sábado, 24 de octubre de 2009

Blanco

Empezar a emborronar el papel, manchar su blancura con signos, intentar que digan algo más bello. Difícil. No se puede añadir nada más hermoso que lo que no se ha dicho. Una vez contado, se rompen las posibilidades, se concreta la idea nunca del todo como se quería, en ocasiones, pocas, superada.

Ese blanco inmaculado, manchado de letras, ha de decir algo más, si no, no vale la pena. Detrás queda lo que pudo ser, delante lo que es. El velo de lo no-hecho rasgado por la evidencia de lo patente, de lo palpable. Qué cambio, qué truco de magia continuo. Lo que se expresa queda tan pobre.

Decir algo que no dice nada. Condena que encadena el pensamiento puro, palabras que nada dicen con pretensiones de decirlo todo. El folio en blanco, mirarlo detenidamente, esperando que hable, que cuente lo que esconde ahí dentro, amagado, latente y ansioso.

Salirse de uno mismo para enfrentarse a la nada, al todo. Vacío lleno de probabilidades que mueren al definirse. Trueque del blanco al negro, del espacio y el silencio al barullo del contenido. Búsqueda de lo definido para volcar ideas pasajeras que a alguien lea, que leas, que al retenerlas digan lo que se quiso comunicar. En el fondo, nada.

Emociones dispersas que caen como gotas informes que se esparcen, hablando entre ellas, avergonzadas de mojar la página. Blanco sobre negro, negro sobre blanco.

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