viernes, 18 de noviembre de 2011

Relato. 1 parte. Un domingo cualquiera

El despertador sonó por la costumbre de hacerlo. Y Luisa se despertó por lo mismo.
Los domingos, que podía dormir más, era cuando no le apetecía. Las sábanas le molestaban y la cama entera la rechazaba. Aun así, se quedaba unos minutos en ella planeando las doce horas de libertad que tenía por delante, antes de volver a dónde estaba. Empezaba pensando en qué comer y dónde y acababa recordando aquello que quería olvidar. Era entonces cuando se levantaba sin pereza, sin darse casi cuenta de que era su cuerpo el que se izaba y sus pies los que la llevaban decididos a la cocina, a por café.
Hoy era un buen domingo, soleado y suave, podría ir al botánico. Le gustaba mucho pasearse por entre parajes de distintos países; unos pasos por el senderito de grava y estaba en Méjico; tres recovecos más atrás y Bolivia; detrás de la fuente, Corea y así por todo el recinto. Era la única opción de oler esos árboles, ver esas hojas, recorrer esos mundos.
De muy chica la llevaron a una feria con la estructura de un pueblo, que recreaba muchos de los monumentos más representativos de todo el mundo. Era un caos de espacios; se juntaban las Pirámides con la Torre Eiffel y para admirar a Santa Sofía, bastaba con tan sólo cruzar un puente japonés. Le impresionó mucho.
Desde entonces le quedó la sensación de que el mundo no es tan grande, las distancias no son tan enormes y que no estamos tan lejos unos de otros. Siempre lo rememora como un sueño, a veces duda que haya existido tal feria. Cuando pregunta en casa, nadie lo recuerda.
El silbido del café anunciándose le distrajo de sus pensamientos.
El verse en la cocina le sorprendió. No había estado plenamente consciente de sus movimientos. Solía ensimismarse con demasiada frecuencia, parecía estar siempre en cualquier otra parte que en la que realmente estaba. Se sonrió tristemente, era ése un rasgo que no les gustaba a los demás. Tampoco a él.

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