jueves, 12 de enero de 2012

Relato. 5 y última parte. El visitante

Pero, o el trabajo, o la desidia o el miedo a confirmar el asunto le frenaba. Quizás también influyese la vergüenza oscura de dar crédito a lo imposible, a lo supersticioso. Al fin y al cabo, quién mejor que él para no creer en lo sobrenatural, en los fantasmas. Él, que se pasaba las horas enterrando sus huesos para evitarles errar.
Un grupo de personas dolientes le volvió a su presente, dejando para mañana el seguirle.

Samuel se internó por el laberinto de lápidas y nichos, andando decidido hacia la suya. Miraba hacia delante, giraba con la precisión de un ciego en su ruta diaria. No debía encontrarse con nadie. Una vez casi le pilla.
Fue una niña, él no había previsto verla así, pequeña, indefensa con esos ojazos verdes y esa manita que casi toca la suya.
-Señor, por favor. Me he perdido, ¿puede llevarme con mi mamá?
La niña era muy blanca, le recordó a la suya propia, ya muerta. La ternura de la pequeña, el recuerdo de la suya, casi le hicieron asir la pálida manita tendida.
Aún no sabe cómo, pero paró en seco. La miró. Su sonrisa de ángel se agudizó, y sus ojos verdes mostraron la profundidad más negra, más serena, más antigua que ser humano pueda nunca ver, y quedar indemne.
No se lo llevó, como no lo hizo el día en el que fue a por él y no pudo encontrarlo. En esos segundos en los que se miraron hubo un trato, una suerte de entendimiento tácito. Volverían a encontrarse. Ella había encontrado un reto, él estaba a la altura. Se entendieron.
Ella lo volverá a intentar, regresará.
Él procurará que no sea hoy.





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