martes, 12 de julio de 2011

Relato, 2 parte: EL CARILLÓN

Ese tipo de casas suelen oler muy concentradas, siendo ese mismo aroma el que sus habitantes llevan consigo al salir de ellas. Se sorprendió al sentir casi físicamente el olor -si es que el sentido del olfato admite recuerdos-, de una de las casas visitadas por él y su abuela, un olor especialmente enojoso, ya que se le quedaba impregnado en su camisa llegando incluso, por la noche, a contagiar el ambiente de su habitación. También recordó como se sentía en ellas, casi siempre aburrido y fastidiado; ni los dulces ni los juguetes que le tenían preparados le compensaban el sentimiento de aislamiento que le provocaban las conversaciones, y de torpeza, que le provocaban las continuas amonestaciones: “estate quieto, no te muevas tanto. Anda, sé buen niño. Cuidado con eso. Eso a ti no te interesa, cuando los mayores hablan, los niños se callan. A jugar callandito”... Félix se sonrió; todo hay que decirlo, para evitar el aburrimiento de esas tardes de verano, empezó a desarrollar un juego particular consistente en intentar averiguar de qué hablaban y de quién. Poco a poco fue un maestro en enterarse de todo lo que se contaban, iba atando cabos y relacionando nombres con caras. Aprendió a disimular su interés, a tener paciencia y a preguntar lo que quería saber, sin que nadie se sorprendiese de lo preguntado.
-¿Lo quiere con dos terrones? -mientras Félix había estado abstraído, Elisa, diligente, había preparado la merienda, colocándola en una primorosa camarera, la pregunta se la hizo mientras acababa de ubicarla en el centro del salón, todavía tintineando las tazas sobre sus platillos, la lechera junto a la cafetera y un montón de pastitas en una caja de latón muy florida. Elisa estaba con la cucharilla dentro del azucarero esperando su respuesta.
-No, gracias, lo tomo solo.
-¡Uf, qué amargo! Yo no sé cómo puede, mi padre, que en paz descanse, también se lo tomaba así, sin azúcar, para compensar, sin embargo, mi madre y yo nos ponemos tanta que casi parece azúcar con café. -Elisa se rió de su ocurrencia, tantas veces dicha en situaciones idénticas, pero de qué si no iban a hablar un detective y una señora de mediana edad para romper el hielo. Félix se le unió a la risa. En esos momentos se escuchó la voz de la madre.

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