su reloj y leyó en él la misma hora que había leído al sentarse; las seis, no podían ser de ninguna manera ya que en el ínterin, se habían bebido tres cafés, cuatro vasos de leche y dos maltas respectivamente. Buscó uno en la estancia y encontró un carillón que, a todas luces estaba parado también en las seis.
-¿Tienen hora?, mi reloj se ha parado y me temo que el suyo no va bien.
-¡Ah! Ese carillón fue el regalo de novios que me hizo mi marido. Era relojero, y muy bueno... cuando muera yo, será para Elisa -y después de haber mirado a la hija con ternura, le preguntó de sopetón: -¿Qué hora quiere que sea?, diga cuál y mi chica se la trae. Anda Elisa, ve a mi cuarto y coge varias, que el señor escoja. -Elisa, obediente, salió-.
No se dijeron nada los que quedaron en el salón hasta que llegó la ausente con tres relojes idénticos a los que llevaba la madre a excepción del color de las cintas; blanca, azul y rosa palo, y de las horas que marcaban; las ocho, las diez y las siete.
-No sea tímido, elija usted.
Félix cogió el de las ocho, después de calcular mentalmente, el tiempo real que podía haber transcurrido.
-¿Qué hora es? -dijo Elisa, cuando vio que él tenía ya uno en sus manos.
-Las ocho. -contestó él.
-¡Dios mío! ¡Qué tarde! Voy a preparar la cena. ¿Quiere quedarse?
-No, gracias. Les agradezco el ofrecimiento pero debo irme, han sido muy amables al haberme invitado a merendar, pero debo irme ya.
Se levantó la hija, se disculpó la madre de no hacerlo, y con los murmullos apresurados de las despedidas, salió Félix de sus vidas.
-¿Qué quiere cenar, madre?
-Pues, no sé. Una sopita calentita estaría bien.
De fondo a ese corto diálogo escuchó al carillón dando las horas, que fue contando, y no supo nunca si fue el chirrido del ascensor, o la octava campanada lo que sonó detrás de la puerta.




jueves, 14 de julio de 2011

Relato. 4 Parte. EL CARILLÓN

Elisa le puso el vaso de leche caliente a su madre y suspirando se sirvió su propia taza: “Es malta”, creyó conveniente explicar.
-Bueno, usted dirá -dijo tras probar una galletita previamente empapada en su malta.
-Pues yo... -Félix se sentía desorientado, hacía ya rato que él no era él, sino el que fue; no podía evitar retrotraerse a su infancia, confundiendo por momentos su verdadera edad al mezclar extemporalmente, el adulto de ocho años exigido antaño, con el niño evocado por el adulto de ahora.
-Hija, y Sarita, ¿por qué no sale? -la madre interrumpió la inacabada frase de él-, este señor ha venido a verla, no hay que hacer esperar a las visitas, ve a llamarla, anda, hija.
-Ya va madre, -Elisa lo dijo del modo más natural y sirvió más leche en el vaso de su madre-, ¡hala, tómese un poquito más!, y coja una galleta al menos, que luego no me aguanta de hambre y quiere que le adelante la cena.
-¿Son de almendra?
-Sí, madre, de las que le gustan.
-Bueno -y cogió unas cuantas.
Félix se notaba cada vez más difuminado; las mujeres actuaban como si él no estuviese entre ellas, afianzando así su propia ofuscación. Algo emanaba del ambiente, o de las propias mujeres que trastocaba toda referencia a la realidad de puertas afuera. En esa casa era como si el Tiempo se hubiese suspendido, siendo el ahora, pasado y futuro a la vez. Sobreponiéndose, intentó situarse empezando a preguntar directamente por Sara. Notó que ambas le contestaban como si ella aún viviese ahí y la facilidad con la él mismo se integró en el despropósito le turbó; se habían instalado en el plano irreal con la misma naturalidad de los niños al jugar, asumiendo, como ellos, que lo único válido y real es lo que va surgiendo del mismo momento, creando las bases sobre la marcha.

miércoles, 13 de julio de 2011

Relato, 3 parte. EL CARILLÓN

-Elisa, ¿ya está la merienda?
-Sí, madre.
-¿Qué reloj he de coger, hija?
-Acuérdese, madre, el de la cinta roja.
-¡Ah!, ya lo tengo.
-Discúlpeme un momento, voy a ayudarla. Le he de recordar que está usted aquí. -Elisa salió de la salita.
-Madre, póngase esta mañanita que el saloncito está destemplado, así, con cuidado.
-Cogí bien el reloj, ¿verdad? -su hija miró hacia la mesita y vio que efectivamente, de entre todos, había elegido el correcto.
-Sí, madre, acuérdese, el rojo marca las seis, la hora de la merienda.
-Ya, hija, ya. ¿Con quién hablabas?
-Con ese señor que quería preguntar por Sarita. Es muy amable, le va a gustar, ya verá.
-¿Era él el que llamé hace un ratito?
-Sí, claro.
-¿Ya le has ofrecido de merendar?
-Claro, mamá, y ¿sabe qué?, se toma el café como padre, sin azúcar.
Andaban por el pasillo mientras hablaban. Una apoyada en la otra y las dos a la vez, sonriendo con la complicidad que dan los recuerdos compartidos.
-No se levante, joven -la madre impidió que Félix se enderezase del todo, dejándole a medio camino entre estar erguido y sentada -, está usted en su casa.

martes, 12 de julio de 2011

Relato, 2 parte: EL CARILLÓN

Ese tipo de casas suelen oler muy concentradas, siendo ese mismo aroma el que sus habitantes llevan consigo al salir de ellas. Se sorprendió al sentir casi físicamente el olor -si es que el sentido del olfato admite recuerdos-, de una de las casas visitadas por él y su abuela, un olor especialmente enojoso, ya que se le quedaba impregnado en su camisa llegando incluso, por la noche, a contagiar el ambiente de su habitación. También recordó como se sentía en ellas, casi siempre aburrido y fastidiado; ni los dulces ni los juguetes que le tenían preparados le compensaban el sentimiento de aislamiento que le provocaban las conversaciones, y de torpeza, que le provocaban las continuas amonestaciones: “estate quieto, no te muevas tanto. Anda, sé buen niño. Cuidado con eso. Eso a ti no te interesa, cuando los mayores hablan, los niños se callan. A jugar callandito”... Félix se sonrió; todo hay que decirlo, para evitar el aburrimiento de esas tardes de verano, empezó a desarrollar un juego particular consistente en intentar averiguar de qué hablaban y de quién. Poco a poco fue un maestro en enterarse de todo lo que se contaban, iba atando cabos y relacionando nombres con caras. Aprendió a disimular su interés, a tener paciencia y a preguntar lo que quería saber, sin que nadie se sorprendiese de lo preguntado.
-¿Lo quiere con dos terrones? -mientras Félix había estado abstraído, Elisa, diligente, había preparado la merienda, colocándola en una primorosa camarera, la pregunta se la hizo mientras acababa de ubicarla en el centro del salón, todavía tintineando las tazas sobre sus platillos, la lechera junto a la cafetera y un montón de pastitas en una caja de latón muy florida. Elisa estaba con la cucharilla dentro del azucarero esperando su respuesta.
-No, gracias, lo tomo solo.
-¡Uf, qué amargo! Yo no sé cómo puede, mi padre, que en paz descanse, también se lo tomaba así, sin azúcar, para compensar, sin embargo, mi madre y yo nos ponemos tanta que casi parece azúcar con café. -Elisa se rió de su ocurrencia, tantas veces dicha en situaciones idénticas, pero de qué si no iban a hablar un detective y una señora de mediana edad para romper el hielo. Félix se le unió a la risa. En esos momentos se escuchó la voz de la madre.

lunes, 11 de julio de 2011

Relato. 1 parte. EL CARILLÓN

-¿Quién?
-¿Doña Elisa? Soy Félix Aucina, quedamos el lunes para hablar hoy miércoles.
-¡Ah, pase! -y un timbre estridente y prolongado sonó, durante el tiempo que la dueña consideró necesario para que el detective empujase y abriese la puerta del portal.
-¿Ya? -espetó la voz metálica del telefonillo.
-¡Ya!
-El quinto.
Félix esperó al ascensor que era de esos antiguos con mucha filigrana en las puertas y mucho chirrido en el subir y bajar. Una vez dentro, el sentirse apresado en una jaula oriental fue el estado de ánimo que le acompañó durante todo el trayecto.
En el descansillo habían cuatro puertas, pero Félix no dudó. Una de ellas estaba entreabierta. Se acercó a ella y con los nudillos la golpeó suavemente.
-Sí, pase usted, pase -cosa que hizo-, perdone pero es que me ha pillado con algo al fuego -la mujer apareció tras una puerta que él supuso la cocina.
-¿Quiere que me acerque más tarde?
-No, por Dios, no molesta. Es que le estaba preparando a mi madre su leche, a ella le gusta calentita, es muy friolera y eso la entona -inmediatamente añadió- ¿Le apetecería tomar algo con nosotras?, ¿un café con leche o un chocolatito?
-Pues un café no me iría mal, mire. Si no es molestia, claro. -Félix previó una tarde larga y casera, lo cual no le importó en absoluto.
Elisa se fue hacia la cocina no sin antes haberse asegurado que su invitado estuviese como en su casa. Félix, más que en su casa, se sentía como cuando niño y su abuela le llevaba de visita a las casas de sus amigas, todas ellas como ésta, repletas de tapetitos, figuritas de porcelana de dudoso gusto, abarrotando hasta lo inverosímil cualquier resquicio, impidiendo a toda costa una superficie desnuda

domingo, 10 de julio de 2011

Pactos con el tiempo

No se puede estar en más de un sitio a la vez, es algo que siempre me ha exasperado, que nos limita.
Si estás paseando por una avenida, tranquila, con unos buenos amigos, oliendo los pinos y la tierra mojada, no se puede ir camino de la capital mirando el paisaje borroso debido a la velocidad ni mirar desde el cielo esa ciudad elegida, que en pocos minutos, se agrandará para que en vez de contemplarla como una maqueta, puedas recorrerla y admirarla de cerca.
Y si estás tomando un café con una gran amiga, es imposible estar al lado de quien la llama para indagar sobre la tardanza y hablar también con él.
No estar presente en un concierto al que tenías muchas ganas de asistir porque es incompatible con escuchar el canto de los grillos mirando las estrellas, y esa media luna perfecta, a cientos de kilómetros del asiento en primera fila que deseabas ocupar.
La noche es solo una, las opciones innumerables, las posiblidades limitadas, los deseos infinitos; la vida es una tirana, que no nos permite vivir un mismo momento varias veces. La elección es un pacto sellado con ella.

viernes, 8 de julio de 2011

Creaciones

Cuando se imaginan situaciones, para que queden verosímiles, hay que llevarlas a sus extremos y aproximarlas a una realidad factible. Cuando algo rasca, entonces, se desechan. Es básico.
Pues parece que no tanto; hay películas, series, libros, donde ninguno de los personajes se comporta como toca, en los que las situaciones, en vez de ser coherentes con ellas mismas y el contexto, incluido el azar, se manejan como interesa al creador para colocar lo que él quiere, el deus ex machina aparece con excesiva frecuencia, se anticipa desde lejos la manipulación, se pierde interés en una trama irreal que busca un efectismo cada vez más básico...
La imaginación, si pudiera quejarse, lo haría. Ya no está para la creación, sino para las ventas, eso no puede ser bueno. Si perdemos la capacidad de imaginar lo perdemos todo.

miércoles, 6 de julio de 2011

Poema, Descanso


Los párpados apagan la realidad,
permitiendo que los ojos miren hacia adentro
a quién uno imagina ser,
quiere ser.

La mente descansa de las urgencias,
se evade sin que la realidad lo impida,
va donde no hay trabas,
fluye con las ideas.


El cuerpo ya no es carga, descansa.
No exige.
Las ilusiones prevalecen.
El ansia de hacerlas realidad
se agota en la urgencia, imposible, de realizarlas ya.

Los proyectos van engrandeciéndose,
aplastando con sus irrealidades
al descanso que se intentó dar al cuerpo,
tras los párpados cerrados.

martes, 5 de julio de 2011

Reseña, de Vida y Destino... para Bea

Vasil Grossman, autor de Vida Y Destino, entre otros, fue corresponsal de guerra, cronista de la batalla de Stalingrado, y uno de los principales difusores del horror del Holocausto, sus escritos fueron prueba en los juicios de Nuremberg.
Toda su vida fue un intento de sacar a relucir la verdad de las atrocidades, no sólo de los nazis sino del Stalinismo, sobre todo, cuando tomó consciencia de lo que realmente era.
Por eso mismo, sus escritos fueron censurados y hasta retirados, no disfrutó nunca del reconocimiento que merecía por querer ir más allá de la complicidad y comodidad general de callar y halagar al régimen, de hecho fue un escritor casi proscrito.
Vida y Destino es una segunda parte de Todo fluye, sólo que no lo acaba de ser y de hecho se pueden leer la una sin la otra. Vida y Destino es abiertamente anti stalinista, tanto, que su autor murió en 1964 creyendo que nunca vería la luz, ya que cuando presentó el manuscrito para que se lo publicaran en la revista Znamya, la KGB irrumpió en su piso, confiscándole manuscritos, copias en papel carbón, notas, copias mecanografiadas y hasta las cintas de la máquina misma. Grossman apeló a Nikita Jrushchov pidiendo que su libro no dependiera de la KGB sino de los editores y acabó diciendo que no renunciaría a él, pidiéndole libertad para su obra.
Su libro tuvo una historia de libro, ya que el censor le respondió que no se publicaría ni en doscientos años, pero se publicó en 1980 en Suiza con la ayuda de disidentes soviéticos y la de Andrei Sajarov, que fotografió en secreto el borrador que conservaron Semión Lipkin y Vladímir Vóinvoich, y que luego sacó a escondidas. En Rusia se publicó ocho años más tarde, en 1988 en la revista Oktyabr y en libro. Pero Vasili nunca lo supo.
Vida y Destino no es un libro de guerra, sino de las vidas en tiempo de guerra. Es una obra monumental que él mismo no comparaba, pero sí quería ver como un homenaje a Guerra y Paz de Tolstoi, uno de sus más venerados escritores, aunque si se mira bien, la manera de tratar a los cientos de personajes que se mueven por sus páginas, tiene más similitud con la forma intimista y humana de escribir de Antón Chéjov que de Leo Tolstoi.
Y es que lo que une a tantos personajes y escenarios y hace que la obra tenga una unidad es esa visión humana y humanizadora, esa afirmación a ultranza de esperanza y de la total confianza en la bondad humana, que nos muestra en más de un pasaje, como el de la anciana, que toma bajo su tutela a un soldado, sin importarle nada, excepto que estaba herido y necesitaba ayuda, y se la da cuando ella misma está más necesitada aún que él. Quiere afirmar y plasmar, que a pesar del dolor, de la crueldad gratuita, de las circunstancias más espantosas en las que el mismo ser humano sumerge al ser humano, siempre habrá una acción, un gesto profundo, que salvará la dignidad de la condición humana, la esencia misma de la humanidad. El mal nunca podrá con el bien, porque jamás dejará de haber una sonrisa, una amabilidad, que le impedirá abarcarlo todo.
Pero que sea un canto a la esperanza, no es por ello, ni sensiblero ni ingenuo, en sus páginas el horror, la traición, la soledad, los desencuentros están ahí, patentes; es la historia de docenas de historias bajo uno de los horrores mayores vividos por la Historia; la batalla de Stalingrado, entre junio de 1942 y febrero de 1943, en el Volga.
Grossman fue cronista del periódico oficial del ejército soviético, el Estrella Roja, teniendo la novela, a veces, partes autobiográficas, más o menos veladas, como la muerte en el campo de extermino nazi de uno de los personajes, donde él quiere imaginar los últimos momentos de su madre que murió en la cámara de gas sin haberla podido volver a ver, pasaje éste de los más terribles y conmovedores del libro.
Su novela, sus personajes, todos víctimas de las circunstancias más extremas, hacen gala de la determinación a ser fieles a ellos mismo, con lo que de bueno y malo tenga; muestran esa capacidad de sacrificio tan rusa, esa precariedad y ese seguir adelante hasta superar cualquier obstáculo: es el destino y vida de la miríada de personajes que van dejándose las ilusiones, la vida, en ese destino forzado por la guerra, pero va más allá y trasciende el episodio histórico donde los emplaza. Son vidas de ir por casa, no son memorables ni tienen especial relevancia, no tienen que ver con los grandes acontecimientos del momento, más bien al contrario: son personas que sufren, que dudan, que se debaten contra el destino; son lo que somos todos, piezas que las circunstancias mueven, y que en esa resistencia a que nuestras vidas sean inútiles, intentamos reaccionar, siendo casi imposible no identificarnos con más de uno.
Es el libro de las Vidas que tuvieron en común un Destino terrible pero que a pesar de éste, no dejaron de ser Humanos.

lunes, 4 de julio de 2011

Pozos

Hay que saber cuándo parar, al igual que se ha de ver cuándo empezar.
Empeñarse en algo, que ya no es factible, es no solo inútil sino patético. Se ha de saber dar la vuelta a las cosas, sin perder nunca el fondo. Las formas sí cambian.

Si se quiere algo y no se consigue, se ha de bucear en su fondo, ver la raíz del porqué se ansiaba y encontrar otra ramificación del mismo sueño para luchar de nuevo por él.
Se confunden las formas con el fondo, se desespera uno por los fracasos, sin tener en cuenta los logros que surgen del mismo error; la eliminación es un buen modo de acercarse a la meta.
No perder el sabor del agua de ese pozo oscuro y fresco que fluye subterránea, y que desde otro pozo, también se alcanza; el agua es la misma, solo el brocal ha cambiado.

domingo, 3 de julio de 2011

Crecer

Una de las principales ventajas de crecer es que, no solo empiezas a vivir según el propio criterio, sino que poco a poco, dejas de justificarlo. Atrás quedan las obediencias, el hacerlo todo sin tener muy claro por qué, el no entender qué haces ahí, en ese lugar que no te gusta, con esa gente que no te arropa.
Crecer implica comprender, comprenderse, empaparse de datos con los que deducir una conclusión personal, no prestada. Implica equivocarse, caerse, esforzarse por ser uno mismo.
Es difícil, quizá, más que seguir la inercia común, sin opinión trabajada, sin errores propios, con orejeras cómodas. Sí, puede que sea más fácil ser sin ser, andar sin caer, no tener que pasar noches en vela sufriendo por el error cometido, sin superarlos, sin aprender. Sí, es más sencillo crecer sin crecer.

sábado, 2 de julio de 2011

Ideas

Cuando investigaba de chica sobre cómo escribir, y me sumergía en las entrevistas a los escritores que admiraba, no había ni uno solo, que respondiendo a la pregunta de cómo consigue usted las ideas, no hablase de llevar siempre papel y lápiz para anotarlas; variaba el tipo de papel y el objeto con que las escribiesen, dependiendo de la personalidad, se usaban libretas pulcras y compradas para cada novela; cuadernos más o menos al gusto; papeles encontrados al azar, destacando las servilletas y posavasos de bares. Eso combinado con bolígrafos propios o prestados, como los mecheros; lápices afilados; plumas usadas solo para ese fin... combinaciones infinitas dentro de sus limitaciones, que reflejaban sin duda, a cada autor.
Es me gustó, pero a pesar de llevar siempre mi propio papel, siempre liso, y boli, siempre negro, no supe su verdadero valor real hasta que no me lancé a mi primera novela.
Y es que es cierto, las ideas que rondan, solo lo hacen una vez: o la guardas, o se te van, son como las moscas, a veces igual de molestas, te zumban y solo se marchan, si con la mano las espantas anotándolas.
Pero lo peor no es eso, sino que creas que las recordarás, y a la hora de la verdad, si no las has atado al papel, no las recuerdas.
Hoy en mi duermevela, me he dicho, ya sé de que hablaré hoy aquí; me dio pereza apuntarla y me dije, es imposible que no la recupere, con que memorice, "muertos y no" ya lo tengo.
Y aquí estoy, solo tengo Muertos y no. Obviamente, he olvidado lo que quería decir, a ver si mañana, esta mosca regresa... porque tiene buena pinta lo que vino a susurrarme.