viernes, 29 de agosto de 2014

Precaución

Aún sabiéndolo, pocas veces, vemos más allá del envoltorio, sea este bueno o malo.
Que las apariencias engañan lo tenemos aprendido, pero no le hacemos el caso que merece. El aspecto roñoso de un forro hecho con papeles de periódico, puede camuflar un libro interesantísimo, un vestido barato o roto, puede esconder una belleza de mujer, un traje ajado y brillante en las zonas de roce, un cuerpo musculoso y ágil. Ejemplos, cientos.
Y al revés lo mismo, el efecto halo, funciona en las dos direcciones, un aspecto impecable, nos hará creer que lo que envuelve es bueno, a la fuerza.
Nos dejamos engañar por todos los clichés; si vemos a alguien vestido del uniforme de su profesión, tenderemos a hacerle caso; sus palabras tendrán más autoridad cuando lo lleve puesto, así pues, cualquiera que esté vestido con bata blanca, por ejemplo, tendrá más credibilidad si nos dice algo referente a la salud que sin ella (de lo que se aprovechan, sin límites, los publicistas) o si es un artista, solo por ser bueno en lo suyo, lo que diga o haga, será más imitado que si lo dice cualquier otro.
Somos de lo más simple, nos engañan con el truco del conejo y el sombrero cuando quieren. En todo. La libertad de pensamiento ha de comenzar con saber que a veces, lo que pensamos, simplemente, es el reflejo de lo que quieren que pensemos... cuidado.

viernes, 22 de agosto de 2014

Captura

El tiempo no se para, ¿o si?, quizá no hemos probado a vivir sin su cálculo, evitando ese rigor, ese marcarnos la vida. 
Su medida existe desde las civilizaciones más remotas; de siempre se buscó pautarlo, acompasarlo al ritmo de producción, encasillando las estaciones para reconocer cuándo cosechar, cuándo recolectar, anticipando riadas, fríos, inundaciones.
Actualmente, en esta parte del mundo autonombrada civilizada, lo medimos a la milésima de segundo, no hay gesto vital libre de su vigilancia. La sensación de que nos dirige es agobiante.
Pero puede que no sea el Tiempo quien lo haga, sino nosotros mismos al haber querido apresarlo. 

miércoles, 20 de agosto de 2014

Silencio a gritos

Encuentro, cuando busco entre los recuerdos, que mis momentos más entrañables siempre han estado rodeados de palabras y silencios.
Las buenas conversaciones, la gente que sabe usar las palabras, el reto de devolverlas, el juego que se crea entre todos. Lo que se calla más que lo que se dice. El lenguaje corporal que conozco bien y desde donde no se sabe mentir como con la boca, aporta aún más.
Una buena conversación se va animando, tensando, se hace creativa y va de tema en tema, buscando argumentos en los lugares menos inesperados y nos sorprende con ellos. Es un duelo increíble, mágico, sensible, divertido, y une. Da pie a más.
Es difícil que algo una más que esos momentos de complicidad, intimidad, a menos que sean los silencios. Ellos en su elocuencia muda, saben transmitir paz, emociones, sensaciones y nos abren desde dentro hacia afuera lo que somos, queremos, son y quieren.
Pueden pasar horas, quizá, sin pensar que estamos pensando, sin oír voces, pero nunca transcurren sin silencio, el de verdad, el que nos dice tanto.

lunes, 18 de agosto de 2014

Ahí o allí

Muchas veces, y en bastantes ocasiones, me he preguntado dónde está la línea que separa la genialidad de la estupidez, el talento de su carencia, la bondad de la imbecilidad, la grandeza de lo mezquino, ya que a veces, es muy sutil. ¿Qué hace que un verso sea sublime, y otro, con casi los mismos elementos, risible o patético? ¿Por qué el pensamiento de uno nos sobrecoge, enfrentándonos a su significado y de otro, expresado parecido, queda vacío, sin reflexión?
No lo sé. Y da miedo.
Ver un gran actor transmitiendo sentimientos, emociones reconocibles y mirar a otro, que por mucho que se esfuerce, es incapaz de salirse de sí mismo, de ser vehículo de nada. Escuchar una voz que deja de serlo para diluirse en nosotros y oír otras que no sólo molestan, sino que no soportamos, es una experiencia que da qué pensar: Qué hace que uno tenga ese don que el otro jamás tendrá, más allá del esfuerzo, del trabajo; cómo y por qué se tiene o no.
Ver un payaso, bajo el maquillaje de un hombre ya mayor, consciente de que la fama le ha sido esquiva en años, trabajar en un cumpleaños de críos mimados, en un parque cualquiera, con sus chistes sin gracia, con su parafernalia arrastrada de fiesta en fiesta, aburrido de él, de los niños, de la actuación precaria y lastimosa, consciente de que no es brillante, ni chispeante ni divertido. Y aún así, sigue. Está en esa celebración, irá a otra. Pero no hay talento, la línea sutil le ha puesto del otro lado.
Unas chicas disfrazadas de pirata, en cambio, se hacen con los críos en un momento, haciéndoles partícipes de inmediato de su juego, en otra fiesta del mismo parque y a la misma hora. Los tienen encandilados, las miran con respeto, hacen lo que quieren de ellos, les transportan a los mares del Sur, luchan mano a mano en un abordaje; vibran. La línea divisoria.
De Orson Wells a Ed Wood, de Mozart a Salieri, del genio al que no será nunca ni mediocre, independientemente de la fama, del dinero o de los éxitos que se puedan tener. Cuántas obras, pensamientos, pinturas con talento no vieron la luz a tiempo de que sus autores las disfrutaran en vida, por el rechazo de sus contemporáneos o por falta de suerte, aunque no de capacidad.
La línea maldita separa, aparta, pero el mundo es quien decide dónde poner la línea y cuándo, complicándola aún más; talentos aclamados antes, olvidados después y genios ocultos, desempolvados tarde.
Dónde nos apartará esa línea, quién sabe, quizá, a ambos lados según toque.

viernes, 15 de agosto de 2014

Regresos

Cuando se regresa de cualquier sitio que no es el tuyo habitual, se recuerda con una nitidez límpida, dilatada en el tiempo; lo que duró tres horas, se guardará en la memoria como meses. 
Caminar arriba y abajo, buscar en el mapa lo que quieres ver en la realidad, no encontrarlo, dar vueltas, volver tras los pasos dados, observando lo que no se habría visto sin ese despiste, toparte con ello sin darte cuenta; reírte con un amigo que tiene la paciencia de hacer de Cicerone y que te ofrece, con una sonrisa, sus dominios, mientras te reflejas en los espejos de un famoso café, o eliges menú delante de un museo importante. 
No paras de caminar, de observar, de mirar viendo, de sentir pensando. Reencuentros entrañables, compañías nuevas y no tanto, levantarte casi cada día en una cama diferente, dormir apenas, respirar ambientes vertiginosos, procurando fijarlos bien para no perder detalle. 
Y al regreso, constatar en el calendario que solo fueron unos días, no unos años, que todo te espera tal y como lo dejaste, aunque tú no eres quien se fue, pero sabes que poco a poco, irás siéndolo. No te queda más remedio que encajarte de nuevo, pero eso sí, con tus nuevos recuerdos. 

miércoles, 13 de agosto de 2014

Máquinas del tiempo

El tiempo del que disponemos es más bien breve, aunque a veces nos parezca eterno. Pero no lo es. Y además lo infrautilizamos. Lo desconocemos.
Creo que por eso, una máquina del tiempo, es algo que todos hemos soñado tener, en cualquier época y civilización; algo que te muestre cómo era el mundo antes de nacer y cómo será sin ti.
No nos acaba de gustar saber que el mundo existía antes de uno y que seguirá después, nos vemos como la medida del universo -cosa infantil pero hasta lógica, ya que es a través de nuestros sentidos cómo reconocemos el mundo-, por lo tanto, sin nosotros, el universo entero, deja de tener significado real.
Esas ganas de trascender a nuestro tiempo, al Tiempo, de pasearse por entre otras civilizaciones, pasadas, presentes y futuras, nos suaviza un poco la limitación vital, tan mínima.
Da vértigo mirar detrás de ti, delante, y no verte.

lunes, 11 de agosto de 2014

Ciclos

La rutina sin rutina, el ocio sin ocio, el trabajo sin trabajo. Se necesita soñar andando, creyendo que se es otro, que las fronteras se mueven, que uno se disfraza con otras pieles. El calor conduce a la indolencia, es más fácil ceder, abandonar las obligaciones, soltar amarras. Si se puede.
Dentro de poco, con el frío, la maquinaria volverá a engrasarse, soñaremos sin andar por el sueño y adelantaremos proyectos que imaginamos al recorrerlos.
Todo empezará de nuevo.

viernes, 8 de agosto de 2014

Ausentes

Cuando falta alguien, todo lo que le rodeaba se anima, es su esencia: ella.
Es imposible no verla en su reloj, que ya no mirará de reojo para saber la hora, ni en su ropa, que ahora esperará colgada en el armario sin que la espera termine jamás, los libros que al abrirlos, buscando sus ojos que los leían, nos dirán donde le gustaba detenerse más, por el roce de sus páginas, que se abrirán solas en un punto concreto, o si entre las mismas dejó olvidada alguna señal, uno de esos papeles que no quieres tirar pero tampoco conservar, y abandonas entre las palabras, y con sobresalto incluso, nos encontremos con uno que esté escrita por ella, ver su letra es como escucharla hablar de nuevo; impresiona, no está pero sigue estando.
La muerte, la ausencia más extrema, es quien más anima todos esos enseres de quien ya no los usará jamás. Los coges, los sopesas, recuerdas o imaginas, cómo los usaba su dueño. Y ellos, los objetos, se sienten desubicados, extraños en diferentes manos, inútiles quizá; la ropa no ajusta, la pluma no escribe con fluidez, los adornos no se sienten en su sito cuando los volvemos a depositar donde buenamente creemos que estaban, pero donde nunca dejaremos igual.
Quizá, por eso, en el mundo antiguo, en las tumbas ancestrales, cuando moría alguien se enterraba junto a él todo lo que le perteneció, lo que amó y lo que le dio identidad, para que no se despertara solo en la Eternidad.
Y puede que para los objetos nunca dejen de ser quienes eran: la prolongación de una personalidad que se creó entre ellos.

miércoles, 6 de agosto de 2014

Miedos

El miedo a lo desconocido, el sonido del viento, la lluvia, reconocer que tras la luna saldrá el sol, despertar a las leyes físicas, entender los sonidos que hacen otros, ser conscientes del propio cuerpo, sorprenderse pensando algo y entendiéndolo y viéndolo.
Dar un paso más allá de la intuición, de la mera supervivencia, pasar de respirar a saber que se respira: Tuvo que se aterrador para los primeros hombres, esos homínidos que se posaron sobre sus dos pies y aprendieron a utilizar las manos. De repente, algunos hubieron de dar el cambio en sus mentes, entender, reconocer sus pensamientos, darles voz a los sonidos. Y ver a los que se quedaron atrás, con pena supongo, pero sin pausa. Condenados a encontrarse a lo largo de la geografía mundial. Condenados a aprender, a pensar, a trascender, a ser.

lunes, 4 de agosto de 2014

Lo seguro no es seguro



Un nuevo giro, un nuevo camino. Lo normal ante la novedad suele ser pararse, una alarma salta: precaución. Lo nuevo, hasta que no se conoce, como poco asusta. Uno se queda quieto ante la opción y mira y remira, hasta el mareo, cada caso en el que se tuvo que plantear ir o no, seguir hacia lo desconocido o dar media vuelta y largarse buscando lo habitual, refugiándose en lo domesticado.
Lo nuevo atrae pero a la vez tiene un halo de desconfianza que no nos permite relajarnos, ir alegremente a su encuentro; los ancestros nos cuidan, años de evolución para que aprendamos a temer lo no conocido, evitando ingestas mortales, caminos sin regreso, lugares peligrosos. La conservación de la propia seguridad, la desconfianza atávica ante lo desconocido es buena, pero en extremo, como todo, deja de serlo. Entonces el miedo ancestral a lo incierto nos evitaría evolucionar, crear, descubrir nuevos mundos, nuevas fórmulas, inventos, caminos. Dejaríamos de encontrarnos con lugares nuevos si la cobardía ganase por completo.
Sin el atrevimiento, sólo habría ante nosotros cosas conocidas, caminos seguros, confianza en los pasos a dar. Sería terrible; no existiría ni la duda, ni el ir más allá, ni el error, ni la curiosidad. Montañas de seguridad que nos enterrarían en sus cavernas sin sombras ni luces del exterior porque también nos daría miedo mirarlas.

viernes, 1 de agosto de 2014

Redes de palabras

Las historias nos han acompañado desde el mismo momento en el que supimos comunicarnos; la palabra es lo que nos ayuda a comprender el mundo: el que nos rodea y el otro, el que jamás lo hará.
La imaginación es parte de la Humanidad, esa necesidad real de expresar todo aquello que nos desborda, nos intriga, esa inquietud curiosa que logra que avancemos un paso más.
Contarnos lo que somos, o querríamos ser, lo que fuimos y seremos. Esa lucha entre el caos de lo incomprensible, suavizado y a la vez, extraído de lo más profundo: del abismo interior de no entender nunca nada de esas preguntas que nos hicimos en esa primera palabra pensada, compartida, donde se aprendió a entender lo ininteligible con las primeras narraciones humanas, las de los dioses, las que simplificaban la Naturaleza y complicaban las relaciones con ella y con nosotros; nudos de enlace entre palabras a las que tejemos, en un intento de acercamiento a ese infinito que nos contiene, a pesar nuestro.