domingo, 24 de julio de 2011

Objetos

Me gusta observar mientras deambulo; te topas con objetos de todo tipo.
Ayer, por ejemplo, me vino a saludar, desde el suelo, una de esas tablas que se usaban para lavar la ropa, de madera y con tablillas, para que al frotar contra ellas, la tela soltara las manchas. Cuántos años sin ver una. Su color desgastado por el uso me acercó el olor de la ropa mojada, el jabón de escamas, el sudor limpio de mi abuela en el pueblo, cuando los lunes se dedicaba a lavar toda la ropa blanca: primero cosía alrededor de la mancha, con puntadas muy sueltas, y ante mi estupefacción y mirada intrigada, me decía que así sabría dónde estaba la mancha, ya que la prenda, mojada, la convertiría en invisible.
Más tarde, las remojaba, como para ablandarlas y que fuera más fácil pasarlas por la tabla con una docilidad húmeda. Luego echaba un tinte azul, y antes de que preguntara, me decía que así se quedaba más blanco. Siempre me extrañó que un producto azulón blanquease.
Me encantaba cuando tendía, y si eran sábanas grandes, más; era divertido torearme a mí misma pasando por debajo de esas telas olorosas, blancas, llenas de sol y frescor. Y cuando se habían de descolgar, las arrugabas, crujiendo de puro limpio, para llevarlas a planchar en un barreño. Otro proceso mágico. El vapor de las gotitas de agua con las que iba salpicando las prendas, el almidón para dejar tiesas las partes convenientes, el guardarlo todo en los armarios que cojeaban ya por el tiempo, para dejarlas en los cajones, arropadas entre lavanda, mientras esperaban para desplegarse de nuevo en las camas y arrullarnos con el cariño y tiempo que mi abuela les dedicó. Qué bien se dormía entre ellas.
Le di las gracias a la tablilla de lavar y seguí paseando.

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