viernes, 20 de enero de 2012

Descubrimientos

Siempre me ha parecido curioso el interés destructor de los niños muy chicos, no solo en las cosas, que las desmontan hasta quedar reducidas a piezas imposibles de reubicar o con el orden, al que parece molestarles, sino con los pequeños bichos: los insectos son víctimas perfectas.
Cuántos pequeños no se pasan rato acorralando moscas para una vez en la mano, ver qué pasa si les quitan las alas; o gusanitos a los que parten por la mitad y miran la bisección con una seriedad científica; o quitarles las patas a las hormigas, una a una, para ver con cuantas puede todavía andar..., casos hay cientos y no me refiero a esa etapa de crueldad con los animales, que suele darse más en pandilla, sino a una curiosidad natural y universal ante seres manipulables y no dañinos. Pocos niños no la han pasado, quién no ha aplastado un bichito por el mero hecho de aplastarlo, de ver luego con interés cómo quedó, qué fue de él, mirando la suela del zapato o incluso el dedo si fue el verdugo. Pero sin maldad, solo con curiosidad. No a las edades que yo menciono, la crueldad llega tras la primera vez que el niño entiende que ese ser estaba vivo, que su esencia no la podía entender rompiéndolo, que se movía por él mismo. Cuando lo saben, lloran: han sido la causa de que deje de actuar.
La mala fe llega después si siguen destruyendo tras ese descubrimiento íntimo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario