martes, 29 de noviembre de 2011

Babel

Según la Biblia Dios castigó al Hombre que, por arrogancia, intentó llegar hasta Él, construyendo la Torre de Babel. Desde las alturas, esas que Su creación pretendía alcanzar, maldijo la Palabra y dio lugar a las diferentes lenguas: con eso consiguió el caos de la incomunicación; desde ese momento fueron incomprensibles por tener diferentes códigos.
Pero yo creo que creó el caos más allá de los diferentes idiomas. Lo creó incluso en los mismos lenguajes.
Pocas veces se entiende lo que te dicen, y menos aún sabemos expresar lo que queremos. Las palabras enmascaran los sentimientos, dan coartadas perfectas para escondernos tras ellas. Hablamos mucho pero no decimos nada.
Compartimos lenguaje, costumbres y aún así, solemos malinterpretar a los que nos rodean; si es así dentro de la propia cultura, que no será en otras donde diferentes usos y signos aún nos despistan más.
La genialidad de ese Dios Bíblico de aplastar de raíz la incipiente capacidad de compartir lo que somos a través de las palabras, sean estas compartidas o no, evitó y evita, que expresemos lo que somos a los demás y a uno mismo. Efectivamente, no nos dejó aproximarnos a Él. Sabio. (Y quizá temeroso y precavido).

domingo, 27 de noviembre de 2011

Relativo

Hay momentos, épocas que avecinan otras, intuyen que se acerca un cambio, uno grande y desde ese instante, parece que no se avance, como cuando un vehículo adelante al tuyo con bastante más velocidad, y crees estar parada. Eso sucede, todo ser ralentiza, las decisiones se postergan porque siempre falta aquella que da la clave de ese cambio que no acaba de llegar pero sabes inminente. Mientras tanto, la lentitud de movimientos será la norma. Acumularemos la energía extra que habremos de necesitar para afrontar lo que se avecina.
No estamos parados aunque eso mismo sea lo que nos parece.

viernes, 25 de noviembre de 2011

No existe lo invariable.

No hay nada seguro, lo que creemos tener no lo tenemos, lo que pensamos saber, no es tan cierto. La vida en sí misma es insegura. Nos agita y vapulea quitándonos y dándonos lo que ni imaginamos, todo es cambio: hemos de adaptarnos. Esa seguridad cómoda que como espejismo nos parece real, no lo es.
Nada bajo el sol lo es.
Los cambios continuos es la única variable inamovible. Lo que ahora es, no lo será un día cuando abramos los ojos y veamos que todo es distinto a lo soñado, planeado, vivido, y a pesar de eso, se ha de seguir, desde la incertidumbre de estar vivos.
Una puerta sin puerta que nos muestra, invariablemente, lo lejos que estamos de esa comodidad cotidiana que estalla en mil pedazos cada día. Unos más que otros.

jueves, 24 de noviembre de 2011

Imágenes vivas

Hay imágenes que resaltan entre las demás: un árbol de hojas moradas; una calle mojada que refleja como un espejo lo que ve permitiéndotelo ver a ti mientras avanzas; una escena con niños que juegan o se pelean o piden o lloran; escaparates coquetos, otros más siniestros, como los de ese taxidermista un tanto polvoriento y descuidado que eterno, nos muestra ojos de vidrio, cabezas apolilladas, cuerpos de serrín; olores que se ven porque nos traen recuerdos de lugares y personas que olían igual; cielos con nubes, sin ellas, negros, blancos, estrellados, lunáticos; pasajes silenciosos; calles bulliciosas; paradas de autobuses donde se escuchan conversaciones de todo tipo; gentes que pasan, que se paran, que se miran, que te miran.
Imágenes que por lo que sea captan la atención, y con ellas, te diluyes, te fundes; descansas de las tuyas propias y te llenan.
Imágenes vivas.

martes, 22 de noviembre de 2011

Días mojados

Los días lluviosos tienen algo de melancólicos, no grises, sino cubiertos de una pátina triste, donde caminar, pensar, recordar se agudiza. Los sentidos algo embotados nos salen al paso mojados, como una fotografía mal conservada, con los rasgos desdibujados, quizá por lo mucho que se ha mirado, desgastando perfiles, imaginando, más que mirando, lo que nos cuenta desde su espacio congelado, eterno.
La lluvia potencia ese estancamiento, esa borrosidad nítida de lo que fue, de lo que es. Nos empapa con lo que no se ha realizado, nos urge a recomponer las figuras de los sueños, de lo que se quiere hacer. Miras cómo el cielo abierto se desparrama sobre nosotros, sobre lo que pisamos y no nos gusta tomar conciencia de lo que no hemos andado, ni hecho.
La lluvia nos recuerda que todo pasa, que nada es lo que es, sino lo que quisiéramos que fuese y los sueños se nos mojan, pendientes de un sol que los ilumine, les de vida y calor.
Sí, son días para dejarse llevar por la melancolía, esa emoción tan suave, dulce y a la vez, sosegada y acuciante.

lunes, 21 de noviembre de 2011

Relato. 4 y última parte. Un domingo cualquiera

Si uno escuchaba con atención, pocas eran las veces en las que existía un verdadero debate, cada uno expresaba sus opiniones, sin atender a las de los demás, hablaban en paralelo y les daba igual. Los había que se lo tomaban muy en serio esto de ir los domingos al parque, se notaba en el esmero de sus ropas, en la ilusión de encontrarse con la cita dominical, sentirse acompañados por sus recuerdos al compartirlos con sus amigos, renovándolos -algunos, de tanto haber sido recitados, fueron perdiendo realidad, cada vez más desvirtuados por las capas de palabras usadas, siendo ya imposible para su propio narrador, saber qué pasó de verdad y qué se fue inventando-.
Ahí estaban, hombres y mujeres que se animaban haciendo planes para el domingo siguiente, tras haber sobrellevado las rutinas de la semana; los nietos a cuidar, los hijos que no acaban nunca de doler, la ausencia del cónyuge o su presencia, de las penurias de la pensión.
Intentaban, al fin y al cabo, vivir en el espejismo común; romper con la rutina, creerse distintos del día a día, renovarse para ser capaces de afrontar las horas que quedan por delante.
Luisa decidió comer ahí mismo, no moverse. No tener que hacer la comida para ella sola, no tener que descolgar el teléfono que, presumiblemente sonaría porque alguien -su madre, hermana, una amiga-, la llamaría para animarla. No quería tener que rechazarlas, no entendían que quisiese estar sin ellas. Le exasperaba que le hablasen como si la conversación estuviese minada de palabras que mal usadas explotaban, hiriéndola.
Tampoco se veía con ánimos de encerrarse en casa, pasando las horas de la tarde tumbada desficiosa en el sofá de su salón, mientras iba oscureciendo poco a poco, hasta que encender la luz eléctrica fuese necesario, hasta que se hiciese patente que ese día había acabado.
Uno más que se había cumplido para dar paso a otro, y ése a otro, y así hasta que ella volviese a apreciarlos, renovase la ilusión de querer conocer los pequeños acontecimientos que le aportarían esas horas que nos visitan, sólo una vez cada una, desde que amanece hasta que oscurece.

domingo, 20 de noviembre de 2011

Relato. 3 Parte, Un domingo cualquiera

Estaban siempre ahí dentro, callados, sin hablarse, sin hablar. Miraban a los transeúntes, atendían a los que se paraban, y ahí pasaban su tiempo, tras su mostrador, orgullosos de su flamante tienda, junto a sus mercancías, esperando.
Uno llegaba a la conclusión de que lo de las revistas era una broma pesada del proveedor.
Luisa acabó de recorrer el espacio entre el quiosco y su terraza al sol inmersa en sus sensaciones, intentaba no pensar. Le hacía daño y sabía que atormentarse no solucionaría nada. Había que seguir, eso era todo.
El café sabía bien.
Se sentó cerca de la fuente en forma de estanque de la que no paraba de surgir un chorro hipnótico de agua fresca. La brisa murmuraba a su paso por entre las hojas del gran árbol que la cubría, creando una penumbra amable, silenciosa, sólo perturbada por el griterío de los niños que iban a jugar en sus aguas.
No lograba interesarse por lo que leía en el periódico, sus titulares no la animaban a profundizar en el texto, su realidad se había tambaleado y era cómo si la de los demás no le acabase de importar, se sentía excluida de esa lejana actualidad.
Se recostó en la silla, un tanto incómoda del bar, intentando sentir sólo ese momento. Lo pasado pasado.
Por ser domingo había mucha animación en el parque. Niños pequeños seguidos muy de cerca por sus padres; grupos de adolescentes estrenando su reciente independencia sin adultos. No había casi jóvenes, excepto parejas, solitarios lectores o amantes de la naturaleza. Lo que más abundaba eran ancianos.
Muchos de ellos pasaban las horas callados unos junto a otros, contentos de sentirse en compañía.
Había ruidosos jugadores de cartas, contertulios apasionados -ya fuese de fútbol, toros o política, el tema parecía lo de menos-.

sábado, 19 de noviembre de 2011

Relato. 2 Parte, Un domingo cualquiera

Sentada a la mesa de la luminosa cocina se decidió por el parque, estaba más cerca. El trayecto hacia el botánico le abrumó.
La brisa que recibió, nada más pisar la calle, le hizo sentirse absurdamente feliz. Una luz nítida, ese suave calor, todos esos olores entremezclados. Sentía un nudo en la garganta, tenía ganas de llorar y ese estado de ánimo la perturbaba, por no entenderlo del todo. No sabía dosificar, domar sus sentimientos, los dejaba fluir sin más.
Fue andando hacía su destino, sin prisas, sin tiempo.
Al final de la calle, en su esquina, había un pequeño grupo de personas en torno al quiosco del barrio. Ella también se paró ante él, leer la prensa, sin prisas, saboreando un café al sol, era uno de sus lujos dominicales, y hoy se lo iba a permitir.
Otra vez notó el nudo en la garganta.
Se puso a esperar su turno.
Ese quiosco siempre le había llamado la atención, aparentemente era sólo uno más, lleno de revistas, golosinas estratégicamente colocadas en la parte acristalada de más abajo, reclamos de cromos brillantes, cigarrillos sueltos y prensa en el mostrador, para que los que llevan prisa puedan elegir y pagar rápido; todo como todos, pero al acercarse uno y mirar detenidamente las revistas, veía, no sin desconcierto, que eran todas pornográficas, sin excepción, y algunas de verdadero sonrojo. De las muchas veces que Luisa pasaba por allí, no vio a nadie comprándolas. La zona era apacible y al lado de un gran espacio verde, no era el tipo de barrio en el que existiese la demanda de ese tipo de revistas.
En los dueños tampoco había indicio alguno. Se trataba de dos ancianos, presumiblemente matrimonio, de lo más tranquilo. Él padecía una ligera cojera y se apoyaba en un bastón cuando salía de su quiosco, que era raras veces. Ella ausente en la mirada, y un poco torpe a la hora de vender, siempre te atendía titubeante, como no estando segura de si el producto que te estaba dando era el que le habías pedido.

viernes, 18 de noviembre de 2011

Relato. 1 parte. Un domingo cualquiera

El despertador sonó por la costumbre de hacerlo. Y Luisa se despertó por lo mismo.
Los domingos, que podía dormir más, era cuando no le apetecía. Las sábanas le molestaban y la cama entera la rechazaba. Aun así, se quedaba unos minutos en ella planeando las doce horas de libertad que tenía por delante, antes de volver a dónde estaba. Empezaba pensando en qué comer y dónde y acababa recordando aquello que quería olvidar. Era entonces cuando se levantaba sin pereza, sin darse casi cuenta de que era su cuerpo el que se izaba y sus pies los que la llevaban decididos a la cocina, a por café.
Hoy era un buen domingo, soleado y suave, podría ir al botánico. Le gustaba mucho pasearse por entre parajes de distintos países; unos pasos por el senderito de grava y estaba en Méjico; tres recovecos más atrás y Bolivia; detrás de la fuente, Corea y así por todo el recinto. Era la única opción de oler esos árboles, ver esas hojas, recorrer esos mundos.
De muy chica la llevaron a una feria con la estructura de un pueblo, que recreaba muchos de los monumentos más representativos de todo el mundo. Era un caos de espacios; se juntaban las Pirámides con la Torre Eiffel y para admirar a Santa Sofía, bastaba con tan sólo cruzar un puente japonés. Le impresionó mucho.
Desde entonces le quedó la sensación de que el mundo no es tan grande, las distancias no son tan enormes y que no estamos tan lejos unos de otros. Siempre lo rememora como un sueño, a veces duda que haya existido tal feria. Cuando pregunta en casa, nadie lo recuerda.
El silbido del café anunciándose le distrajo de sus pensamientos.
El verse en la cocina le sorprendió. No había estado plenamente consciente de sus movimientos. Solía ensimismarse con demasiada frecuencia, parecía estar siempre en cualquier otra parte que en la que realmente estaba. Se sonrió tristemente, era ése un rasgo que no les gustaba a los demás. Tampoco a él.

miércoles, 16 de noviembre de 2011

Instantes

Un intento tras otro. Una acción que lleva a otra. Un pensamiento que crea opciones. Una ilusión que marca caminos. Una esperanza que mueve voluntades. Un encuentro que cambia rutas. Una casualidad que no lo es tanto. Un destino que va incierto. Opciones que bifurcan. Bifurcaciones que llegan el mismo punto. Puntos que al unirlos no crean dibujos. Dibujos que al contemplarlos no dicen nada. Nada que no deja de ser nada. Días que se funden en años. Segundos rebeldes que nos graban sus recuerdos. Sueños que no duermen. Noches interminables que no merecen ser muertas por el día. Horas usadas que miran con recelo a las que esperan usarse. Momentos que mientras los vives sabes que se quedarán contigo siempre. Otros que desearías no haberlos visto jamás.
Lo único que junta eso es nuestra memoria, la consciencia de haberlo experimentado. Somos seres incorpóreos hasta que los recuerdos de cada instante nos llenan, entonces decidimos cómo vivir el siguiente. Eso somos. Voluntades del tiempo.

lunes, 14 de noviembre de 2011

Invisibilidad

Ser invisible tiene ventajas e inconvenientes. Y ambas se solapan. Ver el mundo sin ser visto puede ser tan inquietante como al revés. Al no ser presencia visible oirás y observarás situaciones, comentarios, hechos y actos que quizá no seas capaz de aceptar. Si te viesen ni dirían ni harían lo que si ves y escuchas te atravesaría de parte a parte.
No es humano soportar ciertas cosas, la personalidad no aguanta en firme ver, escuchar y saber lo que los demás ocultarían. La verdad es demasiado luminosa, demasiado potente para de golpe venir a darnos en los ojos. La oscuridad desde donde nos movemos, de la que a veces salimos un poco, no admite la transparencia, la invisibilidad, a menos que también tengamos acorazados los sentimientos.
Saber más de lo que podemos asimilar ni es bueno ni es sabio.

domingo, 13 de noviembre de 2011

Descalzarse

No hay día que sea igual y no es esa la sensación que tenemos normalmente, sino quizá todo lo contrario. Vemos el tapiz de las horas muy similar, buscamos emociones y estímulos que nos cambien el tono, del tipo que sean: el asunto es ver ese entramado menos gris, menos cotidiano.
Pero no lo es. Se mueve y transforma, somos nosotros quienes nos empeñamos en domesticarlo, necesitamos una rutina para ser más libres, lo que parece paradójico pero no lo es. La mente funciona mejor cuando está menos ocupada, la creatividad surge desde la línea base y se va ampliando en al frecuencia de su onda.
Los días los metemos a calzador porque así los dominamos mejor, solo que si no sabemos descalzarnos de vez en cuando, nosotros mismos perderemos la frescura de andar sobre la hierba. Esa que no veremos al pasar cerca cada día.

viernes, 11 de noviembre de 2011

Momentos compartidos

Qué pocas veces se puede retener el momento, qué poca gente puede llenar un espacio y convertirlo en eterno sin límites, vínculos más allá de los vínculos, vidas compartidas en la distancia, sin tiempo ni fin.
Qué difícil sentirse uno mismo con alguien a quien no vives a diario pero sí está cada día, desde más allá del comienzo, dentro, al lado, presente en la ausencia. Esas amistades que nos han configurado y regalado parte de lo que somos y seremos. Y que a veces, pocas, puedes compartir con ellas mismas, bajo un trocito de realidad. Son recuerdos vivos que ayudan a que la grisura de los días se iluminen durante unos instantes eternos, ayudando a sobrellevar el tedio del día a día, de la espera, de los sueños, de la realidad que siempre viene a poner las cosas en su sitio, pero que también, en ocasiones, nos permite experimentar esos momentos reales como pocos aunque imposibles.
Hay personas que son parte de nosotros sin ser parte de lo cotidiano. Y no por eso son menos importantes en nuestro andar diario. Quizá lo sean más.

jueves, 10 de noviembre de 2011

Imágenes infinitas

Detrás de una puerta hay otra que abres y que da a un pasillo largo y eterno que comienzas a recorrer, las piernas se cansan pero la mente insiste y no las deja flaquear, las distrae pensando en cualquier cosa, y cuando menos te lo esperas, cuando ya iban solas, llegas al final de ese interminable corredor donde quizá hayan transcurrido años, siglos mientras lo recorrías. Te encuentras con que hay otra puerta. La intentas abrir pero no cede. Estás un rato maniobrando el pomo y hasta la golpeas con el cuerpo, pruebas con los insultos, pero no hay caso: no se abre. Miras a tu alrededor pero solo están las paredes que crean el pasillo por donde viniste. Se te pasa por la mente regresar. Los pies aún duelen, la mente rechaza la idea. Te sientas, después de haber intentado de nuevo abrir la puerta que impide que avances. Puede que hasta caigas en un duermevela que te sumerja en la sensación lejana de que habías abierto una puerta que conducía a otra y que esta daba a un pasillo kilométrico que terminaba a su vez en una puerta cerrada donde te acurrucabas a soñar.

miércoles, 9 de noviembre de 2011

Historias

Lo que nos une, desde el primer fuego hasta ahora, es escuchar historias, unos las cuentan, los demás escuchan y las vuelven a narrar.
Siempre nos han atraído: es la base de cualquier arte; todos cuentan, todos son historias de luz, color, palabras, melodías.
Nos movemos entre narraciones, las de la calle, los amigos, los libros, el cine, las nuestras que inventamos... no sabemos vivir sin ellas. Nadie ha pasado jamás ni un solo día sin un relato, nunca. La mente humana necesita de ellas, las emociones, los pensamientos, los sueños, los actos, todos son reflejos de esas historias, las que nos van configurando y dando pautas. Ellas nos crían, nos sostienen y nos acompañan. La red social está tejida de ellas. Nos encanta que nos sorprendan. Y aquí va un ejemplo.
Un día, dos padres, uno rico y otro pobre, llevaron a la cima de la montaña a sus hijos aún pequeños: el primero situándole donde pudiera ver bien, le dijo contento: Mira, un día de estos todo esto será tuyo.
El segundo, subió al hijo y asegurándose que viera bien, dijo feliz: Mira.

lunes, 7 de noviembre de 2011

Horas bajas

Hay días donde te arrastras, cansada, apática, sin energías ni ganas de nada. Días grises, doloridos, negros donde los pensamientos se contagian de esa pátina turbia y siniestra que nos impide movernos, atrapados en la sustancia pegajosa y viscosa de las que están hechas.
Son horas cansadas antes de nacer, las vemos forjarse en el rabillo de las manecillas del reloj, atentas a su cometido de no dejarnos levantar cabeza. Se camuflan para sorprendernos, pero en vano; las sentimos. Ya pueden disfrazarse de lluvia, malestar ligero, melancolía, fiebre, que las detectamos. Son minutos tejidos con ese punto denso de la apatía, del desánimo, con un entramado tupido, opaco. Son lo que son y se viven como se viven.
Pero siempre acaban terminando y dejando paso a las horas cotidianas, más ligeras, imprevisibles y vivas.

viernes, 4 de noviembre de 2011

Ecos

La ilusión se alimenta de realidad, sin ella, languidece y muere.
Solo de sueños es difícil levantarse, cierto que sin ellos nunca lo harías, pero qué es una esperanza que no desee ser real. Nada. Mera distracción, o simple cobardía. A un deseo se le ha de conceder la vida. No es digno atraparlo y retenerlo como excusa; se tiene que trabajar para él, para que cobre vida.
Es compleja y contradictoria esa frase que te previenen contra lo que desees porque podría convertirse en realidad. Si no quisieras esa verdad, no lucharías al lado de esa ilusión.
Creo que un sueño sin despertar no es sueño, sino pesadilla. Los ecos que despierte en vida sí serán dignos de su vigilia: entonces empezará de verdad a soñar.

jueves, 3 de noviembre de 2011

Poema, ELLA


No era ella, ya no.
Ni su cuerpo ni su mirada opaca.
No es ella, ya no.

No se reconoce en su energía apagada,
transformada en qué.
Su pelo sin brillo,
su aliento sin vaho,
su boca sin palabras.

Nunca más seré yo en ella,
sus recuerdos se apagaron
rota para crear nuevos,
que ya no serán.

Es mentira.
Este cuerpo inerte
sin voluntad
no es ella,
aunque ayer lo fue.

La vida maneja los cuerpos
que la muerte desmadeja,
aborrecida por los vivos
hasta la náusea.

Lágrimas vertidas.
El vacío del cuerpo abandonado
de sí mismo,
crea estupor ante los ojos
que lo vieron vivo.


Ella nunca más será,
nada más, que un instante en mi vida
que también, un día me abandonará,
siendo yo, nunca más ella.

martes, 1 de noviembre de 2011

Respuesta

Los vivos necesitamos de los muertos para encontrar un sentido a la muerte. Los cuidamos y mimamos, les compramos nichos, ataúdes, panteones cómodos y lujosos. Les llevamos flores, los invocamos desde tableros, rezos, fotos que presiden salones o llenan cajones, entre pétalos secos. Los llevamos en el recuerdo, entre las palabras cuando añoran, en los momentos cuando algo vivo nos los trae.
Es como si no quisiéramos admitir su marcha, su huida casi a traición de una vida que nos impone un final. Los vestimos de fantasmas y apariciones, letras, colores y notas. No les dejamos ir, nos negamos a quedarnos solos, esperamos de ellos que nos digan, al menos, qué nos espera, qué tienen ellos que no tenemos nosotros, los vivos.
Les demandamos una respuesta. Y no nos la dan.