martes, 10 de enero de 2012

Relato. 3 Parte. El visitante

-¿Y Mariano? -la anciana, con un hilo de voz, espetó a bocajarro la pregunta al hombre, recién llegado, que estaba abriendo la verja.
Él, delgado y alto, curtida la piel hasta parecer de leña, tosco en sus maneras, suspiró y empujando la puerta con dificultad se juró engrasarla al día siguiente, como se había prometió el anterior.
-Pase, doña Mercedes, pase, que ahora viene.
-¿Quién? preguntó la mujer con sus azules ojos aguados abiertos demostrando su sorpresa.
-Nada, nada. Ande, pase usted.
El hombre se apartó para dejarles entrar en el cementerio, echándole una mirada de tristeza a ella y otra de respeto a Samuel. A ella la veía cada día desde que entró para cubrir la plaza de Mariano, hace ya sus años, y a él desde hacía unos meses.
El primer día que le vio le llamó la atención de inmediato. Correspondía punto por punto con el de la leyenda.
La escuchó por primera vez estando de interino como sepulturero en un pueblo aislado y casi despoblado. Su compañero, un hombre alegre, grandote, guasón hasta la irreverencia, le fue enseñando su oficio. Nada mas ser presentado, le palmeó la espalda y con esa voz ronca que da el fumar constante le dijo: “que no te llame a engaño los pocos paisanos de por aquí, ya verás, ya. Parece mentira que tan pocos vivos den tanto trabajo con sus muertos”.

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