Félix cogió el de las ocho, después de calcular mentalmente, el tiempo real que podía haber transcurrido.
-¿Qué hora es? -dijo Elisa, cuando vio que él tenía ya uno en sus manos.
-Las ocho. -contestó él.
-¡Dios mío! ¡Qué tarde! Voy a preparar la cena. ¿Quiere quedarse?
-No, gracias. Les agradezco el ofrecimiento pero debo irme, han sido muy amables al haberme invitado a merendar, pero debo irme ya.
Se levantó la hija, se disculpó la madre de no hacerlo, y con los murmullos apresurados de las despedidas, salió Félix de sus vidas.
Se levantó la hija, se disculpó la madre de no hacerlo, y con los murmullos apresurados de las despedidas, salió Félix de sus vidas.
-¿Qué quiere cenar, madre?
-Pues, no sé. Una sopita calentita estaría bien.
De fondo a ese corto diálogo escuchó al carillón dando las horas, que fue contando, y no supo nunca si fue el chirrido del ascensor, o la octava campanada lo que sonó detrás de la puerta.
De fondo a ese corto diálogo escuchó al carillón dando las horas, que fue contando, y no supo nunca si fue el chirrido del ascensor, o la octava campanada lo que sonó detrás de la puerta.
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