martes, 31 de enero de 2012

Hoy

No hacía sol, pero la compañía lo iluminaba todo.
Buscando un buen banco, bajo los árboles, haciendo crujir las piedras, oliendo el césped mojado, mirando un cielo no muy azul no muy gris, se han intercambiado palabras, emociones, recuerdos, mientras se comía una ensalada preparada con cariño, saboreada como merece, cortada entre prisas y rutinas extenuantes, pero no incapacitantes, ya que se está aquí, mejor que en ningún otro lugar, compartiendo años en un instante, intentando averiguar si se ha evolucionad algo durante el paso de los años, si se es quien se fue, cosa imposible, o más bien se es quien se quiere ser; sin la timidez de antes, con la fuerza de la experiencia.
Con el sabor del aceite duro y sabroso, tomando infusiones, no al sol, pero sí bajo él. Hablando de nada, de todo, de ser, de soñar, de esperar que mañana surja otro rato donde eternizarse y poder compartir sonrisas, comida, años y amistad.
Gracias, siempre.

lunes, 30 de enero de 2012

Zen

Haz lo que hagas. Es la máxima zen por excelencia, y lleva mucha verdad. Y además no solo es clarividente sino práctica, ya que no podemos hacer nada más allá del segundo presente. Si en ese segundo nos apoyamos del todo, la sensación de plenitud es enorme. Es cuando miramos o hacia atrás o hacia adelante cuando el ahora nos molesta, nos aturde, nos ata, ya sea porque querríamos lo que ya no tenemos o por lo contrario, porque aún no llegó lo que quizá, no venga; el futuro es una incógnita.
Así que lo mejor es hacer lo que se está haciendo con todas las consecuencias y saber apreciarlo, porque si te descuidas, zas, ya no está.
Y el cúmulo de "haceres" nos dará toda una vida: la que hicimos.

sábado, 28 de enero de 2012

Personajes de cuento (para Laura)

Crecemos, o deberíamos crecer, escuchando cuentos. Nuestra mente se llena no solo de realidades sino de fantasías, y la infancia es el mundo donde se mezclan y conviven sin ningún problema esos dos universos: ogros, brujas, sirenas, casas de caramelo, trocitos de pan, madrastras malvadas, enanos aviesos, troles estúpidos, centauros conviven con maestras, vecinos, padres, abuelos y es más, se identifican con ellos.
El hombre del saco es uno de los más fáciles de trasladar al mundo real. Siempre suele haber un hombre siniestro a quien poderle endosar ese papel.
De chica, en el colegio, rondaba un pobre hombre, eso sí, malcarado, al que los rumores le señalaban como malvado; cuando salíamos de clase le seguíamos y si se giraba, muertas de miedo, corríamos a defendernos de su mirada.
Nos encantaba asustarnos unas a otras en los recreos añadiendo detalles morbosos y cruentos: que si se le vio con una navaja, que si dejaba rastros de sangre, que si el saco se movía, que si a la de cuarto B casi la coge.
Qué fácil era cuando se podía intercambiar una bruja en una vecina, o un ogro en tendero. Ahora, en este mundo adulto donde se supone que la fantasía no ha de existir, lidiar con los temores diarios es más arduo, y sobre todo, menos divertido.

jueves, 26 de enero de 2012

Gandía

Esta tarde la he pasado en Gandía junto con lectores de, entre otros libros, uno mío. Ha sido un rato muy agradable, sus preguntas, interés y puntos de vista han llenado el salón de actos de la biblioteca, antes antiguo convento reconvertido en cárcel, comisaria, administración, ayuntamiento hasta llegar al ahora, donde son los libros lo que lo cubren todo con historias paralelas a sus muros, que por cierto aún conservan frescos del refectorio del convento original.
Estar entre estos lectores ha sido especial, no solo por ellos mismos, que con eso ya valía la pena el viaje, sino porque me han traído de nuevo a los personajes de mi libro; ante mí estaban de nuevo todas y cada una de sus historias, me miraban de cerca, recordándome los años que estuvimos juntos, ellas y yo, creándolas. Ahora, hace un rato, esos lectores con sus visiones, sus interpretaciones y su cariño hacia mis criaturas, han logrado que se paseasen vivas entre nosotros; estaban allí mirando y escuchándonos atentos a qué se decía de ellos, nos observaban desde el papel pero también desde su realidad; porque entre todos, ahí, los hemos invocado y han respondido.
Como les dije en la charla, en realidad no soy yo quien los escribió, fueron ellos quienes se escribieron a través de mis dedos y viven a través de sus ojos, de todos los ojos de quienes los leen.
Gracias.

miércoles, 25 de enero de 2012

Bambalinas

Siempre me ha gustado lo que está detrás de las cosas; las bambalinas, tanto figuradas como reales.
La primera vez que estuve ante un escenario como espectadora me deslumbré por las butacas, el telón rojo, las telas suntuosas, las lámparas de lágrimas, los palcos, alfombras, luces... y nerviosa, cuando se alzó el telón, me dejé llevar por la magia de la representación, entrando en el juego de realidad que me proponían. Fue emocionante.
La vez primera que fui yo la que salió a escena, fue más bien angustioso, verlo desde arriba, deslumbrarte por la gente, luces, decorados, agarrotada por las palabras que habría de decir para crear esa complicidad, me agotó, pero luego, una vez pasado todo, la mezcla del tiempo y el recuerdo me lo devolvieron con cariño.
Pero la mejor de todas las primeras veces, fue cuando pisé las bambalinas, con ese olor tan suyo, entre cachivaches, trajes, la gente afanándose entre cuerdas que no se sabe muy bien a donde van y de donde vienen... esa negrura mal iluminada, esos camerinos angostos, con espejos brillantes, baúles y atrezzos, murmullo de gentes, ajetreo de cosas, nervios y aburrimientos en la espera: el hervidero humano de una realidad que solo al salir a escena deja de ser anodina para crear un universo único, especial, y que casi, casi nos hace olvidar que detrás del telón hay polvo, ruido, trabajo y mucho ingenio.

martes, 24 de enero de 2012

Tesoros

De niña me encantaba descubrir tesoros, me imaginaba que estaban enterrados en los sitios más peregrinos, como buen tesoro. Me pasaba horas investigando el terreno para encontrar lo que a cualquier otro ojo, no tan experto, se le había pasado. No encontré nunca nada cavando. Es más hasta hice lo contrario: perdí más de un objeto.
¿Cómo?, pues muy fácil, yo misma hacía mis propios tesoros enterrados: una zapatilla en la arena, un anillo entre la hierba, un trozo de metal brillante casi de oro entre rocas... y así, pensaba mientras hacía el mapa con la X, seguro que mi amiga y yo lográbamos encontrar algo: lo hacía más por ella, para que no se llevara una desilusión, y la desilusión me la llevaba yo, porque fui incapaz de recuperar zapatilla, anillo y el metal casi de oro. Los tres fueron tratados como tesoros en tres lugares diferentes y espaciados en el tiempo. Y ahí quedaron.
Lo único que me consoló, es que alguien, algún día, sí encontraría mis objetos. Yo jamás encontré los de nadie. Eso sí, nunca dejaré de buscar.

domingo, 22 de enero de 2012

Sin excusas

Los estados de ánimo van variando, pero no con respecto a lo que nos sucede, sino a cómo entendemos lo que ocurre. No es lo mismo.
Te pueden caer desgracias a pares y si no las sientes así, no te afecta, y al revés; puedes estar estupendamente situado pero que tu apreciación sea negativa, por lo tanto, el ánimo no se corresponda con la realidad.
Dependemos de cómo procesamos esa realidad, dependemos pues, de nosotros mismos, más allá de lo real; nuestro cerebro nos engaña si así lo programamos, si así dejamos que vaya sesgando lo que los sentidos le acercan, y tras nuestra mente, vamos nosotros, barranco abajo o cielo arriba.
El sentido de la realidad, la realidad misma, no es nada sin la visión que tenemos de ella, y ahí es donde está nuestro poder y ahí es donde lo perdemos. No somos conscientes de lo poderosos que somos, de la capacidad de encoger, agrandar, alegrar, enturbiar, ennegrecer o sublimar que tenemos sobre lo que nos pasa.
Con un giro de apreciación el mundo cambia completamente, si nos sentimos bien, lo podemos todo, si nos duele algo, hasta abrir una carta cuesta.. y es que hemos de aprender a comprender ese poder, y sobre todo, a saber que solo depende de nosotros, que ningún otro es quien tiene la varita mágica; no es él ni ella, somos nosotros creyendo que son ellos los que nos protegen: no.
La vida es lo que queremos ver y hacer en ella y con ella, sin excusas.

viernes, 20 de enero de 2012

Descubrimientos

Siempre me ha parecido curioso el interés destructor de los niños muy chicos, no solo en las cosas, que las desmontan hasta quedar reducidas a piezas imposibles de reubicar o con el orden, al que parece molestarles, sino con los pequeños bichos: los insectos son víctimas perfectas.
Cuántos pequeños no se pasan rato acorralando moscas para una vez en la mano, ver qué pasa si les quitan las alas; o gusanitos a los que parten por la mitad y miran la bisección con una seriedad científica; o quitarles las patas a las hormigas, una a una, para ver con cuantas puede todavía andar..., casos hay cientos y no me refiero a esa etapa de crueldad con los animales, que suele darse más en pandilla, sino a una curiosidad natural y universal ante seres manipulables y no dañinos. Pocos niños no la han pasado, quién no ha aplastado un bichito por el mero hecho de aplastarlo, de ver luego con interés cómo quedó, qué fue de él, mirando la suela del zapato o incluso el dedo si fue el verdugo. Pero sin maldad, solo con curiosidad. No a las edades que yo menciono, la crueldad llega tras la primera vez que el niño entiende que ese ser estaba vivo, que su esencia no la podía entender rompiéndolo, que se movía por él mismo. Cuando lo saben, lloran: han sido la causa de que deje de actuar.
La mala fe llega después si siguen destruyendo tras ese descubrimiento íntimo.

miércoles, 18 de enero de 2012

Evocadores

Las evocaciones varían influenciadas por el momento en las que se convocan; si en ese momento los sentimientos hacia lo que recuerdan es grato, el olor, visión o tacto evocado será hermoso, profundo, casi triste por ser solo la reminiscencia de lo que fue, y llenará el ambiente de recuerdos y visiones de momentos gratos.
Pero si ese perfume, o fotografía o pañuelo que quiso resurgir del cajón por donde estaba perdido salen en un presente ingrato para lo que recuerdan, lo que nos traigan será odioso; en vez de paz, una rabia sorda se irá expandiendo por dentro nublándolo todo porque sus imágenes nos dictarán dolor y rechazo.
Y muchas veces un mismo objeto, una misma evocación que no ha cambiado y que nos retrotrae hacia su dueño o espacio, podrá, dependiendo de lo que sintamos ahora, ser bello o terrible: ese mismo olor ante el que se cerraban los ojos aspirando sin prisas para ver lo que ya no está, ahora se rechaza, se intenta enmascarar con otros, se niega la presencia física de quien nos lo recuerda.
Un evocador es un genio de humo al que damos el cuerpo que queremos. No es más; un fantasma creado por el hoy de un ayer que varía porque nosotros hemos seguido adelante.

lunes, 16 de enero de 2012

Trozos

Es cierto que cuando algo sale mal, y has de observar los trocitos rotos, y has de barrerlos porque ya los has recompuesto muchas veces y en esta te das cuenta de que ya no, de que hasta aquí, no es, precisamente, un sentimiento fácil de asimilar. Tener que abandonar, dejar detrás algo, lo que sea, que te ha estado acompañando mucho trecho, no es gratificante. Pero aún lo es menos, aferrarse a esas esquirlas esparcidas del sueño que ya no son nada; restos de una sombra.
Se ha de recoger todo, limpiar bien para no dejar restos, y desde ese dolor sordo, asimilar para recordar sin contaminaciones lo que fue, lo que ya no es.
La premisa popular de que cuando se cierra una puerta, se abren muchas otras, es un intento de levantar el ánimo ante los espejos rotos.
Y suele ser verdad, por el simple hecho de que la necesidad de seguir adelante nos empuja a abrirlas; esa incesante curiosidad que nos mueve, nos sacude la pena y nos levanta más allá de las piezas desconectadas de esa ilusión, proyecto, motivación, esperanza, rutina hecha añicos.

sábado, 14 de enero de 2012

Pensar o no pensar

"¿Tú en qué piensas?" "En todo" "No lo entiendo, yo no sé pensar en nada, miro las cosas y no me dicen nada. Hay gente que se pasa horas con la mirada rara y haciendo nada" "No es una mirada rara, es que miran hacia adentro, sus ojos no ven lo que tienen delante, sino lo que tienen dentro" "¿Cómo que dentro?" "Sí, los recuerdos, lo que imaginamos, lo que soñamos" "yo no sueño" "Lo sé" "¿Cómo puedo aprender a pensar, a soñar?" "Lee" "Es que es aburrido, me canso, no entiendo lo que dicen los libros, son pesados y me pierdo, cada día he de empezarlo, no recuerdo nada" "Por eso no tienes imágenes, ni sueños, ni piensas ni reconoces las miradas, solo las ves raras" "¿Me pierdo algo?" "Para mí te pierdes todo" "No lo creo así. Yo me divierto mucho" "Sí, yo también" "No, los que leéis y pensáis demasiado sois gente aburrida, seria, pesada. No sabéis moveros" "Sabemos soñar, pensar y reír" "Bah, me da igual que no me digas en lo que piensas. Me voy, tengo prisa" "Adiós" y se tumbó para observar cómo el viento agitaba las hojas de ese árbol mientras sus pensamientos libres se reían de todo.

jueves, 12 de enero de 2012

Relato. 5 y última parte. El visitante

Pero, o el trabajo, o la desidia o el miedo a confirmar el asunto le frenaba. Quizás también influyese la vergüenza oscura de dar crédito a lo imposible, a lo supersticioso. Al fin y al cabo, quién mejor que él para no creer en lo sobrenatural, en los fantasmas. Él, que se pasaba las horas enterrando sus huesos para evitarles errar.
Un grupo de personas dolientes le volvió a su presente, dejando para mañana el seguirle.

Samuel se internó por el laberinto de lápidas y nichos, andando decidido hacia la suya. Miraba hacia delante, giraba con la precisión de un ciego en su ruta diaria. No debía encontrarse con nadie. Una vez casi le pilla.
Fue una niña, él no había previsto verla así, pequeña, indefensa con esos ojazos verdes y esa manita que casi toca la suya.
-Señor, por favor. Me he perdido, ¿puede llevarme con mi mamá?
La niña era muy blanca, le recordó a la suya propia, ya muerta. La ternura de la pequeña, el recuerdo de la suya, casi le hicieron asir la pálida manita tendida.
Aún no sabe cómo, pero paró en seco. La miró. Su sonrisa de ángel se agudizó, y sus ojos verdes mostraron la profundidad más negra, más serena, más antigua que ser humano pueda nunca ver, y quedar indemne.
No se lo llevó, como no lo hizo el día en el que fue a por él y no pudo encontrarlo. En esos segundos en los que se miraron hubo un trato, una suerte de entendimiento tácito. Volverían a encontrarse. Ella había encontrado un reto, él estaba a la altura. Se entendieron.
Ella lo volverá a intentar, regresará.
Él procurará que no sea hoy.





miércoles, 11 de enero de 2012

Relato. 4 Parte, El visitante

Una tarde especialmente ajetreada, estaban desalojando a los rezagados .siempre los hay más tardos en despedirse, en retornar a la vida sin él, sin ella, cuando notó que su colega se quedaba tenso, atento. Lo cogió de su camisa y lo atrajo hacia sí.
-¿Lo has visto?
-¿A quién?
-A ese hombre, aquél de negro. Mira por ahí va. Estaba agitado y Juan no le acababa de entender. Eso le puso más nervioso.
-¿Dónde? ¿Quién?
-¡Pero, sí, hombre! El que se acaba de ir.
-No sé, lo siento. No le vi.
-¡Pues que bien!
-No te enfades, no es para tanto, digo yo.
Entonces es cuando supo, por él, lo que a él le habían contado de niño cuando ayudaba a su abuelo en el camposanto, que a su vez le fue narrado cavando su primer tumba de joven: La leyenda del que engañó a la muerte.
Con voz grave, como es de ley contar asuntos oscuros, su amigo le narró los detalles, que él fue olvidando, aunque lo principal se le grabó: El hombre se escondió en su propio nicho, y por unos segundos ella no lo encontró. Pasó su momento. Ahora es un duelo entre los dos.
El sepulturero se volvió para seguirle con la mirada. Se había jurado ,costumbre muy suya, espiarle para cerciorarse de si era o no él. Sería fácil, el hombre que burló al tiempo ha de visitar su propia tumba vacía, hasta que ella lo encuentra y entonces cambia de cementerio, como el que cambia de ciudad.

martes, 10 de enero de 2012

Relato. 3 Parte. El visitante

-¿Y Mariano? -la anciana, con un hilo de voz, espetó a bocajarro la pregunta al hombre, recién llegado, que estaba abriendo la verja.
Él, delgado y alto, curtida la piel hasta parecer de leña, tosco en sus maneras, suspiró y empujando la puerta con dificultad se juró engrasarla al día siguiente, como se había prometió el anterior.
-Pase, doña Mercedes, pase, que ahora viene.
-¿Quién? preguntó la mujer con sus azules ojos aguados abiertos demostrando su sorpresa.
-Nada, nada. Ande, pase usted.
El hombre se apartó para dejarles entrar en el cementerio, echándole una mirada de tristeza a ella y otra de respeto a Samuel. A ella la veía cada día desde que entró para cubrir la plaza de Mariano, hace ya sus años, y a él desde hacía unos meses.
El primer día que le vio le llamó la atención de inmediato. Correspondía punto por punto con el de la leyenda.
La escuchó por primera vez estando de interino como sepulturero en un pueblo aislado y casi despoblado. Su compañero, un hombre alegre, grandote, guasón hasta la irreverencia, le fue enseñando su oficio. Nada mas ser presentado, le palmeó la espalda y con esa voz ronca que da el fumar constante le dijo: “que no te llame a engaño los pocos paisanos de por aquí, ya verás, ya. Parece mentira que tan pocos vivos den tanto trabajo con sus muertos”.

lunes, 9 de enero de 2012

Relato. 2 Parte. El visitante

El conductor de la línea tras cobrarle, le siguió con la mirada.
No pudo evitar ver en él a la personificación misma del daguerrotipo de su bisabuelo.
Recordó aquella imagen que tan vívidamente le atrapó de niño, revivió cuánto le impresionó ver ahí dentro, apresada en un cartón grueso, manchado de humedad, la imagen de una persona muerta, ajena a él pero totalmente relevante para su propia vida.
Cobrándole el importe de su billete rememoró ese mismo instante -el que a todos llega-, en el que tuvo la certeza de que toda vida acaba. Su ingenuidad de niño se sobrecogió, por primera vez, con la intuición adulta de que detrás de uno puede sólo quedar eso: un cartoncillo inusualmente grueso, que en su día, apresó la imagen de luz y plata de quién sintió, se equivocó, vivió.
Puso en marcha el autobús, parándolo según lo iban solicitando sus pasajeros. Samuel y una mujer muy menguada, de frágil apariencia, bajaron en el cementerio.
La señora iba andando a pasitos cortos, lo cual le confería una velocidad respetable, incluso ágil, para la poquita cosa que su figura representaba. No dejaba de murmurar mientras se encaminaba al camposanto.
Samuel la seguía de cerca. Ambos llegaron a la puerta de hierro negro más o menos a la vez.
Estaba cerrada. Esperaron.
Al cabo de unos cinco minutos la anciana suspiró, al ratito carraspeó ligeramente, y ya sin más preámbulos ni etiqueta, se encaró con su compañero de espera.
-Pues es la segunda vez en este mes que no me tiene abierto cuando toca -estaba realmente indignada-. A este Mariano le debe de pasar algo, no es normal en él esta impuntualidad -su voz se dulcificó un tanto, pasando a la preocupación en su siguiente comentario-. ¿Y si es algo grave? -estaba realmente alarmada. Sus ojos se quedaron mirando fijamente sin ver, abismándose en su imaginación -lo mal que lo estaba pasando el tal Mariano quizás. ¿Quién sabe?-.
Todo su encorvado cuerpecillo estaba en tensión, delataba así, que estaba más allá de la realidad colindante.
Era como si para ella todo pensamiento fuese real; lo ideado era tan intenso, que cuando se parase a recordar lo ocurrido en sus días, más de un acontecimiento apócrifo se le traspapelaría. Era una superviviente de ella misma, de su limitada dimensión de lo real.

domingo, 8 de enero de 2012

Relato. 1 parte. El visitante

-Buenos días.
-Buenas.
La portera de la finca dejó de barrer para ver mejor cómo el nuevo inquilino se alejaba calle abajo.
Estuvo sus buenos minutos apoyada en la escoba, rezongando. Cuánto no habría dado en esos momentos para tener a alguien con quien comentar sus impresiones del caballero que acaba de salir, como cada día a la misma hora desde que se alojaba en sus dominios.
Su hijo ya no la hacía ni caso, harto estaba de oírla durante todos los desayunos de estos meses atrás.
-Pues lo que yo te diga, hijo, que ese señor es muy raro.
-Pues no sé que le ve usted de raro al hombre. Yo le veo normal. -Normal, normal… ¡pues no es normal!, tiene un no sé qué -un
escalofrío le hizo agitarse toda ella-, es el tipo de hombre del que no me extrañaría nada que apareciese en los periódicos.
-Usted ve mucho la tele, madre. Déjele en paz.
-No, si yo le dejo, le dejo. No me atrevería a molestarle, hijo. Me da repelús, eso es todo.

Samuel, el caballero que tanto inquietaba a la portera de su nueva vivienda, dio la vuelta a la esquina para hacer cola en la parada del autobús.
Al ratito de estar entre el grupo, las conversaciones bajaron de volumen hasta extinguirse. Todo quedó suspendido, congelado.
Hubo una señora que se le quedó mirando de reojo y una pequeña se agarró con fuerza a la mano de su madre, metiéndose literalmente bajo sus faldas.
Su mera presencia les alejó de sus planes cotidianos durante unos minutos, sumiéndoles en sus pensamientos más recónditos, más olvidados. El autobús llegó, puntual.

viernes, 6 de enero de 2012

Seis de enero

"Si no te duermes, no vienen. "¡Tú qué sabrás!". "Más que tú". "Shh, a callar los dos. Es hora de dormir de una vez". "¿A qué no vendrán si no nos dormimos?" "Y si no os calláis tampoco".

Es un diálogo recurrente y universal, esta noche pasada lo habrán podido escuchar las paredes de casi todas las casas. Ellas sí saben lo que sucederá, han asistido pacientemente a esas conversaciones durante generaciones, han visto cómo los padres de ahora, niños de entonces, espían a sus retoños comprobando que ya pueden, con mucho cuidado al principio para no despertarlos, luego se van despistando en sus cuidados, sacar bolsas y colocar los regalos que los hijos pidieron en su carta, nerviosos y preocupados de ser buenos, de que se los traigan y que agotados por tanta expectación, sueñan sin sueños mientras los padres de ahora ríen bajito y van montando la escena de cada mañana de reyes: beben de lo que han dejado antes para los camellos y reyes, rellenan de caramelos los zapatos dejados bien limpios para que sepan que hay niños en la casa, y recuerdan cómo se despertaban ellos de ilusionados y asustados para enfrentarse a ese salón cerrado, sin saber aún si habrá llegado lo pedido, si uno se puede fiar o no de los sueños, de las promesas, de uno mismo y de los demás. Y abres la puerta, y ahí está: sí puedes fiarte.
Eso hará que cuando sepas que no siempre es así, en el fondo, mantengas la esperanza. Las paredes lo saben por eso callan y no dicen nada.

miércoles, 4 de enero de 2012

LLamadas

Me gusta entrar en sitios nuevos, en cafeterías o establecimientos que desde la calle me llamen, me inviten a pasar. Es una llamada clara, rotunda; voy caminando y es imposible no escucharla, mis ojos miran al interior de ese bajo que me ha visto antes que yo a él. Y entro. Ya sea para sentarme a tomar un café o un té en sus sillas, ante esas mesas, observando a gentes y espejos y columnas y decoraciones y muros y empapándome de su ambiente, olor, sabor, eco, palabras..., porque en cada lugar se dicen cosas diferentes, suenan distinto, saben como solo se puede ahí. Es apasionante encontrarte con esas tiendas atiborradas de objetos imposibles, regentadas por personajes casi de cuento, que tal y como hablan y se mueven, no es posible que trabajasen en otro lugar; ellos y la tienda, o bar o cafetería son uno y poder acercarte unos minutos a su reino, es un lujo de los muchos que tiene callejear, perderse, ya sea en una ciudad desconocida o en la propia. Que por mucho que se viva en una, siempre hay rincones ocultos que nos llaman.

lunes, 2 de enero de 2012

Fiebre

La fiebre es quien me ha venido a recibir este año. Ese estado donde el cuerpo no es tuyo, la cabeza no se asienta y las ideas flotan; eres menos tú o más tú... no lo sabría decir.
Las obligaciones cuestan horrores cumplirlas, las frases que salen de las manos inseguras suelen ser geniales o de una estupidez enorme. Los recuerdos se mezclan con las planificaciones, andar duele, moverse más, pensar está contraindicado, mejor dejarse llevar, esperar a que esos grados se vayan, devolviéndonos a la normalidad, al ritmo, a ser dueños del cuerpo de nuevo.
Mientras tanto, tampoco está de más dejarse llevar a la deriva, a la que nuestra propia mente enfebrecida quiera.