viernes, 30 de diciembre de 2011

Retales

Unos días donde la rutina ha cambiado, donde los paseos han sido otros, luces, gentes, estímulos distintos, donde buenos amigos han compartido su tiempo, sus risas, sus palabras, sus juegos y días conmigo. Un caos ordenado, un orden caótico que ha modificado rutas, al estar donde no debería haber estado, se han entrecruzado momentos que no habrían sido posibles sin esos kilómetros de tinta, de caminos, de ideas.
Empieza un nuevo año pero solo para el calendario, los años los comenzamos cada día, cada hora, cada segundo. Este lo cierro con folios blancos, cuartillas manchadas, una nueva pluma, varios libros esperando, muchos ya viajados. Un año que entrará sin grandes esperanzas pero con pequeñas ilusiones.
Son días retales; los restos que quedan de lo que se esperó, esperando que el nuevo tejido tengo un diseño más luminoso.

jueves, 29 de diciembre de 2011

Tablero

Hay veces en las que se vive fuera de la vida, una suerte de vida donde se observa la Vida, no se es activa; solo testigo de cómo los demás la viven. Una mirada atenta a esas acciones en las que por un motivo u otro no se forma parte. Quieta, te mueves como un fantasma corpóreo, comprobando cómo las personas van evolucionando, dando vueltas y recorriendo trechos, ilusionándose ante esas acciones realizadas que darán lugar a hechos creados desde ellas. Y ves, desde esa barrera, la evolución del tablero vital de esas piezas vivas. Y deduces las partidas, anticipando jugadas, finales, rodeos. Y aciertas porque no estás en él, no eres parte integrante del tablero, solo una pieza invisible que observa, entremezclada entre ellos, visibles y reales, lo que acabará siendo un juego cerrado. Lo que ahora solo es un movimiento tras otro. Vidas vistas tras el velo de la inacción. Solo así se logra comprender lo imposible; el dudoso privilegio de no ser siendo.

martes, 27 de diciembre de 2011

Érase una vez...

Los cuentos para niños suelen comenzar por un "érase una vez" o "érase que se era", incluso "hacía muchos años"... todas ellas meras fórmulas para situar la acción en un pasado lejano, tanto, que ninguno pueda pensar que lo que les van a contar se parece en algo a sus vidas cotidianas; así las princesas y dragones, reyes destronados, casas de chocolate, ogros malvados, brujas inmisericordes serán seres de otras dimensiones, realidades que no interfieran con las suyas. Pero lo hacen, a los pequeños esas criaturas les son tan cercanas como el mismo narrador, cierran sus ojos, o los abren, y se meten de lleno en ese tiempo pretérito que no les protege el presente. Los duendes y fantasmas conviven con los vecinos y porteros, ogros y trasgos se sientan junto a tíos y abuelas, los niños perdidos no son más extraños que los propios amigos, y ese intento de alejarlos de los sueños, no solo no tiene éxito sino que aún crea una atmósfera de misterio intemporal más real que el reloj que marca la hora de la merienda o del cuento.

domingo, 25 de diciembre de 2011

Líneas y puntos

Somos la frontera entre nosotros y lo que son lo otros.
Actuamos, pero las consecuencias se escapan al radio de acción de uno, se esparcen, rebotan, y conmueven a los demás, queramos o no. Somos protagonistas y observadores de esa misma acción por igual, lo que hacemos, a veces regresa como un boomerang, otras ataca por la espalda, muchas ni sabemos de sus consecuencias, las menos no tienen. Cada minuto lo único que lo enlaza a nosotros con el siguiente es la memoria de lo que hicimos, de lo que trajo después, y al no tener el don, o la maldición, de volver sobre los pasos dados, vamos poniendo un pie tras otro creando acciones y reacciones.
Somos ese punto que al moverse es línea y que dibuja algo imposible de entender sin todos los demás puntos que lo van enlazando. Somos nosotros y los otros, nunca diferentes aún a pesar del entorno, quizá condenados a repetir lo que hicimos si pudiéramos rehacer lo hecho.

viernes, 23 de diciembre de 2011

Fechas a calzador

Mucha gente se me sorprende cuando contesto a la pregunta hecha por ellos mismos de si me gusta la Navidad o de con quién me reuno a comer o cenar ese día, o días, porque digo que en realidad, me da igual que sea o no Navidad, que yo vivo el tiempo a mi modo, siempre caótico, y en absoluto tiene que ver con el calendario, que no me siento a la mesa con nadie de mi familia, que suelo irme de viaje aprovechando los días libres, que no los voy a perder en compromisos a los que de niña no pude eludir, y que ahora, gracias a esto de crecer, sí puedo. Decido dónde, con quién y cuándo estar, comer y viajar.
Sí, algunos me miran con espanto, otros con pena, muchos con escepticismo. Pero pocos me comprenden.
Los días, las fechas deberían ser más íntimas, no tan todos-a-una. Yo celebro lo que quiero cuando quiero, ni la salida del año me interesa, ni comer con quienes no ves más que ese día ni sentir ese supuesto espíritu solidario justo, y solo, en estos días.
Nadie debería hacer nada por mandato del calendario, sino solo cuando verdaderamente se sienta. Huyo de las fechas impuestas, embutidas con calzador.

miércoles, 21 de diciembre de 2011

Poema; Última noche

Última noche. Lo siente.
No cerrará los ojos hoy.
La corteza de la oscuridad, lo desconocido
le obligan a lo imposible:
No dormir. Soñar.

Sueña con el niño que fue,
cuando el tiempo aún era absoluto,
lo inmediato ley,

y el deseo única verdad.
Repasa quien fue,
cómo se marcó el camino
por dónde creció.

Le escuecen los ojos que no cierra;
le lloran sin saber por qué:
¿Por qué su vida acabó?,
¿por cómo la vivió?,
¿por qúe intuye la que descartó?

El adolescente, el joven, el adulto,
el que cada día, sin pensar,
abría los ojos,
sus ojos,
y miraba sin ver
que un día; hoy, mañana, ayer
no verían más.

Su última noche. Lo sabe.
Sueña que intenta no dormir,
mientras con los ojos cerrados duerme.
Hoy no los volverá a abrir.

lunes, 19 de diciembre de 2011

Todo continúa

Siempre es durísimo constatar que la vida sigue perfectamente sin uno. Si tú paras, el mundo no lo hace contigo. Donde eras importante, dejas de serlo, solo el recuerdo de tu sombra continúa. Y no es malo, es necesario, pero duele; no es fácil asimilar, cuando lo ves, que al irte, y regresar, nada es igual aunque sea lo mismo. Ya no estás, la gente se mueve sin ti, las cosas sobrevivien a la ausencia de tu tacto, de tu mirada. Has tenido que parar, pero no el resto, que funciona exactamente igual, sin cambios en ese oscilar ondulante de ausencias cubiertas por presencias nuevas... en tu pupitre se sienta otro, en el trabajo otro explica, en las risas de ellos, no está la tuya... pero siguen, todo sigue sin ti.
Es lo que hace que podamos soportar las ausencias; olvidarlas. Con cariño, pero con firmeza, las llevamos a esa zona de niebla donde los márgenes dejan de ser nítidos.
Somos fantasmas de nuestra propia presencia. Ausencias vivas.

sábado, 17 de diciembre de 2011

Relato. La maleta (para Bea)

Ahí estaba. Hacía ya una semana que Julián la había colocado en el primer plano de su escaparate. Una maleta forrada de etiquetas de diferentes colores, una por cada país que había visitado. La fascinaba. Le costó mucho entrar en la tienda del prestamista y pedirle por favor que se la dejara mirar, tocar. Con los dedos recorría cada pegatina y memorizaba su nombre: Estambul, París, Londres, El Cairo, Madrid, Milán... países exóticos, lejanos. Cuando el dueño le pedía por favor que se marchase, que molestaba, iba directa a la biblioteca para bucear en la única enciclopedia que había, una polvorienta y anticuada. Recorría de nuevo con los dedos las imágenes de esos nombres para darles vida; así París dejó de ser un nombre hueco para llenarse de bulevares, cafés, catedrales y torres de metal; Londres se vistió de parques, museos, relojes y niebla. Y así con cada uno de los lugares visitados por la valija, hasta que la bibliotecaria, una mujer seca que había perdido los sueños entre esos libros, le pedía también que se marchara, que debía cerrar. La niña asentía y dejaba atrás esas ciudades a las que se juró que iría junto con la maleta. Debía ser suya. Y eso hizo al día siguiente de tomar la resolución. Entró en la tienda del prestamista, “¿Otra vez vienes a verla?”; “Sí, señor, pero quiero comprarla”, y le dio un montón de monedas sudadas por haberlas llevado en su puño bien apretado desde que las sacó la noche anterior de su hucha. “Tenga” y el hombre las recibió con seriedad. No eran muchas. La miró. “Sé que aún me falta, ¿verdad?”, “Sí”. “Ya”, la pequeña era consciente de que con lo poco que había reunido no era suficiente, pero eso no la paró. “Mire, es que no quiero que la venda, yo se la iré pagando, cada semana le traeré más monedas, pero no se la dé a nadie más. Es mía”. Julián, serio, abrió un cajón de detrás del mostrador, sacó un papel y garabateó cifras y fechas. La niña, con los ojos muy abiertos, observaba cómo hacía. “Toma, esto es un pagaré”, ella asintió sin saber qué era eso, pero alcanzaba a intuir que tenía su importancia. “¿Ves? Aquí anotaré todas las monedas que traigas, y cuando esté pagada, te la podrás llevar”. La carita roja de emoción contestó con un gesto; las palabras no le salían. Aturullada, balbuceó unas gracias y salió. Comenzó a caminar, y solo a la altura del parque se dio cuenta de que era propietaria de la maleta. Dentro sentía como si hubiese hecho un pacto con el diablo, pero le dio igual. Esa propiedad la sacaría del pueblo, del destino cerrado que la esperaba si se quedaba en él. Le abría las puertas del mundo. Y semana tras semana iba a ver a Julián, que con ademanes graves para que ella comprendiese que la tomaba en serio, cogía las monedas que Adela reunía trabajando como zurcidora, lavando ropa o fregando suelos. Tardó muchas semanas en completar el pago. Ya había dejado de ser una niña cuando el prestamista le dijo mirando el pagaré que ya era suya, que podía llevársela, y Adela, casi sin fuerzas para cogerla, la tomó del asa, y con ella en su mano, dejó atrás ese mundo limitado y se enfrentó a otro destino. El que ella fue creando pegando, viaje tras viaje, nuevas etiquetas en su maleta.

jueves, 15 de diciembre de 2011

Días mágicos

Son fechas extrañas las que se avecinan. De niños no creo que haya nada mejor que esperar con esa ilusión totalitaria infantil que se cumpla lo que se escribió en una carta, a cambio de haber sido buenos.
No creo que sean los regalos en sí los que hagan que los niños se sientan tan entusiasmados, sino que los traigan seres mágicos, personajes de cuento, jueces del Bien y del Mal, seres absolutos como ellos.
Los niños creen. Y esa fe hace que efectivamente, estas fechas sean especiales. Nos contagian a los adultos y nos reducen a los críos que fuimos, casi oímos junto a ellos el paso de los camellos o el ruido del trineo o vemos las siluetas de esos Reyes Magos cargados de regalos; hasta distinguimos entre los demás el que hemos pedido en esa carta con letra infantil, apenas inteligible, bordeada de sueños.
Son días para ellos, para la infancia, para recordar a la familia, sabores únicos, olores jamás repetidos, casas ajenas calentitas, un ir de aquí para allá, y todo eso unido al nudo en el estómago del susto de si nos traerán o no lo que pusimos en esa carta festoneada de azul y echada en ese buzón de correos especial. Como esos días.

miércoles, 14 de diciembre de 2011

Apatía

Esta mañana he oído de un buen amigo, "ya qué importa nada, me da igual todo", y es que a veces, es cierto, da igual todo. La sensación de no ser dueño de tus movimientos es cansina y puede llevar a ese n¡hilismo atroz.
Y no hay fórmula mágica ante ese desánimo, cuando uno está así, solo quiere que ese todo pase, sentirse de nuevo uno mismo, aunque esa apatía también es legítima. No es fácil levantarse cada día y enfrentarse a un vacío, un agujero que absorbe las energías y un darse contra la pared diario.
Está en esto de respirar.
Solo se puede esperar, apretar los puños y procurar mirar alrededor. No todo es negro ni blanco ni gris. Ni de colores.

martes, 13 de diciembre de 2011

Fracciones

Si miramos de una vez cualquier todo, este pierde individualidad; se convierte en una masa donde los detalles desaparecen.
Como dicen; si un hombre, o mujer, pudiese ver cómo será su vida de golpe, se suicidaría. Y me lo creo. Es un "todo", ahí quedaría lo absurdo, la amalgama sin detalle de unos hechos, el sinsentido de recorrer las horas sin más. Y quizá por eso nadie tiene ese don, porque el ir despacio, segundo tras segundo, sin saber siquiera lo que sucederá en el siguente, nos da el ánimo, o engaño o esperanza de que existe ese cambio que uno quiere, porque todos queremos que el minuto que precede al eternamente presente, sea mejor.
No es agradable vernos esas horas, ese futuro, ya empaquetado, rutinario, inamovible y estancado. Es mejor desmenuzarlo, pasarlo de puntillas sin romper la ilusión de que no es un bloque, sino que está compuesto por miles de fracciones interesantes.

lunes, 12 de diciembre de 2011

Inertes

Hay personas que se conforman con vivir sus sueños desde el sofá; los imaginan, se recrean en ellos, y recuerdan desde lo imposible lo que nunca sucedió; conformándose con ensoñaciones a las que pueden dominar, manipular, retocar y cambiar porque levantarse del sofá y emprender la lucha es duro.
Del anhelo a la realidad hay muchos pasos, todos vacilantes y difíciles, que se basan en la voluntad contra la frustración constante. Dominarlo no es fácil. Por eso los más pusilánimes con idear se conforman, consiguen creerse especiales, héroes de muchas contiendas, ya que en la mente se llega siempre a lo que uno quiere, y encima, son de los que saben más que nadie, ya que desde la teoría toda práctica está superada de antemano, por la razón innegable de que al no hacerse, no se falla.
Cuánta gente critica cómodamente desde su sofá, creyéndose en la cima de todas las montañas.
Los únicos que miran desde ahí, son los que eligieron una o dos montañas a lo sumo y jámás dejaron de poner un pie delante del otro, a pesar del desánimo y de las críticas de los sofás.

sábado, 10 de diciembre de 2011

Gentes

Andando entre la gente, mucha gente, con la iluminación de estas fechas, lucecitas que ayudan a dar una sensación de irrealidad, quizá pensadas para provocar el consumo, ese impulso condicionado de anuncios, Navidad, gastos...
Cuántos somos. Cuánta gente que no conocemos nos vamos encontrando en esas calles iluminadas. Cada uno con su mundo, historia, pensamientos; sin conocernos pero rozándonos, escuchando retazos de sus conversaciones, compartiendo durante un segundo sus preocupaciones, alegrías, inquietudes.
Quizá entre ellos estén los que en un futuro serán amigos, compañeros, vecinos. Los que ahora miramos y no reconocemos podrían convertirse en gente con la que quedar algún día. No se sabe. No nos hemos encontrado en un ámbito propicio para el trato, solo unos instantes, unos segundos donde hemos intercambiando el mismo lugar, las mismas luces, el mismo tiempo.

viernes, 9 de diciembre de 2011

Parones

No me importa pasar horas y horas en trenes, autobuses, coches, aviones viendo pasar el paisaje al ritmo de los pensamientos, es más, me gusta. Pero si se paran, no. Cada parada, ya sea por un atasco, semáforo, estación, me rompe el hilo de mis ideas, me las deja cojas, en espera. Es irritante. El movimiento las empuja, fluyen.
Ir de un sitio a otro es un momento irreal, no estás en ninguno punto; ni el de inicio ni el de término, vives en un puente entre ellos, la actividad cesó en el primero y no se puede comenzar aún en el segundo. No hay. La espera, el tiempo que se tarda en recorrer ese espacio es de uno. Es como un regalo. Unas horas únicas.
Sé de gente que las aborrece, se aburre, se cansa, va lleno de crucigramas o libros o música. Pero a mí me gusta llenarlas de ideas sin metas, de pensamientos libres porque no tienen razones prácticas de ser: solo son.
Por eso cuando se para el vehículo, los matan, los despiertan, los vuelven a la realidad de un tiempo ya medido. Y dentro de esos metrónomos los sueños dejan de volar.

miércoles, 7 de diciembre de 2011

Tormentas

Contra el viento poco se puede hacer. Como mucho arriar velas y esperar que amaine.
Si vas contracorriente no solo no llegas sino que te agotas. Hay que saber mirar el mar revuelto, ser parte de la tormenta, aunque si se pone brava, no está de más ajustarse el chaleco salvavidas porque cuando las cosas van en contra, no es seguro el final. Puede ser que se acabe en una balsa, o sobre un tronco o bajo el mar, ese que se ríe de todos manipulando su oleaje y divirtiéndose a nuestra costa.
No siempre se sale indemne. No siempre se puede contar un final feliz.
Ahora toca aferrarse, observar los cielos negros, la mar agitada, y el viento en contra.
Mañana igual sale el sol.

lunes, 5 de diciembre de 2011

Ajustes

Cómo me gusta que de repente todos los planes cambien de arriba a abajo por algún imprevisto -si es bueno, mejor-. Ahí estás; con el día montado, ajustado hasta el milímetro, y zas, te entra algo no contado que has de reubicar para que encaje.
Las prioridades primero, a lo que se puede posponer se le mira de reojo para ver que conviene; si mañana o si con un esfuerzo, hoy. Aceleras la rutina, que suele llevarse a cabo con calma, sobre todo, por lo pesado que es hacerla día tras día tras día, y esa prisa hasta la anima.
Intentas que no se pase nada; la mente trabaja deprisa para maximizar el éxito y asentarlo todo lo más eficazmente posible. Son varias las maneras de reubicar las piezas del tétrix improvisado, y cuando sientes que esa es la mejor, un orgullo infantil te invade. Hecho. Ya está todo en orden; se ha logrado sacar más partido a las mismas horas. Grande.
Ahora a disfrutar de la pieza que nos hizo distribuir la mañana de nuevo. Lo que cabe en un día es más de lo que ponemos. Siempre.

sábado, 3 de diciembre de 2011

Juegos

De entre todo lo que me quedé de mi niñez jugar es de lo que más aprecio, no he dejado de disfrutarlo jamás.
Lo más complicado es encontrar adultos que piensen igual, porque lo normal es que te miren raro si tras una cena sacas un tablero, cartas o dados. Bajas puntos. Ellos también. Pocos han sido los que no solo han aceptado el tablero sino que han aportado los suyos; veladas hasta las mil sin darse ni cuenta, risas y audacias, normas para saltárselas y complicidades, conversaciones espontáneas más allá de ese río, o espada con esmeraldas, ese buhonero errante o disparos mal dados. Las palabras también juegan y nos envuelven con su sabiduría. Amigos con los que compartir risas y juegos. Qué difícil. Ahora es la distancia la que nos impide desplegar las cartas, pero lo haremos.
Mientras tanto, yo he de seguir jugando. Y me he tenido que refugiar en las pequeñas consolas con sus entretenidas historias a las que mueves, y donde sufres y encuentras monstruos y tesoros y prueban tu habilidad y paciencia, que te llevan a un mundo muy parecido al de los libros pero donde los guías tú. Donde juegas. Fue mi hijo quien me los descubrió, que para que no jugara solo de chico, estaba allí y desde allí me fui a aquí; a jugar yo sola contra esos genios del mal y superar retos fantásticos, ingeniosos y divertidos.
Sí, soy adicta a cualquier juego que me abra la imaginación, la risa, las palabras, la amistad, los retos y el disfrutar de un buen rato. Besos a J. A. M. N. y B.

viernes, 2 de diciembre de 2011

Cajas chinas

Poca gente se resiste a no abrir una caja cerrada, si está abierta le da menos importancia. La que llama la atención es la oculta. Y si cuesta abrirla, más aún. Cuando más complicado sea conseguir su contenido, más nos empeñaremos en lograrlo.
Si esa caja tuviese uno de esos candados chinos sin entrada para llave, un puzzle perfecto, ideado por esa sutiliza oriental a prueba de la escasa paciencia occidental, ya sería una cuestión vital lograrlo. Aunque nos pasemos días mirando el cerrojo inescrutable, no dejaremos la caja cerrada. Ver su interior se convertirá en una meta, pensaremos, cuando estemos alejados del reto, en cómo hacerlo y nada más llegar, lo pondremos en práctica; si no funciona, nos llevaremos nuestra frustración para convertirla en nuevas energías. Cuando más nos cueste, más empeño pondremos.
Y si no cejamos, si no es demasiado para nosotros, al final, abriremos la caja. Y miraremos dentro.
Haya lo que haya, incluido nada, jamás encontraremos un tesoro mejor porque dentro está nuestro éxito.

jueves, 1 de diciembre de 2011

Palabras y silencios

Encuentro, cuando busco entre los recuerdos, que mis momentos más entrañables siempre han estado rodeados de palabras y silencios.
Las buenas conversaciones, la gente que sabe usar las palabras, el reto de devolverlas, el juego que se crea entre todos. Lo que se calla más que lo que se dice. El lenguaje corporal que conozco bien y desde donde no se sabe mentir como con la boca, aporta aún más.
Una buena conversación se va animando, tensando, se hace creativa y va de tema en tema, buscando argumentos en los lugares menos inesperados y nos sorprende con ellos. Es un duelo increíble, mágico, sensible, divertido, y une. Da pie a más.
Es difícil que algo una más que esos momentos de complicidad, intimidad, a menos que sean los silencios. Ellos en su elocuencia muda, saben transmitir paz, emociones, sensaciones y nos abren desde dentro hacia afuera lo que somos, queremos, son y quieren.
Pueden pasar horas, quizá, sin pensar que estamos pensando, sin oír voces, pero nunca transcurren sin silencio, el de verdad, el que nos dice tanto.


martes, 29 de noviembre de 2011

Babel

Según la Biblia Dios castigó al Hombre que, por arrogancia, intentó llegar hasta Él, construyendo la Torre de Babel. Desde las alturas, esas que Su creación pretendía alcanzar, maldijo la Palabra y dio lugar a las diferentes lenguas: con eso consiguió el caos de la incomunicación; desde ese momento fueron incomprensibles por tener diferentes códigos.
Pero yo creo que creó el caos más allá de los diferentes idiomas. Lo creó incluso en los mismos lenguajes.
Pocas veces se entiende lo que te dicen, y menos aún sabemos expresar lo que queremos. Las palabras enmascaran los sentimientos, dan coartadas perfectas para escondernos tras ellas. Hablamos mucho pero no decimos nada.
Compartimos lenguaje, costumbres y aún así, solemos malinterpretar a los que nos rodean; si es así dentro de la propia cultura, que no será en otras donde diferentes usos y signos aún nos despistan más.
La genialidad de ese Dios Bíblico de aplastar de raíz la incipiente capacidad de compartir lo que somos a través de las palabras, sean estas compartidas o no, evitó y evita, que expresemos lo que somos a los demás y a uno mismo. Efectivamente, no nos dejó aproximarnos a Él. Sabio. (Y quizá temeroso y precavido).

domingo, 27 de noviembre de 2011

Relativo

Hay momentos, épocas que avecinan otras, intuyen que se acerca un cambio, uno grande y desde ese instante, parece que no se avance, como cuando un vehículo adelante al tuyo con bastante más velocidad, y crees estar parada. Eso sucede, todo ser ralentiza, las decisiones se postergan porque siempre falta aquella que da la clave de ese cambio que no acaba de llegar pero sabes inminente. Mientras tanto, la lentitud de movimientos será la norma. Acumularemos la energía extra que habremos de necesitar para afrontar lo que se avecina.
No estamos parados aunque eso mismo sea lo que nos parece.

viernes, 25 de noviembre de 2011

No existe lo invariable.

No hay nada seguro, lo que creemos tener no lo tenemos, lo que pensamos saber, no es tan cierto. La vida en sí misma es insegura. Nos agita y vapulea quitándonos y dándonos lo que ni imaginamos, todo es cambio: hemos de adaptarnos. Esa seguridad cómoda que como espejismo nos parece real, no lo es.
Nada bajo el sol lo es.
Los cambios continuos es la única variable inamovible. Lo que ahora es, no lo será un día cuando abramos los ojos y veamos que todo es distinto a lo soñado, planeado, vivido, y a pesar de eso, se ha de seguir, desde la incertidumbre de estar vivos.
Una puerta sin puerta que nos muestra, invariablemente, lo lejos que estamos de esa comodidad cotidiana que estalla en mil pedazos cada día. Unos más que otros.

jueves, 24 de noviembre de 2011

Imágenes vivas

Hay imágenes que resaltan entre las demás: un árbol de hojas moradas; una calle mojada que refleja como un espejo lo que ve permitiéndotelo ver a ti mientras avanzas; una escena con niños que juegan o se pelean o piden o lloran; escaparates coquetos, otros más siniestros, como los de ese taxidermista un tanto polvoriento y descuidado que eterno, nos muestra ojos de vidrio, cabezas apolilladas, cuerpos de serrín; olores que se ven porque nos traen recuerdos de lugares y personas que olían igual; cielos con nubes, sin ellas, negros, blancos, estrellados, lunáticos; pasajes silenciosos; calles bulliciosas; paradas de autobuses donde se escuchan conversaciones de todo tipo; gentes que pasan, que se paran, que se miran, que te miran.
Imágenes que por lo que sea captan la atención, y con ellas, te diluyes, te fundes; descansas de las tuyas propias y te llenan.
Imágenes vivas.

martes, 22 de noviembre de 2011

Días mojados

Los días lluviosos tienen algo de melancólicos, no grises, sino cubiertos de una pátina triste, donde caminar, pensar, recordar se agudiza. Los sentidos algo embotados nos salen al paso mojados, como una fotografía mal conservada, con los rasgos desdibujados, quizá por lo mucho que se ha mirado, desgastando perfiles, imaginando, más que mirando, lo que nos cuenta desde su espacio congelado, eterno.
La lluvia potencia ese estancamiento, esa borrosidad nítida de lo que fue, de lo que es. Nos empapa con lo que no se ha realizado, nos urge a recomponer las figuras de los sueños, de lo que se quiere hacer. Miras cómo el cielo abierto se desparrama sobre nosotros, sobre lo que pisamos y no nos gusta tomar conciencia de lo que no hemos andado, ni hecho.
La lluvia nos recuerda que todo pasa, que nada es lo que es, sino lo que quisiéramos que fuese y los sueños se nos mojan, pendientes de un sol que los ilumine, les de vida y calor.
Sí, son días para dejarse llevar por la melancolía, esa emoción tan suave, dulce y a la vez, sosegada y acuciante.

lunes, 21 de noviembre de 2011

Relato. 4 y última parte. Un domingo cualquiera

Si uno escuchaba con atención, pocas eran las veces en las que existía un verdadero debate, cada uno expresaba sus opiniones, sin atender a las de los demás, hablaban en paralelo y les daba igual. Los había que se lo tomaban muy en serio esto de ir los domingos al parque, se notaba en el esmero de sus ropas, en la ilusión de encontrarse con la cita dominical, sentirse acompañados por sus recuerdos al compartirlos con sus amigos, renovándolos -algunos, de tanto haber sido recitados, fueron perdiendo realidad, cada vez más desvirtuados por las capas de palabras usadas, siendo ya imposible para su propio narrador, saber qué pasó de verdad y qué se fue inventando-.
Ahí estaban, hombres y mujeres que se animaban haciendo planes para el domingo siguiente, tras haber sobrellevado las rutinas de la semana; los nietos a cuidar, los hijos que no acaban nunca de doler, la ausencia del cónyuge o su presencia, de las penurias de la pensión.
Intentaban, al fin y al cabo, vivir en el espejismo común; romper con la rutina, creerse distintos del día a día, renovarse para ser capaces de afrontar las horas que quedan por delante.
Luisa decidió comer ahí mismo, no moverse. No tener que hacer la comida para ella sola, no tener que descolgar el teléfono que, presumiblemente sonaría porque alguien -su madre, hermana, una amiga-, la llamaría para animarla. No quería tener que rechazarlas, no entendían que quisiese estar sin ellas. Le exasperaba que le hablasen como si la conversación estuviese minada de palabras que mal usadas explotaban, hiriéndola.
Tampoco se veía con ánimos de encerrarse en casa, pasando las horas de la tarde tumbada desficiosa en el sofá de su salón, mientras iba oscureciendo poco a poco, hasta que encender la luz eléctrica fuese necesario, hasta que se hiciese patente que ese día había acabado.
Uno más que se había cumplido para dar paso a otro, y ése a otro, y así hasta que ella volviese a apreciarlos, renovase la ilusión de querer conocer los pequeños acontecimientos que le aportarían esas horas que nos visitan, sólo una vez cada una, desde que amanece hasta que oscurece.

domingo, 20 de noviembre de 2011

Relato. 3 Parte, Un domingo cualquiera

Estaban siempre ahí dentro, callados, sin hablarse, sin hablar. Miraban a los transeúntes, atendían a los que se paraban, y ahí pasaban su tiempo, tras su mostrador, orgullosos de su flamante tienda, junto a sus mercancías, esperando.
Uno llegaba a la conclusión de que lo de las revistas era una broma pesada del proveedor.
Luisa acabó de recorrer el espacio entre el quiosco y su terraza al sol inmersa en sus sensaciones, intentaba no pensar. Le hacía daño y sabía que atormentarse no solucionaría nada. Había que seguir, eso era todo.
El café sabía bien.
Se sentó cerca de la fuente en forma de estanque de la que no paraba de surgir un chorro hipnótico de agua fresca. La brisa murmuraba a su paso por entre las hojas del gran árbol que la cubría, creando una penumbra amable, silenciosa, sólo perturbada por el griterío de los niños que iban a jugar en sus aguas.
No lograba interesarse por lo que leía en el periódico, sus titulares no la animaban a profundizar en el texto, su realidad se había tambaleado y era cómo si la de los demás no le acabase de importar, se sentía excluida de esa lejana actualidad.
Se recostó en la silla, un tanto incómoda del bar, intentando sentir sólo ese momento. Lo pasado pasado.
Por ser domingo había mucha animación en el parque. Niños pequeños seguidos muy de cerca por sus padres; grupos de adolescentes estrenando su reciente independencia sin adultos. No había casi jóvenes, excepto parejas, solitarios lectores o amantes de la naturaleza. Lo que más abundaba eran ancianos.
Muchos de ellos pasaban las horas callados unos junto a otros, contentos de sentirse en compañía.
Había ruidosos jugadores de cartas, contertulios apasionados -ya fuese de fútbol, toros o política, el tema parecía lo de menos-.

sábado, 19 de noviembre de 2011

Relato. 2 Parte, Un domingo cualquiera

Sentada a la mesa de la luminosa cocina se decidió por el parque, estaba más cerca. El trayecto hacia el botánico le abrumó.
La brisa que recibió, nada más pisar la calle, le hizo sentirse absurdamente feliz. Una luz nítida, ese suave calor, todos esos olores entremezclados. Sentía un nudo en la garganta, tenía ganas de llorar y ese estado de ánimo la perturbaba, por no entenderlo del todo. No sabía dosificar, domar sus sentimientos, los dejaba fluir sin más.
Fue andando hacía su destino, sin prisas, sin tiempo.
Al final de la calle, en su esquina, había un pequeño grupo de personas en torno al quiosco del barrio. Ella también se paró ante él, leer la prensa, sin prisas, saboreando un café al sol, era uno de sus lujos dominicales, y hoy se lo iba a permitir.
Otra vez notó el nudo en la garganta.
Se puso a esperar su turno.
Ese quiosco siempre le había llamado la atención, aparentemente era sólo uno más, lleno de revistas, golosinas estratégicamente colocadas en la parte acristalada de más abajo, reclamos de cromos brillantes, cigarrillos sueltos y prensa en el mostrador, para que los que llevan prisa puedan elegir y pagar rápido; todo como todos, pero al acercarse uno y mirar detenidamente las revistas, veía, no sin desconcierto, que eran todas pornográficas, sin excepción, y algunas de verdadero sonrojo. De las muchas veces que Luisa pasaba por allí, no vio a nadie comprándolas. La zona era apacible y al lado de un gran espacio verde, no era el tipo de barrio en el que existiese la demanda de ese tipo de revistas.
En los dueños tampoco había indicio alguno. Se trataba de dos ancianos, presumiblemente matrimonio, de lo más tranquilo. Él padecía una ligera cojera y se apoyaba en un bastón cuando salía de su quiosco, que era raras veces. Ella ausente en la mirada, y un poco torpe a la hora de vender, siempre te atendía titubeante, como no estando segura de si el producto que te estaba dando era el que le habías pedido.

viernes, 18 de noviembre de 2011

Relato. 1 parte. Un domingo cualquiera

El despertador sonó por la costumbre de hacerlo. Y Luisa se despertó por lo mismo.
Los domingos, que podía dormir más, era cuando no le apetecía. Las sábanas le molestaban y la cama entera la rechazaba. Aun así, se quedaba unos minutos en ella planeando las doce horas de libertad que tenía por delante, antes de volver a dónde estaba. Empezaba pensando en qué comer y dónde y acababa recordando aquello que quería olvidar. Era entonces cuando se levantaba sin pereza, sin darse casi cuenta de que era su cuerpo el que se izaba y sus pies los que la llevaban decididos a la cocina, a por café.
Hoy era un buen domingo, soleado y suave, podría ir al botánico. Le gustaba mucho pasearse por entre parajes de distintos países; unos pasos por el senderito de grava y estaba en Méjico; tres recovecos más atrás y Bolivia; detrás de la fuente, Corea y así por todo el recinto. Era la única opción de oler esos árboles, ver esas hojas, recorrer esos mundos.
De muy chica la llevaron a una feria con la estructura de un pueblo, que recreaba muchos de los monumentos más representativos de todo el mundo. Era un caos de espacios; se juntaban las Pirámides con la Torre Eiffel y para admirar a Santa Sofía, bastaba con tan sólo cruzar un puente japonés. Le impresionó mucho.
Desde entonces le quedó la sensación de que el mundo no es tan grande, las distancias no son tan enormes y que no estamos tan lejos unos de otros. Siempre lo rememora como un sueño, a veces duda que haya existido tal feria. Cuando pregunta en casa, nadie lo recuerda.
El silbido del café anunciándose le distrajo de sus pensamientos.
El verse en la cocina le sorprendió. No había estado plenamente consciente de sus movimientos. Solía ensimismarse con demasiada frecuencia, parecía estar siempre en cualquier otra parte que en la que realmente estaba. Se sonrió tristemente, era ése un rasgo que no les gustaba a los demás. Tampoco a él.

miércoles, 16 de noviembre de 2011

Instantes

Un intento tras otro. Una acción que lleva a otra. Un pensamiento que crea opciones. Una ilusión que marca caminos. Una esperanza que mueve voluntades. Un encuentro que cambia rutas. Una casualidad que no lo es tanto. Un destino que va incierto. Opciones que bifurcan. Bifurcaciones que llegan el mismo punto. Puntos que al unirlos no crean dibujos. Dibujos que al contemplarlos no dicen nada. Nada que no deja de ser nada. Días que se funden en años. Segundos rebeldes que nos graban sus recuerdos. Sueños que no duermen. Noches interminables que no merecen ser muertas por el día. Horas usadas que miran con recelo a las que esperan usarse. Momentos que mientras los vives sabes que se quedarán contigo siempre. Otros que desearías no haberlos visto jamás.
Lo único que junta eso es nuestra memoria, la consciencia de haberlo experimentado. Somos seres incorpóreos hasta que los recuerdos de cada instante nos llenan, entonces decidimos cómo vivir el siguiente. Eso somos. Voluntades del tiempo.

lunes, 14 de noviembre de 2011

Invisibilidad

Ser invisible tiene ventajas e inconvenientes. Y ambas se solapan. Ver el mundo sin ser visto puede ser tan inquietante como al revés. Al no ser presencia visible oirás y observarás situaciones, comentarios, hechos y actos que quizá no seas capaz de aceptar. Si te viesen ni dirían ni harían lo que si ves y escuchas te atravesaría de parte a parte.
No es humano soportar ciertas cosas, la personalidad no aguanta en firme ver, escuchar y saber lo que los demás ocultarían. La verdad es demasiado luminosa, demasiado potente para de golpe venir a darnos en los ojos. La oscuridad desde donde nos movemos, de la que a veces salimos un poco, no admite la transparencia, la invisibilidad, a menos que también tengamos acorazados los sentimientos.
Saber más de lo que podemos asimilar ni es bueno ni es sabio.

domingo, 13 de noviembre de 2011

Descalzarse

No hay día que sea igual y no es esa la sensación que tenemos normalmente, sino quizá todo lo contrario. Vemos el tapiz de las horas muy similar, buscamos emociones y estímulos que nos cambien el tono, del tipo que sean: el asunto es ver ese entramado menos gris, menos cotidiano.
Pero no lo es. Se mueve y transforma, somos nosotros quienes nos empeñamos en domesticarlo, necesitamos una rutina para ser más libres, lo que parece paradójico pero no lo es. La mente funciona mejor cuando está menos ocupada, la creatividad surge desde la línea base y se va ampliando en al frecuencia de su onda.
Los días los metemos a calzador porque así los dominamos mejor, solo que si no sabemos descalzarnos de vez en cuando, nosotros mismos perderemos la frescura de andar sobre la hierba. Esa que no veremos al pasar cerca cada día.

viernes, 11 de noviembre de 2011

Momentos compartidos

Qué pocas veces se puede retener el momento, qué poca gente puede llenar un espacio y convertirlo en eterno sin límites, vínculos más allá de los vínculos, vidas compartidas en la distancia, sin tiempo ni fin.
Qué difícil sentirse uno mismo con alguien a quien no vives a diario pero sí está cada día, desde más allá del comienzo, dentro, al lado, presente en la ausencia. Esas amistades que nos han configurado y regalado parte de lo que somos y seremos. Y que a veces, pocas, puedes compartir con ellas mismas, bajo un trocito de realidad. Son recuerdos vivos que ayudan a que la grisura de los días se iluminen durante unos instantes eternos, ayudando a sobrellevar el tedio del día a día, de la espera, de los sueños, de la realidad que siempre viene a poner las cosas en su sitio, pero que también, en ocasiones, nos permite experimentar esos momentos reales como pocos aunque imposibles.
Hay personas que son parte de nosotros sin ser parte de lo cotidiano. Y no por eso son menos importantes en nuestro andar diario. Quizá lo sean más.

jueves, 10 de noviembre de 2011

Imágenes infinitas

Detrás de una puerta hay otra que abres y que da a un pasillo largo y eterno que comienzas a recorrer, las piernas se cansan pero la mente insiste y no las deja flaquear, las distrae pensando en cualquier cosa, y cuando menos te lo esperas, cuando ya iban solas, llegas al final de ese interminable corredor donde quizá hayan transcurrido años, siglos mientras lo recorrías. Te encuentras con que hay otra puerta. La intentas abrir pero no cede. Estás un rato maniobrando el pomo y hasta la golpeas con el cuerpo, pruebas con los insultos, pero no hay caso: no se abre. Miras a tu alrededor pero solo están las paredes que crean el pasillo por donde viniste. Se te pasa por la mente regresar. Los pies aún duelen, la mente rechaza la idea. Te sientas, después de haber intentado de nuevo abrir la puerta que impide que avances. Puede que hasta caigas en un duermevela que te sumerja en la sensación lejana de que habías abierto una puerta que conducía a otra y que esta daba a un pasillo kilométrico que terminaba a su vez en una puerta cerrada donde te acurrucabas a soñar.

miércoles, 9 de noviembre de 2011

Historias

Lo que nos une, desde el primer fuego hasta ahora, es escuchar historias, unos las cuentan, los demás escuchan y las vuelven a narrar.
Siempre nos han atraído: es la base de cualquier arte; todos cuentan, todos son historias de luz, color, palabras, melodías.
Nos movemos entre narraciones, las de la calle, los amigos, los libros, el cine, las nuestras que inventamos... no sabemos vivir sin ellas. Nadie ha pasado jamás ni un solo día sin un relato, nunca. La mente humana necesita de ellas, las emociones, los pensamientos, los sueños, los actos, todos son reflejos de esas historias, las que nos van configurando y dando pautas. Ellas nos crían, nos sostienen y nos acompañan. La red social está tejida de ellas. Nos encanta que nos sorprendan. Y aquí va un ejemplo.
Un día, dos padres, uno rico y otro pobre, llevaron a la cima de la montaña a sus hijos aún pequeños: el primero situándole donde pudiera ver bien, le dijo contento: Mira, un día de estos todo esto será tuyo.
El segundo, subió al hijo y asegurándose que viera bien, dijo feliz: Mira.

lunes, 7 de noviembre de 2011

Horas bajas

Hay días donde te arrastras, cansada, apática, sin energías ni ganas de nada. Días grises, doloridos, negros donde los pensamientos se contagian de esa pátina turbia y siniestra que nos impide movernos, atrapados en la sustancia pegajosa y viscosa de las que están hechas.
Son horas cansadas antes de nacer, las vemos forjarse en el rabillo de las manecillas del reloj, atentas a su cometido de no dejarnos levantar cabeza. Se camuflan para sorprendernos, pero en vano; las sentimos. Ya pueden disfrazarse de lluvia, malestar ligero, melancolía, fiebre, que las detectamos. Son minutos tejidos con ese punto denso de la apatía, del desánimo, con un entramado tupido, opaco. Son lo que son y se viven como se viven.
Pero siempre acaban terminando y dejando paso a las horas cotidianas, más ligeras, imprevisibles y vivas.

viernes, 4 de noviembre de 2011

Ecos

La ilusión se alimenta de realidad, sin ella, languidece y muere.
Solo de sueños es difícil levantarse, cierto que sin ellos nunca lo harías, pero qué es una esperanza que no desee ser real. Nada. Mera distracción, o simple cobardía. A un deseo se le ha de conceder la vida. No es digno atraparlo y retenerlo como excusa; se tiene que trabajar para él, para que cobre vida.
Es compleja y contradictoria esa frase que te previenen contra lo que desees porque podría convertirse en realidad. Si no quisieras esa verdad, no lucharías al lado de esa ilusión.
Creo que un sueño sin despertar no es sueño, sino pesadilla. Los ecos que despierte en vida sí serán dignos de su vigilia: entonces empezará de verdad a soñar.

jueves, 3 de noviembre de 2011

Poema, ELLA


No era ella, ya no.
Ni su cuerpo ni su mirada opaca.
No es ella, ya no.

No se reconoce en su energía apagada,
transformada en qué.
Su pelo sin brillo,
su aliento sin vaho,
su boca sin palabras.

Nunca más seré yo en ella,
sus recuerdos se apagaron
rota para crear nuevos,
que ya no serán.

Es mentira.
Este cuerpo inerte
sin voluntad
no es ella,
aunque ayer lo fue.

La vida maneja los cuerpos
que la muerte desmadeja,
aborrecida por los vivos
hasta la náusea.

Lágrimas vertidas.
El vacío del cuerpo abandonado
de sí mismo,
crea estupor ante los ojos
que lo vieron vivo.


Ella nunca más será,
nada más, que un instante en mi vida
que también, un día me abandonará,
siendo yo, nunca más ella.

martes, 1 de noviembre de 2011

Respuesta

Los vivos necesitamos de los muertos para encontrar un sentido a la muerte. Los cuidamos y mimamos, les compramos nichos, ataúdes, panteones cómodos y lujosos. Les llevamos flores, los invocamos desde tableros, rezos, fotos que presiden salones o llenan cajones, entre pétalos secos. Los llevamos en el recuerdo, entre las palabras cuando añoran, en los momentos cuando algo vivo nos los trae.
Es como si no quisiéramos admitir su marcha, su huida casi a traición de una vida que nos impone un final. Los vestimos de fantasmas y apariciones, letras, colores y notas. No les dejamos ir, nos negamos a quedarnos solos, esperamos de ellos que nos digan, al menos, qué nos espera, qué tienen ellos que no tenemos nosotros, los vivos.
Les demandamos una respuesta. Y no nos la dan.

domingo, 30 de octubre de 2011

Mensajes vivos

Leyendo sobre el pueblo armenio, que también le tocó vivir el horror de su genocidio en este siglo pasado, supe historias de sus deportaciones contadas con esa magia, entre superstición y fe, característica de ellos; sus andares bajo el terror lo llevaron con una dignidad serena.
Una de las historias es la que fragmento ahora: para comunicarse entre las distintas zonas donde iban siendo arrastrados y ubicados utilizaron un método de lo más ingenioso.
Llamaban a uno de los niños huérfanos, los padres no les dejaban irse de su lado, que aún tuviera fuerzas y dándole comida para el trayecto y órdenes detalladas de cómo moverse por la noche hasta llegar el emplazamiento final, le limpiaban la espalda, y lo hacían tumbarse con los brazos en cruz. La piel sin grasa por la falta de alimentos era perfecta para hacer las veces del papel, le escribían con una pluma toda la superficie hasta la rabadilla, y el niño aguantaba el dolor, al principio más soportable, luego menos, de la punta de la plumilla rasgando su espalda. Una vez terminado el mensaje, se le ensuciaba la piel con lodo para que no se viese lo que llevaba si lo apresaban y lo mandaban al otro lado, con la advertencia de que si lo iban a coger se tirase al río Eúfrates, por cuyos márgenes iría hasta el campamento, para que mojada, la piel escupiera la tinta y nadie leyese lo que no tocaba. A la vuelta era el mismo proceso.
Mensajeros de mensajes vivos.

viernes, 28 de octubre de 2011

Relato: Sueños y Realidades

“No puedo. Lo siento, no insistas”. Jorge, dolido, sin entender muy bien por qué ahora que sí podían, ahora que las palabras dichas y los sueños compartidos durante más de un año en esa misma terraza, todos los jueves, iban a ser realidad, y nunca más esperanzas, ahora, ella le dijera que no. Un no rotundo; eso se siente. Ese “no” que cae en medio de todo rompiendo con estruendo cualquier posibilidad. La miró: sí, era ella, vestida con ese traje rojo que tanto le gustaba. No se atrevió a internarse en sus ojos verdes, le daba miedo no reconocerlos. Dejó que el silencio apartase el eco de la negación, muy presente sobre la mesa, ante esos cafés a medias aún, que nunca los apurarían; no había ganas de seguir tomándolos.

Había encontrado la manera de que sueño y realidad coincidieran. Ni su trabajo ni su familia ni su miedo al cambio le estorbaron, cada jueves vivía la vida que nunca pensó vivir: al lado de esa mujer que casualmente se encontró hace ya un año, ahí mismo. Pensó que el azar se había puesto de su parte y así se lo dijo y ella asintió, compartiendo idéntica sensación.

Y ahora era “no”.

Ella, de rojo, no se había esperado nunca esa propuesta de realidad. Solo quería vivir el sueño; lo que la mantenía viva. Su vida era anodina; casada con hijos ya mayores, con un trabajo vulgar, rodeada de conocidos que no la llenaban, que un día decidió ser otra, vestirse diferente, peinarse distinta y echarse a pasear y a hacer todo lo que ella, la otra, no hacía. Fue una experiencia intensa, gratificante, emocionante. Cuando llegó a su casa, se metió en su rutina pero aún temblando: tenía doble vida. Era quien quiso ser cuando empezó a soñar; decidida, arriesgada y temeraria. Y además, al siguiente jueves, cuando volvió a desdoblarse, ante un combinado extravagante, se le acercó él, Jorge, y como esa otra que era, entabló conversación y compartió una ilusión, viviéndola de verdad cada jueves.

Nunca creyó que él viniese con el sueño para convertirlo en real. Mientras se lo iba proponiendo, con entusiasmo y brillo en los ojos, ella veía a donde abocaría esa realidad; a la que ya tenía: días iguales, compromisos familiares, compras en el mismo barrio, domingos tediosos.

No iba a permitir que la realidad rompiera su doble vida, su ilusión de vivirla. Jamás dejaría que se estrellara contra los días con sus horas de verdad.

miércoles, 26 de octubre de 2011

Libros

A lo largo de la Historia, cuando cualquier dictador entraba en escena, una de las primeras cosas que hacía, entre matar, apresar, dictar sus normas y pintar el ambiente de terror, era la quema pública de libros.
Se obligaba a que sus nuevos ciudadanos llevaran a las víctimas a una plaza pública, emblemática a ser posible, para depositarlas en medio, se iba casa por casa para comprobar que nadie había escondido algún ejemplar; un libro más apreciado, el más releído, el que siempre nos consoló. Entran y registran y si se topan con uno solo, al dueño lo encerraban, y al libro se lo llevaban para engrosar la pila.
Una vez todos ahí amontonados, indefensos, sin poder hablar ni perpetuar sus páginas, a menos que se hubiesen memorizado como en la famosa novela de Bradbury, se les prendía fuego.
Hitler, Stalin, Mao entre otros se aplicaron bien en esto; no dejaron que ellos, los libros, contaminaran a su nuevo pueblo con ideas propias.
Ahora, en esta época, tampoco dejan que los libros nos contagien con su saber, pero son más astutos; no usan el fuego, sino los medios a su alcance para que sus súbditos ni se acerquen a ellos. Para eso está la televisión, el fútbol, la baja calidad de enseñanza y lo que vayan sacando.
Es más ladino y astuto, no crean mártires, y encima, funciona mejor.

martes, 25 de octubre de 2011

Relato. Vecinas

Los gritos se escuchaban cada día, daba igual la hora, la excusa, el motivo. Daba igual. Cada vez que él llegaba a casa, no se tardaba ni diez minutos en empezar a escucharse su voz, gritando, exigiendo, rompiendo la tranquilidad del salón de Ana, que vivía pared con pared y que no podía evitar escucharlo todo. Lo peor eran los llantos del bebé; no paraba de llorar, y eso irritaba aún más al padre.

Era por todo, él se enfadaba por todo: porque no estaba bien condimentada la comida, porque repetía menú, porque el niño no se callaba, porque el jefe le había llamado la atención, porque el estúpido del compañero no había hecho bien su parte, porque llovía, porque no llovía. Daba igual. Ella nunca alzaba la voz, intentaba amortiguar el malhumor, la irritabilidad del otro. Era un intento vano.

Ana se desesperaba, sentada en su sofá, por mucho que quisiera centrarse en la lectura, o en la película que estuviera viendo, o en los pensamientos que le rondaban continuamente sobre las decisiones tomadas, que le habían llevado a esa casa, lejos de otra que decidió dejar, pidiendo el traslado de oficina y el distanciamiento geográfico de donde ya no era feliz. Aún sumergida en sus pensamientos era imposible no salirse de ellos a cada grito, a cada puñetazo sobre la mesa, a cada susurro de ella intentando quitar hierro.

Un día más violento en gritos que los demás, Ana se asustó mucho; quitó la radio para atender mejor: nunca había escuchado que la pegase, pero no sabía por qué, siempre estaba pendiente de ese golpe. Creía que hoy podía ser el primero. Escuchó a través de ese tabique sonoro y se notó tensa; si acusaba cualquier signo de violencia física, llamaría a la policía. No tenía duda. Ni cuando vio a su vecina hace una semana, esperando el ascensor, no habían coincidido aún desde que se mudó. La reconoció por la voz suave, la misma que usara para calmar las tormentas. “Hola; ¿a cuál vas?” “Al séptimo”, “Igual que yo”, “Sí, somos vecinas. Me llamo Ana. Encantada”, “Ah, sí, eras la nueva, ¿no?, bueno, pues ya sabes, lo que necesites, llamas, ¿vale?”; “Muchas gracias, igualmente”. Y esas palabras las remarcó con muchísima intención, tanta, que se sintieron incómodas lo que quedó de trayecto en el ascensor. Ana miraba a su vecina en busca de señales de violencia en su cuerpo: un moratón, unas gafas oscuras, ropa más abrigada que la que se requería en este tiempo..., pero no encontró nada.

Y ahí estaba, preparada para intervenir, aunque fuera indirectamente. Sabía por experiencia que a nadie le gustaba que gente ajena interfiera en sus vidas, aunque estas sean más infierno que vida. El derecho a equivocarse es sagrado. Ella lo sabía bien. Aún tenía señales visibles de la última paliza de quien escapó.

Esperaría. No permitiría que a su vecina la hiciera nadie daño.

domingo, 23 de octubre de 2011

Zonas

Hay preguntas incontestables que seguimos haciéndonos, desde que aprehendimos que no somos eternos.
Una de ellas, es qué sentirá un suicida, por qué adelanta su final, hasta qué punto se arrepiente, cuando ya ve que no hay remedio, de haberse despedido de sí mismo antes de hora.
Los mitos y elucubraciones que se han acumulado a lo largo de la historia sobre ese momento entre la vida y la muerte son muchas y la mayoría hermosas; esa despedida de un estado al otro es lo que más cercano creemos tener; desde Caronte y su barca, las monedas sobre los párpados para pagar el peaje, incinerar el cuerpo para que el humo llegue mejor, enterrar los restos con todos sus bienes y mascotas para que no esté solo cuando despierte en la otra orilla, hasta esa luz que dicen se ve al final de un túnel oscuro donde se proyecta la vida que se vivió, pero esta vez con sentido.
Es como si creyéramos que en esos segundos en los que todavía no morimos pero ya no vivimos, nos dieran la clave: saber antes de desaparecer, o saber que nunca dejaremos de recordarnos. Una última concesión a nuestra capacidad humana de ser uno mismo. La que nos da miedo perder en la Nada.
Por eso, uno que ha acelerado el proceso, a la fuerza, ha de experimentar algo diferente, ya que antes de dar el paso, pertenecía al otro lado, vivía desde él, y ni la vida con su fuerte instinto, le recuperó: ya había cruzado el margen antes de atravesarlo.
Ese instante de tránsito, donde se crean fantasmas y aparecidos, es una zona para soñar que vives, si ya has muerto o que moriste si aún estás vivo.

sábado, 22 de octubre de 2011

Normas

La semana que viene, de nuevo, manipularemos el tiempo; los relojes marcarán otra hora, nos situaremos más lejos del sol, oscurecerá igual, pero en nuestra apreciación, se hará de noche antes. Qué fácil parece así mover el Tiempo, es solo cuestión de ponerse de acuerdo. Aquí no valen opiniones, se pueden tener, claro, pero acatando la orden. Se mueven las manecillas y punto. Como con los semáforos, en rojo paras, o las consecuencias son tan obvias que nadie cuestiona el no hacerlo.
Es triste que solo nos pongamos de acuerdo en normas tan básicas, en aquellas en las que ir en su contra nos perjudica: no se puede ir una hora, antes o después, desacompasado con el resto; no se debe tentar a los colores...
Pero en cosas más vitales, importantes y trascendentes, las opiniones nunca se aunan solo marcan más las diferencias.

jueves, 20 de octubre de 2011

Silencio ruidoso

El silencio es un estado difícil de conseguir, en la ciudad casi imposible, ni en las horas más entradas de la noche, donde los camiones de riego van avanzando despaciosamente mojando el asfalto, limpiando las calles del día, del ajetreo. O pasos que resuenan con fuerza por el eco de la luna. O algún que otro grito alcoholizado.
En la propia casa, el silencio está roto por miles de ruidos, crujidos, vecinos que se acuestan tarde, el disparador de la luz del rellano, el goteo de un grifo.
El campo, por mucho que se piense lo contrario, es aún más ruidoso; todos esos animales nocturnos que reviven con la negrura bajo el fresco sin sol, son de lo más escandalosos e inquietantes; ese ulular, gruñido, croar o rascar. Esos pasos suaves, nerviosos, de algo que no ves pero sientes recorrer al lado.
Y el viento, el viento que suena a través de los árboles de día y noche, que cuando encuentra oquedades canta, como cuando se mete juguetón entre botellas o agujeros entre piedras, dependiendo de la zona.
Y lo que más escándalo hace: el propio silencio; que zumba con ese sonido suyo, cuando nada viene a molestarlo y él mismo se anula.

martes, 18 de octubre de 2011

No se piensa

Pensar por uno mismo siempre es difícil, cuando se empieza a hacerlo, o se debería, se tiene unos trece o catorce años y hasta tú mismo te das cuenta de que tus ideas son meras mezclas de muchas; ese amigo que admiras, restos de las de los padres, tímidas aportaciones de un pensamiento propio incipiente... pero son distintas a las que antes pensabas, eso sí lo notas. Y lo coges y vas limando, quitando lo que sobra, leyendo sobre lo que quieres saber desde las bases y asombrándote de todo, ya que las raíces son siempre increíbles, sobre todo, cuando has visto primero las ramas, las hojas, las flores, y creces, y te afianzas en tu visión de las cosas, cada vez más tuya, cada vez menos entreveradas de otros punto de vista. Y sigues, y para ello nunca dejas de curiosear, dejarte sorprender, y la inflexibilidad la rechazas por lo que tiene de corsé limitador, y junto con tus pensamientos, van tus actos, y cada año son más afines, y si no, paras y miras y cambias.
Eso es lo que tendría que ser. Pero me temo, que la adolescencia, ahora mismo, solo es una excusa para que al gritar, tus padres te justifiquen porque las hormonas van locas. Lo que va loco es otra cosa.

lunes, 17 de octubre de 2011

Cuadro en blanco

Es curioso que se diga que un artista llega a la cima de su creación cuando alcanza, por ejemplo: un pintor, un cuadro en blanco; un escritor, una frase mínima con la quintaesencia del todo; un músico, tres notas condensadas en ellas la música de las esferas.., es decir cuando lo que creas roza la Nada: la esencia del todo dicho con nada.
Puede ser, sí, a lo mejor la búsqueda de uno mismo, de la vida a través de la disciplina elegida, del porqué de las cosas, nos lleve de la ilusión de crear, a crear investigando y desplegando todas las etapas, para acabar donde se empezó: en nada. `
Quizá el recorrido valga la pena, porque ciertamente, no se vuelve al mismo punto, se ha dado la vuelta al mundo, al propio universo, y si se parte sin nada para regresar con nada, no se puede negar lo mucho que se vio de todo.

sábado, 15 de octubre de 2011

Titanic

Se dice que en el hundimiento del Titanic, entre el caos; la búsqueda frenética de unos con otros, mantener el orden riguroso y privilegiado de las personas destinadas a intentar salvarse en esos botes salvavidas insuficientes, no por falta de dinero sino por exceso de orgullo en el diseño de un barco que se creó para no naufragar, se dice que los músicos nunca dejaron de tocar y los camareros jamás dejaron de servir los canapés en bandejas acercándose a las personas con su amable frase, tranquilizadora por lo cotidiano y nada extraordinario, de "¿quiere uno?".
Supongo que eso solo ocurrió, como la salvación, en la cubierta de los de primera clase, donde un cuarteto de cuerda y emparedados de pepino y crema de salmón eran la oferta. Abajo, con las puertas bloqueadas, los de segunda y tercera, no serían amenizados ni con cuerdas ni con delicatessen alguna.
Tampoco sobrevivieron muchos de esa zona para contar la crónica de ese accidente increíble, posible tan solo por la conjunción de varios elementos: la Naturaleza, que siempre esconde lo más terrible bajo la superficie; la falta de pericia y confianza del capitán y la soberbia humana que sobrevaloró su capacidad.
Una tragedia que repetimos a diario.

viernes, 14 de octubre de 2011

Reseña. Quién parpadea teme a la muerte

La editorial Minúscula ha sacado otro gran título: “Quien parpadea teme a la muerte” de Knud Romer, un autor danés, nacido en 1960, que estudió en Copenhague literatura comparada, y que ha publicado ensayos, realizado guiones (incluso actuó en la película “Los Idiotas” de su compatriota Lars Von Trier) y cuya primera novela, esta, ha traspasado fronteras y abierto debates.

Quien parpadea teme a la muerte, es una novela que denuncia sin denunciar, es decir, expone sin juzgar, la injusticia de los vencedores, Dinamarca, con los vencidos, Alemania. Es la biografía de un niño que nació de una alemana y un danés, y de las vidas de sus abuelos, de su familia próxima, de la historia reciente, para él ya pasada antes de nacer, que le marcó más allá de él mismo. Una herencia injusta.

Nos presenta la vida terrible de sus abuelos maternos y paternos, unas vidas que habrían sido plenas y llenas de éxito, pero que fracasaron estrepitosamente ante circunstancias ajenas a ellos: está el abuelo visionario, que tristemente, se adelantó a sus visiones, no pudiendo realizarlas; la hermosa abuela que perdió su belleza en una explosión y solo le quedaron las lágrimas para seguir adelante. Su padre, danés, que al casarse con su madre, alemana, tuve que ver cómo sus privilegios se iban acotando hasta el mismo ostracismo. Y la madre que por amor, salió de su país, un país en el que había combatido activamente contra el nazismo, ese del que la van a acusar simplemente por ser alemana, con el desprecio eterno del pueblo donde se instaló y donde creció el niño que nos cuenta, lo que al ir creciendo, observa, aprende, escucha y repudia. Un pueblo tan pequeño que si no tienes cuidado, puedes salirte de él antes de entrar y donde transcurrió una infancia llena de odio por parte de los niños que le acosan, de la gente que les marca distancias, de los abusos de unos vencederos que no quieren mirar más allá de su odio, y donde no tiene más remedio que crecer en una familia aislada, que hace todo lo posible por pretender que no sucede nada, creando un espejismo de tres, que él, por amor a la madre, ayuda a fomentar.

A lo largo del libro, con una narrativa sencilla, hermosa y muchas veces emocionante, vamos creciendo con ese niño que ve y sufre una realidad que ha de esconder cada vez en casa, que toma consciencia de quién es por quiénes fueron sus abuelos, sus padres y el trocito de Historia que hubieron de vivir. Nos muestra las debilidades y grandezas de unas gentes que quedaron sin futuro a pesar de los esfuerzos por seguir adelante.

miércoles, 12 de octubre de 2011

Juegos

Hay juegos peligrosos, de los que al jugarlos, pierdes aunque ganes. Son todos aquellos que tienen que ver con las emociones de los demás. Hay gente manipuladora que se mete en ellos sin más consecuencias que su propia alma, que ya hace tiempo perdieron en las apuestas. Suelen ser personas frías que se disfrazan de cálidas, mentirosas que dicen contar verdades, egoístas que lo dan todo en un principio, hasta que tienen abierto el camino que buscaban.
Día tras día veo los naufragios de esas víctimas rotas, que todavía no acaban de entender que les mintieron, que se llevaron sus sentimientos, ilusiones, fe, dinero... y no asimilan que los lobos se siguen disfranzando de corderos. Y en este juego, no hay sexos: todos juegan.

martes, 11 de octubre de 2011

Sexta dimensión

Muchas veces me ha sucedido creer ver entre la gente personas conocidas, eso es normal, pero lo extraño es que pienso que es mi amiga pero de cuando nos conocimos en la infancia; veo a esa niña que fue, y hasta la saludaría, antes de que el sentido común me frene; es imposible que sea ella, ha crecido, ya no es así.
O a veces también me engaño con personas que ya no respiran o lo hacen en ciudades disitintas, aunque aún así suceden casualidades como sí ver entre el gentío a una conocida en una ciudad lejana para ambas; ninguna de las dos paseaba por su ciudad. Y sí era ella.
Eso solo hace que se ratifique la idea de que a lo mejor, también esa niña es quien fue, o esa figura que anda igual que aquel que murió, sí lo sea. Que sean espejismos vivos y reales, de apenas unos segundos que mi retina y mi recuerdo materializan. ¿Por qué no? Todo puede ser. Los sentidos nos engañan durante unos segundos, justos los necesarios para que la realidad venga a imponerse, mientras tanto, cualquier cosa es posible.
Menos mal que tenemos esa sexta dimensión, la que existe en ese espacio de tiempo entre la realidad y la imaginación.

lunes, 10 de octubre de 2011

Sueños corrompidos

¿Hasta que punto una ilusión obsesiva puede dejarte exhausto, incapaz de vivir más allá de ella?
Quiero decir, siempre se ha de tener una meta, un sueño, pero cuándo se ha de saber que nunca se hará realidad, cuándo hay que dejarlo, apartarlo de uno, convertirlo en un recuerdo que no duela, que no estorbe, que no nos obsesione, que nos deje construir nuevos sueños, unos que sí se logren. Saberlo es parte del fin, mucha gente no quiere que termine ese estado irracional, y por eso no quiere verlo morir.
Pero mucha otra, no se atreve a dejar atrás esa ilusión porque tiene miedo a quedarse vacío, solo, pobre...
Es un error prolongarse en una mentira, en un sueño muerto, que no nos despierta sino que nos sume en la negrura de lo imposible, y nos aleja de otros caminos.

sábado, 8 de octubre de 2011

Ternura y hambruna

Este Fragmento lo llevé al acto del 24 de septiembre pasado: 100.000 poetas para el cambio, donde se leían simultáneamente en más de cuarenta países, los textos de cada uno de los escritores invitados. Lo vuelvo a editar aquí, porque me lo han pedido, para no buscarlo entre los días y no perderse en el tiempo.

Gracias por leerlo de nuevo.

Ternura y hambruna

Una de las cosas más terribles y tiernas de las que me he enterado hoy, como podía haberme enterado ayer o nunca, es un recurso de madre en tierras pobres, y de hambre, aunque más que de hambre, de hambruna.
El ingenio se agudiza cuando lo básico escasea, siempre. Los resultados pueden ser peligrosos, risibles, válidos, brillantes, pero éste en especial, me pareció de una ternura tristísima.
La madre pone a los pequeños sentaditos alrededor de un fuego, en el fuego coloca un puchero, lo llena con agua, y lo va removiendo con la cuchara de palo, rato y rato y rato, y les cuenta lo buena que va a ser esa sopa, y les enumera lo que echará en ella, y sigue moviendo la cuchara y los niños hambrientos siguen sus evoluciones, calentitos por el fuego, arrullados por la voz de la madre, dulce, envolvente, hipnótica... hasta que se duermen, y ya en los sueños, ella quita la olla y al despertar los niños están contentos porque soñaron que habían comido.


Sí, es un truco tierno, emocionante, terrible...

viernes, 7 de octubre de 2011

Puntitos

Todos queremos llenar los huecos, ya sean estos intelectuales, emocionales, o vitales; la mente humana tiende a rellenarlos, no aguantamos demasiado bien ni la ambigüedad ni lo inacabado, cerramos las historias como cada uno queremos, entendemos o podemos. En esto hay un peligro, del que nadie se libra, que es cerrarlos mal. Ver lo que no hay y creernos nuestros propios cierres, siendo la mayoría, falsos.
Si vemos unos puntitos que acotan un espacio en forma de cuadrado, vemos un cuadrado -o la forma que sea-, pero no lo es, solo son puntitos en sucesión. En este caso no sucede nada, pero cuando unimos los puntos en relaciones, emociones, acontecimientos vitales o ilusiones, la figura geométrica que resulta, puede ser peligrosamente irreal, y si actuamos en consecuencia a lo que nos imaginamos, el desastre puede ser mayúsculo.
Nuestra mente ocasiona que a veces, la vida tenga colores y formas que no corresponden, con lo que nuestros actos se irán alejando cada vez más de esos puntitos en los que nos hemos empeñado en dar un sentido final erróneo. No hay que fiarse demasiado de nada.

miércoles, 5 de octubre de 2011

Información

Leyendo cómo estaban las cosas hace tiempo, se constata que lo que sucede ahora no es nuevo para nada. Las crisis son cíclicas, las variables históricas dan, quizá, el tono diferente, aunque siempre el mismo, y las gentes nos movemos exactamente igual: están los que se dejan mover, los que protestan porque les guían, los que no hacen nada porque se inhiben, los que sí lo hacen pero a su modo, los que ayudan a que se agrande el problema, los que lo ven venir de lejos y se quedan para testimoniar o se van porque no creen poder con ello...
Ahora veo gente iluminada que se lo traga todo, o se sorprende con cosas básicas, o sigue premisas de lo más facilonas o simplemente se tira a la calle porque no tiene nada mejor que hacer y se siente parte de un algo, pero pocos miran más allá del bombardeo informativo, desde un lado y desde el otro. Pocos analizan, razonan y buscan un sentido último, útil y razonable.
Saldremos de esta, como salimos de las demás, pero eso sí: esta historia aún no está escrita, la marcaremos nosotros.

martes, 4 de octubre de 2011

Extraño

La infancia es un universo extraño; de niños nos llegan solo jirones del mundo adulto, retazos incomprensibles a los que vamos dando significado, a nuestro modo, con ojos inexpertos de personitas que no entienden unas normas más allá de lo superficial, así que repetimos, a modo de juego, lo que vemos, siempre mitificando a los adultos más cercanos a nosotros, por esa necesidad vital de agradar y que nos acepten.
Además de la poca información que tenemos de lo que vamos descubriendo, o por eso mismo, empezamos a aplicar nuestra propia lógica, nuestros esquemas vitales y reestructuraciones, que irán cambiando con respecto a nuestro crecimiento, iremos contrastando lo que creímos con lo que la realidad, a veces con mucho dolor, nos presenta.
La primera vez que nos topamos con una injusticia, comprobamos que nuestra idea era errónea o vivimos sin nuestra protección de fantasía, es cuando comenzamos a salir de ese mundo, único, terrible y maravilloso de la niñez: el que nos espera será menos luminoso, pero en él hemos de, no solo crecer, sino ser.

lunes, 3 de octubre de 2011

Un gato

Una anciana va caminando con un gato negro de ojos muy azules, enredado entre sus piernas, ella va feliz, vestida de claro, con su bolsa de la compra llena de verduras que sobresalen, hablando con el minino, "No, no vayas tan deprisa"; y el gato la mira y desacelera la marcha. La mujer le pregunta que si se había fijado en Doña Luisa, que ya no anda tan tiesa, y qué mala es la vejez y sus achaques, ¿verdad?, y el gato mueve su hermosa cabeza hacía ella para luego, tranquilamente, seguir andando.
El diálogo entre mujer y gato me asombra, primero porque la anciana está totalmente convencida de que el animal la entiende, y segundo, porque, efectivamente, tal como se comporta, sí parece hacerlo. Hasta que ella ve un coche que ante el paso de cebra, va más rápido de lo que debería si fuese a parar, y sintió cómo el gato, quizá por algo que vio, se lanzaba a cruzar. "No lo hagas, no corras, quédate aquí, que te atropellará. Para". Pero el gato no la entendió. Cruzó. El coche frenó, la mujer, alterada no sabía a quién reñir más, si al conductor o al gato, que al fin y al cabo, solo era eso; un gato. Pero parecía tan humano en su complicidad con ella.

sábado, 1 de octubre de 2011

Noche

Pasear por una gran ciudad cuando todos duermen, cuando ella misma sueña, cuando el ruido de tus pasos retumba sobre sus calles molestas por la interrupción del silencio, y observas que las pocas personas, que como tú están perturbando la calma, te miran como tú a ellas; con recelo, por si acaso, apurando el paso, pensando unos de otros, que vaya qué horas de andar por ahí, y te sonríes al ser consciente que das el mismo temor viendo cómo aceleran su marcha. Algún que otro borracho, afónico y solo, increpando a los dioses, a sus miedos, a las gentes que él ve reales, pero que ni en las sombras llegas a ver, gritando sus reproches, viviendo en su mundo único y terrible.
Los edificios negros, poco iluminados por las farolas amarillentas que convocan con su pobre luz a cientos de insectos solo para chocar una y otra vez contra ellas, aún siendo los mismos, no lo son; su aspecto es completamente diferente, más sosegado, siniestro en algunos casos, cambiados en todos.
El aire que se respira es otro, más fresco, sin la carga de tener que ser compartido; hay más, no le llegan los humos del tráfico, los pocos coches que atraviesan las calles, son taxis que paran la marcha cuando te ven, por si quisieras usarlo, y dejar de pisar las calles vacías de una ciudad dormida.

jueves, 29 de septiembre de 2011

Trazos

Vivir, quizá, es solo apresar el momento, intentar que los días no sean completamente vacíos, llenarlos con lo que se va creando; día a día, proyecto a proyecto, esfuerzo a esfuerzo. Pude que no, que sea una lucha encarnizada contra los límites que impone, a contrarreloj de los propios deseos, a contracorriente de la corriente. O si no, tal vez, sea un cerrar los ojos para que no duela, o abrirlos bien abiertos para que te fulmine con sus contradicciones. O todo junto. O nada de esto.
Sí que es absurdo pretender conocerla, no lo es tanto querer conocernos, ampliarnos, implicarnos, superarnos... pero siempre se topa uno con lo que nos frena, con esas contingencias ajenas que o nos elevan o nos tumban. Con las que hace que la vida no sea la vida deseada.
Queremos quizá lo imposible, o simplemente, solo queremos vivirla como creemos que hemos de hacerlo. Tantos bloqueos, circunstancias adversas, oportunidades cerradas, tantos sueños que despiertan bruscamente para verse deshechos.
Aún así, seguimos trazando una ruta única, la nuestra. La que va más allá del mero hecho de existir.

martes, 27 de septiembre de 2011

Qué inútil es sentirse inútil

Hay días, momentos, épocas en las que nos sentimos más inútiles que otras; vas viendo cómo nada sale como se quería -o simplemente ni sale-, intentas moverte, moverlo todo, intentas una suerte de destino a tu favor y constatas que no, que tampoco se mueven los vientos, y te miras, y miras, y sigues mirando, y no ves nada.
En un alarde de euforia, y no queriendo caer en las garras del desánimo o la melancolía, incluso de la depresión, sigues actuando como si no supieras, claramente, dónde estás, y lo poco que avanza todo. Haces aún más cosas, el ánimo lo mantienes alto, la sonrisa puesta, las esperanzas bien presentes... pero ese equilibrio precario es fácil de tumbarse, y de hecho, cualquier contingencia cotidiana te lo tira la suelo.
Y lo ves ahí, desparramado todo, hecho añicos, vacío, sin ganas ni fuerzas, te sientes inútil y lo peor de ese sentimiento es que sabes lo inútil que es sentirse así.
Así que ni eso consuela.
A seguir moviéndose, al menos, no parar.

lunes, 26 de septiembre de 2011

Zapato de cristal

Todos nos ajustamos, en menor o mayor grado, la realidad; nos la calzamos al gusto, igual que la hermanastra de la Cenicienta, en su versión original, una que muy poca gente conoce, desvirtuada por la más ñoña y común. Las hermanastras, ante el zapato de cristal, al ver que no les cabe, instigadas por la madre -madrastra para la dueña del zapato-, se cortan una dos dedos, y la otra medio talón para que así les quepa. Por supuesto, el lacayo ve la sangre, y no lo da por válido -la transparencia es lo que tiene-.
Eso hacemos todos, nos cortamos lo que haga falta para que esa realidad nos entre, una que los demás claramente distiguen, porque no es la suya; no es su zapato, aunque a veces, entran varios en el mismo engaño.
Hay casos gravísimos de mutilación y ceguera, pero en general: quién no se engaña, quizá, para ilusionarnos con esa nueva persona, o trabajo o proyecto o día... hasta que se vea la sangre, va funcionando.
No es malo guiñar un ojo, ayuda a no verlo todo demasiado oscuro o luminoso, lo malo, lo que no debería suceder, es cerrarlo.

sábado, 24 de septiembre de 2011

Novedades

Andar, observar, pensar, perderte entre tus hilos mientras el cuerpo te lleva a donde has de ir. Entras, aún de día. Estás ahí, mucha gente nueva, apenas se habla; usan el móvil para hablar, para no sentirse fuera de lugar, buscan voces amigas más allá de la gente nueva, nadie rompe el hielo, tímidas palabras, miradas, sonrisas breves. Pasa el tiempo. Situados, el entorno deja de ser algo novedoso, ya se ha pisado, observado. Nos sentamos, hablamos, leemos, los pensamientos se comparten, las miradas ya no son esquivas: la palabra nos ha presentado, nos movemos más a gusto, los móviles ya no son necesarios. Descanso. Encuentros, intercambios, probamos sabores nuevos, nos adentramos en nuevas miradas; nos reconocemos ya. Ya no somos extraños, los corrillos se agrandan, las conversaciones fluyen. La noche ya llegó afuera. El día no se ha ido en vano.

viernes, 23 de septiembre de 2011

Clarividencias

Hay momentos, milésimas de segundos, en los que nos sobreviene una clarividencia dolorosa de lo preclara que es; son instantes lúcidos sobre quienes somos, qué somos, qué estamos haciendo con nuestra vida, y son muy breves, aunque nos parezcan eternos en el instante de experimentarlos.
Es como un relámpago de luz sabia, que luego nos trae el ruido de los pensamientos confusos y aterrados del resplandor que nos atravesó.
Saber, aunque sea por un trocito de eternidad, qué somos, es pavoroso: nos vemos sin ningún disimulo, desnudos de todos los caparazones y murallas que hemos ido levantando en nuestro ir moviéndonos, para poder seguir haciéndolo, para perdonarnos, o no caer ante nuestros ojos fulminados por los errores y los fracasos y las omisiones hechas.
Es una sensación de indefensión, de terror, verse así, como se es, sin más... pero también es un empuje enorme, y eso ya viene con el ruido del más tarde, para reaccionar y saber que, en realidad, somos, ni más ni menos que otros, y que hemos sobrevivido al rayo, que hasta el siguiente, quizá, podamos ser un poco más como queremos ser y no como nos hemos acomodado a ser.

jueves, 22 de septiembre de 2011

Pasión

Una, o la única, motivación, la que mueve montañas, la que te sacude la pasividad, el conformismo, la vida misma, es la pasión: la pasión a lo que sea o a quien sea. Es el motor más potente que existe.
Si es hacia un semejante, se ha hablado ya mucho; el amor, la pasión, el deseo indestructible que pasa por encima de donde tenga que pasar para lograr siquiera unos minutos al lado del ser amado... pero también existe la pasión a "algo", ya sea la propia profesión, una investigación, una teoría que nos ronda por la cabeza, el arte... cada uno sabe dónde situarse, qué le mueve a romper con todo, a levantarse cada mañana, a no querer dormirse cada noche, qué le ronda y acapara sus pensamientos, qué le lleva a recorrer las distancias que nunca haría por nada más.
Esa pasión, en general suele ser pasajera, luego queda una resaca, un lejano recuerdo de que una vez se estuvo vivo, pero si se tiene la suerte de que sea parte de ti, de tus proyectos, de tu motor primordial, tienes garantizada la locura, la desilusión que ata, las ganas de seguir, y seguir rompiendo moldes para alcanzar esa frase perfecta, esa nota impecable, esa partitura única, ese color imposible, ese sueño.

martes, 20 de septiembre de 2011

Relato. 6 y última parte. Nadie. Nada.

Pues bien ahora tienes dos opciones; beber de tu botella y acabar dignamente, o esconderte... otra vez.

-Estás delirando -no intentó ninguna excusa, no intentó negar la evidencia-, nadie tendrá nada de que acusarme. ¿Tan importante te crees? ¿Quién te va a echar de menos? No tienes a nadie, no te queda nada.

Al hombre grande se le empezaban a cerrar los ojos. El veneno estaba actuando rápidamente. Pero tenía que cerrar el círculo en el que se había metido. Con su voz cada vez más lejana, siguió.

-¿Cómo vas a asegurarte de qué no he dejado escrito lo que me has hecho?

-¡Eso es un farol! Tú no podías adivinarlo. Es mentira, ¡Es imposible!

-... O no.

Óscar se quedó callado. Mientras le miraba morir la cabeza le daba vueltas.

-No me líes. No puede ser verdad, no hay nada escrito. -Óscar intentaba autoengañarse mientras Jonás le contestaba con retraso a su anterior pregunta.

-Efectivamente yo no podía saber cómo lo harías, pero podía intuir que lo harías. Podía escribir esa nota y si nada pasaba, al llegar al hotel podría anularla.

-¿Y tu venganza? ¿Todos estos años temiéndote para nada? -Insistía en justificar su asesinato.

-Tú mismo me has vengado -y con un último esfuerzo le hizo la última y deliberada pregunta-, ¿Vas a beber o vas a huir?

-¡No es verdad! -Lo cogió del cuello, lo zarandeó. - ¡Dime que no es verdad!

Al día siguiente Tono recogió el pedido pero no lo pudo entrar. La puerta estaba cerrada desde dentro y el no tenía las llaves, lo dejó afuera para que Clara lo entrase. Y lo entró, encontrándoles como los había dejado; uno frente al otro.