sábado, 31 de octubre de 2009

La noche de las ánimas

Hoy es la noche de ánimas, que suena mejor que Halloween, fiesta que se celebraba asistiendo a la representación cuasi obligada de Don Juan Tenorio. Ahora la gente se disfraza de monstruos y fantasmas, imitando la fiesta anglosajona, y exportada de sus colonias. Aquí sin necesidad de pedir dulces a cambio de no hacer trastadas. Sólo fiesta, risas tenebrosas y quizá una excusa como otra cualquiera de acabar borrachos.

La calabaza con su vela encendida ante la ventana, es un aviso a los espíritus, que hoy vagan por la tierra, de que no entren en las casas. En Méjico, por el contrario, se las anima a transpasar el umbral. Les hornean figuras de azúcar con sus nombres y regalan aquello que tanto les gustó en vida. Distintas costumbres, distintas creencias, los hay que no quieren saber nada de las ánimas y las hay que quieren disfrutar de su compañía un ratito más.

Los espíritus que regresan a vernos; que belleza en el concepto, más allá de historias de miedo o pelos erizados ante la muerte que deja un día libre. El mundo de los muertos que se niegan a permanecer en las tumbas; que tema para todas las artes, que escalofrío, si se piensa en ello, que atracción de vértigo asomarse a ese mundo oculto y cerrado. La razón no acaba de sentirse cómoda ante la nada, usa de la imaginación colectiva para encontrar remedio a ese final imposible de evadir, trayendo, invocando y conmemorando a los muertos que nos preceden, nos los traen para crear el consuelo de que el final, no es final, sino parte de otra forma de vida.

La atracción hacia la muerte, los cementerios a los que ahora, en breve, se visitarán masivamente, y a los que no conseguí entrar de pequeña, de noche, por mucho que lo intenté; algo me hacía correr en dirección contraria a la recorrida contando historias de miedo, mientras me hacía el firme propósito de entrar, esa vez, sí. Imposible: ¿Y si los muertos salieran a recibirme?

Esta fiesta universal hacia las ánimas, en pena o no, esa invitación a volver a visitar aquello que en vida les dio calor, es algo más bien para nosotros, los vivos, que para ellos, los ya idos. Es un último intento poético de no enfrentarnos a la oscuridad de una tierra húmeda que nos arropará. Es, sobre todo, la alegría de reencontrarnos con esos espíritus que viven en nosotros para siempre tras su partida.

La noche de las ánimas, la esperanza de las almas vivas.

viernes, 30 de octubre de 2009

Adelante

Una palabra, una imagen, un sonido. Una búsqueda, un color, un sentimiento. Somos lo que somos por lo que hacemos, por lo que soñamos que hacemos y sentimos y vemos y entendemos. Pero qué somos. Todo, y a la vez, nada. Esa imagen que nos emociona, esa palabra que nos llega, ese sueño que perseguimos, ese presente anclado en un pasado y que mira, a través de la niebla, a un futuro que no es más que ese cúmulo de imágenes, palabras, melodías, ilusiones y acciones.

No hay que mirar atrás ni adelante, estamos atrapados en el minuto infinito del ahora. Pero sin anclaje, sin rumbo, ese minuto también pierde sentido, deja de ser eterno para ser sólo una medida de tiempo efímero, sin sentido, sin contenido. Buscar, encontrar, parar, seguir, ha de tener una razón de ser, un todo que lo contenga, que le dé luz.

A veces ese sentido se escapa y sólo se tiene el minuto lleno de segundos amenazantes porque huyen sin más, escapándose, despojándose del Tiempo que avanza, lento, implacable.

Hay que aferrarse a algo, a lo que sea, sobre todo cuando menos asideros se tienen. Un sonido, una imagen, una palabra.

jueves, 29 de octubre de 2009

El hilo de la madeja

Qué importantes son, a veces, algunas de las frases oídas al azar entre conversaciones ajenas o de alguien a quien nunca más volveremos a ver y que por haber coincidido con él, nos dirigió. Son palabras que necesitábamos escuchar y no lo sabíamos, pero que al oírlas nos llegan, iluminando una parte íntima que deseaba conocerlas. Agua sobre tierra hambrienta.

Cuando se está hecho un lío, sin saber qué camino coger, estancado, con la sensación de no ir a ninguna parte, una de las cosas que ayuda es dejar de pensar en el asunto y salirse de uno mismo. ¿Cómo? Hay varias maneras, dejando aparte las dañinas, cuento dos de ellas.

Una, que suele funcionar, es abrir un libro, el que sea, sin más, y dirigir los ojos a la página abierta para leer la frase que se quiera en ella. Lo que se lee ayuda. Es fácil de comprobar. Digamos que es una especie de I Ching casero, pero igual de efectivo.

Otra es la de echarse a la calle y estar bien atento a lo que dice la gente con la que te vas encontrando; difícil será que no escuches algo que te ayude a desenredar la madeja. Es así de simple. Al salirte de tu propio pensamiento viciado, al atender a otras palabras que no son las tuyas, comprobamos que nos marcan y señalan cómo estirar de ese hilo que no veíamos por el mero hecho de estar saturados de nosotros mismos.

El funcionamiento de estos recursos, que parecen cosa de magia, es de lo más prosaico y no sé si hago bien en desvelar el truco; la ilusión sólo lo es hasta que se le ve la trampa. Así que quien no quiera saberlo, que no siga leyendo. Es tan maravilloso creer que el conejo sale de la chistera, que ver dónde estaba y romper en mil pedazos el espejismo, a veces, no apetece nada.

Si sigues leyendo es que no te importa o necesitas confirmar que el sombrero de copa no crea conejillos solo. Pues no, como tampoco es que esa frase del libro o esas palabras escuchadas al azar estén ahí, esperándonos desde tiempos ancestrales; es el mismo entendimiento humano que necesita cerrarlo todo, acabar lo inacabado y encontrar sentido a lo que le rodea.
Así pues, se oye lo que se necesita oír y se ve lo que se quiere ver. Es decir si yo digo algo en voz alta, y tengo ante mí a más de una persona y les pido que me repitan qué recuerdan de mis palabras, cada uno me dirá justo lo más significativo para él; si uno tiene hambre o sueño o está deprimido, recordará mejor el contenido que haga referencia a esos temas. Y siempre, la mente, encuentra algo que sugiere lo que nos preocupa -ahí están los horóscopos, por ejemplo, siempre aciertan, aunque los intercambies-.

Si has continuado leyendo, no quiere decir que ahora no te funcione lo de leer en un libro aleatoriamente o escuchar indiscriminadamente, al contrario, sigue siendo un remedio perfecto para salirse de uno mismo y atender desde fuera lo que ya no conseguíamos decirnos desde dentro.

miércoles, 28 de octubre de 2009

Paseo

Vas caminando. Es el recorrido habitual; mismos árboles, semáforos que te hacen esperar siempre a esa hora, los cruces que tomas y los que no, casas que ya ni miras. Es igual cada día, pero no lo es, dependiendo de tu humor, de lo que vayas pensando o en lo que te haya sucedido, verás el paseo diferente; si el pensamiento es oscuro, te fijarás más en las grietas, en lo sucio, en los obstáculos urbanos. Si es negro, ni se ve; absorbida por esa negrura llegas a destino sin haberte dado cuenta del trayecto.

Si las emociones son alegres, lo que te encuentras es bello, limpio, directo y hasta novedoso, si además vas cantando al caminar -en casos extremos de contento-, te fijas en el cielo, las nubes y observas ese paseo desde arriba, como si estuvieras caminando por encima de todo, realidad incluida.

Pero lo normal, es oscilar entre las emociones medias, así que lo que se descubre en cada ocasión suele ser menos espectacular, más cotidiano y sencillo: ese árbol de hoja tan verde, la tienda nueva que ya se inauguró, un desconchado con forma divertida, esa fuente que hubieras jurado que no estaba allí. Percepciones de la realidad cotidiana, que por rutinario, habías dejado de ver.

Cuando hiciste ese camino por vez primera, te fijaste en él minuciosamente para paulatinamente, retirar tu atención abandonando los detalles por habituales. Para reencontrarlo hay varios modos: o lo dejas de recorrer un tiempo o lo miras desde los ojos de otro o los cambios emocionales te mostrarán lo que la normalidad dejó de enseñarte.

El hábito es necesario, si no, nos colapsaríamos, seríamos incapaces de aprender nada si cada día tuviéramos que deslumbrarnos por lo de cada día -dudoso placer de los amnésicos-, pero hay que hacer un esfuerzo y detenerse algunas veces a revisar y a apreciar lo que tenemos delante, ya que si no, caemos en el error de no valorarlo como se merece.


martes, 27 de octubre de 2009

Despistar la rutina

La vida va acotando movimientos, no se lo podemos permitir; hay que liberarse, crearle pequeños obstáculos, barricadas y revoluciones, que no se haga demasiado poderosa en esto de limitarnos.

Las responsabilidades hay que tomarlas, es lo justo. Lo que nos ata, no a la vida, sino a nosotros mismos, son los compromisos que somos capaces de llevar hacia adelante, los que nos irán configurando. Pero como siempre, está la otra cara de la moneda; que la vida se vuelva demasiado rígida, inflexible, limitada.

Hay que saber escurrirse de vez en cuando, dejar aparcadas algunas de las tareas o imposiciones diarias, para liberarse de esas trabas y volver a sentir el sol, el cielo, el no saber qué hay detrás de ese minuto en el que, simplemente, no se hace nada de lo que se debería estar haciendo. Hay que tomarse vacaciones de la vida, de nosotros mismos, de nuestra rutina y nuestros sueños, salirse de la piel, del espejo. Ser.

Esos momentos, extrañamente libres de lo que deberían haber contenido, se agrandan y nos arropan como una ensoñación, viviéndolos más intensamente que si los hubiéramos vestido con sus obligaciones y horarios normales. Romper con ese orden, crear ese pequeño agujero negro, es necesario para que tenga sentido de nuevo sentarse a la mesa del día a día y trabajar en ella, con nuestro esfuerzo, dentro de nosotros mismos, atrapados por nuestras ilusiones y llenos del recuerdo de que a la vida también se la puede engañar algún que otro ratito eterno.

sábado, 24 de octubre de 2009

Blanco

Empezar a emborronar el papel, manchar su blancura con signos, intentar que digan algo más bello. Difícil. No se puede añadir nada más hermoso que lo que no se ha dicho. Una vez contado, se rompen las posibilidades, se concreta la idea nunca del todo como se quería, en ocasiones, pocas, superada.

Ese blanco inmaculado, manchado de letras, ha de decir algo más, si no, no vale la pena. Detrás queda lo que pudo ser, delante lo que es. El velo de lo no-hecho rasgado por la evidencia de lo patente, de lo palpable. Qué cambio, qué truco de magia continuo. Lo que se expresa queda tan pobre.

Decir algo que no dice nada. Condena que encadena el pensamiento puro, palabras que nada dicen con pretensiones de decirlo todo. El folio en blanco, mirarlo detenidamente, esperando que hable, que cuente lo que esconde ahí dentro, amagado, latente y ansioso.

Salirse de uno mismo para enfrentarse a la nada, al todo. Vacío lleno de probabilidades que mueren al definirse. Trueque del blanco al negro, del espacio y el silencio al barullo del contenido. Búsqueda de lo definido para volcar ideas pasajeras que a alguien lea, que leas, que al retenerlas digan lo que se quiso comunicar. En el fondo, nada.

Emociones dispersas que caen como gotas informes que se esparcen, hablando entre ellas, avergonzadas de mojar la página. Blanco sobre negro, negro sobre blanco.

viernes, 23 de octubre de 2009

Sorpresas

Es verdad que las cosas vienen cuando menos te las esperas, tanto las buenas como las malas. Y eso que la vida te tenga que pillar por sorpresa siempre no acaba de gustar, ya que cuando estás anhelando conseguir lo que no te da en ese momento, el desánimo y la frustración rondan. Vale, está la esperanza, pero las nubes negras del abatimiento son las que ves cuando miras por tu ventana.

Los amigos animan, te recuerdan que llegará, y tú te quieres dejar convencer, sonríes y tratas de recordar que, efectivamente, las cosas vienen Pero claro, lo que quieres es que te las traigan ahora, ya, cuando estás esperando.
No suele ser así.

Cierto que cuando finalmente se presenta por lo que se suspiró, se agradece y renuevan esperanzas, y esa alegría, vieja por lo tardía, ya no prevista, ayuda a tener paciencia con los deseos inmediatos.

En honor a la verdad, siempre que algo bueno sucede, y aunque ni se recuerde que se deseó, por lo mucho que se hizo de rogar, devuelve la fe, las ganas de seguir, el entusiasmo que tanto cuesta mantener en su sitio, día tras día, hora tras hora. La lucha contra la desesperanza, las ganas de arrojarlo todo a un rincón.

Pero aún cuando la vida no venga a sorprendernos, o tarde tanto que ni lo veamos, cierto es que al tiempo, pocos son los que no van a esa esquina donde se tiraron las fuerzas, y recogiéndolas, sigan adelante, con la ilusión ciega de que una vez más, la vida venga a sorprendernos.

Hoy te tocó a ti, compañero.

jueves, 22 de octubre de 2009

Fiebre

Cuando uno se encuentra mal, el mundo cotidiano se vuelve del revés; lo que se hace casi sin pensar, ahora se lo piensa uno mucho antes de hacerlo.
Cómo cuesta levantarse, salir de la cama, arrastrarse por la casa, mirar si hay algo en la nevera para no tener que salir, saqueando la despensa como en tiempos de guerra.
Si no es una enfermedad demasiado grave, no nos decidimos a parar la actividad, así que ponerse a ella es una tortura lacerante y además se tiene la sensación de que no está saliendo bien, así juntamos el dolor corporal con el psicológico, para ayudarnos a llevar mejor el tema.

Si logramos sobrellevar la mañana y hay suerte de estar solos, es decir que no dependa nadie de nosotros, que no es lo normal, nos ahorramos el esfuerzo sobrehumano de atenderlos. Al atardecer, cuando encima sube la fiebre, y ya cansados de encontrarnos mal, aún nos duele todo más, empezamos con los pensamientos sombríos. Hay que alejarlos rápidamente, como quien espanta moscas, agitando mucho la mano por todas partes, para que se vayan.
No hay día que dure más que los afiebrados, en los que se intenta hacer vida normal sin estarlo, todo pesa; manos, pies, abrir los ojos. El tiempo no pasa. Te acuestas, envolviéndote en mantas y sueños extraños que te dan la sensación de que no has dormido nada. Miras el reloj y ves que sí, que ha pasado parte de la tarde, pero que todavía queda. Levantas el cuerpo, le das algo para rebajar la fiebre, que no paras de comprobar a ver si ya se va, pero no, queda para rato.
Intentas distraerte con lo que sea, pero todo cansa, te vuelves a tumbar, cierras lo ojos, pero esta vez sin suerte. Desficioso, te llevas a la cocina, no paras de beber, anticipas una cena chapucera y aunque es aún pronto, das el día por acabado y te acuestas.

Y si un día de fiebre es largo, no lo es nada al lado de la noche. Se dan vueltas y más vueltas, se caen mantas que antes quisimos por estar helados y luego rechazamos por lo que nos hacían sudar, es como si la temperatura corporal estuviera estropeada. Y esa sensación de que no se está descansando, de que no se pega ojo.

Pero como siempre, todo acaba, y una mañana, te despiertas sin esa sensación de plomo en el ánimo y de dolor en los huesos; estás bien. La salud ha vuelto y ya sin echarla de menos, vives los días sin recordar lo mucho que la extrañaste.

Qué triste que sólo en su ausencia se valore lo más importante.

miércoles, 21 de octubre de 2009

Más allá

Mirar más allá, que bien suena, pero mirar más allá de dónde; ¿de nuestra propia experiencia? qué difícil, qué imposible. La verdad, es que somos limitados, nuestra capacidad para ver más allá de nosotros mismos es algo que requiere esfuerzo, mucho. Leer ayuda, entender a los demás también, pero siempre está contaminada esa visión por nuestra propia mirada, nuestra limitada capacidad de entender, de aprehender lo que nos rodea.

Puede que por eso nos sea tan complicado comprendernos unos a otros, que la incomunicación se base en esas premisas; lo que uno dice no es recogido totalmente por esa barrera. Asimilamos lo escuchado, lo leído por esa experiencia limitada que nos configura, que nos hace.

Eso no nos exime de intentarlo, de aventurarnos en los otros, si lo logramos, si vemos más allá, entonces un mundo distinto al nuestro nos llega, llenándonos de otras vivencias, otros puntos de vista, otras maneras de entender ese más allá, si no, simplemente, la amoldamos a nuestro límites, dejándonos por el camino lo que podríamos haber ganado.

Es cuestión de dejarnos aparcados, salirnos de nuestras fronteras y ver, de verdad, más allá. Seguro que ganamos mucho.

martes, 20 de octubre de 2009

Silencio

Es gratificante intercambiar palabras, pero aún lo es más compartir el silencio. Sentirse plenamente comprendido sin necesidad de diálogo, a gusto con la ausencia de cualquier estorbo que amenace romperlo. Sólo se podría admitir un suave contacto, un leve roce, una ligera presión. Nada más.

Esos momentos blancos dicen más y son mas profundos que horas de conversaciones, planes, caminos, imágenes. Sólo cerrar los ojos y escuchar lo inaudible, lo que ni uno sabe que lleva dentro ni se dice; el ruido diario lo enmudece.
Silencio en compañía. Sin tensión. Sin tiempo.

El lujo de oír tu silencio escuchando ese otro silencio igual de mudo y vital, nos confiere la sensación de entenderlo todo sin necesidad de explicar nada, lo que no logran las palabras, eternas liantas. Pueden pasar minutos, segundos, horas o años, en la misma posición sin hablar, intercambiando sensaciones conocidas, recuperadas o nuevas: un transvase ancestral de paz, tranquilidad.

Puede que nuestros antecesores se sintieran así hace tanto, no hace nada, ante el fuego, recogidos, sin apenas modo de hacerse entender por un lenguaje incipiente pero ya hermanados en las emociones, lucha, curiosidad, afán por estar juntos; necesidad de ser unos en otros. Quizá ese silencio atávico sea el que se convoca cuando encuentras con quien compartirlo.

Y en ese silencio se dice todo.

lunes, 19 de octubre de 2009

Los sentidos

Hay días en los que todo parece más nítido y diáfano; los colores intensos duelen, los olores abruman, el ruido amplificado agota, como si los sentidos, habiéndose cansado de amortiguar el exterior, se hubiesen confabulado para abrirse, dejando entrar esa información de más que suelen detener para no bloquearnos.

Pueden durar sólo unos instantes, y el desencadenante no necesita ser gran cosa, vale cualquier estímulo, independientemente de su importancia. Una sencilla fragancia olvidada que nos viene a recordar la persona, o situación asociada a su olor, es tan capaz de abrir las compuertas de los sentidos como cualquier otro.

En esos momentos clave, a la consciencia no le da tiempo a asimilar tanta cantidad de matices, pero sí que los procesa, imprimándolos en nuestro yo más profundo. Es una amalgama de sensaciones, un mareo de pensamientos puros imposibles de separar unos de otros; ya lo hará el tiempo. Esos segundos clarividentes y abrumadores, se irán ralentizando hasta desaparecer, pero nos habrán dejado ideas, sentimientos, razones. La resaca de la marea siempre deja restos.

Al finalizar la experiencia excesiva de unos sentidos rebelados, al regresar a la grisura de lo normal, después de la tristeza que conlleva la pérdida de la eternidad, nos quedamos vapuleados, heridos, pero llenos, sin saberlo, de toda la fuerza que día a día, ya sin esa luz, iremos viviendo de su estela.

Menos mal que los sentidos, a veces, dejan de cumplir su papel de filtro y nos permiten atisbar ratitos de felicidad, de bienestar, de locura y de vida.

domingo, 18 de octubre de 2009

Ignorancia

"La ignorancia da la felicidad". Menuda frase. Incluso hay refranes populares que lo avalan, como, "ojos que no ven, corazón que no siente".
Si uno piensa en ello, hasta se lo puede creer: si no me entero, todo va bien. Pero si se para a analizar y a desmenuzar esa ignorancia, se ve que en el fondo, no es tan bueno lo que proporciona esa felicidad blanda, aséptica, de juguete. No satisface, sólo adormece, anula, inmoviliza, porque en el interior, bien profundo, se sabe que algo está torcido, pero como si nos enterásemos, dejaríamos de ser ignorantes, supeditamos la verdad a esa pseudo felicidad.

Es cierto, que el ver cara a cara lo que en esos momentos ignorábamos, es de lo más duro, esa verdad terrible no nos trae, precisamente felicidad almibarada, sino enfrentamiento a una realidad que no nos viene bien encarar. Presento la realidad cruda, porque si lo que descubrimos es bueno, no ha lugar a dejar de ser felices. Me refiero a esa cara de lo real que no queremos ver, que nuestros ojos preferirían obviar y nuestro corazón no sentir.

Hay que tener en cuenta, que dependiendo de la personalidad, es más o menos difícil enfrentarse a lo que no queremos ni ver. Esta claro, la opción es legítima, elige la pastilla azul o la roja. No hay más. Pero creo que la factura de esa ignorancia, a la larga, es haberte perdido la vida, haberte perdido las posibilidades de superar esa verdad, de vivir sin pantallas de humo, de hundirte y levantarte, de exprimir la misma esencia de ser. Te habrás perdido a ti mismo.
Y eso no es mi apreciación de la felicidad.



sábado, 17 de octubre de 2009

El lenguaje

¿Qué es el lenguaje, qué arropa? Qué va primero: el pensamiento o el lenguaje.

¿Es el vehículo mediante el cual expresamos nuestros pensamientos o son los pensamientos que han de vestirse de palabras y normas para poder existir?

¿Podemos expresarnos sin lenguaje, podemos comunicarnos sin conceptos adquiridos, sin imágenes mentales? ¿O es una retroalimentación continua?

Por qué esa necesidad de comunicar, sea como sea, qué normas tiene tan complejas que al estudiarlas nos supera en muchas ocasiones, y que al llevarlo a la práctica, es decir, hablando, nos es tan fácil.

Todo niño tiene, es sí mismo, la capacidad de hablar cualquier idioma, está preparado genéticamente para emitir cualquier fonema; no hay sonido que no sea susceptible de ser articulado, es cuando empieza a hablar, a integrarse en la lengua materna cuando esa capacidad se limita. A la vez que articula los sonidos base de su lengua, va perdiendo para siempre, los que no habrá de usar. Así cuando de mayor aprenda otras lenguas, nunca acabará de tener una fonética correcta. Ejemplos, los que queráis, la "r" del español al chino que lo habla por esa "l" característica, es uno de los más vistosos.

Teóricos del lenguaje y la psicolingüística han escrito tratados de todo tipo para establecer unos parámetros en los que todo quepa. Intentan contestar las preguntas anotadas al principio y muchas más. Como siempre, con los fallos de la naturaleza, es donde más se ha aprendido: las afasias, las amnesias. Entre las primeras, está el cómo alguien que no tiene capacidad para generar ideas, sigue articulando palabras sin sentido, o sabiendo lo que quiere decir, ser totalmente incapaz de usar el término exacto. Con las amnesias nos iríamos más lejos aún, se puede perder la capacidad de recordar el idioma, pero no de comunicarse.

Lo que queda claro, es que da igual el idioma en el que se mueva uno, todos tienen las mismas estructuras profundas, da igual si no tiene apenas vocabulario o sea de gramática pobre, o muy elaborado, incluido el lenguaje por señas de los sordos. En todos existen esas caractéristicas comunes sin las cuales no sería un lenguaje, se cometen los mismos fallos, con ellos se sigue estudiando ese vehículo entre pensamiento y su expresión, el significado y el significante.

Con esto último nos metemos de lleno, ya no en saber si es la concreción del pensamiento abstracto, sino en la misma estructura de la lengua, en el problema, no de hablarlo, sino de entenderlo, la nomenclatura de sus términos, lo que atañe al lenguaje como tal, el concepto y su imagen acústica. La articulación sonora de la expresión del lenguaje.

Nuestros sentidos nos ayudan a recuperar el pensamiento que otro nos ha querido expresar, y que a su vez, nos aportará nuevos conceptos que nos servirán.






viernes, 16 de octubre de 2009

La radio, segunda parte

http://delendaestcarthago.com/radioteca.php

Sí, es el link para oír el programa de radio de ayer, fue muy divertido, gracias desde aquí a Jorge y Alicia, y besitos para Jose, Begoña y Teo. Qué casualidad.

Creo que hoy tampoco debería hacer entrada, así que no la haré.
A menos, que esta noche, me entre un arrebato de nostalgia por no haberla hecho.

http://radiodiane.blogspot.com/

jueves, 15 de octubre de 2009

Radio

Hoy no haré entrada, me entrevistan en la radio, la haré en directo a las diez de la noche. La emisora es la 93.8, para seguirme online es este enlace: http://www.burjassotradio.org/ (en el botón escuchar y luego darle a "Play"). Si no, da igual, cuando me den el enlace lo pondré aquí.

Si Marconi levantara la cabeza, ni se lo creería; poder escuchar su invento desde otro invento aún más complicado, porque no nos engañemos, todos estamos familiarizados con las nuevas, y no tan nuevas, tecnologías que nos hacen la vida más fácil, pero entender cómo funcionan es otro tema, creo que son pocos los que llegan a desentrañarlas. Sí, se enciende desde aquí, va así, son estos plomitos, es este chip... , lo que digan, pero a mí me siguen parenciendo de ciencia ficción muchas de las cosas que me rodean.

Como no hago entrada, no profundizaré en esto, me lo reservo.

miércoles, 14 de octubre de 2009

El Sexto Sentido

Según los neurólogos, el sexto sentido es el sentido de la proprioceptividad, es decir el dominio del propio cuerpo, de su equilibrio y manejo. Hay desórdenes en él, por suerte, no muy comunes, que nos desmadejan, convirtiéndonos en instrumentos inútiles, cáscaras deficientes que sólo a base de una gran fuerza de voluntad, logramos volver a manejar. A veces nunca.
Pero el sexto sentido al que quiero referirme, es el que se nombra popularmente: la intuición. Esa sensación más parecida a un cosquilleo incómodo, impertinente y tenaz que no nos abandona hasta que no le hacemos caso.

Todos sabemos lo que es, nadie se ha quedado sin experimentar esa desazón inquietante. Cuántas veces hemos respirado profundamente agradecidos por haber hecho caso a ese instinto irracional. Seguro que casi las mismas en las que nos habríamos dado a todos los diablos por no haberla seguido. “Lo sabía, mira que lo sabía. No tenía que haber hecho eso, ni llamado a ese, ni comprado lo otro. Lo sabía”. O por el contrario: “Si es que algo me avisaba que tenía que ir, hacer, no hacer, ir, tomar, llamar…”.

Sí, la intuición existe. Es verdad que hay gente que tiene más que otra. Las hay que parecen inmunes a semejante don, que no saben leer las circunstancias más allá de sus narices y que no atan cabos ni deducen actuaciones así las maten: falta de observación, de curiosidad o empatía. Porque creo que la base de la intuición es directamente proporcional a la capacidad de la persona en atender los detalles, los estados de ánimo de los demás, y a la imaginación. Los dos primeros nos dan los datos empíricos en bruto, sin analizar aún, sólo han quedado dentro, y la segunda, nos ayuda a idear las posibles acciones que pueden darse bajo esas circunstancias. Ahí está nuestra intuición.

La femenina tiene fama, y eso ratifica la teoría, ya que suelen ser más observadoras, más detallistas y más dadas a la reflexión que los hombres, que suelen hacer y luego ver que han hecho.

Es una buena arma, tanto de defensa como de ataque, solemos apoyarnos en ella más de lo que creemos; hablamos con éste y no con el otro, vamos aquí y no allí, escogemos esto y no lo de más allá. Percibimos el ambiente sin ser del todo conscientes y nos movemos por él.
Lo malo es cuando se estropea, cuando la intuición que teníamos en un sentido o en otro, desbarra por completo.

Cuando esa brújula deja de marcar el norte y nos deja a solas en la oscuridad de la incertidumbre. ¿Qué hay que hacer entonces? ¿Existe un octavo sentido que venga a rescatarnos?
Debería.

martes, 13 de octubre de 2009

Atributos

¿Qué es lo que nos hace más humanos o simplemente humanos? Ampliando la pregunta: qué propiedad nos es exclusiva a los humanos y nos distingue del resto de los seres vivos: el odio, el altruismo, el pensamiento, la metaconciencia, la capacidad de comunicarnos más allá del instante presente..., hay donde elegir.

Algunas de las mencionadas, a pesar de lo que se piensa, no son sólo humanas; el altruismo existe entre los animales, la capacidad de aprender también -se puede enseñar a palomas a distinguir entre un Van Gogh y un Monet-, los animales, al contrario de lo que se suele decir, pueden llegar a matar sin necesidad real de hacerlo. Claro que no se han encontrado grandes bibliotecas de ninguna especie animal donde estén registrados sus pensamientos, historia, inventos y teorías, pero se sabe que entre ellos algo se van transmitiendo. Vale, será genético, pero...

Van quedando menos atributos meramente humanos, somos tan sólo unas pocas cadenas mas de ADN que un gusano -si Freud lo hubiera llegado a saber, habría sido el cuarto golpe al orgullo humano, ya que uno de los tres que nombró era ser descendiente de primate, así que fíjate con lo del gusano-.

Por supuesto, si supiéramos qué nos distingue del resto del mundo vivo en este planeta, algo más sabríamos de nosotros, pobre especie casi recién nacida y demasiado orgullosa y complanciente, con una autoimportancia excesiva. No sabemos nada, las religiones vienen a ayudar, o a liar, las filosofías se van desmintiendo cada ciclo, añadiendo versiones de unos mismos antagonismos, y el Arte, en general, intenta trascender a sus creadores y al tiempo.

Pero yo no quería llegar tan lejos, sólo quería preguntarme cuál es el atributo más humano que tenemos, el que nos distingue. Está claro que hay muchos, discutibles o no, y que cada uno tendrá el suyo, pero yo me voy a quedar con este: la capacidad de reirnos de nosotros mismos. La risa. Por la que mató Jorge, de la que habló Aristóteles en su libro perdido, la que nos salva del absurdo, del sinsentido, del horror, de nosotros mismos.

lunes, 12 de octubre de 2009

Santa paciencia

La paciencia es tan necesaria para todo que irrita, tener que tenerla presente a cada momento, cansa; paciencia con los niños, con esa persona que atasca la calle, con la que ralentiza cualquier cola, con los que están detrás de un mostrador y no acaban de atinar con nada y se les ve leeeentos, con los que están en nuestro lado del mostrador y entorpecen el avance de la cola, no enterándose de nada o preguntándolo todo mil veces... , y ahí ha de estar la santa paciencia para que no nos de un ataque o empecemos a actuar como energúmenos.

Y lo peor de todo, es que a veces, es sólo cuestión de minutos, los retrasos no son tan graves, quizá es, como bien dijo mi amiga Luisa Cuerda en uno de sus artículos, que el tiempo no acabamos de tenerlo de aliado. Qué más dará que el niño no haga lo que se le ha pedido enseguida, siempre con un margen, claro, si no nos meteríamos en educación y estamos con la paciencia, qué más dará, digo, llegar tarde o no llegar. Habría que saber disfrutar del día sin más, intentar no ser esclavo del reloj, ni llevarlo, observar a los que atascan las colas, desde el puesto que sea, identificarse con ellos por la de veces que hemos sido nosotros los culpables, y relajar.

La manera de medir el tiempo no es igual en todas las partes del mundo. En África, sin ir más lejos que no hay paciencia, la gente que quiere desplazarse a otros poblados se va acercando a la parada del autobús que les llevará, y sin prisas, esperan horas si hace falta hasta que le da por llegar. Suben, hacen lo que tenían que hacer y regresan cuando el mismo autobús decide que le compensa el número de pasajeros para realizar el trayecto. Aquí esto es impensable, el libro de reclamaciones haría humo.

En el lejano Oriente, milenario o no, se puede encerrar a una persona con cientos de libros y no abrirle la puerta hasta que no se los haya terminado todos o ir en busca de la sabiduría Zen a un monasterio y pedir con ansias ese conocimiento; te pondrán una escoba en la mano y te pedirán que barras. Al año, con suerte, te darán un trapo para que friegues. Y además, funciona, quien aprende a convivir con la impaciencia, seguro que algo aprende.

Está claro que todos aceleraríamos el tiempo para saber resultados, acabar tareas, conocer el futuro, aproximarnos a lo eterno, pero la única manera es tener paciencia, saber esperar y mientras se espera, hacer, hacer, hacer para que ese intermedio sirva al menos para algo.

domingo, 11 de octubre de 2009

El sofá

El mejor mueble de la casa, sin duda; el sofá. Donde mejor se escribe, tumabado en él, pensando. Suele estar en medio de zonas ajetreadas, así que pararte en él, te desconecta. He de decir que mi salón no es convencional, es donde trabajo, y sé que no es el único. Conozco salones de donde salen artículos, música, novelas, cuadros, para mí, los mejores, y donde el sofá es ese reducto de paz, ese respirar hondo y renovar fuerzas para crear esas nuevas frases, melodías y colores.

Los salones más convencionales también hacen buen uso del sofá, se sientan en él y disfrutan de conversaciones, televisión -dudoso placer-, cafés. Y convive con ellos en los momentos más familiares. No es que los que tengamos un salón creativo no lo usemos para eso -quizá no, con lo de la televisión-, pero esa zona de tierra de nadie es de lo más apreciado.

Los mejores libros los he leído tumbada en sofás, las mejores ideas se me han ocurrido ahí también; cierras los ojos y te olvidas del caos reinante, en casa y fuera de ella. Te acuestas y dejas pasar el tiempo, consciente de que al levantarte te espera el ordenador, el trabajo, y dándote igual: ahora no, luego. Y ese duermevela te arrulla, dándote fuerzas. Porque eso de trabajar en casa, es más duro de lo que se cree. Si lo haces fuera, el mismo camino te va preparando para la faena, pero si te quedas, tienes al enemigo en casa; has de dejar de verte en ella, estando, y sacudirte el ambiente doméstico para convertirlo en productivo. No es fácil, se hace sin pensarlo mucho. Menos mal que está el sofá, ayuda en momentos de debilidad.

No sólo me gusta mi sofá, sino el de mis amigos, me encanta tumbarme mientras ellos, pobres, es su casa, trabajan; dependiendo de la visita, escucho el teclado del ordenador, la armonía de unos acordes, maldiciones en todas, y; "un descanso, voy a por café" y se acercan a donde estoy, para compartir esa tregua, sentados en el mejor mueble de la casa. Qué sería de la creación sin ellos.

sábado, 10 de octubre de 2009

Azar

Las casualidades, qué son; ¿parte del juego del azar, piezas que va situando la vida? O no es más que eso, meras coincidencias que nos empeñamos en leer como señales casi místicas que nos van guiando en el enigma diario.

Es imposible decantarse porque incluso cada uno de nosotros, dependiendo del momento vital, cambia de opinión, saltando de una postura a otra, siendo casi imposible definirse. Pero más allá, lo cierto es que las casualidades existen. Es innegable, y no hace falta buscar demasiado para encontrarse con ejemplos casi a diario. Puede que las haya más o menos espectaculares, como salvarse de milagro de un gran accidente o por el contrario, caer de lleno en él.

Cuántas veces, gracias a miles de piececitas azarosas y sin sentido, a acciones anodinas y banales, hemos encontrado un propósito final en ellas, que nos han venido a demostrar que no eran meras piezas sueltas, sino el entramado de un final finamente labrado por situaciones disfrazadas de coincidencias.

Por supuesto, la siguiente pregunta que nos hacemos es la obvia: ¿Otro camino, otras circunstancias y movimientos, me habría llevado al mismo punto? Bueno, otra vez ante un dilema imposible de solucionar; no se puede recorrer el mismo camino dos veces, anulando temporalmente el primero de ellos. No hay manera de saberlo. No por ahora, dejando los mundos paralelos al margen.

Es verdad que a veces se ha rozado un final, vislumbrado apenas, que se guardó en la conciencia de manera confusa y que, otra vez por casualidades, se topa con él más tarde, recuperando nítidamente que casi se llegó a él en una ocasión perdida. Puede que esto conteste a lo anterior de un modo algo difuso, pero no tenemos nada más. Sólo esa intuición de que debería ir ahí, entrar en ese lugar, hablar con esa gente, y con una cierta urgencia y en un momento concreto.
Gracias a esa sensación imperiosa, a esas casualidades, la vida puede enriquecerse, ampliarse. Y da más o menos igual saber a ciencia cierta, si estaban ahí ya preparadas de antemano o no. Lo importante es el resultado, sin ellas nunca hubiera sido posible esa tarde tan agradable de ayer con gente tan estupenda, ni cientos de kilómetros recorridos con un gran amigo, ni horas de conversaciones y risas maravillosas con otro.

¿Casualidades? Qué más da mientras existan.

jueves, 8 de octubre de 2009

Nuestras vidas son los ríos que van a dar en el mar

El otro día me enteré que existe un cementerio de celebridades en Madrid que acoge en sus tumbas a las personas célebres españolas que han podido llevarse desde sus nichos originales, ya hayan sido éstos en alguno de los cementerios madrileños o en los repartidos por toda España.

..., sí, hay para sacar muchas conclusiones, en efecto.
Manrique dijo que la muerte iguala a todos, tanto a los grandes como a los humildes, a reyes y vasallos, a pobres y a ricos, hermosos y feos, que es Ella, ese mar donde desembocan los ríos, la que acaba con las diferencias discriminatorias de la vida para convertirnos a todos en lo mismo.

Pues bien, eso será la Muerte, porque los hombres, por lo visto, siguen empeñándose, tras Ella, en marcar diferencias. El cementerio de celebridades, no sólo arranca los restos de ese gran hombre que se enterró en tal pueblecito o ciudad, y bien orgullosa de tenerlo que estaba, sino que despoja de sentido su descanso y deja cojos a sus conciudadano sin él.

Qué derecho tiene nadie a decidir, más allá de los años, de las voluntades, de lo hecho, a trasladar un muerto sólo por contarse entre los célebres de esta época. Dónde queda aquí la igualdad de la Muerte, quién osa contradecirla.

Y si miramos a los que dejan descansar en paz porque no han merecido el dudoso privilegio de la exhumación y destierro a otro lugar, también tiene delito; despojarle del vecino que en vida no pudo conocer y en la muerte era su igual, con quien se unía en la tierra, a ver, cómo queda ahora, más muerto que antes porque no ha merecido ser recordado como su compañero, doblemente solo sin él.

Puede que la Muerte nos iguale, pero en vida, seguimos empeñados en crear rivalidades, discriminaciones, injusticias y errores.

..., sí, se pueden sacar muchas conclusiones.

martes, 6 de octubre de 2009

La ilusión de la compañía

La soledad, ese estado al que estamos abocados siempre, esa intimidad que tantos rechazan y a tantos asusta, a la que intentamos llenar de ruido para no oírla hasta que clama bien alto y sus gritos nos hacen plantearnos qué le pasa, qué quiere, qué ha de decirnos.

En realidad siempre estamos solos, aun rodeados de personas, a veces más solos en compañía que sin ella. Las grandes decisiones, fracasos, éxitos y cambios, dolores y alegrías las pasamos con nosotros, a solas con nuestro yo más profundo, con las ideas en ebullición y los anhelos vivos. Sólo una vez asimilado nos gusta compartirlo con alguien, entonces puede que si tenemos la suerte de estar al lado de la persona adecuada esa soledad sea compartida, enriquecida, serena.

Estar en medio del bullicio, ya sea de actividades, eventos, grupos, no acaba de llenarnos si nos hemos dejado fuera, es decir, si lo que queremos de ellos es alejarnos de esa soledad, de ese yo, de esa fuerza interior que necesita mimos, trabajo, comprensión. Entonces es cuando más solos estamos.

Encontrarnos con nosotros mismos, no rehuirnos, aceptar la base de esa soledad es básico para movernos, crear o ir viviendo el día a día plenamente. Y aún así, una vez en casa, dejado atrás el jaleo y la compañía, lo único que viene a saludarnos es ese vacío lleno de nuestra parte más íntima: la soledad. La gente la distrae con la radio, la televisión que encienden nada más pisar el salón o tiene animales domésticos que vienen a recibirlos o una familia que vive a su lado. Ayuda, que duda cabe, es tiempo compartido con aquellos a quienes se han elegido para estar.

Pero no nos equivoquemos, todo sigue siendo una ilusión, la de la compañía.
No nos puede evitar buscarnos en silencio para entendernos, para más tarde poder disfrutar de los que queremos, a quienes quisimos tener al lado, con quienes la soledad se mitiga, y a los que aliviamos las suyas.

Qué difícil ser uno mismo, y más en compañía sincera. Pero si se logra, no hay nada mejor: la soledad compartida, la seguridad de que te entienden, a veces, más que tú mismo, y lo que de ellos recibes, es lo mejor: la ayuda a ser quien eres, tú en tu silencio con tus pensamientos únicos, y al mismo tiempo de todos y cada uno de nosotros, porque en el fondo, estamos solos. Quién no lo está.

lunes, 5 de octubre de 2009

Redes Sociales

Los humanos somos seres sociales. Hasta ahí bien. Vivimos en redes interconectadas y jerárquicas que nos van dando la pauta de lo que se nos permite y de lo que no, dependiendo de la sociedad habrá unas normas, unas reglas del juego que marcarán y señalarán. Bien. Cada uno puede explotar la faceta social que más le convenga, y si sabe usar bien las cartas dadas, aprovechará lo mejor de ese entramado que le tocó en suerte.

Saliéndonos del tema social, entramos en el terreno de la amistad y relaciones puramente de apoyo, ahí las normas de la sociedad en las que nos ha tocado movernos también tiene algo que decir, pero ni nos damos cuenta; nos juntamos con quien más a gusto estamos o con aquellos que pueden favorecernos y viceversa, vamos adquiriendo amigos, por llamarlo así, según vayamos evolucionando o necesitando. Aunque ahora, más que nunca, la tecnología ayuda, los principios básicamente son los mismos de siempre; afinidad, necesidad de compañía, ocio, etc. También en este apartado hay quien tergiversa el tema, torciendo para sus propios fines la amistad de los demás para conseguir propósitos más allá de lo que debería ser el límite; los manipuladores, envidiosos, trepas…, todos sabemos quienes son. Y siempre ha habido y habrá. Al fin y al cabo sólo somos humanos.

Hay otro apartado, que podríamos llamar de los indeseables, es decir, los que nos toca en suerte tener que aguantar por convivencia, cercanía, conveniencia o imposición, son gente a la que no nos habríamos acercado ni en sueños sin esos compromisos. Ese grupo aparte de personas lastra; quién no ha deseado la muerte lenta y dolorosa de un vecino, o varios, especialmente ruidoso, pesado, antipático, metomentodo, y cantamañanas; todos tenemos como mínimo a uno, ese del que huimos y damos un rodeo para no entrar con él en el ascensor. Viene a engrosar el grupo los parientes enojosos, políticos o no; pesados inoportunos; visitas de compromiso, personas en general que no llamaríamos amigos, quizá tampoco enemigos, pero con quienes no estamos a gusto. Está todo dentro del ser social.

Supongo que somos un nudo dentro de una red de nudos que se atan y se desatan dependiendo de la calidad del hilo. Puede que si llegamos a estar en una buena posición en la red, sin estar rodeado de nudos asfixiantes y más o menos a nuestro aire, es que hemos hecho un buen trabajo con eso de ser un animal social.

jueves, 1 de octubre de 2009

Educando

-¡Pues no y no!
-¡¿Y por qué no?!
-¡Porque te lo digo yo, y basta!
-Pues yo quiero.

Esa última frase, ese último intento desesperado, le valió una sonora bofetada al niño que no paraba de incordiar en la tienda. Pero no le hizo mella, tras unos segundos de estupor, sacó las armas del pataleo, el lloro más desgarrador y empezó a revolcarse por el suelo como un poseso.

La madre, levantando la voz para que se la oyese por encima de los berridos del niño, intentaba a la vez, pedir al dependiente lo que había venido a buscar, lanzar improperios al hijo dado al descontrol y disculparse ante los cuatro clientes que, por capricho del destino, habíamos ido a la misma tienda en esos momentos y procurábamos que no se notase mucho que estábamos allí.

“Y es que se lo tengo dicho, cómo me montes el número en lo de Raúl, te casco hasta que me canse. Y mírenlo -y no había más remedio que hacerlo, nosotros que evitábamos hasta respirar-, ni caso. La culpa del padre, que se lo consiente todo… Sí, el periódico también, y esas libretas, sí, esas, las verdes… Es que mi hija, que no es como éste -y aprovechaba para arrearle; ¡tú calla, desgraciado!-, va a empezar el curso, y no vean la de cosas que piden”.

El niño seguía berreando pero a la quinta bofetada, lo hizo en silencio, lo que era aún más estremecedor; el rostro deformado, la boca abierta, los mocos y las babas duchándole, y todo eso en silencio. Horrible. Los de ahí, esperábamos que la madre comprase ya la lista del material de la hermana y nos librara de quien no era como ella.

El niño, hipando y rojo, esperaba, atento a la mano de la madre, a que acabase. Ella por fin, terminó de comprar y mirándole le preguntó qué era lo que había pedido antes, que ahora ya podía hablar. El crío señaló unas bolsas de chucherías y la madre, en un arrebato de ternura maternal, le pidió a Raúl que le pusiera una bolsita. “Anda, toma” y se la entregó junto con una colleja, “anda, que te tiene más malcriado tu padre”, y salieron de la tienda, dejando detrás de ellos un silencio espeso y una gran pregunta: para eso, ¿no hubiera sido mejor dárselo desde el principio?

Es difícil educar, pero ¿tanto?