domingo, 29 de abril de 2012

Escombros

Hay veces que un edificio en ruinas, o en esa fase de demolición en la que todavía no es puro escombro, queda como partido, mostrando impúdicamente lo que las paredes ahora inexistentes guardaban; las distintas habitaciones con sus papeles pintados, algún cuadro, muebles que no se quisieron llevar o no pudieron, porque les pilló desprevenidos su hundimiento, sanitarios, objetos que de lejos nos recuerdan a los que tenemos en casa: lámparas, muñecos, alfombras. Sobrecoge.
Es el cuerpo agonizante de lo que todavía no está muerto, del que estuvo vivo. Es desolador, incluso inquietante, ver abiertamente aquello que la gente que habitaba en ese espacio, ahora roto, utilizaba y quería. Intimida un poco, como si estuviéramos espiando algo indebido, mirar esos espacios descarnados que los acogía. Era el hogar, el refugio del mundo de unos propietarios que forzosamente han tenido que abandonarlo. Habitaciones que nunca habríamos visto y ahora se muestran desnudas, impúdicas pero a la vez, turbadas, incompletas, asustadas, abandonadas a su suerte sin acaban de entender qué ha sucedido.
Una de las imágenes más impactantes tras una catástrofe, un bombardeo, es la de esos edificios abiertos, destrozados, imposibles de habitar pero todavía llenos de lo cotidiano, igual que una casa de muñecas a la que se puede ver con un simple movimiento de sus paredes, pero siniestra.
Contemplar las ruinas de algo que en su día nos acogió, siempre duele.

sábado, 28 de abril de 2012

A algo

Una palabra, una imagen, un sonido. Una búsqueda, un color, un sentimiento. Somos lo que somos por lo que hacemos, por lo que soñamos que hacemos y sentimos y vemos y entendemos. Pero qué somos. Todo, y a la vez, nada. Esa imagen que nos emociona, esa palabra que nos llega, ese sueño que perseguimos, ese presente anclado en un pasado y que mira, a través de la niebla, a un futuro que no es más que ese cúmulo de imágenes, palabras, melodías, ilusiones y acciones.
No hay que mirar atrás ni adelante, estamos atrapados en el minuto infinito del ahora. Pero sin anclaje, sin rumbo, ese minuto también pierde sentido, deja de ser eterno para ser sólo una medida de tiempo efímero, sin sentido, sin contenido. Buscar, encontrar, parar, seguir, ha de tener una razón de ser, un todo que lo contenga, que le dé luz.
A veces ese sentido se escapa y solo se tiene el minuto lleno de segundos amenazantes porque huyen sin más, escapándose, despojándose del Tiempo que avanza, lento, implacable.
Hay que aferrarse a algo, a lo que sea, sobre todo cuando menos asideros se tienen. Un sonido, una imagen, una palabra.

jueves, 26 de abril de 2012

Incomunicaciones habituales

Como una disputa, un malentendido, posiciones encontradas, o cualquier conflicto en suma, puede llegar a dispararse, a salirse del tema primigenio y estallar en mil pedazos.
En los pueblos, existen de esas disputas que se heredan de padres a hijos durante generaciones y de las que ya nadie sabe decir exactamente qué fue lo que llevó a la enemistad declarada, y por los siglos de los siglos, a las partes enfrentadas. Montescos y Capuletos, unos de sus paradigmas literarios.
Para venir a ayudar, la mayoría de las veces, sino todas, están los que enterados de la contienda, se ponen de uno u otro lado, generando cientos de conflictos añadidos y disputas paralelas que todavía se alejan más aún del núcleo central. Es inevitable; desde ahí, cada uno tira de su hilo, y la batalla de dos, se convierte en campal. Igual que en esas peleas de saloon cuando dos se retaban y acababa el personal al completo a puñetazo limpio, sin saber muy bien por qué, y el barman prudente, descolgando el espejo.
Bromas aparte, de un lío se puede llegar a montar un infierno tramado de ataques de todo tipo, desde gratuitos hasta legítimos. Y mientras tanto el debate principal va perdiendo perspectiva y se diluye en palabras cruzadas, saliéndose del carril principal.
Se envalentona una parte, ataca la otra, se buscan aliados, se pierden amistades, se ganan insultos..., que pocas acaban bien, con el problema resuelto y sin necesidad de dejar pasar el tiempo para poder volver a mirarse a la cara.
Y lo peor: que entre todos, nada quedó claro.

martes, 24 de abril de 2012

Lo sencillo

A veces, las cosas más sencillas, más simples nos atrapan en su simplicidad, en su entrañable modo de ser, de entregarse.
Me refiero a esos objetos casi primitivos que ahora quedan relegados a museos etnológicos, o al fondo de los armarios de los abuelos. Me encantaba ver moler el café en esas cajitas cuadradas, de madera casi de café, tanto por el color, como por el olor de tantas veces moliéndolo, que se abría por una esquinita y entraban los granos fuertes, enteros y que con una manivela se les iba moliendo, reduciéndolos a polvo, y que parecía fácil y cuando insistías mucho para que te dejaran moverlo, se te cansaba la mano y no crujía con el mismo ritmo que a ella, o la chocolatera, que con la maza iba esponjando el chocolate, o ese ajetreo de palillos que se movían luchando para crear una puntilla, enganchados los hilos en alfileres y bailando un vals sólo conocido por la mano y los bolillos, de donde surgía una tira de espuma de hilos y vacíos... cómo sonaban, cómo olía el café, el chocolate, qué hermosos esos utensilios hoy tan lejanos, como el botijo, ese objeto de barro, que sudaba para que el agua viviera siempre fresca, siempre dispuesta a derramarse por tu boca abierta a la espera de ese chorro que nunca parece llegar y que luego se desborda por toda la cara..., y te da risa y lo dejas agradecido, hasta la próxima sed. Si es porrón, tendrá vino, como la bota, esa de cuero vuelto... o la navaja que servía para todo... esos objetos humildes que ya no están, que se extinguen con apenas un suspiro, sin querer molestar, los que fueron la tecnología de los abuelos de nuestros abuelos.
Qué entrañables objetos, ahora, imposibles.

domingo, 22 de abril de 2012

Pasear por el tiempo

Dominar el tiempo, moverte por él hacia atrás, hacia delante, pasear por los siglos como quien anda por las avenidas de una ciudad desconocida, parándose en los escaparates a contemplar sin prisa, por ejemplo, la evolución de los mamíferos, el alzamiento de un pueblo, el nacimiento de la escritura o lo que fuese que se nos antojara. Tendríamos el tiempo a nuestros pies, no habría secreto inexpugnable ni teorías falsas: podríamos constatarlas todas, porque al dominar el tiempo, dispondríamos del que necesitásemos para asistir a cualquier acontecimiento.
Podríamos leer todos los libros escritos, recuperar los ejemplares destruidos por el fuego en Alejandría, conversar con los Griegos, desayunar con los reyes…, da vértigo. Es abrumador: todo aquí y ahora.
Otra ventaja sería que podríamos, a nuestra conveniencia, acelerarlo o frenarlo, según nos apeteciese. Ese aspecto es más prosaico, casero e intrascendente pero para nada menos útil y práctico, es más, yo diría que es el que se usaría con mayor frecuencia, al fin y al cabo, por mucho dominio sobre el tiempo que tuviéramos, no dejaríamos de ser humanos, es decir, seres especializados en nosotros mismos, no muy inteligentes y poco globales, salvando honrosas excepciones.
Así que ya veo al que domine el tiempo, después de haberse paseado por sus épocas predilectas y visitado a sus personajes históricos más admirados, usando su poder para adivinar resultados de quinielas, loterías, averiguar qué pondrán en un examen, acelerar momentos aburridos y detener los ideales, hasta que por duración ilimitada, dejen de serlo tanto y pasen al primer grupo; el de los aburridos.
Creo que es mejor dejar el tiempo como está, supongo que la imaginación es la mejor ayuda para dominar, no solo el tiempo, sino su ausencia.

jueves, 19 de abril de 2012

¿O no?

Manga por hombro, a veces uno tiene la sensación de que nada está en su sitio; es como un gran chiste sin gracia; lo evidente es imposible, las esperanzas puestas en un empeño claramente erróneo, gente involucrada en gente equivocada, sueños irrealizables que estallan en la cara... 
Y sí, hay veces que cumplir un anhelo es cuestión de tenacidad, pero en otros casos la derrota está cantada. ¿Cómo distinguir? Gran pregunta.
Normalmente se sabe, uno intuye que por ahí no es, algo escuece, tortura, rasca. No fluye; demasiadas dudas, esfuerzos más allá de lo razonable, lloros excesivos, búsqueda de afirmaciones demasiado frecuentes..., avisos todos de que algo no encaja, de que vamos por un camino demasiado trillado. No es el nuestro.
Ahí viene el replanteamiento de profesión, vida, pareja, amistades, ciudad, casa, ilusiones. Y con él en la mano, vuelta de nuevo a comprobar, si esta vez el trayecto sólo será duro, difícil, arduo, pero no imposible.
 Hay que saber rectificar a tiempo para conseguir lo que queremos, no lo que nos habíamos empeñado en querer. Sí, es complicado distinguir, pero en el fondo lo sabemos, si dejamos a un lado la cobardía, el orgullo herido y el miedo al cambio, muy adentro conocemos dónde estamos, qué queremos y en qué punto nos perdimos. ¿O no?

miércoles, 18 de abril de 2012

De las cenizas

¿Qué siente el fénix cuando arde?
Me pregunto si sabe que renacerá, o si por el contrario, se abandona, casi agradecido a las llamas porque ya hacía tiempo que estaba débil, apagado, apático, triste al comprobar sus plumas mustias, opacas. El final.
No sé si cada vez que ese incendio renovador le reduce a cenizas le duele, o lo espera con el ansia de la renovación.
Qué animal más extraordinario, renacer de sus cenizas, resurgir de su propia decadencia, levantar el vuelo aún más fuerte que antes de morir abrasado por un fuego que no quema, renueva.
Pero... ¿y si no lo sabe? Qué espantoso tiene que ser sentirse arder, no entender ni de donde salió el fuego, ni por qué le envuelve. Impotente protagonista de un proceso ancestral que le reducirá a un polvillo gris. A nada. Pero no para él.
Cómo será cuando cada una de esas partículas se busquen de nuevo, para unirse, recuperando la energía, la forma, la belleza imperfecta de la vida.
Desde lo inerte surgirá con más fuerza, más libre, porque ha vencido a la muerte.

Bella metáfora, bonito consuelo. O terrible maldición: depende de saber si el fuego te consumirá o te liberará.

lunes, 16 de abril de 2012

Pues sí.

El tiempo cuando más lo persigues, más se escurre. La manera de medirlo es la clave, si lo tienes todo al segundo parece que no llegas, si se te desbarata uno, todo se va al traste; la ansiedad crece y el día se deshace.
En cambio si se le deja transcurrir y no se va a contracorriente, todo encaja; uno se pasea entre las tareas y las realiza con calma.
Es casi una paradoja, cuando más tiempo necesitas, menos tienes. Cuando se es niño, el tiempo pasa en un día como un mes; en vacaciones un día puede durar minutos, o si estamos a gusto. El tiempo mueve a las sociedades dependiendo de cómo lo movamos a él. Es relativo.
Einstein dijo, en su ley, que esa relatividad no afectaba a la vida diaria, que era inapreciable, que el movimiento del tiempo en el espacio, no era cuantificable. Pero sí lo es, varía dependiendo de dónde te desenvuelves y cuándo.
Pues sí, todo es relativo.

sábado, 14 de abril de 2012

Más cerca

Cerrar los ojos, relajarse, permitir que el tiempo transcurra, por el mero placer de dejarlo marchar sin necesidad de más, es tan necesario como aprovecharlo, mimarlo... hay tan poco. La soledad así convocada se llena de uno, acaparando la totalidad del instante.
La mente libre vuela recorriendo caminos ya hollados o se aventura por sendas desconocidas, buscando aquello que ni nosotros sabíamos que queríamos encontrar, pasos etéreos que recorren atajos imposibles de ver con los ojos abiertos, distraidos por la vida, atareados en ella, sorprendiéndos con imágenes imposibles que vienen a tocarnos el hombro, suavemente, despertándonos inquietudes, renovando posiciones, ayudando en esa oscuridad intima a ver lo que la luz nos ciega.
La armonía de la soledad buscada, de los sentimientos libres, del intento de comprender el absurdo coherente de un tiempo, del Tiempo que tenemos, que hemos de tejer con sueños realizados. Pero primero los hemos de desear.
Cerrar los ojos, escucharnos desde dentro, saber que solamente ahora, solos, estamos más cerca de todo. De nosotros.

jueves, 12 de abril de 2012

Esperanza (para Mer)

Los días se atropellan unos a otros, van arrastrando lo que nos sucede, lo que no entendemos bien hasta que no son más que recuerdos por lo tanto, amoldables, irreales, confortables o no. 
Las etapas las vamos pasando creyendo superarlas, en realidad solo las vivimos mientras esperamos otras. La vida nos va viviendo, y sin embargo, hemos de intentar ser nosotros más allá de las circunstancias que nos abruman, alegran, impresionan o derrumban.
 Mientras dejamos que el Tiempo nos pase, nos aferramos a la esperanza para creer en que lo que ahora sucede dejará de ser para convertirse en lo que deseamos, lo que esperamos, lo que queremos... y soñando capeamos el temporal, pisamos más firmes el suelo duro y nos es más fácil salir adelante.
La esperanza es esa luz que no brilla aún pero que queremos creer que iluminará lo que ahora está oscuro. Sin ella, las tinieblas de lo cotidiano serían tan espesas que nunca acabaríamos de terminar ni un solo día.

miércoles, 11 de abril de 2012

Mañana más

Acabo de llegar. Mañana fragmento, hoy el cansancio rompería todo en mil pedazos.
Sin  ondas todo se esparce hacia dentro...

viernes, 6 de abril de 2012

Trazos

A veces, buscando algo por cajones, o en armarios o simplemente cogiendo un libro, te das de bruces con objetos del pasado, te encuentras contigo misma, la que eras, la que recuerdas al mirar con asombro esa postal, carta, poema, púa, partitura, disco, o libro..., tantas cosas que te acompañaron y que olvidadas, habían quedado a la espera de salir de nuevo a la luz, esas jugadas del tiempo, ese continuo discontinuo que no para de dar sorpresas.
Dejas de intentar encontrar lo que, posiblemente ni te importe ahora, y te dedicas a mirar ese pasado: la foto que mezcla su imagen con un borroso ayer, las sensaciones difusas como el color, donde te asalta hasta el olor, la luz, reviviendo lo que se hizo antes y después de ese tiempo apresado, ahora recuperado.
Esa carta, escrito, diario o apunte, esas palabras escritas con una letra que fue tuya, o de alguien querido que ya no está, ni tú, ni él; solo esos rasgos sobre el papel que testifican quien fuiste, que auguraban quien eres.
Esos objetos que acaricias como para que con la magia del roce, vengan a contarte cómo fue su vida contigo, recuperando la viveza de cuando eran imprescindibles.
Ese disco que vuelve a sonar, con el que vuelves a recordar qué soñabas mientras lo escuchabas.
Trazos de un pasado que por mucho que hayas querido abandonar, impregna el presente, inundándolo con la presencia física de esos objetos que creíste desparecidos.
Y ahí estás, de pie en tu presente, mirando tu pasado.

jueves, 5 de abril de 2012

Rincones

Los rincones, esos espacios muertos donde se acumula vida microscópica y suelen esconderse los niños, atragantados de risa mientras juegan al escondite.
También pueden ser siniestros, quién no te dice que en ese lugar oscuro, lejos de la luz, no hay algo terrible acechando.
Las esquinas son lugares molestos; quitan amplitud a los lugares, se les descuida llenándose de suciedad, de olvido, de nada.
Pero a veces, son esos resquicios inaccesibles los que nos acogen.
Qué niño no ha tenido que huir de situaciones desagradables, y no ha terminado encontrando esa parte invisible, olvidada de todos, para refugiarse en ella; un desván, un sótano, un tragaluz, una escalera... Lugares mágicos donde leer, soñar, pensar, llorar y retener un rato la realidad, hasta que de nuevo tengamos ánimos para salir a esos cuartos limpios, soleados y sin pizca de misterio ni de calor.
Qué seríamos sin nuestros rincones, puede que almas convencionales que no habrían aprendido a crear un mundo propio ni a imaginar. No ha de ser tan malo, pues, haber tenido el dudoso privilegio de tener que buscarnos esos escondrijos, donde si hacemos memoria, hasta volvemos a ver, oler, escuchar cómo nos llaman los adultos, trayéndonos de vuelta a su mundo.
Menos mal que la infancia tiene rincones.

martes, 3 de abril de 2012

Relato. 5 y última Parte. El Carillón

Félix cogió el de las ocho, después de calcular mentalmente, el tiempo real que podía haber transcurrido. 
-¿Qué hora es? -dijo Elisa, cuando vio que él tenía ya uno en sus manos.
-Las ocho. -contestó él.
-¡Dios mío! ¡Qué tarde! Voy a preparar la cena. ¿Quiere quedarse?
-No, gracias. Les agradezco el ofrecimiento pero debo irme, han sido muy amables al haberme invitado a merendar, pero debo irme ya.
Se levantó la hija, se disculpó la madre de no hacerlo, y con los murmullos apresurados de las despedidas, salió Félix de sus vidas.
-¿Qué quiere cenar, madre?
-Pues, no sé. Una sopita calentita estaría bien.
De fondo a ese corto diálogo escuchó  al carillón dando las horas, que fue contando, y no supo nunca si fue el chirrido del ascensor, o la octava campanada lo que sonó detrás de la puerta.



lunes, 2 de abril de 2012

Relato. 4 Parte. El Carillón

A  mitad del juego, tuvo la certeza de que lo que ahí se le decía de Sara, no era la Sara real, sino la suma de todas las virtudes y defectos acumulados de las diferentes inquilinas que habían tenido. Empezó a hacer preguntas enfrentadas  para comprobar su teoría; a todas le contestaban sin inmutarse, independientemente de su contenido. Ya daba igual que fuesen sobre su trabajo o sobre si llevaba bien el haberlo perdido. En un momento Sara -que era a la vez alta y baja, morena y rubia-, hubo acabado tres carreras, trabajado en cinco empleos diferentes, casado en dos ocasiones y enfermado en seis. Félix estaba maravillado. Las mujeres contestaban ajenas totalmente al experimento. Miró su reloj y leyó en él la misma hora que había leído al sentarse; las seis, no podían ser de ninguna manera ya que en el ínterin, se habían bebido tres cafés, cuatro vasos de leche y dos maltas respectivamente. Buscó uno en la estancia y encontró un carillón que, a todas luces estaba parado también en las seis.
-¿Tienen hora?, mi reloj se ha parado y me temo que el suyo no va bien.
-¡Ah! Ese carillón fue el regalo de novios que me hizo mi marido. Era relojero, y muy bueno... cuando muera yo, será para Elisa -y después de haber mirado a la hija con ternura, le preguntó de sopetón: -¿Qué hora quiere que sea?, diga cuál y mi chica se la trae. Anda Elisa, ve a mi cuarto y coge varias, que el señor escoja. 
-Elisa, obediente, salió-.
 No se dijeron nada los que quedaron en el salón hasta que llegó la ausente con tres relojes idénticos a los que llevaba la madre a excepción del color de las cintas; blanca, azul y rosa palo, y de las horas que marcaban; las ocho, las diez y las siete.
-No sea tímido, elija usted.

domingo, 1 de abril de 2012

Relato. 4 Parte, El Carillón

-No se levante, joven  -la madre impidió que Félix se enderezase del todo, dejándole a medio camino entre estar erguido y sentado -, está usted en su casa.
Elisa le puso el vaso de leche caliente a su madre y suspirando se sirvió su propia taza: “Es malta”, creyó conveniente explicar.
-Bueno, usted dirá -dijo tras probar una galletita previamente empapada en su malta.
-Pues yo... -Félix  se sentía desorientado, hacía ya rato que él no era él, sino el que fue; no podía evitar retrotraerse a su infancia, confundiendo por momentos su verdadera edad al mezclar extemporalmente, el adulto de ocho años exigido antaño, con el niño evocado por el adulto de ahora. 
-Hija, y Sarita, ¿por qué no sale? -la madre interrumpió la inacabada frase de él-, este señor ha venido a verla, no hay que hacer esperar a las visitas, ve a llamarla, anda, hija.
-Ya va madre, -Elisa lo dijo del modo más natural y sirvió más leche en el vaso de su madre-, ¡hala, tómese un poquito más!, y coja una galleta al menos, que luego no me aguanta de hambre y quiere que le adelante la cena.
-¿Son de almendra?
-Sí, madre, de las que le gustan.
-Bueno -y cogió unas cuantas.
Félix se notaba cada vez más difuminado; las mujeres actuaban como si él no estuviese entre ellas, afianzando así su propia ofuscación. Algo emanaba del ambiente, o de las propias mujeres que trastocaba toda referencia a la realidad de puertas afuera. En esa casa era como si el Tiempo se hubiese suspendido, siendo el ahora, pasado y futuro a la vez. Sobreponiéndose, intentó situarse empezando a preguntar directamente por Sara. Notó que ambas le contestaban como si ella aún viviese ahí y la facilidad con la él mismo se integró en el despropósito le turbó; se habían instalado en el plano irreal con la misma naturalidad de los niños al jugar, asumiendo, como ellos, que lo único válido y real es lo que va surgiendo del mismo momento, creando las bases sobre la marcha.