miércoles, 30 de septiembre de 2009

Progreso

Cuántas veces se han negado fenómenos, tratados de herejías en su tiempo y que ahora son realidades científicas sabidas de todos. Cuántos han ardido en las llamas, sino de la hoguera, sí de la ignorancia, el desprecio, el ostracismo, el silencio.

Más tarde, cuando se les libera del olvido, todo son reconocimientos, honores, vítores y reverencias, pero a quién le sirve, si lleva muerto años enterrado con la convicción de haberse adelantado a su tiempo o sufriendo porque toda su vida la empleó en sacar a la luz lo que enterraron con él.

La ciencia avanza a trompicones, errores ilustres, ideas renovadoras que tuvieron que hacerse paso a base de esfuerzo, insultos, discusiones y detractores; lo que cuesta introducir un concepto nuevo en las costumbres de la sociedad, la de gritos indignados que promulgan los que nunca cambiarían ese orden, acogiéndose a religiones, ideas o axiomas caducos, lo difícil que es girar el ritmo de la historia.

Eso sí, una vez asimilado, todo vuelve a su cauce; la sociedad se vuelca sobre la idea, antes revolucionaria, protegiéndola contra las otras que vendrán a comprometerla, reiniciando el círculo de nuevo; perlas caducas.

Y nadie será culpable de haber dudado. Incluso los hay que piden perdón cientos de años después de que la evidencia haya dado la razón a quien se condenó.
Y así vamos, evolucionando.

martes, 29 de septiembre de 2009

Dominar el tiempo

Dominar el tiempo, moverte por él hacia atrás, hacia delante, pasear por los siglos como quien anda por las avenidas de una ciudad desconocida, parándose en los escaparates a contemplar sin prisa, por ejemplo, la evolución de los mamíferos, el alzamiento de un pueblo, el nacimiento de la escritura o lo que fuese que se nos antojara. Tendríamos el tiempo a nuestros pies, no habría secreto inexpugnable ni teorías falsas: podríamos constatarlas todas, porque al dominar el tiempo, dispondríamos del que necesitásemos para asistir a cualquier acontecimiento.

Podríamos leer todos los libros escritos, recuperar los ejemplares destruidos por el fuego en Alejandría, conversar con los Griegos, desayunar con los reyes…, da vértigo. Es abrumador: todo aquí y ahora.

Otra ventaja sería que podríamos, a nuestra conveniencia, acelerarlo o frenarlo, según nos apeteciese. Ese aspecto es más prosaico, casero e intrascendente pero para nada menos útil y práctico, es más, yo diría que es el que se usaría con mayor frecuencia, al fin y al cabo, por mucho dominio sobre el tiempo que tuviéramos, no dejaríamos de ser humanos, es decir, seres especializados en nosotros mismos, no muy inteligentes y poco globales, salvando honrosas excepciones.

Así que ya veo al que domine el tiempo, después de haberse paseado por sus épocas predilectas y visitado a sus personajes históricos más admirados, usando su poder para adivinar resultados de quinielas, loterías, averiguar qué pondrán en un examen, acelerar momentos aburridos y detener los ideales, hasta que por duración ilimitada, dejen de serlo tanto y pasen al primer grupo; el de los aburridos.

Creo que es mejor dejar el tiempo como está, supongo que la imaginación es la mejor ayuda para dominar, no sólo el tiempo, sino su ausencia.

lunes, 28 de septiembre de 2009

Lo nuevo

Un nuevo giro, un nuevo camino. Lo normal ante la novedad suele ser pararse, una alarma salta: precaución. Lo nuevo, hasta que no se conoce, como poco asusta. Uno se queda quieto ante la opción y mira y remira, hasta el mareo, cada caso en el que se tuvo que plantear ir o no, seguir hacia lo desconocido o dar media vuelta y largarse buscando lo habitual, refugiándose en lo domesticado.

Lo nuevo atrae pero a la vez tiene un halo de desconfianza que no nos permite relajarnos, ir alegremente a su encuentro; los ancestros nos cuidan, años de evolución para que aprendamos a temer lo no conocido, evitando ingestas mortales, caminos sin regreso, lugares peligrosos. La conservación de la propia seguridad, la desconfianza atávica ante lo desconocido es buena, pero en extremo, como todo, deja de serlo. Entonces el miedo ancestral a lo incierto nos evitaría evolucionar, crear, descubrir nuevos mundos, nuevas fórmulas, inventos, caminos. Dejaríamos de encontrarnos con lugares nuevos si la cobardía ganase por completo.

Sin el atrevimiento, sólo habría ante nosotros cosas conocidas, caminos seguros, confianza en los pasos a dar. Sería terrible; no existiría ni la duda, ni el ir más allá, ni el error, ni la curiosidad. Montañas de seguridad que nos enterrarían en sus cavernas sin sombras ni luces del exterior porque también nos daría miedo mirarlas.

domingo, 27 de septiembre de 2009

Tierra

Césped fresco.

No hay lugar mejor para tumbarse, mirar hacia arriba y ver nubes, cielo, árboles, pájaros, ideas. El viento se pasea sobre ti, cierras los ojos y respiras; qué olor a césped. Si aguantas las cosquillas, bichitos ajenos a la naturaleza de lo que están pisando, se pasean inconscientemente por tu persona, ya que a veces es lo último que hacen.

Se está tan liberada del tiempo, tumbada sobre la tierra, escuchando el silencio o las palabras de conversaciones que van y vienen andando hacia ti. Sin pensar en nada; sólo respirar, sentir el sol o la tormenta que se acerca, o esa lluvia ligera aún, que te hará levantar con fastidio si continúa, pero si se aleja dejará que sigas ahí, tumbada, con las ideas fluyendo porque no las llamas. En paz. Qué paz.

La soledad verde deja de serlo cuando se comparte con amigos, hablando descalza, atenta a las personas que comparten contigo ese suelo vivo, ese cielo, con palabras, mates, silencio, risas.

La naturaleza es lo que busco cuando no pasa nada, o ha pasado de todo, si estoy desesperada o realmente ilusionada. Siempre ando, camino sin rumbo; me concede el tiempo necesario para tranquilizar las cosas. Y cuando el ánimo está sereno y miro dónde estoy, me sorprende que bajo mis pies o las ruedas de mi bici, haya hierba.

Me tumbo sobre ella, miro el cielo, no pienso y las ideas llegan a tropel, como esa bandada de pájaros, esas nubes, esa nueva ilusión o ese fracaso estrepitoso. Te das la vuelta, apartas bichitos, aspiras el olor a tierra y te sientes en paz, por el momento, contigo, con el mundo. Habrá días malos, buenos, peores y mejores, eso a la tierra le da igual, no mide el tiempo tan patéticamente corto como nosotros, ella seguirá ahí siempre.

Quizá sea eso lo que reconforta, tocar, sentir directamente el infinito.

sábado, 26 de septiembre de 2009

Pasos

Los ecos de los pasos nos persiguen dando la inquietante sensación de que no estamos solos, para asegurarnos, paramos, atentos, un tanto asustados escuchamos: nada. Nadie nos sigue. Como avergonzados de nuestro miedo, retomamos los pasos sin prisa, pisando fuerte la calle oscura, demasiado oscura. Cómo se nos pasó la hora, se estaba tan bien. Nos despedimos y rechazamos la oferta de que nos acercaran a casa; “Está aquí al lado, no te preocupes”, y cogiendo el abrigo, salimos. Hacía frío, nos abrochamos hasta arriba y lamentamos habernos dejado la chalina, ésa que en el último momento decidimos no coger, por exagerados. El cuello del abrigo, aún subido hasta arriba, no tapa lo suficiente.

Otra vez. Ruidos de pasos. Nos paramos. Fastidiándonos mucho pero sin poderlo evitar, notamos el corazón acelerado. Qué rabia sentirse vulnerable. Nada. Ningún ruido. Miramos hacia atrás con prisas, disimulando que observamos con miedo, como si fuese un movimiento casual girarse ciento ochenta grados en una noche fría, en mitad de una calle desierta, para después retomar la posición. Sudor helado, manos húmedas. Nadie. Intentando no perder la dignidad, andamos de nuevo, pero cada vez más deprisa, marcando un ritmo cercano a la carrera.
Hay eco. No hay duda. Nos siguen. Corremos maltratando el amor propio, olvidando el orgullo y prometiendo que de ésto ni una sola palabra a nadie, a ninguno de los que siguen en la fiesta calentitos y seguros ni a los que se fueron antes, precavidos, y ahora bien a resguardo en sus camas. A nadie. Ni a uno mismo cuando despierte a salvo, en la cama, a deshoras, haciendo un esfuerzo para acercarse a la cocina a preparar café.

Los pasos baten el adoquinado, el eco los duplica. La oscuridad del silencio los aumenta. El corazón en la boca por el pánico, el esfuerzo. Lo aplacamos pensándonos ante ese café aún no hecho, riéndonos de lo que no nos contaremos, recordando el olor que esparce por la casa cada mañana, confortándonos. Qué pocos olores cotidianos nos saludan con tanta seguridad y protección como el del desayuno; café, té, tostadas. Qué confianza en el mundo que despierta contigo.

Ahora el olor es el del miedo. El olor de la certeza, el de que no se estará jamás ante ese café nunca filtrado ya, la tuvimos cuando los pasos fantasmas se materializaron en la persona que los percutía.

Una navaja. Un resplandor imposible en la noche. Un grito sin consecuencias. No había nadie. Ecos de pasos alejándose.

jueves, 24 de septiembre de 2009

Ambientes

Están reunidos hablando de sus cosas, alrededor de unas bolsas. Paran de hablar cuando se acerca un coche y uno, sin discutir quién, sale del círculo e indica que hay un sitio libre, cosa obvia para el conductor, que dependiendo de lo harto que esté y de las prisas que tenga para aparcar, lo usa o no. Cuando el vehículo o quien lo dirigía, se va, el hombre que mostró el sitio regresa a la conversación con la satisfacción del deber cumplido o el fastidio de haber tenido que trabajar un rato.

Es imposible no preguntarse de qué hablarán, disimuladamente, pasas cerca sin delatarte y escuchas retazos de días, experiencias más o menos dolorosas con el entorno, discusiones con conductores, policías, compañeros, cómo adquirir más barato esto o lo otro, pero en general, lo que comparten es silencio, incluso cuando hablan lo hacen casi sin ruido, murmullan para ellos mismos y simultáneamente como si supieran que a ninguno le acaba de interesar demasiado lo del otro, sin rencores, asumido. Ahí están, juntos y muy lejos.

Sigues por la calle y se ven más mendigos, éstos sin apresurase a indicar lo evidente, sentados a las puertas de comercios, lugares en los que hay que pagar y puede que el monedero aún esté en la mano cuando se salga, o la mala conciencia de haber gastado más de lo que se querría, haga que se les de unas monedas. Las peleas por esos sitios privilegiados son a veces terribles; los más deseados, los que están en las puertas de las iglesias, son con los que más furia se guardan. Pueden estar desgarrándose las ropas unos a otros, gritándose los improperios más terribles, para, controlando la hora de salida, cambiar completamente de actitud, alisarse ropa y peinado, y de la expresión furiosa pasar a la sumisa para que las ancianas que salen del templo, les dejen caer unas monedas y algunas palabras de ánimo.

Es difícil sobrevivir, da igual que sea una esquina, un sitio para aparcar, un escalón o un puesto directivo, el ambiente, el saber desenvolverse en el que nos ha tocado, lo es todo.

miércoles, 23 de septiembre de 2009

Los sentimientos

Los sentimientos, esos grandes desconocidos.Vivimos con ellos, de ellos pero nunca sin ellos.

Lo malo es lo que nos cuesta reconocerlos sin mezclarlos, lo que nos duele mirarlos de frente, lo que asusta catalogarlos. Nuestro cerebro ha ido evolucionando desde el primer homínido hasta nosotros, en todo, menos en lo relacionado con los sentimientos, éstos son tan básicos como los que conmovían a los hombres de las cavernas.

La literatura está escrita con ellos, cada palabra no hace más que intentar comprenderlos, explicarlos, exortizarlos. Nos dejamos llevar por la ternura, el odio, los celos, el amor, la ira, la alegría... decenas de conceptos abstractos que nos manejan, a veces, hasta la obsesión sin acabar de entenderlos completamente. De repente, sin venir a cuento, alguno nos invade y todos nuestros actos están orquestados por ese sentimiento invasor, siendo incapaces de dominarlo, es más, nos tiraniza; si es uno de la parte agradable, las cosas parecen mejores, más bellas, la armonía existe y hasta los pensamientos se ennoblecen; si por el contrario, es de la zona oscura, ocurre exactamente lo mismo pero en negro; ideas patibularias, falta de ilusión, dolor y una mirada sobre el mundo y la gente más bien terrible. Nos dominan por igual.

Shakespeare fue quien mejor supo concentrar cada una de esas emociones encarnándolas en personajes inmortales que no se entienden del todo, hasta que no se vive el sentimiento desgarrador que los poseyó: la duda, los celos, el amor, la traición, el desprecio..., todos esas emociones paseándose por los escenarios a través de los tiempos, tan vigentes ahora, como cuando en Grecia se representaban llevándolas al extremo o las que los Australopitecos podrían sentir alrededor del fuego recién descubierto.

Las personas nos movemos entre sentimientos, buscando un equilibrio, dominando impulsos o intentando no dejarnos arrastrar por ellos, por esas sensaciones que nadie sabe de dónde vienen, o a dónde van, que cohabitan en nosotros, moldeándonos, haciéndonos quienes somos: pobres cáscaras vacías sin ellos.

martes, 22 de septiembre de 2009

Otoño

Andar por las calles ahora que el otoño empieza a asomarse, es una experiencia serena y grata; los colores ocres, el olor del viento, las sombras de una noche más temprana, el sueño que cuesta arrancarse por las mañanas... una de las mejores estaciones del año, tras habernos saturado de calor y ocio, de horarios sin horarios. Aún no hace excesivo frío y la luz tamizada del atardecer no es todavía la de esa noche temprana del invierno.


Respirar el otoño que viene a arroparnos, perderse sin rumbo por el mero placer de sentir el movimiento del cuerpo asistiendo al cambio de la naturaleza, aunque sea ésta una naturaleza encajonada, domesticada, acotada por las ciudades, indómita a pesar de la adversidad, esa naturaleza contenida que surge buscando su lugar por los resquicios de los ladrillos, sobre roturas en el asfalto, por paredes resquebrajadas y que ahora empieza a dormirse, a aletargarse en espera del frío.

Las ideas, cansadas de descansar, bullen, incitando a empezar el círculo otra vez, nos atraen hacia nuevos mundos, mostrando lo que podría ser. El otoño es precisamente eso; lo que sería si..., es la estación de la reflexión, la que nos introduce al resto del año, dando nuevos impulsos a lo viejo, abriendo lo ojos a la inquietud, motivando proyectos abandonados por abrumadores o impracticables: es ahora cuando hay que revisarlos, respirando el cambio, comenzando el ciclo.

lunes, 21 de septiembre de 2009

Otros espacios

El tiempo y el espacio; la cárcel del hombre. O su liberación.

Hace apenas unas horas mi entorno era completamente distinto al que me rodea en este momento. A veces se cambia en tan poco tiempo de lugar, que al ir andando por las calles nunca pisadas antes, crees reconcer rostros de personas cotidianas transitando por ellas, cosa imposible, a menos, que se hayan trasladado al mismo sitio que tú, lo que parece bastante improbable.

Con el tiempo me ocurre lo mismo; creo reconocer a alguien paseando cerca de mí, y caer, a los segundos, en la imposibilidad de que sea quien pensé; ya no es así, ni tiene esa edad ni esa apariencia, pero en un pasado, sí fue igual a la persona que anda ajena a quien se pareció a ella en un tiempo. Aún así, no dejo que la razón me saque del error del todo y recuerdo, con cariño, a quien he confundido en un reencuentro ya imposible; no es esa niña con quien jugué, ni esa amiga muerta.

Y no digamos, cuando se cambia rápidamente de lugar, el esfuerzo que hay que hacer para situarse, familiarizarse con los nuevos muebles, cocina, pasillos, sofás, olores: todo se graba a fuego, tanto que independientemente de las horas transcurridas, uno acaba manejándose por el nuevo espacio como si se hubiera vivido ahí desde siempre, tanto, que cuando se regresa al habitual, se le ve extraño, ajeno, se busca ese pasillo infinito, esa cañería que gotea, esa calle tranquila, esa música vibrante.

Más tarde, el espacio y el tiempo se domestican de nuevo, te sitúan en sus márgenes conocidas y como siempre, sin apenas transición, recuerdas tu espacio prestado, hecho tan tuyo, como algo casi soñado, añorado. El tiempo deja de marcar las horas al ritmo de sesenta minutos y lo hace desde los recuerdos, donde ya no existe cárcel temporal ni espacial, donde si cierras los ojos aún puedes sentir ese suelo, ese olor, ese mundo compartido en un momento sin tiempo ni espacio, y que ya, siempre, irá contigo.

viernes, 18 de septiembre de 2009

Novedades

Es curioso como, a veces, ante un acontecimiento existen unas expectativas que sólo serán realidades al terminarlo.
Mientras no sucede, la imaginación lo modela, las posibilidades son infinitas y casi todo puede suceder, cuando estás metido de lleno en él, lo vas viviendo, fijándote atentamente en lo que está pasando, sumerigiéndote en lo que ya no es idea, sino realidad, y más tarde, al finalizar, quedan los recuerdos, lo que fue, y lo experimentado viene a visitarte una y otra vez, mientras lo cuentas a los amigos, y los instantes protagonizados vuelven a ti con una viveza, que puede que no tuvieran en su momento, pero que ahora, desde la memoria atas y calibras, viviendo de nuevo, lo andado.

Así que un viaje, un suceso, se vive, de manera distinta y todas especiales, en tres ocasiones; se planea imaginándolo, abierto a las miles de posibilidades blancas que tiene; se vive sin casi apenas darte cuenta, y se recuerda, una vez terminado, dando sentido a las tres.

jueves, 17 de septiembre de 2009

Trapo

Entre el barro que dejó la lluvia de estos días, había un muñeco de peluche deslucido, triste, abandonado a su suerte. Era un león, marrón debido al barro, puede que color arena si se lavara, los ojos dos bolitas negras, la melena y el rabo apelmazados y el aspecto, en general, para ni acercársele.
Me lo quedé mirando, tentada de cogerlo, cualquier niño se alegraría de tenerlo una vez limpio y presentable. Era un leoncito adorable, tenía algo tierno en su expresión de trapo, algo digo en su cuerpo de serrín.
El niño que lo perdió estará triste. “Mami, ¿dónde está Trapo?”; “No sé, hijo, ahora lo busco”, y cuando el hijo le repita la pregunta, tendrá que dejar de hacer lo que esté haciendo para buscar el león por el carrito, metiendo la mano entre los pliegues, abriendo y cerrando la bolsa varias veces, asomándose a la redecilla, haciendo lo imposible para encontrarlo a la vez que, ansiosa, siente que el peluche no está en casa. Cómo decírselo al niño, que no para de preguntar por él. Intenta distraerlo con otros muñecos, cosa que consigue a medias, porque el pequeño juega distraído hasta que en su historia recuerda el león, entonces, ya no se deja engañar y pide con urgencia el muñeco. La madre al final, le ha de decir que no está, que mañana lo encontraremos, que se habrá quedado en el parque para jugar un rato, pero le asegura una y otra vez que mañana lo traeremos a casa.
El niño se baña, disgustado; quiere lo que ahora no tiene. No hay nada que pueda consolarlo, ningún muñeco puede reemplazarlo esa noche. “Quiero a Trapo”, y cuando estaba a punto de dormirse, escuchó la lluvia y pensó que en el parque, si está solo y nadie le acompaña, se mojará y tendrá miedo y retoma el llanto hasta quedar dormido. Sueña que el león está a salvo, que alguien amigo le dio refugio y cena, sopa, que tanto le gusta.
Así que, cómo no cogerlo, librarlo del charco, limpiarlo y llevarlo conmigo, observando si algún niño va buscando algo en estos días por el parque.

miércoles, 16 de septiembre de 2009

Línea divisoria

Muchas veces, y en bastantes ocasiones, me he preguntado dónde está la línea que separa la genialidad de la estupidez, el talento de su carencia, la bondad de la imbecilidad, la grandeza de lo mezquino, ya que a veces, es muy sutil. ¿Qué hace que un verso sea sublime, y otro, con casi los mismos elementos, risible o patético? ¿Por qué el pensamiento de uno nos sobrecoge, enfrentándonos a su significado y de otro, expresado parecido, queda vacío, sin reflexión?
No lo sé. Y da miedo.

Ver un gran actor transmitiendo sentimientos, emociones reconocibles y mirar a otro, que por mucho que se esfuerce, es incapaz de salirse de sí mismo, de ser vehículo de nada. Escuchar una voz que deja de serlo para diluirse en nosotros y oír otras que no sólo molestan, sino que no soportamos, es una experiencia que da qué pensar: Qué hace que uno tenga ese don que el otro jamás tendrá, más allá del esfuerzo, del trabajo; cómo y por qué se tiene o no.

Ver un payaso, bajo el maquillaje de un hombre ya mayor, consciente de que la fama le ha sido esquiva en años, trabajar en un cumpleaños de críos mimados, en un parque cualquiera, con sus chistes sin gracia, con su parafernalia arrastrada de fiesta en fiesta, aburrido de él, de los niños, de la actuación precaria y lastimosa, consciente de que no es brillante, ni chispeante ni divertido. Y aún así, sigue. Está en esa celebración, irá a otra. Pero no hay talento, la línea sutil le ha puesto del otro lado.

Unas chicas disfrazadas de pirata, en cambio, se hacen con los críos en un momento, haciéndoles partícipes de inmediato de su juego, en otra fiesta del mismo parque y a la misma hora. Los tienen encandilados, las miran con respeto, hacen lo que quieren de ellos, les transportan a los mares del Sur, luchan mano a mano en un abordaje; vibran. La línea divisoria.

De Orson Wells a Ed Wood, de Mozart a Salieri, del genio al que no será nunca ni mediocre, independientemente de la fama, del dinero o de los éxitos que se puedan tener. Cuántas obras, pensamientos, pinturas con talento no vieron la luz a tiempo de que sus autores las disfrutaran en vida, por el rechazo de sus contemporáneos o por falta de suerte, aunque no de capacidad.
La línea maldita separa, aparta, pero el mundo es quien decide dónde poner la línea y cuándo, complicándola aún más; talentos aclamados antes, olvidados después y genios ocultos, desempolvados tarde.

Dónde nos apartará esa línea, quién sabe, quizá, a ambos lados según toque.


martes, 15 de septiembre de 2009

Sueños

“Que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son”
Frase inmortal donde las haya que nos remueve por dentro, junto con muchas otras, que un día, distintos autores soñaron y atraviesan nuestra realidad.
La vida de Segismundo, allá abajo, lejos de su realidad usurpada por el miedo del padre, es apacible por su ignorancia, sólo al mostrarle lo que era suyo, es cuando anhela y se rebela contra las cadenas. No saber qué hay más allá conforma y da una sensación de paz bovina y tranquila.

Pero cuando por circunstancias, quizá menos dramáticas que las del príncipe preso, avistamos que el sueño en el que estamos sumidos no es tal, que sólo estábamos aletargados, empezamos un camino sin retorno.

Qué fácil sería cerrar los ojos y seguir soñando, pero algo lo impide; ese otro sueño soñado. Como Pip, en Las grandes Esperanzas, que desea con todas sus fuerzas conformarse con su irrecuperable sueño de herrero, imposible después de encontrarse con Estella. No pudo, no se puede. Una vez visto el salón lujoso, súbditos a tus pies, niñas hermosas y altivas, sólo se vive para alcanzar lo que no estaba antes delante de ti.

La curiosidad humana, el ansia de tocar los sueños entrevistos, el lograrlo o morir en el intento es el motor que creó, y crea, frases inmortales, imágenes veneradas, obras maestras, pero también, vidas más plenas, relaciones más sinceras, rutinas menos monótonas. Los sueños no sólo son sueños, son vidas soñadas que con constancia, dolor y trabajo, se pueden conseguir. Cómo si no, de la nada, de los comienzos más humildes, menos prometedores, han surgido grandes personas, genios, aquellas que dan un giro a lo establecido. Sus sueños, junto con los sueños de quienes les ayudaron a realizarlos, fue la causa, eso y trabajo, dolor y constancia.

Muchos se quedaron por el camino, quizá deseando no haber soñado, puede que felices por, al menos, haber luchado. Son sólo sueños, pero qué vida ofrecen.
Lo más importante, por si los sueños son algo más que impulsos eléctricos del cerebro, o deseos inconscientes para sobrevivir al día a día, es con qué soñamos, ya que pueden dejar de ser sueños, sólo sueños, y convertirse en realidad. Nuestra realidad soñada.

domingo, 13 de septiembre de 2009

Absurdo

El otro día conversaba con un amigo sobre el absurdo de la vida a esas horas intempestivas en las que cualquier tema se enfoca con la lucidez cercana al sueño, por lo tanto salpicada de ideas arriesgadas y clarividentes, alejadas de las que se dicen bajo la prudencia del día; repaso al determinismo, al existencialismo y varios ismos más buscando un equilibrio que dejara a la vida menos absurda de lo que yo exponía. Como es lógico, no se llegó a ninguna conclusión; lo ilógico hubiera sido que sí alcanzáramos una respuesta, pasando por encima de tanta gente sabia, y no tan sabia, que se ha dedicado y dedica a profundizar en los porqués, en el sentido del sinsentido del Ser. Era imposible por mucha hora mágica que fuera, pero si se hubiera dado el caso, ese mismo descubrimiento me habría confirmado, que efectivamente, la vida es absurda.

A lo largo de mis días, me he cuestionado siempre la sinrazón de la vida, es cierto, y lo curioso es que dependiendo de la situación en la que estaba inmersa, me la he contestado de una manera diferente, con patrones fijos, claro, y aún siendo siempre absurda a mi parecer, la he ido salvando de esas garras por un motivo o por otro. Puede que la clave sea esa; no hay una sola vida en realidad, así como no hay un mismo río, puede que el absurdo estribe en intentar aprehenderla, domesticarla catalogándola, dándole sentido a algo imposible de tenerlo. Es una idea tan tonta como otra cualquiera.

También me he fijado que las vidas de los que me rodean me parecen más lógicas que la mía propia; en ellas sí ves un trazado conciso, unos logros definidos, una armonía clara. Miro hacía la mía, y se me deshace entre los dedos, siempre, claro, salvando partes del andamiaje que nunca han dejado de estar ahí, aguantando firme. Algunas personas tienen la capacidad de contar sus experiencias con el sentido necesario para que quienes las escuchan, sientan esa coherencia argumental, vital. Puede que sea eso, puro espejismo, lo que me trasmiten, y que ellas mismas, en esas horas lúcidas o alucinadas, vean que la vida, si se piensa demasiado en ella, pierde sentido, como las palabras repetidas en alto una y otra vez, hasta vaciarlas de contenido, de su significado, hasta que “casa” no despierta la imagen de casa, y tan sólo es un sonido huero, absurdo como la vida misma.

sábado, 12 de septiembre de 2009

Hay días y días

Hay días que se empeñan en fastidiar, se confabulan sus minutos, uno detrás de otro, para atacarnos con trámites engorrosos, tareas interminables y en general, con obstáculos a lo largo de sus veinticuatro horas, haciéndolo detestable, impidiendo que hagamos aquello que teníamos pensado realizar cuando nos levantamos, inocentes aún, de lo que nos esperaba.

No se detectan a simple vista porque son como todos; sale el sol, el aspecto cotidiano es amable, así que te levantas sin sospecha ninguna, hasta que te topas con el primer imprevisto, que suele tener que ver con el desayuno; se te sale el café, no te queda leche o se queman las tostadas, lo que sea. Pero aún no reconoces la que te espera, medio dormido, sigues ingenuamente con la siguiente tarea del día, que tampoco acaba de salir bien, "bueno", dices con un talante que aún aguanta debido a que has dormido bien, y así, sin defensas, te enfrentas al trabajo. Si se trata de escribir --que alguien escribirá--, te das cuenta de que cada vez que logras la concentración necesaria para seguir con la historia interrumpida de ayer, suenan los teléfonos, el fijo y el móvil, incluso a la vez, que para eso ha mejorado la tecnología, o llaman a la puerta o el vecino ha decidido ponerse música a un volumen que hace vibrar el suelo o, comprobando que la pared está demasiado vacía, fue a por la taladradora para remediarlo, colgando un cuadro o varios.

El asunto empieza a mosquear. Dejas el trabajo para la tarde, vencido por los ruidos, interrupciones y falta de ganas a esas alturas, y decides hacer los trámites de la calle. Abres el buzón y en él no hay más que apremios inoportunos que no esperabas y que has de realizar con la urgencia propia de la administración, urgencia que sólo funciona en un sentido; de ella al contribuyente. Eso rompe también lo que ibas a hacer, ya que el certificado urgente, o el personarse en, o lo que sea que diga esa o esas cartas, te cambia los planes por completo de nuevo.

Empiezas a barruntar que el día es uno de esos, pero respiras hondo y le das otra oportunidad. Mal hecho. Está contra ti descaradamente y si no tomas precauciones, vas a terminar mal, pero no, uno intenta luchar contra él, y así le va: ningún trámite resuelto, tarde a todos los sitios, gente que te encuentras que no querías, móvil atacando y encima el tiempo no acompaña. Entras en una fase previa a rendirte pero sin confesártelo abiertamente, con excusas, te vas retirando, dando por concluido lo que no has hecho, acercándote a casa.

Pero una vez dentro, tampoco estás a salvo, el vecino sigue con su bricolaje, su música, te falta la mitad de los ingredientes para lo que querías comer, y ya sin más te rindes, abres una lata, que menos mal que ya no necesitan abrelatas, que si no, un resquicio más para atacar, y te dejas caer en el sillón.

Sólo resta intentar pasar el resto del día como puedas; el día ha ganado. Cierras los ojos intentando acelerarlo durmiendo, pero tampoco funciona: el vecino tiene invitados.

viernes, 11 de septiembre de 2009

Opciones

Quién no se ha visto ante la impotencia de tener que elegir, digo impotencia, aunque parezca un contrasentido, porque al optar por un camino, invariablemente, no cogemos los demás: sólo se puede con uno a la vez. Eso no es libertad ni es nada, es una encerrona continua ya que se ha de estar eligiendo sin parar; a qué hora levantarse, qué ropa ponerse, qué hacer primero, si miramos lo nimio; qué trabajo escoger, con quién compartir tu tiempo, si vamos a lo más importante. Pero el hecho es que si se coge algo, inmediatamente se suelta lo contrario. Y es eso lo que nos va acotando, perfilando, creando las vivencias que darán paso a la memoria, a nuestro yo en suma.

Cuántas veces nos hemos quedado pensando qué habría sucedido si hubiéramos hecho lo que no hicimos, si la opción que no tomamos nos habría encaminado a donde ahora no estamos y deseamos ir, echándola falsamente de menos, porque no es parte de nuestros recuerdos, está en otro apartado, en el de los sueños, en el de las probabilidades; las que están a salvo de la realidad, de las opciones.
En más de una ocasión, nos lamentamos ociosamente por no haber hecho lo que otros sí; nos traen sus vivencias, las que no cogimos, y las comparamos con lo que nos pasó por rechazarlas, repudiando la elección ya imposible de recuperar: no fuimos. No hay vuelta de hoja. Eso sí, a veces, lo que nos traen del camino abandonado, nos ratifica en el nuestro, y uno se alegra momentáneamente del buen tino. Pero solemos desear lo que no tenemos, vivir como algo grande lo que no vivimos y sentirnos torpes y fracasados en nuestras elecciones.

Hasta que le pillamos el truco, y asumimos que no hay segunda oportunidad ni el tiempo regresa para poder reutilizarlo desde el principio una y otra vez. Hasta que nos va gustando nuestro yo, nuestras memorias andadas, nuestras opciones equivocadas.

Y para ayudarnos a comprender que no tenemos más que una sola vida, de un solo carril, siempre estarán los sueños, las probabilidades infinitas que nos ayudan a montar la ilusión de la no-elección cerrada, los que nos consuelan a cada traspié, los que nos cantan suavito para animar los errores y nos sitúan con ganas renovadas en el siguiente cruce de caminos.

miércoles, 9 de septiembre de 2009

Hechizos

A veces, sin saberlo, vivimos bajo el influjo de un hechizo, no somos conscientes de que estamos encantados porque consiste, precisamente, en eso, en que actuemos y pensemos bajo una normalidad nada sospechosa, vamos tirando, riéndonos, trabajando, felices y despreocupados: todo va bien. Pero no es verdad, el hechizo nos engaña dándonos patrones falsos, expectativas irreales y apreciaciones imperfectas, eso sí, impecables, somos incapaces de sabernos hechizados. Hasta que, de repente, y sin previo aviso, despertamos.

Así es, el encantamiento no es tan perfecto, si miramos por casualidad en otra dirección, o alguien nos desvía del maleficio sin querer, es suficiente para que se nos derrumbe por completo ante los ojos; ruinas y escombros de esa vida perfecta que pensábamos nuestra.

Una vez roto el encantamiento, y después de un tiempo prudencial en el que el polvo se disipa, el ruido atronador que nos dejó sordos se silencia, y el desconcierto de constatar que nada es real se asimila, atinamos a mirar a nuestro alrededor y comprobar que nada de lo que dábamos por cierto, lo es; no hay suelo bajo los pies. El hechizo, roto, no tenía previsto concedernos otra realidad sin su apoyo. Qué amargo sabor el del ruido, el del polvo, el de la nada.

No nos hemos de quedar demasiado rato contemplando las ruinas de lo que no fue, hay que apresurarse, encaminar el ánimo hacia otro lado, buscar cómo reconstruir lo que no se ha roto, ya que no era real; un simple hechizo que nos despistó el camino. Cuando entendamos eso, el maleficio se habrá deshecho del todo y veremos que no hay ruinas, ni ruido. Hay lo que él ocultaba.

Y cada uno sabrá ver lo que ha de ver.

martes, 8 de septiembre de 2009

Urbanidad

--¡Uf!,¡Qué calor! Menudo verano estamos teniendo.
--Y que lo diga.
Silencio. El ascensor no llega. Carraspeos. Se apuntan dos señoras mayores a la espera. Por fin, tras, como mucho, un minuto interminable, aparece el indicador verde. Abro la puerta.
--Pase, usted. Pase.
Paso. Tras de mí entra el hombre galante que me cedió el paso, dejando atrás a las ancianas que, entre ellas, empiezan una disputa.
--Pase, pase.
--¡De ninguna manera!, usted primero.
--¡De eso nada! Ande, entre.
--¡Qué no, qué no!
Paciencia santa por nuestra parte que esperamos, dentro del ascensor, el final del duelo de convencionalismos para poder apretar el botón de bajada.
--¡Ale!, que usted es más mayor que yo; entre.
--¡Huy, hija! Bueno, paso yo, pero no está claro.
Por fin, entran las dos, una con un bastón y la otra con un andador.
--Es que esto de la edad...
--Ya le digo.
Se pone en marcha el motor, empieza el trayecto interminable cotidiano. Silencio. Miradas al suelo, reloj, techo.
--Y mire que hay gente que con menos edad, está peor, ¿eh?
--Sí, sí que es verdad eso.
--¡Y tanto!, fíjese que los hay peores que una, que hasta se mueren antes.
--¡Jesús, cállese!, que mi marido que era más joven, murió antes que yo.
--¡Huy!, lo siento.
Silencio. Al final, tras el viaje infinito de segundos, el ascensor llega a destino y de ahí salimos todos, sin importar quién sale antes ni quien cede el paso a quien.

lunes, 7 de septiembre de 2009

Normas

A veces, vamos viviendo sin darnos cuenta ni de que vivimos.
Estamos demasiado ocupados en la vida; que si hay que hacer esto, conseguir aquello, realizar lo de más allá, tareas ya dispuestas para nosotros mucho antes, incluso, de que nos asomáramos a la existencia. Hay modos de comportamiento en cada época y país, preparados para cada uno de nosotros; nos esperan desde que abrimos los ojos en la cuna o el capazo o en la manta. Da igual donde los abramos, nos están esperando.

Y los asumimos, vamos aprendiendo a convivir con ellos; los modales, los gustos, los estudios, trabajos, relaciones personales..., todo se va entremezclando con nuestra manera de ver las cosas, y si no nos damos cuenta, ni reparamos que nos han vivido la vida; hacemos lo que se espera que hagamos, lo que creemos que hemos de hacer. Vivimos sin darnos cuenta de que ni vivimos.

Pero hay momentos de lucidez en los que paramos, son disonancias que chirrían por dentro, algo no encaja. Queremos entender que es externo y nos afanamos en cambiarlo, cada uno según su alcance; coche nuevo, televisión más grande, otras compañías, nuevas rutas, trabajos, ocio y logramos engañarnos otro tiempo. La vida aprendida viene a ocuparnos otra vez. La rutina de los días, las obligaciones, las devociones, esas tareas que nos vemos obligados a realizar, vuelve a eclipsarnos nuestra esencia.

Cada día trae sus tareas y cada año sus evoluciones, vamos viviendo a través de los días, de los años, miramos atrás y vemos lo hecho, lo que estamos haciendo, lo que haremos. ¿Vivimos? ¿Dónde está ese momento blanco, sin nada, limpio, nuestro, que nadie nos ha impuesto?¿Dónde?
Estar, está. Cada uno ha de encontrarlo más allá de los momentos que parecen llenos, plenos, cotidianos y consensuados. Nuestra esencia es justo la que nadie comparte ni ve, la que nos da la energía necesaria para ser nosotros y no ellos, yo y no tú. Lo que nos distingue y nos unifica con los demás, haciéndonos repetidamente únicos.

domingo, 6 de septiembre de 2009

Palabras libres

Me sorprendió comprobar que estos fragmentos que hago llegan, se leen.
La responsabilidad de las palabras asusta. Siempre he admirado aquellos que opinan con letra impresa, que nos hacen llegar sus ideas, repulsas, admiraciones o dudas, de una manera sistemática --honrada o no--, lo que me impresiona es la valentía de mostrar públicamente lo que piensan de lo que les rodea.

Yo, como escritora, uso las palabras más íntimamente, las voy agrupando, domesticando día a día, sin prisas y con mimo, para que cuenten las historias que crecen dentro de mí, suavemente, sin notarse apenas, para luego, con el tiempo, tener delante toda la vida que quería contar, página tras página.

Pero cuando me sugirieron que empezara un blog y me decidí, no sabía que las palabras, que trato como si fueran de una novela, con mimo, despacio, para mí, las leen --interesen o no--, pero se leen.

Es una novedad extraña, no se quedan conmigo tiempo, no las puedo revisar, cuidar, modificar: se van de casa, independientes, libres, llevando un mensaje que ellas sabrán cuidar solas, porque yo ya no estoy ahí.
Gracias a quienes las recojan, cuidenlas.

sábado, 5 de septiembre de 2009

Agua

Hoy, bruscamente como suele pasar en estos últimos años, cambió el tiempo. Llueve. El ambiente ha refrescado después de tanto calor estival. Salí a mi balcón con un té caliente, bebida que he recuperado gracias a las tardes de conversaciones, a su alrededor, con una buena amiga y los desayunos amables junto a un estupendo amigo. Digo que salí con mi infusión agradablemente caliente, impensable sensación ayer, y me senté a respirar la lluvia; el olor a tierra mojada, hierbabuena y ozono renovado, se mezclaba en cada sorbo. Qué paz. Faltaban, quizá, las palabras cruzadas de mis amigos, pero también las saboreaba recordándolas.

Me caían unas gotas rebeldes, desordenadas por el viento que las alejaba del resto, pero no intentaba resguardarme de ellas; me mojaban a mí y a la bebida suavemente; qué apacible era sentirlas en la piel. Después de tanto calor, esas gotas aliviaban. Luego, según avance el otoño y se acerque el invierno, lo que ansiaremos será el sol. Pero ahora, es ahora y la lluvia es bienvenida.

El ruido del agua al caer es rítmico, aunque cambiante, como el murmullo de los ríos, ríos que me gusta contemplar pasar, siempre indiferentes, renovados, eternos. Este verano he conocido algunos más, esta misma tarde he visto otro desde una imagen regalada. Hoy el agua es protagonista.

Las lágrimas también son agua, tienen su ritmo, su cadencia, su humor, celebran alegrías y penas: El don del ser humano, poder llorar y reír; saber desear la lluvia cuando hace sol y el sol cuando la lluvia se excede. El don, o la maldición, de no estar nunca de acuerdo con lo que se tiene.

Lluvia, ríos, mar, lágrimas..., agua.


viernes, 4 de septiembre de 2009

El verano

El verano es una época extraña, uno suele cambiar la rutina de los días; la hora de levantarse y acostarse, la de comer y los alimentos, y en general, todo. El trabajo se aparca, los días son más largos, los niños están de vacaciones y nada funciona al ritmo anterior; te haces a la idea de que no llegará el encargo, de que no te repararán el coche porque no enviarán esa pieza que falta a tiempo, y ante tanta ineficiencia nadie protesta ni pone demasiada mala cara, porque ya se sabe: estamos en verano.

No sé hasta que punto es disculpable que medio país se paralice por culpa del otro medio que ha cogido vacaciones, es como lo del almuerzo: da igual a la hora que te persones en donde sea y por quién preguntes; invariablemente estará almorzando. Y encima, a pesar del enfado y del retraso consiguiente que tendrá como resultado el desbaratar el horario del resto del día, no nos asombramos lo suficiente, has de ir con un amigo extranjero para que te abra los ojos a una situación que él dictamina como de escándalo, y tú, medio avergonzado medio defensor del sistema, no se te ocurre otra cosa para disculpar el asunto que quitarle hierro: "Aquí, esto es normal", y lo distraes llevándotelo al siguiente trámite del día,que con suerte ya habrán acabado con el café.

Otra cosa que nos hacen ver los que no viven aquí, es la falta absoluta de puntualidad. Es difícil, a pesar de que los que acordaron la cita, dejaron bien claro a qué hora y en qué sitio coincidir, y que se preocuparon mucho de que quedara claro para el resto de los asistentes, que así sea: cierto es que lo del sito se suele respetar, pero lo de la hora ya es otro cantar.

Las vacaciones ya se han terminado para casi todos, pero como si no, ya que todavía hay que esperar a que se ajusten las cosas: septiembre también es un mes muerto, inutilizable, porque hay que entenderlo; el personal acaba de incorporarse y necesitan un tiempo para acoplar horarios, novedades y demás. Eso sí, la hora del almuerzo es la misma, los encargos tardan o llegan mal y la puntualidad no tiene hora, en eso es igual a cuando se trabaja; un mes de tantos.




jueves, 3 de septiembre de 2009

Vidas diarias

Nuevas vidas que te encuentras cada día; observas a las personas que comparten tu espacio diario, intentando deducir, a partir de lo que ves en esos instantes, cómo serán sus días, en qué trabajarán, cuales serán sus anhelos, odios, frustraciones y deseos. Por mucho que lo intentes, seguramente, ni te acercarás a su realidad, pero a veces, es posible que sí lo hagas. Nunca podrás saberlo. Y es bueno, el espacio para soñar, para imaginar, siempre está abierto, es posible que la verdad decepcione, que esa mujer de mirada perdida, ese hombre agobiado que se obstina en mirar al suelo, esos chicos nerviosos que aún no manejan el cuerpo de adolescentes recién estrenado, no tengan las expectativas ni los anhelos o problemas que les has creado. Quizá la mujer absorta sólo tenga sueño, o el hombre distraido esté pensando en el partido de antenoche y los jóvenes aprendices de adultos ni siquiera sean conscientes de que piensan.

Nosotros mismos somos diana de otras miradas, otras conjeturas y alguno habrá que acierte, que se acerque a la raíz misma de nuestra rutina. Nunca podremos saberlo.

A veces, sin embargo, se cruzan las miradas del que observa con quien es observado y sientes que los papeles son intercambiables; nos reconocemos, y en ese momento, optamos por acercarnos o dejarles ir, puede que prefiramos entablar conversación, compartir deducciones y definir posturas, o más bien, sonreír con complicidad, y seguir anónimos, dejando que nos adivinen y adivinando.




miércoles, 2 de septiembre de 2009

Si uno quiere, ¿puede?

Si uno quiere, puede.

No sé aún, si es un dicho optimista o pesimista, la verdad. A veces, por mucho que uno quiera, no puede, y ve con envidia insana como otros delante de ti, sin querer, pueden. La rabia que da el asistir a esos éxitos ajenos sólo es comparable a lo mal que te sientes constatando que hacen sin ningún esfuerzo lo que tú matarías por hacer o poder.

Hay ocasiones en las que vas empeorando el asunto a fuerza de intentar hacer lo que no puedes, aunque quieres: vas metiendo la pata, enredando la madeja, anulando el poco talento que te queda en el empeño, y sin darte cuenta, no sólo no puedes, es que ya ni quieres.

Lo malo viene cuando te has de enfrentar al hecho innegable a estas alturas, de tu absoluta incapacidad en ese terreno, en el que querías pero no puedes: ya es evidente.

En este punto entran las vacilaciones, incluso las justificaciones, arremetes contra el destino, contra los dioses incluso, que para eso están, y poco a poco, también, vas entendiendo que querer es algo más que poder.

Una vez visto que ya ni quieres ni puedes, te dedicas a indagar qué quieres hacer, y a ser posible, a asegurarte antes de si podrás hacerlo.


martes, 1 de septiembre de 2009

Misterios


No se sabe lo que hay tras una esquina, ni en un cajón cerrado, o en un desván, ajeno o no. Hay lugares misteriosos que llaman la atención, que incitan a la curiosidad; casas abandonadas, cuevas, huecos de árboles... Que niño no se ha adentrado en lugares oscuros, prohibidos, polvorientos y húmedos para buscar tesoros, y no precisamente valiosos, cualquier cachivache es suficiente para alegrarle el día. A veces, el niño es más imaginativo, aventurado o simplemente inquieto que el resto y se toma como una gran aventura el investigar lo desconocido, hace sus planes, se toma su tiempo, pero sabe que un día se acercará a esa casa cerrada con tablones, cerca del colegio y de la que se dice que está clausurada porque en ella hubo un asesinato. Con esa fama, seguro que más de uno la rondará; ideal para hacer apuestas, demostrar valentías entre pandillas o impresionar a quien no te hace caso, pero que nadie ha pisado aún.

El niño con más inquietud, o simplemente más solitario, con la imaginación avivada por los libros de aventuras y decepcionado por lo cotidiano, que no le brinda la oportunidad de protagonizar nada fuera de lo normal, como mucho ir a por el pan o cruzar solo las vías. Ese niño, o niña, irán una mañana a la casa, aflojarán un tablón que ya vieron débil una de las veces que se acercaron y con el corazón en la boca, una linterna cargada con pilas nuevas en la mano y la fantasía en el ánimo, se deslizará por la ventana de esa casa maldita, cayendo sin gracia sobre un suelo polvoriento y se quedará quieto, escuchando nada. Si se atreve a moverse, lo hará sólo por el cuarto y recogerá un minúsculo objeto, anodino y falto de valor, aunque a sus ojos, sea la quintaesencia del misterio.

Seguramente, no estará mucho, al mínimo ruido, amplificado por el miedo y el silencio, saldrá corriendo al mundo exterior, pero se llevará la prueba de su valentía como recuerdo, o para mostrarlo a los demás si no le creen, si alguna vez lo dice, ya que el héroe solitario no comparte su doble vida; el chico tímido es en realidad el que entró en la casa maldita, ese sueño le hará feliz muchos días, mientras los demás, los menos inquietos, o menos imaginativos, le dejan un poco de lado para hablar de sus cosas, algo que no tiene que ver ni con tesoros, ni aventuras ni casas embrujadas, y mientras él se vea entre ellos lejano, ausente y raro, apretará en la mano ese botón de nácar iridiscente que se llevó de la casa, esa a la que nadie se ha atrevido todavía a entrar. Y sonreirá.