lunes, 12 de octubre de 2009

Santa paciencia

La paciencia es tan necesaria para todo que irrita, tener que tenerla presente a cada momento, cansa; paciencia con los niños, con esa persona que atasca la calle, con la que ralentiza cualquier cola, con los que están detrás de un mostrador y no acaban de atinar con nada y se les ve leeeentos, con los que están en nuestro lado del mostrador y entorpecen el avance de la cola, no enterándose de nada o preguntándolo todo mil veces... , y ahí ha de estar la santa paciencia para que no nos de un ataque o empecemos a actuar como energúmenos.

Y lo peor de todo, es que a veces, es sólo cuestión de minutos, los retrasos no son tan graves, quizá es, como bien dijo mi amiga Luisa Cuerda en uno de sus artículos, que el tiempo no acabamos de tenerlo de aliado. Qué más dará que el niño no haga lo que se le ha pedido enseguida, siempre con un margen, claro, si no nos meteríamos en educación y estamos con la paciencia, qué más dará, digo, llegar tarde o no llegar. Habría que saber disfrutar del día sin más, intentar no ser esclavo del reloj, ni llevarlo, observar a los que atascan las colas, desde el puesto que sea, identificarse con ellos por la de veces que hemos sido nosotros los culpables, y relajar.

La manera de medir el tiempo no es igual en todas las partes del mundo. En África, sin ir más lejos que no hay paciencia, la gente que quiere desplazarse a otros poblados se va acercando a la parada del autobús que les llevará, y sin prisas, esperan horas si hace falta hasta que le da por llegar. Suben, hacen lo que tenían que hacer y regresan cuando el mismo autobús decide que le compensa el número de pasajeros para realizar el trayecto. Aquí esto es impensable, el libro de reclamaciones haría humo.

En el lejano Oriente, milenario o no, se puede encerrar a una persona con cientos de libros y no abrirle la puerta hasta que no se los haya terminado todos o ir en busca de la sabiduría Zen a un monasterio y pedir con ansias ese conocimiento; te pondrán una escoba en la mano y te pedirán que barras. Al año, con suerte, te darán un trapo para que friegues. Y además, funciona, quien aprende a convivir con la impaciencia, seguro que algo aprende.

Está claro que todos aceleraríamos el tiempo para saber resultados, acabar tareas, conocer el futuro, aproximarnos a lo eterno, pero la única manera es tener paciencia, saber esperar y mientras se espera, hacer, hacer, hacer para que ese intermedio sirva al menos para algo.

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